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El día en que Juan Gabriel prefirió juntarse con los gitanos en vez de Martita Larraechea

El día en que Juan Gabriel prefirió juntarse con los gitanos en vez de Martita Larraechea

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«Si Juanga estaba con ellos, dijo luego el rey, cerrando el cierre de su pantalón, era porque ellos, los gitanos, habían sido los primeros en valorar su música y quienes le habían dado una mano cuando Juanga había ido a parar a la cárcel y no era más que un cantante de mala muerte de Ciudad Juárez que robaba para sobrevivir. Entonces me quedó claro el tipo de persona y de cantante que era», escribió el periodista Juan Cristóbal Peña


El periodista Juan Cristóbal Peña, de larga trayectoria como reportero en El Mercurio, La Tercera y además autor de libros como Cecilia, la vida en Llamas, Los Fusileros y La secreta vida literaria de Augusto Pinochet, presenció un momento muy  poco conocido sobre una de las tantas visitas de Juan Gabriel a Chile, parte de la cual publicó en su perfil de Facebook. Precisamente cuando el rey de los gitanos le ofreció una fiesta.

Uno de los eventos más fabulosos de mi época de reportero musical ocurrió cuando Juan Gabriel vino a hacer una gira por Chile hacia fines de los noventa. Como era un fenómeno de multitudes y llenó varios estadios de este país, mi editor en El Mercurio, Patricio Ovando, tuvo la ocurrencia de que escribiera una crónica en terreno de Juanga en Chile.

Así fue como un día asistí al momento en que bajó de la suite presidencial del hotel Carrera, subió a una limusina escoltada por motoristas de Carabineros y enfiló hacia una casa quinta de San Miguel donde el rey de los gitanos lo esperaba con una recepción de rey: animales enteros sobre decenas de parrillas, montañas de jabas de cerveza y una mesa para unos cien invitados, todos gitanos, a excepción de Juanga, el fotógrafo del diario y yo, que logré entrar después de rogarle por un buen rato a los gitanos que custodiaban la entrada.

El espectáculo era formidable: desde una de las cabeceras de la mesa, Juanga (de traje negro, pañuelo al cuello y camisa blanca con vuelos), agradecía la recepción con brindis, canciones a capela y abrazos para los niños que hacían fila para saludarlo. Ya más avanzada la tarde, cuando entré a uno de los baños de la casa, donde había dos urinarios, me encontré orinando con el rey de los gitanos.

El rey -un tipo enorme, de voz grave y apellido California-, clavando la vista poco más abajo de mi cintura, me preguntó que hacía en su casa, y cuando se lo dije, me dijo que si iba a escribir algo sobre lo que estaba ocurriendo esa tarde, debía tener en claro una cosa: Juanga había preferido ir a la recepción de los gitanos en vez de aceptar la invitación de Martita Larraechea, que le había organizado una recepción en La Moneda.

Si Juanga estaba con ellos, dijo luego el rey, cerrando el cierre de su pantalón, era porque ellos, los gitanos, habían sido los primeros en valorar su música y quienes le habían dado una mano cuando Juanga había ido a parar a la cárcel y no era más que un cantante de mala muerte de Ciudad Juárez que robaba para sobrevivir. Entonces me quedó claro el tipo de persona y de cantante que era Juan Gabriel.

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