En la opinión pública Lagos puede ser visto como el retorno de un Jedi: por un lado, un salvador en períodos de desequilibrio, pero también como numeriario de una secta antigua que no leyó el signo de los nuevos tiempos. La última encuesta CEP muestra la instalación de la desesperanza con lo público: un distanciamiento profundo de los ciudadanos con la política y el convencimiento pleno de que los políticos no tienen capacidad alguna de resolver los problemas cotidianos de las personas.
Sorprendidos se deben haber visto quienes hojearon ayer con ansias los cuerpos dominicales de ambos diarios en papel buscando la megaentrevista a Ricardo Lagos Escobar, donde se iba de tesis. Tras apartar las toneladas de revistas promocionales del retail, mayor debe haber sido la desazón. La entrevista a Piñera, también ex Presidente y contendor, no es en modo alguno un buen sustituto, como dicen los economistas, pues el ex Mandatario repitió su viejo discurso de contrarreforma con el que podría ganar, pero nunca gobernar, como deslizó al final de su entrevista.
También frustrados deben haberse sentido los Caza-Lagos en que se han convertido los antiguos líderes del movimiento estudiantil. Leer en sus tablets o iPhone una entrevista a Lagos donde se pueda escudriñar una defensa del CAE, de las concesiones o del pragmatismo que tiñó a su Gobierno, para así llenar las redes sociales de cuñas ingeniosas que marquen pauta y muestren al ex Presidente como un asunto del pasado. Ni siquiera Carlos Peña, tradicional aniquilador de elefantes políticos, le dedicó algún dardo envuelto en frases de Freud o Kant.
Lagos eligió otro camino para dar el golpe político de la última semana: publicar en su blog y dar una entrevista a la periodista preferida del binominal y una de las más devotas de Palacio. Eligió medios que no frecuenta la élite, que solo quería aplaudir sus estrategias, o sus críticos que esperaban el tótem al que achacarle todos los males de lo antiguo.
Lagos y su petit comité de cerebros probaron una vieja tesis de la comunicación estratégica: el plan de medios también configura cierta percepción. En política no solo importa el mensaje, sino cómo se transmite. Eso ocurre no solo por los públicos a los que tiene que hablar, sino también por los énfasis distintos que se quieren hacer. Una primera interpretación que fue exitosa en su instalación, es que este Ricardo Lagos Escobar es muy distinto al que fue Presidente e, incluso, al que le levantó el dedo a Pinochet, concesionó carreteras y se negó a firmar el decreto que creaba Punta Peuco.
El ex Presidente lee correctamente que debe ser distinto, porque los públicos a los que habla son otros, y no le basta que le aplaudan los nostálgicos de la Concertación y los empresarios, que prefieren sin duda su habilidad política, sus formas republicanas, su respeto a las instituciones, antes que las veleidades de Piñera o los caminos ignotos de otros candidatos.
Al igual que en ese tiempo, debe vencer la desconfianza. En aquel tiempo, por ser socialista, los desconfiados venían de los poderes fácticos instalados como guardianes del autoritarismo en la nueva democracia.
Curiosamente, ahora, también la desconfianza es por ser socialista, pero los recelosos son los sectores más de izquierda, los críticos de la transición y a los que la palabra Concertación les suena tan demoníaca, que suelen empatar los años 90 y el juego de tronos con las viudas del dictador y la sombra oscura y sangrienta de los 80, cuando en Chile se torturaba, desaparecía y exiliaba.
Jovino Novoa, uno de los mayores críticos de Lagos en ese tiempo, solía repetir una y otra vez que era socialista y parte del pasado, palabras muy parecidas a las que le dedicó el día viernes Giorgio Jackson, el diputado de Revolución Democrática, movimiento surgido al calor del movimiento estudiantil.
[cita tipo=»destaque»]La antipolítica que se ha tomado la agenda no tiene todavía rostro y hay un escenario lo suficientemente líquido para que alguien se apodere de las ilusiones de los ciudadanos desencantados. Están las condiciones para que un anticandidato instale que allá están los ex presidentes que son parte de la crisis de la política, y aquí están los ciudadanos a pie que tendrán bajas pensiones y andan apretados en micro en ciudades inseguras y contaminadas. Con un candidato así, son contraproducentes los escoriales, los aplausos de la intelectualidad, los acuerdos tácitos con el PC y otras fuerzas y, por cierto, el clásico entre ex presidentes, como denominó Piñera a la más probable contienda electoral.[/cita]
En los 90, uno de los problemas que cargaba una candidatura de Lagos era la profunda desconfianza que le tenía un amplio grupo de empresarios, por ser socialista, y buena parte del poder fáctico que había quedado de la dictadura, que no le perdonaba la dureza con que marcó su oposición a Pinochet y tenía cierto temor a que su Gobierno fuera a cobrar todas las boletas que los anteriores gobiernos, dada la desfavorable correlación de fuerzas, habían deseado, pero no habían podido.
Un evento aparentemente intrascendente fue lo que rompió el hielo. En el año 1996 se organizó en España un seminario que tenía el pomposo título de “Las Fuerzas Armadas y la transición a la democracia: los casos de España y Chile” y que se convirtió en el espacio de conversación entre los socialistas encabezados por Lagos, militares y civiles de derecha. Fue el lugar donde se rompieron los hielos y se eliminó el miedo al cuco. Se fueron unos convencidos de que Lagos no era un nuevo Allende, y otros que la amenaza de la vuelta al autoritarismo no era tal. A esa reunión se le suele llamar la “cita del Escorial”, haciendo referencia al nombre del hotel donde ocurrió el encuentro.
Hoy de nuevo debe ir cuesta arriba con las nuevas generaciones, con la izquierda que va a defender el impulso reformista, y los nuevos votantes, y no queda claro si esta vez sirve otra cita del Escorial, ahora con sus críticos del ala izquierda y los políticos de las nuevas generaciones.
En la opinión pública Lagos puede ser visto como el retorno de un Jedi: por un lado, un salvador en períodos de desequilibrio, pero también como numerario de una secta antigua que no leyó el signo de los nuevos tiempos.
La última encuesta CEP muestra la instalación de la desesperanza con lo público: un distanciamiento profundo de los ciudadanos con la política y el convencimiento pleno de que los políticos no tienen capacidad alguna de resolver los problemas cotidianos de las personas.
Más del 60% de los ciudadanos se siente lejos de la política, y no hay nadie en Chile que la encarne mejor con todas sus complejidades que el propio Lagos. Ese es el gran problema que tiene y no las dudas y desconfianzas que hay ahora en la izquierda más dura, que se parecen mucho a las que tenía la derecha a fines de los 90. No hay en el despliegue mediático y en la operación realizada indicio alguno de cómo abordará esa distancia de los ciudadanos de a pie con él.
Esto es más enredado aún, pues la antipolítica que se ha tomado la agenda no tiene todavía rostro y hay un escenario lo suficientemente líquido para alguien se apodere de las ilusiones de los ciudadanos desencantados. Están las condiciones para que un anticandidato instale que allá están los ex presidentes que son parte de la crisis de la política, y aquí están los ciudadanos a pie que tendrán bajas pensiones y andan apretados en micro en ciudades inseguras y contaminadas. Con un candidato así, son contraproducentes los escoriales, los aplausos de la intelectualidad, los acuerdos tácitos con el PC y otras fuerzas y, por cierto, el clásico entre ex presidentes, como denominó Piñera a la más probable contienda electoral.