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La silenciosa vida de Margot Honecker en Chile Relatos íntimos sobre la mujer fuerte de la RDA

La silenciosa vida de Margot Honecker en Chile

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Valentina Araya
Por : Valentina Araya Estudiante de Periodismo UC
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Desde que llegó al país en compañía de su marido, Erich, Margot fue recibida con afecto por quienes vivieron el exilio y encontraron apoyo en el matrimonio Honecker. La ex dama de hierro de la Alemania Democrática –que murió la semana pasada– habitó por casi tres décadas una casa en un condominio de La Reina. Alejada de la prensa, las pocas veces que habló públicamente, defendió las ideas que la hicieron admirada –pero también temida– mientras se mantuvo en alto el Muro de Berlín.


*Vivió más de 20 años en la casa G del 8978 de Carlos Silva Vildósola en La Reina. La oma, como la llamaban sus vecinos, los saludaba siempre con una sonrisa cordial. Pasaba tardes enteras sentada mirando a los niños bañarse en la piscina de la comunidad y les compraba rifas siempre que tocaban su puerta ofreciéndole electrodomésticos, viajes y otros premios a cambio.

Las paredes de su casa eran celestes, los muebles pequeños y sencillos. En la entrada, colgaba un calendario en alemán y sobre la mesa del living –muchas veces– un libro de juegos mentales permanecía abierto. Una gran buganvilia fucsia resaltaba en su jardín, lleno de arbustos desordenados y ropa colgada al sol.

La “bruja púrpura” en los 80, la dama de hierro de la RDA, la mujer fuerte de la Alemania socialista, murió a los 89 años el pasado 6 de mayo, en Santiago –donde vivió desde 1992–. Casi tres décadas después que el muro de Berlín se viniera al suelo y, con él, sus máximos líderes e ideólogos.

La ministra y su exilio

Antes de la noche de ese 9 de noviembre de 1989. Antes de que Berlín dejara de estar partida en dos. Antes de que el lado Este de la frontera dejara de tener a Erich Honecker como presidente, su ministra de Educación brillaba: Margot Honecker era conocida como la mujer más poderosa de la historia de los socialismos reales.

En 1971, tras la renuncia del líder de la RDA, Walter Ulbricht, Erich Honecker se convirtió en el secretario general del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) y en jefe de Estado, hasta 1989, cuando lo obligaron a dimitir. Bajo su cabeza, el régimen socialista de Alemania Oriental tenía la economía más avanzada del Pacto de Varsovia. Salud, medicamentos, educación, arte, deporte y cultura gratis y del mejor nivel. No había cesantía y los derechos sociales de las personas tenían reconocimiento absoluto. Era un país que logró grandes avances desde el punto de vista de los derechos colectivos, pero al mismo tiempo había grandes restricciones en cuanto a derechos civiles y políticos.

En 1949, con 22 años, Margot Honecker se convirtió en la parlamentaria más joven de la RDA y entre 1963 y 1989 se desempeñó en el puesto de ministra de Educación Popular. Fue un período que Margot Honecker recordó frente a Luis Corvalán en su libro La otra Alemania, la RDA, publicado en agosto del año 2000:

“Los círculos dominantes del pasado se habían asegurado el monopolio de la instrucción (…). Dar origen a una nueva escuela, eminentemente democrática, significó abolir la injusticia que durante siglos habían sufrido los hijos de obreros y campesinos, creando las condiciones para que todos los niños tuvieran las mismas oportunidades de instruirse”.

Pero no todo fue justicia y derechos sociales. Durante los 26 años que ocupó el ministerio, Margot fue acusada de adoctrinar a menores de tres años, establecer la enseñanza militar para adolescentes, de promocionar la creación y mantención de hogares opresivos de niños y de autorizar el proceso de adopciones forzosas de hijos de disidentes del PSUA. Cuando cayó el Muro, la justicia alemana intentó acusarla formalmente de todos estos cargos, pero nunca se concluyó su responsabilidad en ellos. En tiempos en los que Erich no podía mover un dedo sin que lo observaran, Margot circulaba libremente por Moscú.

Nunca fue secreto que las escuelas de la RDA educaban en y para el socialismo. Hanns Stein, cantante checo, residente en Chile, ex militante del Partido Comunista y exiliado en 1973, cuenta que apenas se produjo el golpe en Chile, lo llamaron de la embajada de Alemania Oriental para ofrecerle asilo. Cuando llegó a ese país aceptó un puesto de profesor en la Hochschule Hanns Eisler de Berlín, una de las academias de música más importantes de Europa. En segundo año había tres horas de clases de canto a la semana y doce de marxismo leninismo, dice. Margot fue una de las grandes impulsoras de la idea de darle una relevancia exacerbada al marxismo teórico en las escuelas y universidades alemanas, bajo la premisa: “La familia es irremplazable. Pero la educación es un asunto de la sociedad”.

Tras la caída del Muro, los meses siguientes fueron duros para la pareja de jerarcas socialistas. Pasaron de tener el mundo a sus pies a ser perseguidos y acusados de las peores atrocidades.

De Yunosti a Carlos Silva Vildósola

Cuando los Honecker entraron a la embajada chilena en Moscú, el 11 de diciembre de 1991, empezó la crisis de derecho internacional más compleja del gobierno de Aylwin.

[cita tipo= «destaque»]La ex jerarca alemana vivió toda su vida en Chile en silencio. Nunca dio declaraciones a la prensa y solo un par de veces habló con medios internacionales. Sus dichos fueron polémicos: defendió la RDA, el Muro de Berlín, el socialismo y dijo que la unificación alemana era un error. También dijo que, a pesar de su edad, el mismo pensamiento que la guió cuando se convirtió en la parlamentaria más joven del bloque soviético, siempre estuvo vigente.[/cita]

Llegaron a la embajada de la calle Yunosti, “menos a cenar que a tratar de detener la infamante historia que los persigue desde hace ya dos años”, según La historia oculta de la transición, de Ascanio Cavallo. El embajador chileno en la ciudad rusa era Clodomiro Almeyda y su esposa, Irma Cáceres, no podía olvidar que su hijo había recibido atención clínica excepcional en la RDA gracias a la preocupación personal de Margot, cuyo interés por los chilenos era natural, dado que su hija, Sonja, se había casado con uno: Leo Yáñez, exiliado en Alemania Oriental. “De ahí la cercanía de las madres”, cuenta Cavallo.

Con la vuelta a la democracia, miles de chilenos dispersados en el mundo tras la dictadura se ilusionaron con volver a su patria. Leonardo Yáñez, que según Hanns Stein era apodado “El Yañecker”, era uno de ellos. Al poco tiempo de haber asumido Aylwin la presidencia, viajó a Chile con su mujer e hijos. Y se quedaron.

A Almeyda y otros militantes del PS que habían vivido en la RDA con el más generoso asilo de los Honecker en los 70 y 80, se debió que el gobierno de Aylwin comenzara a interesarse en su destino un poco después de asumir, relata también Cavallo.

Desde aquel 11 de diciembre de 1991 hasta el 14 de enero de 1993, día en que Honecker pisó tierra chilena tras ser liberado de la cárcel de Moabit por su delicadísimo estado de salud, las relaciones exteriores entre Chile, Rusia y Alemania vivieron años de tensión sin respiro.

Los rusos lo querían fuera de Moscú, los alemanes querían juzgarlo, los Honecker querían huir a Chile y Aylwin quería ayudarlos, sin enfrentarse a los grandes europeos. Buscó salir al paso con estrategias jurídicas, pero la discusión parecía ser ciega. A la intransigencia en la negociación, se sumaba que “es el único caso de un refugiado cuyos dos países legitimadores se han disuelto en medio del proceso”, explica La historia oculta de la transición.

Después de muchos meses de conversaciones, Alemania y Chile llegaron a un acuerdo: Chile cedería y trataría de que Honecker fuera a Alemania, pero si se confirmaba su deplorable estado de salud, lo dejarían viajar a Chile de inmediato. El 3 de junio de 1992, Alemania presentó los primeros cargos en su contra.

El 22 de julio de ese mismo año, el embajador alemán en Moscú entregó al canciller ruso una nota requiriendo la expulsión de Honecker. Rusia la acogió. El 28 en la tarde, James Holger, que había reemplazado a Almeyda en la embajada, visitó la Cancillería rusa y entregó una autorización firmada para el ingreso a la embajada chilena de fuerzas de seguridad de la KGB.

El 29 de julio de 1992 Holger le entregó a Honecker la orden de expulsión de Rusia. El veterano alemán la recibió bajo protesta y la KGB entró a la embajada. En la puerta Honecker levantó el puño izquierdo, se despidió de los chilenos y expresó, por última vez, su gratitud.

Esa misma noche ingresó a la cárcel de Moabit. Al día siguiente, Margot abordó un avión para viajar a Santiago y juró nunca volver. Un mes después, la clínica de la cárcel emitió un informe sobre el estado de salud de Honecker: el tamaño del tumor que tenía en un riñón era tal que a comienzos de enero de 1993 la corte de Berlín ordenó su liberación incondicional. Estaba desahuciado. El 13 de ese mes abordó un vuelo de Lufthansa y el 14 llegó a Santiago.

Del poder al silencio

José Pérez, arquitecto de la comunidad de La Reina en la que murió Erich y donde por años vivió Margot, asegura que “estaba todo cocinadito”. “Esperaron el momento político oportuno para darle la autorización de viajar a Chile”, dice. El equipo de arquitectos que construyó la comunidad de Carlos Silva estaba compuesto por José y Eugenio Gutiérrez, arquitecto comunista encargado de reunir a la gente para armar el grupo de comuneros. Pérez cuenta que Sonja Honecker contactó a Gutiérrez para informarle que sus padres querían ser parte del proyecto. Hicieron la casa de acuerdo a las necesidades de Erich y Margot. Dejaron el dormitorio principal en el primer piso, porque el alemán estaba demasiado enfermo para subir y bajar escaleras. Pidieron que todo fuera sencillo. La casa tenía 110 m2  y costó 3 mil UF, poco más de $28 millones de la época.

Un año antes de empezar la construcción, mientras los Honecker vivían en Rusia, había certeza de que llegarían. Era el momento más álgido del conflicto. La casa nunca se pensó para Sonja o sus hijos, siempre fue para la pareja de ex líderes de la RDA. José Pérez cuenta que la petición fue que el proyecto se desarrollara bajo absoluta reserva y, entre otras cosas, solicitó que la reja del condominio –que originalmente lo dejaba a la vista– se tapara con paja; un obstáculo que poco tiempo después las cámaras de prensa destruirían rápidamente.

Karla Stein, hija de Hanns, vivió el exilio junto a su padre en la RDA. “Darle un lugar donde vivir a los Honecker fue un acto de justicia. Tenían derecho a tener un lugar donde vivir y por la apertura con la que nos recibieron, consideré justo que fuera acá”, dice emocionada.

Patricio Aylwin asumió toda la responsabilidad por haber dado protección a los alemanes, según Emilio Rojo, en La otra cara de La Moneda. El ex mandatario tenía alzheimer y no recordaba nada. No sabía si los recibió personalmente, si solo les dio asilo, si tenía intereses personales para protegerlos. Nada.

El lunes 30 de mayo de 1994, El Mercurio tituló en su portada: “De cáncer murió el ex líder alemán Erich Honecker”. Falleció en su casa, con su mujer e hija acompañándolo.

Era domingo en la mañana y un antiguo camarada del partido llamó por teléfono a Hanns Stein para decirle que fueran al velorio del compañero Honecker. “Nosotros teníamos gratitud hacia ellos, nos salvaron la vida”, dice el cantante. Cuando llegó al Cementerio General, solo había seis personas. Al momento de hacer guardia de honor faltaba un hombre en una esquina del ataúd, así que Stein tuvo que ocupar ese lugar. “Me paré al lado, vi el ataúd abierto con Honecker y pensé: ‘Cómo cambió el mundo’. La última vez que lo había visto fue para un 21 de mayo desfilando en Berlín y estaba en la tribuna saludando con el puño izquierdo en alto, y ahora no había ni cuatro gallos que le hicieran guardia de honor”, relata.

La ex jerarca alemana vivió toda su vida en Chile en silencio. Nunca dio declaraciones a la prensa y solo un par de veces habló con medios internacionales. Sus dichos fueron polémicos: defendió la RDA, el Muro de Berlín, el socialismo y dijo que la unificación alemana era un error. También dijo que a pesar de su edad, el mismo pensamiento que la guió cuando se convirtió en la parlamentaria más joven del bloque soviético, siempre estuvo vigente.

*»La silenciosa vida de Margot Honecker en Chile», es una reedición de un perfil realizado por la periodista Valentina Araya, para el ramo de «Taller Prensa» de la Facultad de Comunicaciones de la UC. 

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