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Consenso comunitario: la salida ante la fractura ideológica de la DC Opinión

Consenso comunitario: la salida ante la fractura ideológica de la DC

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Hoy cantan las sirenas de liberalismo, para ocultar los desvaríos del neoliberalismo y su brutalidad que ya conocemos. Se rastrean filósofos, historiadores y economistas para construir un proyecto liberal en Chile que, entre otras de sus misiones, tiene la de actuar como una ganzúa sobre la Democracia Cristiana y ya han inmigrado de facto a ese movimiento ex militantes del partido que abrazaron en modo práctico la filosofía liberal en materias económicas y valóricas, y ese proyecto, que tiene voceros conocidos y apoyo económico, intelectual, universitario y de los medios de comunicación que repiten a los medios escritos más importantes, constituye una amenaza cierta, así como una respuesta prefigurada a una hipótesis de izquierdarización de la Democracia Cristiana por haber participado en un Gobierno que se denominó de la Nueva Mayoría.


El Partido Demócrata Cristiano está siendo azotado por una crisis muy profunda. Es una fractura geológica en la estructura e ideas de la colectividad política, importante en la historia de los últimos ochenta años. Trascendente fue su rol en las grandes transformaciones sociales emprendidas en el Gobierno de Frei Montalva. En el extenso período posterior al 11 de septiembre de 1973 hasta el 11 de marzo de 1990, fue vital su intervención en la permanente lucha en contra de la dictadura y por la recuperación del Estado de Derecho y la democracia; durante los Gobiernos de la Concertación –Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet–, no cabe la menor duda que jugó un papel determinante.

Más tarde, durante el último Gobierno de Bachelet, la Democracia Cristiana vio menguada su participación en el mismo. Sufre una gran derrota en la última elección presidencial. Irrumpe una crisis atroz. Se destroza la fraternidad y convivencia interna. Hacen múltiples y recíprocos reproches sus militantes. Otros, conmovidos por el proceso traumático que vive el partido, renuncian. Algunos hacen públicas declaraciones confirmando su fe en la Democracia Cristiana. Los que abandonan la casa común, en síntesis, sostienen que la “Democracia Cristiana” ya no está en el Partido Demócrata Cristiano. Sin decirlo expresamente, sostienen que la “Democracia Cristiana” habría emigrado del partido. Y en ese éxodo, parten a nuevas tierras prometidas que se hallan en un lugar desconocido.

Por nuestra parte, sostenemos que hoy el partido, que aún representa el ideario histórico de la Democracia Cristiana, fundado en la filosofía cristiana, en el Humanismo Cristiano y en el socialcristianismo, es el Partido Demócrata Cristiano. Sigue siendo la agrupación política que aboga por una sociedad más justa, equitativa y fraterna.

Lo que sucedió y originó esta fractura geológico-política, fue que, en aras de los grandes intereses superiores del país, durante los gobiernos de la Concertación, con profundo sentido histórico, tuvo el Partido Demócrata Cristiano que acordar, convenir y pactar una alianza de Gobierno que desarrolló su propia individualidad y que atenuó las identidades partidarias.

Desde el año 1994, junto con Adolfo Zaldívar y Narciso Irureta, afirmamos que se estaba produciendo una pérdida progresiva de identidad, la que se expresó en un consistente declive electoral.

Pedimos y suplicamos que se debía rectificar el modelo. Bregamos por cambios institucionales, por una nueva Constitución, por cambios de verdad en la legislación laboral, por una política de desconcentración económica, etc. Nunca fuimos escuchados. La respuesta que siempre se nos dio: “Hay que profundizar el modelo”.

Sugerimos que para cortar el nudo gordiano de la corrupción, había que expropiar a Soquimich y plantearnos seriamente una fórmula para terminar con el CAE. Ninguna directiva nos oyó, los parlamentarios y dirigentes nacionales hicieron caso omiso a nuestros ruegos.

¿Cómo salir de este infierno?

La esencia del pensamiento de la Democracia Cristiana está en el sentido de comunidad –Comunidad de comunidades–, el comunitarismo. El bien común del país y el bien común partidario. No el individualismo. No los seudoliderazgos. Menos aún las ambiciones y proyectos personalísimos, que se representa tan claramente con la mención del nombre de “candidato a presidente”, olvidándose de que se trata de una directiva, es decir, una comunidad ejecutiva. Este error se viene repitiendo hace ya muchos años y es una clara evidencia de la enfermedad.

Una elección interna para conformar una nueva Directiva Nacional, sin haber previamente reafirmado y convenido un gran acuerdo o consenso comunitario, solo prolongará por tiempo indefinido la crisis. La contienda electoral, en medio de una fractura como la expuesta, nada solucionará. No habrá salida.

Se ha sufrido la pérdida de militantes que durante muchos años fueron las caras visibles y los protagonistas principales en conferencias, medios de comunicación social, radio, televisión, prensa escrita. Se fueron solos, se dice. No han sido acompañados por ningún parlamentario. Sí. Pero lo importante es tomar conciencia de que el retiro de tales militantes, necesariamente, repercute en la opinión pública. Se daña, con consecuencias imprevisibles, la imagen y consideración pública del partido. No hay que cegarse.

La solución está por el lado de los acuerdos, de una democracia interna que permita convenir la paz, reconstruir la fraternidad, reafirmar nuestros valores y principios. Si está afectada la legitimidad institucional, ello no se recompone con una apresurada y pronta elección interna. Previamente debe haber un gran pacto interno convenido en un proceso de diálogos, de muchos renunciamientos y una toma de conciencia del estado actual verdadero del partido, su declive y decadencia.

Celebrado un gran consenso comunitario, elijamos, después, nuevas autoridades nacionales y locales, sobre un terreno y espacio común, reconocido y aceptado por todos. Este es el único camino. Solo así podremos decir que la  “Democracia Cristiana” está en el Partido Demócrata Cristiano. Es el espíritu comunitario que, expresado en el gran pacto que proponemos, lo habría probado. La competencia como si estuviéramos en el ámbito de los mercados, practicada en las elecciones internas, solo exagera el individualismo, tan propio de una sociedad capitalista, si no, no existe un consenso mínimo para seguir caminando.

Hoy cantan las sirenas de liberalismo, para ocultar los desvaríos del neoliberalismo y su brutalidad que ya conocemos. Se rastrean filósofos, historiadores y economistas para construir un proyecto liberal en Chile que, entre otras de sus misiones, tiene la de actuar como una ganzúa sobre la Democracia Cristiana y ya han inmigrado de facto a ese movimiento ex militantes del partido que abrazaron en modo práctico la filosofía liberal en materias económicas y valóricasm y ese proyecto, que tiene voceros conocidos y apoyo económico, intelectual, universitario y de los medios de comunicación que repiten a los medios escritos más importantes, constituye una amenaza cierta como una respuesta prefigurada a una hipótesis de izquierdarización de la Democracia Cristiana por haber participado en un Gobierno que se denominó de la Nueva Mayoría.

Esa afirmación tampoco es tan correcta y se ha instalado como un paradigma y nadie parece considerar que, en el gobierno de esa ex Nueva Mayoría, no se dieron pasos significativos para corregir el modelo económico ni hablar de corregir a fondo el modelo para hacerlo más humano. Todos los intentos en ese sentido fueron más efectistas que reales, mientras por otro lado el Gobierno de la Nueva Mayoría aceptando fusiones a destajo de bancos, y empresas continuando procesos concentradores; y terminando el Gobierno con lo que será su perla, la entrega del litio al ex yerno del dictador, con quien pactó expresamente un acuerdo que aún no entendemos, pues no fue visto ni analizado por los partidos políticos que daban sustento al Gobierno y que constituye un valor histórico, que afecta incluso a los órganos de control que no actuaron con la debida diligencia y patriotismo.

No es entonces, lo que exponemos, una tarea fácil, y no hay aliados tan confiables con los que iniciar desde ahora un camino y tampoco es posible iniciar ese recorrido de los necesarios acuerdos, mientras la militancia vea, con asombro, el espectáculo que damos. Permanentes querellas intestinas. No hay atajos, ya que lo que viene es muy duro y no se puede evitar afrontar verdaderamente los problemas de fondos.

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