En entrevista con El Mostrador, el académico titular de la Universidad de Chile recuerda que lleva 14 años advirtiendo sobre la importancia de una “Cancillería chilena de excelencia”. Con respecto a la actual diplomacia boliviana, asegura que “han sabido ejecutar la política agresiva de Evo Morales y habría que respetarla sólo por los agujeros que nos han hecho en la carrocería”.
El autor de “Todo sobre Bolivia” está convencido que los tratados firmados –en los cuales se afirman las defensas de Chile– no son palabra santa; que no tendríamos por qué haber aceptado a comparecer ante la Corte de la Haya; y que existe una tendencia a reemplazar la complejidad de la política por la simplicidad del derecho internacional.
Además, José Rodríguez Elizondo cree que Evo Morales ha demostrado una extraordinaria coherencia estratégica y una trayectoria rectilínea para lograr sus aspiraciones territoriales, mientras la cancillería chilena sigue sometida a la “esclavitud jurídica”.
– La relación histórica con Bolivia siempre ha sido controversial y, en su libro, usted aborda los diversos factores que han agudizado dicho conflicto, como por ejemplo, la actitud reactiva de Chile.
Digamos que la historia le jugó una mala pasada a Bolivia y, de refilón, a sus vecinos. Digo en mi libro que, al nacer como república independiente en 1825, por decisión de Bolívar, quedó incrustada entre países que estaban recién demarcando sus territorios y eso le asignó un destino belicoso. Por eso, Bolivia hoy tiene la mitad del patrimonio territorial que le asignara el Libertador.
¿Bolivia no debió nacer?
No digo eso. Sería romperse la cabeza contra la roca de una realidad histórica. Historia-ficción. Trato de explicar que en esa opción del Libertador está la base de la conflictividad que afectó a Bolivia y sus vecinos, entre los cuales nosotros. Agrego que, después, Chile no atinó a desarrollar la inteligencia de los victoriosos desarrollados. Tras la Guerra del Pacífico abrochó sus conquistas mediante los tratados de 1904 con Bolivia y los pactos de 1929 con Perú. Sin embargo, perdió la paz cicatrizante por carencia de madurez. Según dos historiadores prominentes, Gonzalo Bulnes y Francisco Antonio Encina, Chile ganó esa guerra por “la superioridad de su raza y de su historia”. Mayor desatino imposible.
¿Tiene eso que ver con la dificultad para negociar?
Tiene. La falta de docencia política y diplomática hace difícil entender que los territorios conquistados tienen un estatus diferencial y que Arica, por ejemplo, no es uno más de los puertos chilenos. Eso explicaría nuestra reactividad, la tendencia a reemplazar la complejidad de la política por la simplicidad del derecho internacional, la resignación para comparecer ante la Corte de La Haya. Queremos creer que los tratados son “santos” o “intangibles” como la santísima trinidad, para soslayar la omisión de una actividad que contribuya a desarrollar intereses comunes con los viejos combatientes. Aquí yo endoso la afirmación del historiador Mario Góngora, para quien tras la guerra delegamos la política exterior “en funcionarios y en las Fuerzas Armadas”. Agrego que, desde mi rol académico, hoy percibo que la intelectualidad militar entiende mejor que los funcionarios el contenido del conflicto con Bolivia.
Usted señala que “sin negociación, la disuasión defensiva queda sin espacio legítimo y se potencia la ominosa alternativa “guerra o jueces internacionales”.
Si ante un conflicto duro –y el con Bolivia lo es- nos limitamos a invocar textos legales, contratar abogados extranjeros y comparecer ante jueces internacionales, no queda espacio para que actúen los agentes diplomáticos y militares del Estado. Es decir, no se les deja explorar soluciones negociadas ni disuadir la pretensión de que otro Estado nos imponga su voluntad.
¿Es más profesional la diplomacia de Perú y Bolivia?
Perú fortaleció su diplomacia después de la guerra hasta conseguir una de alta sofisticación, gran profesionalidad y excelentes archivos. Gracias a ello ha conquistado posiciones en la cúpula de la diplomacia mundial, como la Secretaria General de la ONU, con Javier Pérez de Cuéllar. Esto implica, en lo interno, una notable gravitación institucional. Los altos mandos de Torre Tagle están en manos de diplomáticos, son pocos los embajadores por favor político y casi todos los gobiernos han tenido como canciller a un “torretagliano”. En cuanto a la actual diplomacia boliviana, ha sabido ejecutar la política agresiva de Evo Morales y habría que respetarla sólo por los agujeros que nos ha hecho en la carrocería. Por eso, desde mi primer libro sobre estos temas, en 2002, vengo advirtiendo sobre la necesidad urgente de una Cancillería chilena de excelencia. Estamos dando una ventaja que nos afecta en lo estratégico y que puede ser irreversible.
¿Cómo se podría negociar y, eventualmente, solucionar este conflicto con Bolivia?
Para empezar, habría que sincerar la problemática, zafando de la trampa del bilateralismo jurídico. Esto supone asumir cuatro puntos mínimos: 1) los errores estratégicos cometidos deben reconocerse para poder superarlos; 2) el derecho es sólo parte del instrumental con que se debe enfrentar un conflicto de poderes; 3) la doctrina de la innegociabilidad de los conflictos que afectan la soberanía fue una invención deplorable de nuestra burocracia; 4) el conflicto con Bolivia es bilateral desde la perspectiva del tratado de 1904, pero es trilateral desde la perspectiva de los pactos de 1929. Sobre esta base, Chile podría recuperar la alianza con el Perú que fraguaron Carlos Ibáñez y Augusto Leguía, con los pactos de 1929, para construir juntos una política hacia Bolivia. Es mi tesis del trilateralismo diferenciado, que aquí no se debate, pero fue considerada por el ex Presidente boliviano Carlos Mesa. “Hay un problema pendiente entre Bolivia, Chile y Perú”, escribió, antes de que Evo Morales lo designara vocero.
¿Perú estaría dispuesto a ese sinceramiento?
Difícil, mientras no asumamos alguna iniciativa, enviando las señales correctas Pero no es imposible, pues sincerarnos está en línea con los intereses nacionales de Perú y hoy, con PPK, esto se entiende mejor en Palacio Pizarro. A este respecto, siempre recuerdo que, para el embajador Juan Miguel Bákula, Chile era el vecino con el cual Perú tenía la mayor y mejor afinidad. Por cierto, el sinceramiento supone una gran diplomacia reservada y políticas públicas de mediano y largo plazo, que debimos iniciar ayer, con el concurso de diplomáticos top.
-Usted ha advertido sobre el artículo 53 del Estatuto de la Corte, que permite no comparecer a un país demandado. ¿Por qué Chile aceptó comparecer?
En mi libro digo que ahí nos penó un “fetichismo jurídico” que opera por default. Comenzamos inhibiendo nuestra capacidad de negociación, luego superamos el pacta sunt servanda (lo pactado obliga) diciendo que los tratados de límites son innegociables. Un perfecto círculo vicioso. En paralelo, nos amarramos al muy discutible Pacto de Bogotá. Al final, como no tenemos abogados calificados para litigar en La Haya, volvimos a contratarlos en el extranjero. No es que sea demasiado suspicaz, pero es difícil que estos abogados se disparen a los pies, aconsejándonos negociar en vez de litigar. Lo más grave de todo este circuito es que terminamos sacando al Estado de Chile de la decisión sobre nuestros límites territoriales
-¿Desde cuándo viene percibiendo este fenómeno?
Comencé a percibirlo desde que Perú, liderado por Bákula, dejó en claro que su pretensión de redelimitación marítima era un tema “estrictamente jurídico”, ajeno a la misma Historia. Entonces asumí que eso era, más bien, un inteligentísimo alarde de “contrasimbolización”. Si nosotros nos planteábamos ante el mundo como campeones del respeto al derecho, en materia de conflictos, los peruanos nos desafiaban en ese mismo campo. Si no queríamos dialogar, pues que litigáramos. Pero –aquí estuvo la diferencia- lo que en ellos fue una estrategia de acción con cobertura jurídica, en nosotros fue simple reacción jurídica sin estrategia. Es lo que explica ciertos graves errores orientados a fortalecernos ex post en lo jurídico, sin ponderar los efectos en la conducción política.
¿Cuáles, por ejemplo?
Está consignados en este y otros libros anteriores y prefiero dejarlos ahí. Agrego que esto no lo descubrí yo solo, en diálogo conmigo mismo. Desde el pasado, Mario Barros Van Buren, abogado, diplomático e historiador, me dio una clave ratificatoria con sus asertos sobre “la esclavitud jurídica” de nuestra diplomacia, nuestra “orfandad de imaginación” y la tendencia a encargar las misiones delicadas “al brillante areópago de abogados y profesores que constituían el orgullo del Chile decimonónico”. Agregaba Barros –en su Historia de la diplomacia chilena- que en Perú se aludía a nuestra Cancillería como “la gran sorprendida” y los argentinos “nos trataban como tontos”.
– Lo primero que vemos en su libro es una cita de Einstein, en la que se señala la importancia de comprender los pensamientos del otro y, más adelante, señala que “si un conflicto es lo que parece…lo que está fallando es la diplomacia” ¿Cómo evalúa, en ese aspecto, el desempeño de José Miguel Insulza?
Conozco a Insulza desde hace muchos años. Fue un excelente canciller del Presidente Eduardo Frei y, como tal, mi superior cuando trabajé como embajador. Tengo un gran respeto por su inteligencia y habilidad política. Por lo mismo, lamento que la coyuntura lo esté colocando en una encrucijada de opciones y tentaciones, que es tan complicada como un callejón sin salida. De esas situaciones solo se puede salir con un gesto dramático. Pienso yo.