El año pasado, Constanza Acuña relató ante la justicia canónica los 10 años de abuso que vivió a manos de un religioso. Envió correos al obispo de Villarrica; copió su causa a Juan Ignacio González, entonces integrante del Consejo para la Prevención de Abusos; a Fernando Ramos, administrador apostólico de Rancagua; y a Cristián Roncagliolo, obispo auxiliar de Santiago. Nadie movió un dedo por ella, hasta que acudió a la justicia civil. “Hay una mafia de cultura de encubrimiento. Hay una red que te impide avanzar, es terrible, porque estás sola contra una mole”, dice.
El 27 de noviembre de 2005, el sacerdote Belisario Valdebenito Erices llegó con un regalo a la parroquia Nuestra Señora de Lourdes de Lanco. Era querido y respetado en la comuna ubicada 70 kilómetros al norte de Valdivia; un conocido en el lugar. No podía estar ausente esa tarde en la ceremonia celebrada por el obispo Sixto Parzinger, porque su ahijada de confirmación, Constanza Acuña, recibiría ese nuevo sacramento y su cercanía con ella le había hecho buscar con esmero, durante semanas, un obsequio que marcara el nuevo paso.
–¿Qué regalo te gustaría recibir para tu confirmación? –le había preguntado con insistencia durante las últimas semanas a la niña de 15 años.
Ambos concluyeron que el mejor obsequio era un denario. El religioso llegó con un anillo de oro con 10 pequeñas cuentas para repetir el Ave María. Ese 27 de noviembre ella usó el regalo en su dedo anular izquierdo, como si fuera un anillo de matrimonio; uno en el que incluso el sacerdote grabó la fecha, en un símbolo que a Constanza le pesaría como una cruz durante años.
Cuando Constanza tenía 11 años, Valdebenito llegó como párroco a Lanco y rápidamente tejió lazos con su familia, un núcleo extremadamente católico: su mamá era catequista y profesora de religión; su papá, un funcionario municipal y también catequista. Ambos llegaban puntuales a las misas y participaban de los rituales. No fue difícil que el sacerdote fuera entrando como un integrante más a esa casona con un pasillo largo, por el que se tardaba varios segundos en transitar desde la puerta de calle a la cocina que estaba al final del corredor. Con los años ese tramo se convertiría en un pasadizo eterno y aterrador.
El acercamiento fue natural y la figura del sacerdote fue creciendo dentro de esa casa como si fuera un enviado de Dios. Las visitas eran regulares y a Constanza, que en ese tiempo se preparaba para hacer la primera comunión y ser acólita, nunca le pareció exagerada tanta veneración. La relación se fue estrechando, Valdebenito pasaba incluso las vacaciones con ellos y más de alguna vez le pasaron la cama matrimonial para que el religioso pudiera dormir más cómodo. Se ganó la confianza de la familia, dormía donde quería, hacía lo que quería e, incluso, participaba en decisiones familiares.
Cuando asumió como director espiritual de Constanza, solo se podía confesar con él.
“Sin decirme nada, cuando empezó el tema del abuso, no había necesidad que me pidiera no contarlo a nadie, pero había actitudes: ‘Tú solo te puedes confesar conmigo porque son nuestras cosas, nuestros secretos, yo solamente te entiendo’, y ahí empiezan los primeros episodios. Primero es un abuso de conciencia, porque tú pones completamente tu confianza en esa persona. Yo estaba en la pubertad, le confías tu desarrollo, tus miedos, tus primeras impresiones sobre el mundo y él se comienza a aprovechar de esos secretos que tú también le vas confesando”, relata Constanza, quien hoy tiene 28 años, es licenciada en Historia y trabaja como secretaria ejecutiva en el área de educación de la Conferencia Episcopal de Chile.
Durante 10 años sufrió abuso sexual de parte de Belisario Valdebenito y, ahora que la justicia civil comenzó a investigar su denuncia, se atreve a hacerlo público, aunque su relato también cuestione a la élite de la Iglesia donde trabaja.
-¿Cuándo comenzaron los abusos?
-Lo que partió como un abuso de conciencia pasó a ser un abuso sexual. Me tocaba, si podemos ser bastante concretas, me daba abrazos que duraban como 45 minutos, generalmente antes de la misa, y esas cosas extremadamente afectuosas empezaron a subir de tono, primero porque él aprovechaba los viajes que hacíamos juntos en vehículo. Yo, como acólita, lo acompañaba al campo y él aprovechaba esas instancias para tener conversaciones de tipo sexuales.
-¿Cómo qué cosas te decía?
-Mira, me hablaba del coitus interruptus, de cómo un hombre podía eyacular sobre el estómago de una mujer, o sea, en el fondo te van preparando y te van mostrando cosas que no corresponde a una persona de 11 o 12 años, que era la edad que yo tenía cuando esto comenzó a pasar. Sumado a eso empezó a tener actitudes deshonestas, me empezó a toquetear el pecho, la espalda, me empezó a dar besos con lengua. Yo tengo recuerdos malditos que me lengüeteaba la oreja, absolutamente asqueroso, y esa completa capacidad de indefensión. Yo recuerdo haber puesto las manos sobre mi pecho (hace un gesto en cruz), porque no hay ninguna capacidad de defenderse de lo que te están haciendo, no hay posibilidades.
-¿Él usaba tu casa y el confesionario para agredirte?
-Sí, canónicamente los delitos más graves son los que van con el sexto mandamiento, que son los que van contra menores de edad y los que pasan dentro de la confesión. Yo me confesaba con él, porque solamente podía confesarme con él y era mi director espiritual y tenía unas actitudes muy raras… Una vez entré al confesionario y me regaló una flor, me sentaba sobre las piernas de él para confesarme, en un espacio ínfimo. Antes de entrar al confesionario siempre me ponía a llorar, porque tú internamente sabes que es algo que no está bien, pero te cuestionas, en el fondo, cómo una persona que está ungida para ser otro cristo, para estar al lado de la gente, puede cometer una atrocidad como la que él comete en contra de una niña.
-¿Qué te decía en el confesionario?
-Lo más típico era que yo me ponía a llorar, le contaba mis cosas de adolescente, si me gustaba un cabro, si lo encontraba bonito, y ahí empezaba la manipulación sicológica. Me decía que era la hija que siempre quiso tener, pero también me trataba como pareja. Qué haces si el cura te sienta en sus piernas, te regala una flor y te dice que “tú estás linda, nosotros hubiéramos sido tan felices juntos”. Yo entraba y salía doblemente llorando. El abuso de conciencia te seca. En la única persona que tú puedes depositar todo es él y yo no valgo nada.
Con el tiempo, cuando el sacerdote llegaba a la casa, Constanza sabía que al abrir la puerta le esperaba un calvario. Ella lo saludaba en la entrada “e inmediatamente comenzaba a tocarme, su lengua, las manos”, eso duraba el trayecto desde la puerta hasta la cocina donde la familia lo esperaba a comer. Todos lo saludaban afectuosamente. Después de haber abusado de Constanza, el sacerdote se sentaba a la cabecera de la mesa a comer el menú que había pedido.
Constanza calló por años. Primero, porque no sabía cómo explicárselo a sí misma; menos podía intentar una versión para los demás.
Cuando terminó la Enseñanza Básica, sus papás la enviaron a estudiar en un colegio de monjas en Valdivia. Hasta allá llegaba el sacerdote a buscarla, nunca se atrevió a entrar, la esperaba a la salida. Recién cuando salió de 4° Medio, pudo intentar zafarse de su presencia. Se fue a estudiar Pedagogía en Historia a la Universidad Austral de Valdivia por dos años, hasta que un día surgió la posibilidad de seguir Licenciatura en Historia en la Universidad Católica, en Santiago. Ese hito coincidió con que al religioso lo trasladaron de Lanco a Gorbea.
«Belisario es mi padrino de confirmación, son compadres con mis papás. La Iglesia ni siquiera me da la posibilidad de que lo saquen de la partida de confirmación, tengo que convivir con su nombre para el resto de mis días. Cuando lo trasladaron, fuimos a verlo a Gorbea, llevaba poco tiempo ahí y me dice: ‘Quédate a alojar, quédate a alojar’. Tenía 21 años y por primera vez sentí que, si me quedaba, ese abuso sexual se iba a convertir en violación, porque íbamos a ser él y yo, mis papás se iban a ir y mi reacción fue decirles que nos fuéramos. Fue la última vez que estuve cerca de él», relata Constanza.
El año pasado empezó a sentirse muy mal al ver que todo su entorno construía proyectos de vida y ella no podía. Llegaba a su casa y no tenía a nadie, porque creció con el miedo de acercarse a los hombres.
-¿Este abuso impactó tu proyecto de vida?
-Absolutamente. Yo tuve miedo, hasta ahora lo tengo, voy a terapia, voy al psiquiatra, tomo pastillas, porque es la manera de poder levantarme todos los días, porque el abuso es así. Cuando un obispo dice públicamente que lo único que salva a una persona del abuso es el poder el espíritu santo, es porque no tiene ni idea de lo que se vive. Es muy duro salir de esto y hay gente que no está con nosotros, no ha aguantado, porque no se puede enfrentar un dolor tan grande. Yo tuve una opción: en ese punto en que me sentía muy mal, estaba mirando el espejo del baño de mi casa y dije ‘o voy a la azotea del edificio y me tiro, o busco ayuda’. El dolor era insoportable, no ves nada. Por eso cuento esto hoy día y hago un llamado sobre todo a las chiquillas de pueblo como yo, que no han tenido las oportunidades que yo he tenido. Si tienen miedo, si se sienten silenciadas, que sepan que yo les creo y lo único que busco es que a nadie más le pase lo que a mí me sucedió.
Cuando Constanza comenzó una terapia sicológica pudo comenzar a resignificar el abuso. Lo más difícil fue contarle a su familia. Ese día los reunió a todos: su papá, su mamá y su hermano y les relató todo. Su papá escuchaba, se lamentaba y se levantaba de la silla con ganas de salir corriendo a buscar al sacerdote, pero lo enfrentaron apoyándose como familia. Se sintieron estafados y culpables de haber abierto las puertas de su casa al que abusó de su hija.
A Pablo Acuña, hermano de Constanza, nunca le gustó Valdebenito: “A veces lo teníamos que esperar en Navidades o Año Nuevo, siempre había que esperarlo, entregarle un espacio digno, él fue una persona muy bien tratada en la casa, pero siempre me pareció demasiado tanto beso, abrazo, que la sentara en sus piernas o que tuviera que acompañarlo como acólita a hacer misas en zonas rurales. Además, como es diabético y tienes otras enfermedades, mi papá lo llevaba hasta al hospital”, cuenta.
El año pasado, mientras trabajaba en la pastoral de la Universidad Católica, uno de los capellanes, Eugenio de la Fuente –quien sufrió abuso de conciencia de parte de Fernando Karadima–, escuchó a Constanza y la animó a hacer la denuncia. Allí empezó un camino lleno de trabas y trampas al que se impuso a pesar de las dificultades.
El 1 de diciembre de 2017, le escribió al obispo de Villarrica Francisco Stegmeier para hacer la denuncia. Ese correo fue enviado con copia al obispo Ignacio González, que entonces era integrante del Consejo de Prevención de Abusos que tiempo después presidiría. Doce días después le contestó el vicario judicial de la diócesis de Villarrica, Alejandro Gutiérrez, para preguntarle por la causa. Constanza se opuso a que fuera Gutiérrez quien viera su caso, porque era ahijado de ordenación del sacerdote Valdebenito.
«Yo entiendo que es la autoridad que ejerce judicialmente, pero si tú como obispo conoces el vínculo de las familias, que son amigas, no puedes colocarlo a él a investigar… A quién crees que va a defender… Yo puedo confiar en la buena voluntad de Alejandro por buscar la verdad, pero sus familias tienen vínculo de amistad. Pedí que lo cambiaran y ahí empezó una serie de trabas, porque hay una mafia de cultura de encubrimiento. Hay una red que te impide avanzar, es terrible, porque estás sola contra una mole, contra una cultura en donde todo se tapa. Ellos dicen que buscan que esto pase a la justicia penal, pero, cuando tú denuncias, lo primero que te dicen es que lo hagas a través de la Iglesia porque te va a ir mal en la justicia penal», cuenta Constanza.
Cambiaron al vicario, sin embargo, sobre los trámites iniciales de la denuncia le avisaron primero al sacerdote. Ella denunció el 1 de diciembre de 2017 y un par de semanas después se enfrentó al hostigamiento del religioso. “El 2 de enero, Belisario me llamó 5 veces a mi teléfono, llamó a la casa de mis papás y tuvo el descaro de decirle a mi papá por teléfono que esto era una calumnia, que él se quedara tranquilo, porque él no le había hecho nada a su hija. ¡Cómo te explicas eso! Dónde está la diócesis, dónde está la protección del obispo, busquemos la verdad, pero te voy a proteger. Al contrario, me entregó. El día 3 de enero envió a su asesora del hogar a la casa de mis papás a armar un escándalo, donde se enfrentó a mi mamá y a mi abuela materna. Les dijo que esto es una puñalada, que no corresponde, que no era necesario recurrir a la justicia canónica, porque esto se podía solucionar conversando… Imagínate lo que es eso, yo estaba en Santiago y tuve miedo de caminar por las calles mucho tiempo. Yo había informado en su momento a monseñor Cristián Roncagliolo. A él le conté después de haber iniciado la denuncia canónica», afirma.
-¿Le dijiste detalladamente que habías sufrido abuso sexual durante 10 años?
-Sí.
-¿A qué otra persona de la Iglesia pusiste en antecedentes de esta situación?
-Actualmente al obispo de mi diócesis, a Juan Ignacio González, que está copiado en la denuncia, y a monseñor Fernando Ramos, uno de mis jefes hoy en día.
-¿Tú crees que Ricardo Ezzati está al tanto de tu caso?
-Podría estarlo, los obispos tienen una comunión entre sí, son una especie de cuerpo colegiado, por tanto, si ellos conversan las situaciones que ocurren en su diócesis, el cardenal podría estar al tanto. Lo que pasa es que él no tiene competencia en el asunto, porque el obispo de Villarrica, en mi caso, al ser un caso que comenzó a suceder cuando yo era menor de edad, tenía la obligación de irse a la Congregación de la Doctrina para la Fe, que es el organismo que tiene el Vaticano para otorgar justicia.
-¿Hizo algo alguno de ellos?
-No, solo verbalmente me proporcionaron apoyo.
-¿Te dijeron que lo mantuvieras en secreto?
-Te dicen que mantengas las reservas. Hay una frase bien peculiar en esto, ellos siempre te dicen ‘súper bien, nosotros te apoyamos, pero intenta mantener esto callado’. Siempre abogan por que va a salir tu nombre, como que tú vas a salir perjudicada, no la Iglesia, entonces tienes que cuidarte. En su momento, Ana María Celis –que es la abogada canónica–, cuando yo empiezo a procesar la idea para hacer la denuncia ante la justicia penal, me dice ‘mira, no es por persuadirte, pero los que somos funcionarios de la Iglesia tenemos que tener ciertos permisos para participar en juicios, deberías llamar directamente a Fiscalía para saber’. Lo cual no es correcto, porque uno tiene que acudir a la PDI o la Brigada de Delitos Sexuales a Menores o a Carabineros, porque no todos los casos aplican para Fiscalía.
-¿Tú crees que funciona denunciar en la justicia de la Iglesia?
-No, no funciona si no hay una articulación que permita que la denuncia se vise. Los vicarios no están preparados, no tienen los conocimientos para asesorar a las víctimas en el ámbito penal, y un organismo de escucha que no explica claramente y públicamente cómo se hace un protocolo de denuncia, tampoco sirve. ¿Tú crees que una niña de 12 años va a ir a Fiscalía? Además, la Iglesia debilita una denuncia. El segundo vicario que me tocó, Carlos Hernández, me pasó una hoja y me dijo: ‘Yo no debería hacer esto, pero acá hay un listado de 50 personas que van a declarar a favor de Belisario, o sea, en tu contra’. Y lo empiezo a ver, era gente que conocía y que no. En la Iglesia funciona mucho la certificación de moralidad, es decir, tú declaras sobre la moralidad del denunciado sin conocer a la víctima y eso sirve de prueba, entonces, tú puedes decir ‘Belisario es una persona muy correcta’. ¿Cómo quedo yo después de eso? La Iglesia también tiene cierta manipulación psicológica, lo digo yo trabajando en la Iglesia. Las víctimas estamos solas, no hay nadie que nos tienda una mano, hay víctimas que nunca van a hablar, que se van a morir con esto que les impide ser libres, porque hay una institución que no los acoge. Yo tengo la posibilidad porque, gracias a Dios, tengo un empleo que me permite ir a terapia, los 200 mil pesos al mes que me sale la sicóloga, tomar medicamentos… yo me puedo permitir eso, ¿pero le puedes pedir a una persona pobre que se lo permita?
[cita tipo=»destaque»]El 1 de diciembre de 2017, le escribió al obispo de Villarrica Francisco Stegmeier para hacer la denuncia. Ese correo fue enviado con copia al obispo Ignacio González, que entonces era integrante del Consejo de Prevención de Abusos que tiempo después presidiría. Doce días después le contestó el vicario judicial de la diócesis de Villarrica, Alejandro Gutiérrez, para preguntarle por la causa. Constanza se opuso a que fuera Gutiérrez quien viera su caso, porque era ahijado de ordenación del sacerdote Valdebenito.[/cita]
Como Constanza vio que era imposible movilizar su acusación, se animó a hacer la denuncia penal después del paso de Charles Scicluna por Chile. Escuchó que su recomendación era ir a la justicia civil y así lo hizo. Denunció a través del Programa de Atención a Víctimas del Ministerio del Interior, donde la asesoraron. El día 18 de junio declaró por cerca de seis horas ante la PDI, recién entonces recibió una carta del vicario judicial –a quien le había escrito hacía mucho tiempo–, en la que aquel le explicaba varias cosas: por qué Francisco Stegmeier no había llevado su caso a Roma, como debió hacerlo, porque lo pidió el Papa en la reunión con los obispos y además –según él– la carpeta aún no estaba lista, que suspendían al sacerdote del ministerio. Que, en la investigación previa, su testimonio era catalogado como “verosímil” y ahora empezaba un periplo por la Congregación de la Doctrina de la Fe en Roma.
Acababa de recibir la carta cuando el obispado de Villarrica hizo público un comunicado contando la suspensión de Valdebenito, pero también hubo otros párrafos que la desarmaron. Después de toda su lucha interna, una frase la golpeó: “Durante este proceso la denunciante está siendo acompañada y, en su momento, se le recomendó hacer la denuncia civil”, decía el comunicado de la Iglesia.
«Eso no es verdad, todo lo pago yo, solo se apuraron en la declaración porque yo declaré en la PDI, ya no tenían alternativa», se queja Constanza.
Eugenio de la Fuente, sacerdote en quien ha confiado su historia desde el año pasado, cree que son este tipo de situaciones las que se deben acabar. “Suena como demasiado a lavado de imagen y a uno le dio la sensación que después de desplegarse la crisis, de haber visitado al Papa en Roma, que esto siga ocurriendo realmente es un hecho gravísimo, la demora, ese cuidar la imagen… No existe una preocupación primordial por la víctima”, afirma De la Fuente, quien reconoció desde los primeros momentos en Constanza la misma figura que él padeció de parte de Karadima: “Es como opera el abuso clerical, en el caso de Constanza es casi de manual: una persona cercana a la familia, un integrante más, amigo de todo el mundo, un hombre de absoluta confianza que se hace parte de la familia, que con todas las defensas abajo permite que esto ocurra”.
Desde Villarrica y vía telefónica, el obispo Stegmeier insiste en que se le ha proporcionado compañía emocional y sicológica a Constanza.
-Pero la paga ella y usted nunca le contestó una carta, obispo.
-Pero lo que sabemos es que en Santiago ella tiene acompañamiento. Lo que sabíamos, la información que manejábamos es que ella recibía ayuda, por eso nosotros informamos que hay, porque tampoco tenemos mayor conocimiento. Si ella nos pide ayuda para un apoyo psicológico podemos conversarlo, no sé si me entiende, que en base a los antecedentes vamos hablando y vamos actuando.
-¿Me dice que, además de este proceso emocional que vive, debe escribirle una carta formal pidiéndole ayuda para el sicólogo y acompañamiento?
-No, yo digo que si ella lo necesita que lo haga saber. En los tiempos establecidos hemos dado respuesta y hemos estado dispuestos a ayudarle.
-¿Por qué no le ha contestado las cartas? ¿No cree necesario juntarse con una víctima?
-Si la persona pide encontrarnos, yo lo hago, pero entiendo que la situación es que el sacerdote está en situación de denunciado. La persona denunciante es supuestamente víctima y el sacerdote es supuestamente culpable.
La comunidad de Lanco, solo después que Constanza inició el proceso de denuncia ante la justicia civil se enteró de que el párroco había sido acusado por abuso de menores. En enero de 2018, el obispo Stegmeier viajó hasta la parroquia de Gorbea para leerles a los fieles la carta de renuncia del sacerdote Valdebenito por motivos de salud. Nunca les habló de la denuncia.
Mientras Stegmeier adornaba la salida del religioso ante los feligreses que se lamentaban en redes sociales y comenzaba a poner punto final –aunque transitorio– al ministerio de Valdebenito, en Santiago Constanza hacía lo mismo y, después de llevar por más de 10 años el denario en el anular izquierdo, lo tiró a la basura. También en enero puso su propio punto final y terminó con el simbolismo perverso que la hacía cargar con una historia de abusos que ella nunca buscó.