La victoria, que alguna vez pareció lejana, se creyó que estaba al alcance de la mano. Sumado esto al éxtasis órfico que producía un cierre de campaña con un ícono del progresismo regional como Mujica, el apoyo de una intelectual como Chantal Mouffe, más la llegada de apoyos “significativos” como Corbyn. ¿Qué tenía Piñera? Nada. Solo a su lado figuras menores, el Chino Ríos, el Mago Valdivia, etc. Nada comparable con los rock stars de Guillier. Las redes sociales progresistas repetían esto una y otra vez: “Tenían superioridad moral sobre Piñera, intelectual sobre la derecha y, si existe algo así como un espíritu de una época, estaba con ellos”. Una ilusión transformada en un mantra virtual. Esas tres supuestas ventajas alimentaban el antipiñerismo. Lo último es un error de falta de análisis, producto del voluntarismo político, sumado a algo así como “cierta siutiquería intelectual hipster”.
Hay tres momentos cruciales de la elección.
El primero fue explicado por uno de los causantes. Alejandro Guillier (10 de julio) al criticar las encuestas, señalando lo siguiente: “No hay ninguna encuestadora que me dé seriedad (sic)”. Luego diría “no predicen nada, predicen al revés”.
Roberto Méndez, director de Adimark, le respondió (10 de julio): “Si no fuera por las encuestas, Guillier no sería candidato, no estaría ahí”. Méndez tenía razón.
El único motivo por el cual alguien como Guillier –de quien MEO llegó a decir: “Hasta Frei Ruiz-Tagle era políticamente más (sic)”– fue el elegido de la Nueva Mayoría, es que visionarios como Elizalde y Cía. Ltda., basándose únicamente en las encuestas, creyeron que era el mejor candidato. Ahí “predijeron al revés”. Nunca pensaron en la posibilidad de un “efecto espuma” si el candidato era alguien limitado y discreto, como se demostró en la campaña. Primer error de la Nueva Mayoría fue apostar a una Izquierda-TV y dotar a las encuestas de voluntad política. Eso los dejó con un candidato de “pocas luces”, sin primarias y divididos. Fue un error que uno podría tipificar como una claudicación de la reflexión política, tan propia de la centroizquierda en antaño. Las encuestas ocuparon su lugar.
El segundo error fue posprimera vuelta. Concluyeron que el malestar hacia Bachelet y las debilidades de Guillier, que todas las encuestas mostraron antes, eran falsos. Ahora vivíamos en una sociedad que, contra el intento de la posverdad, verdaderamente, era básicamente una entidad que mayoritariamente aplaudía a la Nueva Mayoría y, si la criticaba, era solo por falta de radicalidad. Llegó a tal el espejismo, que algunos actuaban como si Bea Sánchez representase una voluntad mayoritaria.
La victoria, que alguna vez pareció lejana, se creyó que estaba al alcance de la mano. Sumado esto al éxtasis órfico que producía un cierre de campaña con un ícono del progresismo regional como Mujica, el apoyo de una intelectual como Chantal Mouffe, más la llegada de apoyos “significativos” como Corbyn. ¿Qué tenía Piñera? Nada. Solo a su lado figuras menores, el Chino Ríos, el Mago Valdivia, etc. Nada comparable con los rock stars de Guillier. Las redes sociales progresistas repetían esto una y otra vez: “Tenían superioridad moral sobre Piñera, intelectual sobre la derecha y, si existe algo así como un espíritu de una época, estaba con ellos”. Una ilusión transformada en un mantra virtual. Esas tres supuestas ventajas alimentaban el antipiñerismo. Lo último es un error de falta de análisis, producto del voluntarismo político, sumado a algo así como “cierta siutiquería intelectual hipster”.
Lo tercero fue la economía. Se menospreció la importancia de ella para la población. Las transformaciones económicas tenían que ser acompañadas, en su presentación, por economistas de prestigio, programas bien estructurados (no compendios) y jefes programáticos que no sean corregidos por el candidato. Un problema de Guillier es que, no solo el carecía de tonelaje, da la impresión de que tampoco estaba dispuesto a rodearse de quienes lo tuviesen. Resultado: contradice a su jefe de programa, en un debate de alta audiencia. Al hacerse evidente que la improvisación suya respecto del CAE carece de fondos para ser financiada, con convicción señala: “Habrá que conseguir la platita”. Es de antología. Puede ser un error que combine problemas psicológicos (los egos, sus deficiencias, complejos y traumas son casi insondables) con un discurso que confundió la crítica a cierta ortodoxia economicista con la posibilidad de prescindir de la técnica y el conocimiento propios de una disciplina. Un error psicoideológico.
La Nueva Mayoría es historia. Ese grupo, así como lo conocimos, ya no será más. La posibilidad de reconstruirse solo será posible si son suficientemente críticos de su accionar en los últimos años, si asumen el camino duro de defender su pasado contra la opinión momentánea en redes y espacios comunes, si levantan opciones programáticas que se encarnen en personas que posean solidez con capacidad reformadora. Y logran distinguir la diferencia entre la ciudadanía y los llamados movimientos sociales. De no hacer lo anterior, salvo un golpe de suerte, estarán condenados a la irrelevancia progresiva.
No deja de ser paradójico que la izquierda compitió con dos nombres de la tele, una Izquierda-TV. Creyeron en la imagen más que en la trayectoria. Ese mundo “televisivo” la envolvió durante momentos fundamentales de la campaña, impidiéndole ver más allá de su propio deseo. Un observador así, puede ser fundamental para apreciar obras como las de James Turrell, proyectando su propia sombra, pero no en la política.