A mediados de los 90, un escándalo involucró al Partido Comunista con la Financiera Nadir, una especie de “Cutufa”. A 20 años de ese hecho, el principal inculpado habla por primera vez de esa historia en el nuevo libro de Javier Rebolledo, “Camaleón. Doble vida de un agente comunista”. Allí, Jara recuerda sus años como integrante de un desconocido aparato militar comunista, luego en dictadura como “amigo” de la CNI, al tiempo que ayudaba al FPMR en su intento por derrocar a la dictadura, sirviendo como fachada. Una vida al filo, donde también desnuda la traición que lo hizo alejarse para siempre del PC.
El 10 de junio de 1997, Las Últimas Noticias publicó el primer hilo de una historia que no sería conocida completamente sino hasta hoy. “Quiebra en Nadir S.A., ligada al PC”, señalaba la nota que en el título identificaba a la empresa como la nueva Cutufa, la financiera ilegal que funcionó al interior del Ejército en los años 80.
La noticia comenzaba dando cuenta de un delito: el empresario Mariano Jara era acusado de estafa por quedarse con dineros recibidos de terceros. La historia agregaba las palabras del propio Mariano, desde el anexo Cárcel Capuchinos, defendiéndose de las imputaciones. Señalaba que las víctimas no eran personas estafadas sino que inversionistas en la Financiera Nadir.
“Al final todos, Samuel Donoso, Jorge Mario Saavedra (los querellantes), los ahorrantes de Nadir, muchos comunistas y yo mismo, fuimos víctimas de una estafa digitada desde el interior del Partido Comunista”, señala Mariano Jara en el libro Camaleón. Doble vida de un agente comunista, donde el periodista Javier Rebolledo desentraña por primera vez la vida de Mariano, empresario exitoso entre los años 60 y 80. Prócer de la noche y la farándula cuando se codeaba con las vedettes de moda y asesinos de la CNI; pero a la vez un agente comunista a cargo de guardar las armas de su partido, una misión que cumplió en medio de una delirante doble vida.
Jara se arrellana en una silla en el centro de Santiago. Lo flanquea el sol del poniente que hace que a veces se enjugue los ojos con un pañuelo desechable. Habla fluido, pese a sus 81 años, pero no escucha muy bien. Tiene dos aparatos en sus oídos, por eso de vez en cuando extiende su cuerpo por sobre el escritorio y pide repetir las preguntas.
La sordera es algo crónico y genético. Tuvo dos hermanas completamente sordas. Aunque lo de él siempre fue leve, en el colegio lo molestaron por sordo, sucio y pobre. Solo se sobrepuso a los carteles que le colgaron cuando decidió dejar botado el liceo salesiano, de La Cisterna, donde estudiaba, y se dedicó a trabajar.
Fue en ese camino donde se comenzó a perfilar su pasión por los negocios: cuando era joven se convirtió en vendedor ambulante de radios y después quiso levantar su imperio. Comenzó comprando 5 receptores radios, los desarmó, consiguió más piezas, creó sus propios aparatos y los vendió. “Era como comprarse un Mercedes Benz”, cuenta. No todos tenían una radio en la casa en los años 50. Tampoco todos tenían el olfato para los negocios que fue adquiriendo Mariano, quizás como un potente complemento para soslayar la sordera.
De su pobreza, la casa barrosa en La Cisterna donde se crió y su prototipo de escolar mediocre, pasó a tener una potente empresa: Nadir. Con el tiempo, esta se convertiría no solo en su pasión sino también en una fachada donde pudieron convivir un respetado empresario –amigo del director de la CNI, Humberto Gordon– y un ayudista del Frente Patriótico Manuel Rodríguez que fue traicionado por sus propios compañeros.
Desde muy joven Mariano había encontrado en el Partido Comunista una familia cariñosa, en la que creyó y donde comenzó a militar siendo chico, aún sin fortuna, y con algunos sueños. Por el partido, ya más grande, decidió jugarse con toda su energía.
Pese a que forma parte de las últimas páginas del libro de Rebolledo, es la historia de la “estafa” la que hizo que Mariano Jara se acercara al periodista en 2013. Quería contar su versión de un hecho que siempre quedó en la historia como un relato con una sola arista: él era el estafador.
En 1993, luego de haber caído preso producto del descubrimiento de “Carrizal Bajo” y haber escapado de Chile, de vuelta en su país Mariano montó una financiera informal donde muchos comunistas, y también otra gente, comenzaron a sacar y colocar dineros. Se trataba estrictamente de negocios.
Todo funcionó durante algunos años. Pero en 1997 explotó el caso de la Financiera Nadir a través de la prensa. Jara siempre trató de que se entendiera el origen de todo: “Les había cursado préstamos por unos trescientos millones de pesos de la época a personeros del Partido Comunista, entre ellos Reginaldo Tapia, Rafael Correa, Mario Villanueva y otros compañeros, todos ellos vinculados con el diario El Siglo y la radio Nuevo Mundo, ambos de la colectividad. El dinero era para su financiamiento”, relata Rebolledo en el texto.
En dicho libro, Jara cuenta que parte del dinero perdido al interior de la financiera correspondió a un plan liderado por Guillermo Teillier, parte de la dirección del PC y vínculo con Cuba, y Jaime Moreno, brazo derecho de Gladys Marín, entonces secretaria general del partido.
Mariano confiaba en Teillier. Antes del episodio, habían viajado juntos a Cuba y los habían recibido casi como autoridades políticas. Se habían sacado fotos en Varadero, incluso. No había desconfianza. Por eso cuando le propusieron un extraordinario negocio, Jara aceptó sin contratiempos: el plan era –según detalla en el libro– sacar dinero de la Financiera Nadir y, a través de una empresa intermediaria (CSJ Import-Export), comprar una gran cantidad de productos Dos en Uno que saldrían de Chile e ingresarían a la isla. Cuba ya estaba informada y con los billetes en la mano para pagar. Cero riesgo. Las utilidades se repartirían cincuenta y cincuenta. Una parte del negocio fue hecha por el actual presidente del PC, Guillermo Teillier, quien actuó como intermediario ante los cubanos. Sin embargo, luego de la transacción, Mariano no recibió nunca el dinero de vuelta. Y los comunistas nunca le volvieron a contestar el teléfono siquiera. Hasta que se fue preso y, desde la cárcel, sin salida, decidió denunciar su situación por la prensa. No era lo que quería, pero así sucedió.
A décadas del episodio que lo hizo alejarse del partido que lo vio militar desde muy joven, Jara quiere dejar algo en claro: “Yo ya no soy comunista, pero tampoco anticomunista”, precisa, aunque no hace falta que adjetive una historia amarga.
Un antiguo militante comunista también da crédito a los hechos relatados en el libro de Rebolledo y afirma a El Mostrador que el dinero que el PC le pidió a Jara nunca se le devolvió. Tampoco los intereses ni lo que correspondía por su participación en el negocio con Cuba. “Los dineros fueron a cancelar las deudas de El Siglo y el PC estaba quebrado», agrega.
[cita tipo=»destaque»]Mariano Jara fue un inadvertido militante comunista durante toda su vida, aunque entró a las filas del partido en el año 1957. A partir de los 60 comenzó su trabajo con el “aparato interno” –o “aparato militar”–, compuesto por viejos militantes que, por esos años, escondían las máquinas de escribir de su imprenta y también folletos, ante el anticomunismo chillón imperante en Chile. Ahí Jara se ganó sus jinetas y ya en los 70, poco antes del golpe, fue elegido por la alta dirección para la sensible tarea de guardar en una parcela las armas que el partido tenía en distintos locales. Debería poner el predio a su nombre. Por ese motivo, recién iniciada la dictadura, decidió transformarse en un hombre de la noche, en un “rey de la noche”, y en un empresario hípico, derechista furibundo, amigo de lo más granado de la dictadura.[/cita]
El periodista Javier Rebolledo se reunió con Teillier para conocer su versión sobre los hechos que relata Mariano, a quien el timonel del PC recordaba bien, pero no por ser un importante ayudista y haber caído preso después del descubrimiento de Carrizal Bajo. Sí reconoció haber acudido a la Financiera Nadir en los 90, cuando la colectividad necesitaba liquidez en medio del complejo encaje que le impuso la transición a la democracia. En dictadura, Teillier había estado a la cabeza del aparato militar y las acciones en contra de Pinochet –Carrizal Bajo, por ejemplo, y el atentado al dictador– los habían dejado sin vías de financiamiento.
“La modalidad era que Mariano compraba cheques. Si el cheque que le comprábamos era por cien pesos, él nos pasaba una cantidad inferior. Cuando Mariano cobraba el cheque, se quedaba con la diferencia. De esos cheques emitidos por mí o gente vinculada al partido, se le pagó todo”, explicó Teillier en Camaleón…, al tiempo que señaló que, cuando Mariano le cobró plata vinculada a compañeros de El Siglo, lo hizo con un interés usurero y Teillier no podía hacerse cargo de la deuda.
En el libro, el alto dirigente del PC manifiesta asimismo que, de haber conocido el rol de Mariano en la resistencia, quizás otro habría sido el trato con él. Pero, según su versión, no lo sabía debido a la extrema «compartimentación» que exigía la resistencia a la dictadura.
El Mostrador tomó contacto con Teillier para conocer su impresión sobre las acusaciones al PC, pero declinó hacer comentarios hasta leer el libro de Rebolledo.
Mariano Jara fue un inadvertido militante comunista durante toda su vida, aunque entró a las filas del partido en el año 1957. A partir de los 60 comenzó su trabajo con el “aparato interno” –o “aparato militar”–, compuesto por viejos militantes que, por esos años, escondían las máquinas de escribir de su imprenta y también folletos, ante el anticomunismo chillón imperante en Chile. Ahí Jara se ganó sus jinetas y ya en los 70, poco antes del golpe, fue elegido por la alta dirección para la sensible tarea de guardar en una parcela las armas que el partido tenía en distintos locales. Debería poner el predio a su nombre. Por ese motivo, recién iniciada la dictadura, decidió transformarse en un hombre de la noche, en un “rey de la noche”, y en un empresario hípico, derechista furibundo, amigo de lo más granado de la dictadura.
Al tiempo que se hacía célebre por estos motivos, en sus quince locales de tiendas Nadir, el aparato militar comunista se reorganizaba y comenzaba a hacer la resistencia luego de los duros embates emprendidos por la DINA. Un juego infernal.
Mariano quedó al descubierto cuando la dictadura dio con una gigantesca internación de armamento desde Cuba para ser utilizado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en la recordada operación conocida como “Carrizal Bajo”, debido a que la localidad de ese nombre, ubicada en Atacama, fue elegida por los comunistas para desembarcar el arsenal de armas que fueron trasladadas hasta Santiago, a varias parcelas. La internación más grande en la historia de Sudamérica, y Mariano y la gente que trabajaba en Nadir eran parte del “aparato logístico”, que daba fachada a los frentistas.
Jara fue descubierto porque dejó una huella. Una de las parcelas detectadas por la CNI llena de armas, tenía su firma: había ocupado su estampa de empresario derechista para firmar la promesa de compraventa de ella en 1986. Torturado el parcelero, señaló que Mariano estaba detrás de todo, que era un financista. Pronto el fiscal militar a cargo de la causa, Fernando Torres Silva, se formó la convicción de que Mariano era un terrorista de proporciones insospechadas. Un verdadero peligro para la sociedad.
Después de la desarticulación del plan del FPMR en la parcela ubicada en Los Granados 0567 de La Pintana, fueron aprehendidas tres personas. “En la adquisición del predio tuvo activa participación el reo prófugo Julio Solís, quien se desempeñaba como empleado de confianza de Mariano Jara Leopold, quien financió parte del precio en que se transó la parcela”, consigna el expediente de la causa. Julio Solís era el nochero de Nadir, en realidad un alto e histórico integrante del aparato militar comunista.
A pesar de que figuraba como parte importante de la transacción de inmuebles que sirvieron para guardar armas, Mariano dice que la habilidad que tuvo para camuflarse en el mundo de la CNI hizo que sus miembros dudaran. “A pesar de todo muchos me decían ‘oye, pero nosotros sabemos que te engañaron’”, cuenta Jara, quien durante el Gobierno de la Unidad Popular escondió armas incluso en un subterráneo de su casa, que entonces se ubicaba en Román Díaz.
Durante los años 70 y 80, Mariano Jara se codeó con ellos a tal punto que llegó a tener dos agentes de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) de punto fijo en su empresa Nadir. Se transformaron en sus guardaespaldas y amigos de juergas en la noche santiaguina, al lado de las vedettes, de los cantantes, adentro y afuera del Flamingo, su local nocturno, en las carreras de caballos. Así, con sus “hermanos”, como les decía, jamás sospecharían de él. En ese mismo lugar convivían los agentes con Solís, quien en apariencia era el sencillo cuidador de la compañía. Sin embargo, era el jefe de Mariano a la hora de custodiar las armas.
La hija de Julio Solís –quien murió el año 2014– , Nancy, es aún comunista y de niña vivió junto a su padre y el resto de su familia en una casita ubicada al interior de la sede principal de Nadir, ubicada en el barrio Franklin. Más mayor, perteneció a los aparatos militares del PC; también tuvo entrenamiento en “Punto cero”, una zona de instrucción militar en Cuba. Nancy Solís cuenta a El Mostrador que muchos de estos “viejos”, como su padre, se fueron del partido sin tener el reconocimiento, porque la mayoría no lo necesitaba. Eran campesinos, gente de bajo perfil.
“Yo nací con esa consciencia de clase. Mi papá era como el viejo comunista, la canción de Manuel García”, comenta Nancy. “Era de esos a los que no les interesaba ser héroes ni salir en una foto. Para el 11 de septiembre mi papá se perdió varios días, porque el PC tenía una estructura militar que no era conocida y él formó parte del grupo de autodefensa”, cuenta.
Nancy añade que en ese contexto era importante la planificación militar para que las fuerzas de la dictadura no entraran a las poblaciones a matar gente, como sucedió en muchas zonas del país. El año 83 volvió a Chile a intentar derrocar a la dictadura.
La mujer comenta la importancia de su padre, Julio Solís, en su relación con Mariano: “Mi papá vivía junto a nosotras en una casa atrás de Nadir y aparecía como cuidador. Ahí llegaban muchas armas y también la CNI. A veces pasaban por sus narices. Había un cruce de cosas y el partido sabía y tenía claridad respecto al rol de Mariano”.
Otra de las personas que ejerció labores similares a las de Julio Solís, de la mano de Jara, fue Manuel Meneses, actual dueño de la parcela que el Partido Comunista le ordenó a Mariano tener bajo su custodia, con armas, poco tiempo antes del golpe y que, de igual forma, mantuvo escondida bajo su manto durante gran parte de la dictadura. A diferencia de la de calle Los Granados, caída en Carrizal Bajo, esta jamás fue descubierta. Es en el libro de Rebolledo donde los protagonistas abren por primera vez esta historia.
Manuel Meneses aún vive en la parcela del paradero 39 de Santa Rosa, también en La Pintana. Ya no milita en el PC, pero dice que ser comunista es algo que no se reflexiona ni se aprende. Él nació comunista. En sus metros de tierra tiene chanchos, gallinas castellanas, paltos y una enorme cantidad de cajones para las abejas, porque con los años la apicultura se transformó en una de sus principales aficiones.
–Yo he sido la persona con más suerte que hay –dice, de pie sobre el cemento que tapa uno de los búnkeres que llegó a tener en su parcela y que taponeó con concreto después del atentado a Pinochet, el 7 de septiembre de 1986.
Llegó al PC porque era un joven campesino del Valle de Colchagua. Tuvo instrucción militar en la Unión Soviética y se hizo cargo de cuidar la parcela y el armamento que el Partido Comunista iba juntando a partir de 1974 y luego de que Mariano lo contactara para cumplir esa sensible y secreta función. Entrada la dictadura, hasta allí llegaban municiones, por ejemplo, cuando la colectividad realizaba algún asalto.
“Por ejemplo, en sacos de harinas metíamos balas, dinamita y de todo. O, por ejemplo, en los saquitos de arroz, también. Después se iban en caja pa’l norte o pa’l sur”, comenta Manuel, quien también recuerda cómo jugaron a doble filo junto a Mariano Jara.
Manuel Meneses, especifica que el aparato militar, o “secreto”, nació mucho antes del golpe, en el tiempo en que se hizo necesario defender los locales comunistas de fuerzas paramilitares como Patria y Libertad y las constantes amenazas, provenientes de tiempos pretéritos.
En los álgidos años de la dictadura, Jara creó el Flamingo, un centro nocturno frecuentado por la élite asesina de la dictadura. Parte de su fachada. Allí también se grababan programas de televisión, como segmentos del ‘Sábados Gigantes’ o el ‘Box de Gala’, conducido por Milton Millas y Edgardo Marín. Manuel recuerda que ese escenario también les sirvió para esconder armas: “Una vez metimos armas en los floreros enormes de la escenografía. Pasaron por enfrente de ellos y nadie se dio cuenta”.
Meneses ocupó la misma treta que Mariano. Cuidaba las armas del PC, pero también trabajaba como jardinero en el barrio alto y para agentes de la dictadura. Cree que eso también ayudó a despistar sobre quién era realmente.
“Yo era persona de confianza de ellos” –relata Manuel–. Me dejaban sus llaves mientras se iban de vacaciones. Jamás iban a desconfiar de mí. A los vivos hay que jugarles con sus mismas cartas”. “