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José Luis Federici, la primera gran derrota del régimen A 30 años de la caída del ex rector de la Universidad de Chile

José Luis Federici, la primera gran derrota del régimen

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Muchos califican este episodio como los 69 días que cambiaron el Chile dictatorial tras la primera derrota política de Pinochet. No era poco. Un millar de jóvenes adhirieron a todo un país –con ingenio y convicción– para hacer frente a la brutalidad y el autoritarismo. Se confirmaba que el capitán general nunca fue bueno en las aulas. Actores de aquel entonces rememoran los hechos.


El jueves 29 de octubre de 1987 –hace 30 años, y después de dos meses en el cargo– se originaba la caída del más emblemático rector impuesto por la dictadura en la Universidad de Chile.

Tras 69 días, José Luis Federici sería el primer engranaje desbaratado por los estudiantes. Con él no solo era evidente la descomposición del régimen sino también los nuevos aires, refrendados en el plebiscito un año más tarde.

«Este tema de la universidad me tiene más arriba del paracaídas», bromeaba Pinochet en el edificio Diego Portales, pensando que tenía todas las de ganar. Pero el resultado de la pugna universitaria lo sorprendió. Los estudiantes habían demostrado que Pinochet podía ser derrotado y el país se arrojó con similar entusiasmo buscando acabar con el régimen.

Después de 14 años, posgolpe, el país vivía una evidente crispación pese a la renombrada visita del Papa Juan Pablo II o la victoria de Cecilia Bolocco en el concurso Miss Universo. Pero un año antes, el 2 y 3 de julio de 1986, fue el momento culminante de la estrategia de movilización social destinada a derrotar a Pinochet. Esos días se desarrolló, con pleno éxito, el paro convocado por la Asamblea de la Civilidad, organismo que agrupaba a todas las organizaciones sociales que, desde 1983, se habían logrado constituir.

Patricio Basso recuerda que en torno a la Asamblea de la Civilidad, presidida por el Dr. Juan Luis González –a su vez presidente del Colegio Médico– estaba él mismo como vicepresidente en representación de la Federación de Asociaciones de Académicos, y Francisco Rivas, también del Colegio Médico, como secretario general. Incluía a organizaciones de trabajadores (Rodolfo Seguel y Manuel Bustos), Confech (Andrés Rengifo), Anef (Hérnol Flores), Agech (Osvaldo Verdugo y Jorge Pavez), Camioneros (Héctor Moya), Comerciantes, Campesinos (Eugenio León), Pobladores (Eduardo Valencia), Mujeres (María Antonieta Saa y Soledad Larraín), Jubilados (Lautaro Ojeda), Mapuches (José Santos Millao), Grupo de los 24 (Ignacio Balbontín) y Comisión Chilena de Derechos Humanos (Andrés Domínguez), entre otros. Completaban el equipo de dirigentes, Juan Carlos Latorre, presidente del regional Santiago del Colegio de Ingenieros, como encargado territorial, y el ingeniero Ángel Maulén como secretario ejecutivo.

“Con posterioridad al paro, debido al encarcelamiento de la mayoría de los dirigentes de la Asamblea de la Civilidad, la traición de los partidos políticos que se habían comprometido a llamar a un nuevo paro cuando nos detuviesen, la importación ‘no tradicional’ de armas del FPMR (Carrizal Bajo), el atentado a Pinochet y la consiguiente persecución política, se produjo la desmovilización de todas las organizaciones sociales”, recuerda Basso.

Un panorama era bastante incierto

Un año más tarde, durante 1987, Germán Quintana era el presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech) y Carolina Tohá la vicepresidenta. Al momento de asumir, ninguno se imaginó el papel que jugaría ante una nefasta Ley General de Universidades, origen de todos los males con su máximo exponente: un señor de apellido Federici.

En aquella época no solo pensábamos que esta ley había sido concebida para disminuir la importancia de la educación superior pública en Chile sino que además golpeaba directamente a las universidades de Chile y Técnica del Estado, por su amplia dotación de sedes en casi todo el territorio nacional. En la época en que fue dictada, el movimiento estudiantil era aún muy incipiente y no se había transformado en un actor nacional de la relevancia que tuvo a partir de 1983, con las protestas nacionales. Asimismo, la economía nacional gozaba de aparente buena salud y ya se hablaba del milagro chileno. En resumen, era un minuto político muy favorable a la dictadura, sin actores políticos o sociales relevantes, que le pudieran hacer algún peso. De hecho, se acababa de aprobar la Constitución del 80, con todas las irregularidades posibles de cometer para un evento de esta magnitud”, rememora el ex presidente de la Fech, Germán Quintana.

A mediados de 1987 –recuerda Basso–, el entonces ministro de Educación, Juan Antonio Guzmán, dio a conocer un “Plan de Desarrollo y Racionalización” de las universidades estatales que significaba nuevas y mayores restricciones económicas, en especial para la Universidad de Chile. Dicho plan, pretendía dar un zarpazo final a esta universidad con miras a reducir su influencia antes del plebiscito que pondría en juego la continuidad de Pinochet al año siguiente. En 1987, una de las pocas organizaciones que había logrado reactivarse era la Asociación de Académicos de la U. de Chile.

“El 15 de mayo de ese año, la Asociación de Académicos presentó al entonces rector delegado, general Roberto Soto Mackenney, un petitorio de mejora de las remuneraciones que, a esa fecha, eran un 40% inferior a las de la administración pública, a causa de la sistemática reducción de recursos con que Pinochet pretendía quitar relevancia a la Universidad de Chile. Frente a la nula respuesta del rector y a la amenaza cierta que representaba el plan del ministro Guzmán, el 19 de agosto de 1987, la Asociación de Académicos inició un paro indefinido, de modo que, al momento de ser nombrado Federici, se encontraba en plena movilización”, señala Basso.

La situación en la Universidad de Chile no podía ser peor. El déficit por concepto de la fragmentación tras la Ley General de Universidades del año 1981 era de mil millones. Ante tamaña catástrofe, maquiavélicamente ideada, el general Soto Mackenney, rector durante el periodo 83-87 y quien, para sorpresa para todos, permitió la elección de los decanos por sus pares, estaba inquieto. Ese lapsus democrático del referido general fue la gota que rebalsó el colmado vaso de Pinochet: el 14 de agosto el rector militar Soto Mackenney debió tomar su maletín y marcharse a casa.

“La rectoría de Soto Mackenney había comenzado a representar algo dual. Por una parte, constituía la máxima intervención en la universidad: un general detentaba la más alta autoridad de una universidad pública, nada más alejado de la esencia y el saber universitario. Pero, por otra parte, el estilo de Soto Mackenney no era exactamente el de un general al mando de su tropa. Bajo su gestión, se habían venido desarrollando procesos de generación democrática de autoridades en varias facultades, que no habían sido interrumpidos (tampoco apoyados) por el rector”, recuerda Quintana.

Es bajo su mandato –pone el acento el ex dirigente estudiantil– que se fortalecen las organizaciones de académicos, estudiantes y funcionarios en la universidad, así como también la voz de los decanos comienza a tener más fuerza en el gobierno universitario.

Todos estos factores ayudaron a que la reacción de la comunidad universitaria, ante la designación de Federici, haya sido unitaria, coordinada y con excelente comunicación interestamental. Por tanto, si bien Soto Mackenney era el foco natural de protesta en la universidad, por representar directamente a Pinochet, la comunidad universitaria estaba inmersa y concentrada en el proceso de generación de autoridades con participación de los académicos, y la agenda nacional de protestas y paros”, cuenta Germán Quintana, quien había sido presidente de la Juventud Demócrata Cristiana de La Cisterna y presidente del Centro de Estudiantes de Ingeniería de la Universidad de Chile.

Una visión distinta tiene Pablo Jaeger, quien el año 1987 era el presidente del Centro de Estudiantes de Derecho de la misma universidad: “Con Soto, que era un general de Ejército retirado, la U estaba intervenida, como todas las universidades. No había ninguna participación real de la comunidad universitaria en la definición de lo que se quería para ella. Los estudiantes no éramos escuchados y nuestras organizaciones eran desconocidas y perseguidas”.

La ex alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, que por esos años era la vicepresidenta de la Fech, explica que con el rector Soto Mackenney “teníamos una universidad intervenida con un rector militar, invadida por un oscurantismo y un clima de opresión. Los decanos eran designados por el rector y la mayoría de ellos era afín al régimen. En la Escuela de Derecho, por ejemplo, el decano era Hugo Rosende, que dejó el cargo para ser ministro de Justicia de Pinochet. La Fech había sido disuelta y había una federación designada, llamada Fesech”.

“Los primeros brotes contra esa realidad estuvieron en el movimiento cultural universitario, a fines de los 70. Después vino la elección de los centros de alumnos el 82, la reconstitución de la Fech el 83 y la gradual elección de decanos por los académicos a partir de ese momento. Todo eso sucedió bajo la rectoría de Soto y este no lo pudo detener. Probablemente lo sacaron por eso”, detalla.

En 1987, Pinochet y un grupo de 15 economistas neoliberales, ingenieros, abogados, de la misma universidad y denominados Los Tucanes –entre ellos, Sergio Melnick, quien había sido decano de la Facultad de Economía y profesor titular de la misma, y por aquel entonces ministro de Odeplan– estuvieron en el origen del Plan de Desarrollo y Racionalización del ministro Guzmán.

Los Tucanes –grupo integrado por Cristián Varela, Max Errázuriz, Miguel García y Gilberto Villablanca, entre otros– tenían un plan en mente: darle la estocada mortal a la universidad, como había sucedido en las sedes de provincia, para crear algo totalmente distinto. Y para ello se debía barrer con los decanos democráticos y asentar los de su confianza. Uno de ellos era un civil con oscuro pasado, durante 1981, en el grupo Cruzat-Larraín.

Su nombre era José Luis Federici, quien, después de dos años en la gerencia de Copec, lleva a la compañía a la quiebra. Federeci es especialista en desmantelar empresas –como Ferrocarriles del Estado, entre otras– y privatizarlas. Ahora, con la venia de Pinochet, y enrostrándole a todo el mundo un decreto presidencial, asume como rector de la Casa de Bello el viernes 21 de agosto.

La Asociación de Docentes y las distintas federaciones estudiantiles de la Universidad de Chile ponen el grito en el cielo, aducen que es un interventor, que no tiene currículo académico. Se produjo un hecho insólito: el repudio a las políticas implementadas por Federici fue transversal por parte del estudiantado y la mayoría de los decanos, docentes y administrativos. Incluso profesores conservadores de derecha protestaron. Uno de ellos era Ricardo Claro, quien, curiosamente, era un opositor a las políticas de los Chicago Boys en asuntos universitarios, ubicándose en otro espectro de la derecha. La Chile era el alma mater de la república y no se debía tocar. Similar opinión tenía el profesor de Derecho Procesal, Mario Mosquera, quien fue decano durante la rectoría de Soto Mackenney. Mosquera, un profesor hiperculto, era admirado por sus alumnos, incluyendo a la vicepresidenta de la Fech, Carolina Tohá.

“La lucha contra Federici la inició, desde el primer día, la Asociación de Académicos, plegándose posteriormente al paro la Fech, presidida por Germán Quintana, y la Asociación de Trabajadores. No es sino hasta bien avanzado el conflicto que se suman a este movimiento los decanos, encabezados por el doctor Fernando Mönckeberg. También participó en esta lucha, aunque en un tono menor, la Junta Directiva de la Universidad de Chile –órgano enteramente designado por Pinochet–, presidida por el Dr. René Orozco, abierto partidario del dictador, quien realizó gestiones personales ante el Gobierno. La Asociación de Académicos, a propuesta de Jaime Lavados, quien fue el primer rector democráticamente elegido en 1990, elaboró la estrategia que denominamos ‘del Portaviones’, que consistía en lograr que se sumaran a la lucha el Consejo de Decanos –el portaviones– para, una vez conseguido el objetivo, coordinar con ellos y la Fech la movilización y las negociaciones”, relata Basso, quien durante todo el conflicto, junto con el secretario de la asociación, Íñigo Díaz, coordinaban el trabajo en reuniones, por separado, con Quintana y Tohá de la Fech y con el doctor Mönckeberg del grupo de los decanos”, precisa Basso.

En el mundo académico que se vivía en la Facultad de Derecho existían dos visiones: de derecha, católico, integrista, medio Opus Dei, donde caía a la perfección el profesor de Introducción al Derecho y luego decano impuesto por Pinochet, Jorge Iván Hübner, quien duró en el cargo escasas 24 horas.

“Los estudiantes ingresaron al despacho del decano interventor, Hübner, y retiran todo el mobiliario y lo vuelven a armar en la entrada de la facultad. La acción más brillante y elegante de aquellos meses de movilización. Fue una intervención territorial, que le debe haber dolido mucho a un militar como Pinochet, que lo llevó a visitar posteriormente la Escuela de Derecho, donde anunció medidas. Obviamente temimos lo peor”, rememora Germán Quintana.

“Nuestra facultad tenía un decano electo por los profesores, Mario Mosquera, y Federici lo removió igual que a varios otros. También exoneró a muchos profesores, entre ellos varios Premios Nacionales, porque eran muy caros y, según él, la universidad necesitaba ahorrar. Esas medidas le valieron el repudio de la comunidad universitaria. La Facultad de Derecho estaba tomada, todos los días se hacían actividades y se inventaban cosas para mantener el movimiento activo. Hubo megaconciertos musicales, marchas de mujeres, carnavales y un día se realizó esta mudanza del decanato al patio delantero. Se tomaron todos los muebles, desde la alfombra al tintero, y se instalaron idénticos a como estaban en la oficina, pero en el patio. Era casi una acción de arte”, recuerda Carolina Tohá.

[cita tipo=»destaque»]“El año 1987 la oposición estaba muy golpeada por los hechos del año anterior. El 86 iba a ser el año decisivo para derrocar a Pinochet y terminó con el país en estado de sitio y un clima de represión que nos devolvió a los peores tiempos de la dictadura. La oposición estaba dividida y desorientada con una sensación de derrota a cuestas. El triunfo de la Universidad de Chile contra Federici cambió ese estado de ánimo y nos demostró a todos que podríamos vencer a Pinochet si actuábamos con unidad”, argumenta Carolina Tohá, quien agrega una realidad que inquietaba en esos años: «Teníamos una oposición muy desorientada y esto fue una luz para dónde ir”.[/cita]

El otro mundo en Derecho era el de los masones, con muchos radicales y democratacristianos. Y finalmente un submundo que era el de Ambrosio Rodríguez y Pablo Rodríguez Grez, que venían, uno, del Partido Nacional y, el otro, derechamente de Patria y Libertad. “Pese a ello era común que Ambrosio Rodríguez, abogado del Ministerio del Interior, tuviera la deferencia de sacar a algunos alumnos detenidos por Carabineros en las posteriores protestas contra Federici… Yo, uno de ellos”, confidencia Gaspar Hübner, quien fue uno de los alumnos que sacó al patio todo el mobiliario del decano impuesto por Pinochet y quien tenía su mismo apellido.

Fue en ese escenario que toda la universidad estaba en paro. Las cartas estaban echadas, no había vuelta atrás. El diálogo no era alternativa para las autoridades designadas por Pinochet.

Los “caídos en combate” eran numerosos: 180 académicos fueron exonerados, 700 trabajadores fueron despedidos y más de un centenar de estudiantes expulsados. ¿Pero quién era Federici? ¿Tenía poder o era un títere?

Federici en los medios

El ingeniero comercial José Luis Federici estaba casado y tenía cinco hijos cuando, a los 53 años, asumió como rector de la principal universidad del país. Sin embargo, se veía mayor. Tal vez eran los anteojos, esas corbatas excesivamente formales o el hecho de exonerar, amenazar y cerrar facultades a diestra y siniestra. En diversas entrevistas dejaba en claro que era malísimo para leer o hacer investigación. Lo suyo eran los números. Más que un rector, era un antirrector, y por ello se hizo conocido.

Las noticias referentes al caso Federici fueron escalando en importancia y el tema era debatido en toda la sociedad.

“El papel de los medios de comunicación, opositores fundamentalmente, fue muy importante para difundir las luchas del Movimiento Estudiantil, y las acciones de movilización –cosa que demostró su importancia a la hora de convocar a los jóvenes a inscribirse en los Registros Electorales–. Lo que era televisión estaba absolutamente vedado a la Fech, este bloqueo solo se rompe en la última etapa de la lucha contra Federici, ante la relevancia nacional que habían alcanzado las movilizaciones”, manifiesta Quintana.

“Los medios no pudieron silenciar lo que sucedía en la universidad. Era noticia, y muy importante. El que toda la comunidad de la Universidad de Chile, sin mayores distinciones políticas ni de estamentos, se pusiera de pie para defenderla de la agresión que venía del rector designado por el Gobierno, fue la gran noticia del país mientras duró el conflicto”, agrega el abogado de la Universidad de Chile, Pablo Jeger, quien una vez egresado formó parte de la Comisión Chilena de Derechos Humanos.

Y Carolina Tohá añade: “La oposición vivía silenciada en los medios masivos. Solo aparecía en medios opositores como la Cooperativa y las revistas APSI y Hoy. En la tele jamás. Algunos medios escritos hacían entrevistas a dirigentes opositores de vez en cuando, pero las noticias eran casi inexistentes y muy sesgadas. La movilización contra Federici rompió ese cerco porque logró apoyos muy transversales y sumó a decanos, académicos y funcionarios. Fue una resistencia de la institución completa, encabezada por los estudiantes, pero unitaria. Por eso, algunos medios se abrieron. Un episodio clave fue cuando María Paz Santibáñez fue herida y Teleanálisis tomó imágenes. Fue todo un tema que esas imágenes fueran transmitidas, pero salieron al aire y generaron un gran impacto. La versión oficial, que afirmaba que los estudiantes habíamos actuado violentamente, quedó totalmente desmentida”, puntualiza.

Poesía y sonata de mujer

Pero el problema abarcó más allá de las aulas universitarias. El mundo de la cultura también se hizo presente.

El poeta Pepe Cuevas narra un episodio que llamó la atención del mundo cultural en 1987. Cuevas escribe: «Carmen Berenguer cruza en un caballo blanco totalmente desnuda hacia el otro lado del río Mapocho. ¡Qué bueno!, me digo a mí mismo, eso es una fiesta del atreverse, sé que son los happenings de los años 60, pero en medio de una dictadura nazi es espectacular”.

Carmen Berenguer desclasifica ese episodio que tiene directa relación con Federici.

«Algunas performances que yo he realizado las dibujé con Las Yeguas del Apocalipsis. Entramos a la Universidad de Chile enyeguadas en pelo. Tocábamos la flauta, parecíamos el Flautista de Hamelin. Tirábamos las riendas como bien yeguas que éramos. Esa fue una performance que se hizo pensando en la intervención milica de facto y nefasta que había en esos momentos. La Universidad de Chile estaba en paro buscando que se fuera Federici, el rector que había echado a un biólogo, un científico muy importante de apellido Izquierdo. En la época de los 80 valía la pena correr el riesgo», finaliza Berenguer.

Aunque las cosas iban a adquirir un cariz bastante más represivo, incluso en el mundo de las artes.

El 24 de septiembre de 1987 es baleada la estudiante de Música María Paz Santibáñez, por el carabinero Orlando Tomás Sotomayor Zúñiga, afuera del Teatro Municipal. La joven recibe un balazo en la cabeza y Carabineros y El Mercurio aducen que la muchacha intentó agredir al policía, pero milagrosamente un equipo periodístico de Teleanálisis graba el hecho y la verdad sale a flote. La ciudadanía está indignada y los estudiantes de «la Chile» aún más. Pese a lo complejo de la herida, María Paz se recupera.

«Si yo vivía, era Chile quien se mejoraba», señaló Santibáñez en una revista de la época, y continuaba: «Estoy contenta pero preocupada porque quiero volver a mi facultad y ver a todos en sus puestos: al decano que eligieron mis profesores, a mi maestro Cirilo Vila, a la profesora Randa. Quiero poder agradecer al Consejo Superior por lo que ha hecho; pero quiero que esté el señor Goic, el doctor Fernando Mönckeberg, mi decano, el señor Mario Mosquera, y todos los que conocemos», expresaba María Paz en aquella oportunidad.  El Gobierno juega sus cartas con un rostro conocido. La recién elegida Miss Universo, Cecilia Bolocco, señalaba que “ella (María Paz) debe haber estado haciendo algo malo, por algo le pasó eso». El estudiantado, los docentes y funcionarios rechazaron el hecho, tanto como las palabras de la miss, con energía.

“El momento clave que pone a prueba todo el movimiento contra Federici es el baleo de María Paz Santibáñez. Lo real había sido registrado y nos sirvió a los dirigentes de la Fech para explicar, a un atemorizado Consejo de Decanos, que la violencia no había surgido de nosotros. Allí la unidad interestamental se fortaleció aún más, y pudimos continuar la lucha, con energías renovadas, sobre todo por lo acontecido a María Paz, talentosa pianista, que corría serios riegos de no poder volver a tocar piano. No fue un momento que nos permitiera vislumbrar una victoria, sabíamos que era una lucha extendida y con aguante, pero sí nos permitió recuperar fuerzas”, sostiene Germán Quintana.

“Creo que fue decisivo. María Paz fue baleada en forma cobarde y sin ninguna justificación, como eran las violaciones a los derechos humanos en esa época. El hecho provocó que los pocos que no se habían sumado a la movilización lo hicieran, y con más fuerza y decisión”, agrega el abogado Pablo Jaeger.

“El impacto fue enorme por el nivel de violencia criminal y simbolismo del ataque a María Paz”, señala Carolina Tohá, agregando su versión del hecho: “Sucedió en medio de una marcha que venía de la Facultad de Ingeniería y que tenía tono de fiesta. Levábamos chaya y serpentina, tocábamos cornetas, era un carnaval por la universidad. María Paz empezó a hacer un rayado en el Teatro Municipal y el carabinero le disparó en la cabeza, así sin más. La reacción de repudio y horror fue tremenda y, cuando se conocieron las imágenes que desmentían la versión oficial, la indignación llegó al máximo. Todo eso afiató aún más la unidad de la comunidad universitaria y le sumó nuevos apoyos al movimiento”, finaliza la ex alcaldesa de Santiago.

María Paz Santibáñez da su versión de lo que se vivía académicamente aquel año: “Lo de la privatización de la Universidad de Chile es un plan que respondía a la decisión de la dictadura de entregar a Chile como laboratorio para ensayos de mercado neoliberal. Se buscaba no solo privatizar las universidades sino a todas las empresas del Estado. Es decir, todo aquello que tiene que ver con el compromiso del Estado con la sociedad. Era el caso de la Universidad de Chile, que prácticamente había sido Ministerio de Cultura, de Ciencias y Desarrollo, un poco el cerebro del país. Es decir, un ente muy peligroso. Hay que recordar que del rector Soto se decía, eufemísticamente, que lo habían sacado del cargo porque se había academizado demasiado. Había un plan trazado que buscaba poner en manos de los inversionistas y de los privados los destinos del pensamiento nacional en un diseño hecho por gente que creía que ese era el buen sistema. En el caso de facultades como la de Artes, los índices que se evaluaban eran los de rentabilidad, lo que era incompatible con las carreras. A mí me tocó vivir exoneración de profesores, amenazas de cierre de la facultad por estas razones: porque no eran rentables”.

En la lucha contra Federici hubo actores importantes. Uno de ellos fue Patricio Basso, profesor de Ingeniería y presidente de la Asociación de Docentes. Gaspar Hübner recuerda que “mientras se hacía el paro, existió toda una coordinación entre los centros de alumnos con la Fech, los académicos y funcionarios. Había reuniones para ver los pasos a seguir entre lo espontáneo y lo planificado. Entre cosas centrales y las cosas que hacía cada facultad. Patricio Basso coordinaba todo eso, incluso entre los exonerados que apoyaban”, confidencia el entonces alumno.

Tras la salida de Federici, el general Pinochet buscó maquillar su derrota.

«El problema de la Universidad de Chile está en vías de solución, normalizándose», argumentaba el dictador ante dos mil damas de CEMA Chile, quienes creían en las palabras del general.

«La solución (la ida de Federici) la tomé pensando fundamentalmente en la familia chilena, en el problema que afecta a los padres por la situación de sus hijos”, finalizaba Pinochet, sin darse cuenta de lo contradictorio y falso de sus palabras.

¿La primera derrota política de Pinochet?

“El episodio Federici constituye, a mi juicio, la única derrota política de Pinochet durante su permanencia en el poder, exceptuando el Plebiscito de 1988. Para aquella época, la oposición política y social al régimen atravesaba una crisis de confianza y capacidad de convocatoria de gran magnitud. El fracaso del Paro Nacional de 1986, el agotamiento de la Asamblea de la Civilidad, y la débil respuesta social en defensa de sus dirigentes encarcelados, habían golpeado muy duro la capacidad de convocatoria de la Asamblea de la Civilidad. En adición a estos hechos, el estupor producido por el atentado a Pinochet y la violencia ejercida por el régimen como respuesta a esta acción, habían terminado por minar la confianza y energía de sus dirigentes. Por tanto, la primera gran lección que deja el exitoso movimiento para sacar a Federici es la necesaria coordinación de todos los actores, en pos de un objetivo común y concordando métodos y mensajes en esta tarea. Adicionalmente, se había logrado algo no menor: doblarle la mano al dictador y, por tanto, demostrar que se podía vencer. Fue, sin lugar a dudas, una victoria estratégica”, argumenta Quintana.

Distinta es la visión de Carolina Tohá: “No fue la primera derrota política, pero fue decisiva. Entre las derrotas anteriores está cuando la gente perdió el miedo y empezó a salir a la calle, con las protestas del año 82, y también cuando se instalaron las tomas Monseñor Raúl Silva Henríquez y Monseñor Fresno, que la dictadura no logró desalojar”.

Pablo Jaeger asegura lo siguiente: “Que Pinochet se viera obligado a sacar a Federici de la U fue la primera gran derrota política de la dictadura. Y creo que fue muy importante, porque, con un año de anticipación al plebiscito que pretendía la perpetuación de Pinochet, todos los chilenos vimos posible que, con unidad, movilización y pacíficamente, derrotáramos al gobierno cívico-militar”.

-¿Se trató de establecer algún tipo de diálogo entre Federici y los diversos estamentos estudiantiles y de docentes, y viceversa?
-Los estudiantes nunca tuvimos una posibilidad de diálogo con Federici y tampoco lo buscamos. Él, desde el primer momento, comenzó a implementar medidas que fueron inaceptables y que no permitían encontrar puntos de encuentro –argumenta Jaeger.

Quintana recuerda que “a nivel de Federación de Estudiantes, nunca hubo un acercamiento o negociación con la autoridad. Lo único que se produjo fue que el ministro de Educación de la época, Juan Antonio Guzmán, tuvo que recibir a la directiva de la federación, al verse obligado a extender una invitación en el marco de una actividad que se desarrollaba en la Universidad Católica, donde fue interpelado por Carolina Tohá y otros dirigentes».

“Los estudiantes no teníamos diálogo con Federici; pero yo creo que los decanos sí, aunque fue infértil. Tuvimos una reunión con el ministro de Educación de la época, Juan Antonio Guzmán, pero fue inconducente, porque no había voluntad de remover al rector y la universidad entera lo rechazaba”, agrega finalmente Tohá.

-¿Hubo algún momento clave que denotara, previamente, una posible victoria estudiantil en el episodio Federici?
-El gran apoyo que fuimos sumando. A pesar de la cobertura sesgada de los hechos, fuimos ganando apoyos por todos lados, los gremios profesionales, los grupos artísticos, los intelectuales, otras comunidades universitarias, los movimientos sociales, y esas voces se hicieron oír fuerte en un país acostumbrado a que todo era silenciado y censurado. Todo eso fue generando un efecto de bola de nieve que hacía inmanejable la crisis para Federici y el Gobierno –afirma Tohá.

Jaeger, por su parte, asiente con toda seguridad en cuanto que “la visita de Pinochet a la Facultad de Derecho fue definitoria. El dictador pudo constatar en terreno el rechazo y que sería imposible que la U volviera a la normalidad si no aceptaba la derrota y sacaba a Federici. Pudo constatar que los estudiantes, que habíamos pacíficamente trasladado el mobiliario de la oficina del decano al frontis, no le permitiríamos que nos ignorara”.

«Estábamos dormidos; pero ya despertamos», señaló Quintana, hace poco tiempo, recordando la designación de Federici y sus primeras medidas.

-¿En qué sentido estaban dormidos? ¿Cuáles fueron las acciones que diferenciaron un antes de un después?
Estábamos dormidos –recuerda Quintana– fue una manera elegante de decir que estábamos agotados y desmoralizados, y que fue la lucha organizada para sacar a Federici lo que nos hizo despertar, primero a la universidad y, luego, al país –responde el ex presidente de la Fech.

“El año 1987 la oposición estaba muy golpeada por los hechos del año anterior. El 86 iba a ser el año decisivo para derrocar a Pinochet y terminó con el país en estado de sitio y un clima de represión que nos devolvió a los peores tiempos de la dictadura. La oposición estaba dividida y desorientada con una sensación de derrota a cuestas. El triunfo de la Universidad de Chile contra Federici cambió ese estado de ánimo y nos demostró a todos que podríamos vencer a Pinochet si actuábamos con unidad”, argumenta Carolina Tohá, quien agrega una realidad que inquietaba en esos años: «Teníamos una oposición muy desorientada y esto fue una luz para dónde ir”.

A juicio de ustedes, ¿a qué se debía la desorientación en quienes se oponían a Pinochet?
-Por la división y el pesimismo que había después de lo sucedido en 1986. Después de Federici, la oposición quedó más unida y, sobre todo, más convencida de que podríamos ganar la pelea por la democracia –argumenta la ex alcaldesa.

Quintana explica un poco más este punto: “La desorientación se refería al desgaste de la lucha antidicatorial, llevada al máximo con protestas y paros que nunca parecían doblegar a Pinochet”.

La Universidad de Chile sabía bastante de represión. Antes del disparo contra María Paz Santibáñez, otro alumno había sido asesinado en la Matanza de Corpus Christi el 16 de junio. Era el estudiante de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas, Ricardo Silva. Como él, varios más habían perdido la vida. El Centro de Estudiantes de Derecho reafirmó que “la vida era un derecho esencial, por la cual condenaban enérgicamente su privación, debiendo en la solución de conflictos emplearse mecanismos jurídicos  y no la violencia que priva al derecho de su eficacia”.

Era pero no era

Pero dentro de tanta represión y autoritarismo también había hechos curiosos. Como la anécdota de la entonces estudiante de Educación Diferencial Andrea Federici.  30 años más tarde ella lo rememora: “A un grupo de compañeras nos tomaron detenidas toda una tarde por protestar contra las políticas universitarias dictatoriales”. Andrea lo recuerda: “Fue en la calle Condell. Corrimos a escondernos en una galería, pero nos encontraron los carabineros. ¡Es la sobrina del rector Federici!, gritaron unas amigas para que no me hicieran nada. Pero la noticia de mi detención salió en un medio e, incluso, en la Radio Moscú. Es un apellido poco común, pero ni siquiera sé si somos parientes con el famoso rector. No tenemos vínculos fraternos, tal vez sanguíneos de alguna antigua generación. Pero toda la vida me van a confundir con su sobrina. La sobrina del nefasto antirrector Federici”, finaliza Andrea.

Gaspar Hübner, estudiante de Derecho en aquel año, tiene una experiencia similar. Después de la remoción arbitraria del decano Mario Mosquera, asumió el subrogante Jorge Iván Hübner. Un grupo de profesores –compuesto, entre otros, por Iván Lavados, Antonio Bascuñán, Gonzalo Figueroa, Luis Cousiño e, incluso, Ricardo Claro– emitió una declaración criticando el nombramiento de Hübner por evadir a la Junta Directiva. El estudiante Hübner veía con asombro al caballero que tenía su mismo apellido y que ahora, por obra de magia, era decano de su facultad. Sus compañeros decían que había un Hübner bueno y otro malo.

“Federici y la dictadura tenían un plan de racionalizar, vender patrimonio, que se autofinanciara y que el Estado no gastara un peso, pero esa política falló. Nosotros ganamos y Chile ganó posteriormente”, concluye el entonces alumno Gaspar Hübner.

Premonitorias resultaron las palabras de Álvaro Bardón –presidente del Banco Central entre 1976 y 1981 y acérrimo partidario de Pinochet–, quien el 12 de octubre de 1987 declaro al ya desparecido diario La Época: “Si Pinochet saca al rector, el año siguiente lo voltean a él”.

Dicho y hecho.

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