Desde el oficialismo entienden que tirarse al suelo y apuntar como culpable de todos los males a la oposición es una estrategia “válida, antigua y efectiva”, sobre todo cuando un Gobierno no tiene mayoría parlamentaria. Cercanos a la administración piñerista advierten que la jugada del veto, independientemente de la lectura que se haga, “fue una advertencia” de cómo se va a actuar de aquí en más. Una ruta que no todos comparten.
Con una oposición que se presenta a cuentagotas como tal, pero que tiene la mayoría parlamentaria, el Gobierno optó abiertamente por la fórmula de culpar al «enemigo externo», exculparse de los propios errores endosando la responsabilidad de sus problemas a los adversarios.
La entrevista que dio el Presidente Sebastián Piñera a El Mercurio, el domingo 2 de septiembre, marcó la pauta de esta estrategia, una respecto de la cual, independientemente de la interpretación de los números en las encuestas, en el oficialismo coinciden en señalar que es la “única manera” de poder sobrellevar este período político complejo.
En dicha entrevista, Piñera calificó en varias ocasiones de antipatriotas a los sectores de la oposición, por haber rechazado el veto presidencial que establecía un congelamiento del salario mínimo hasta diciembre de 2020, sostuvo que le negaban “la sal y el agua” y, nuevamente, cuestionó a los abogados del Partido Socialista por recurrir a la Contraloría General.
Pero no es la primera vez que se emplea esta estrategia política “más vieja que el hilo negro”, como reconocen en el propio oficialismo, y Piñera no ha sido el único.
Fue en el primer Gobierno de la ex Presidenta Michelle Bachelet que se acuñó el concepto del “femicidio político”, en momentos en que tanto desde el mundo empresarial como desde la oposición se cuestionaba con dureza su capacidad de liderazgo, una frase que la ayudó a sortear el mal momento y repuntar en las encuestas gracias a la victimización que generó empatía.
El decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Central, Marco Moreno, plantea que “el problema de Piñera es que no cuenta con mayorías, ni política ni social, carece de proyecto, porque solo se mueve en el corto plazo, por eso intenta construir comunicacionalmente la idea de una opinión obstruccionista, antipatriótica, a la cual adjudicarle los errores y fracasos».
[cita tipo=»destaque»]No son mayoría, pero hay quienes entienden al interior de Chile Vamos que esta estrategia “no renta, no movemos el péndulo”, al tiempo que destacan que «la gente se da cuenta cuando se aplica la fórmula de la guerra sucia», ya que si bien esta es aplicable tanto al Gobierno como a la oposición, cuando proviene desde La Moneda es más complejo. “Falta pensar más las cosas”, advierten en la derecha, porque reconocen que al Ejecutivo se le alertó del error de insistir en el veto, pero no escuchó los consejos de los suyos.[/cita]
El analista precisa que eso se conoce «como síndrome del enemigo externo, que culpa a los otros de los fracasos propios. Siempre hallarás un agente externo a quien culpar, es la premisa elevada a la categoría de mandamiento que explica la tendencia de los gerentes de culpar a los demás de los errores. Piñera, como buen gerente, pareciera ser que está aplicando esta máxima del mundo empresarial a la política”.
Al día de hoy, el Gobierno no ha podido detener lo que se ha transformado en una baja sostenida de su apoyo en las encuestas, con números por debajo de la comparación con el mismo mes de su primera administración. Hoy, el Presidente Piñera cuenta con un 47% de aprobación, bien lejos del peak de 60 puntos que, según ese mismo sondeo, marcaba en abril.
En Chile Vamos reconocen, en su mayoría, que no les incomoda la actual estrategia de Palacio y los argumentos para justificarla pasan, principalmente, por cómo quedó constituido el equilibrio de poderes en el Congreso tras las últimas elecciones parlamentarias, donde en ambas cámaras la oposición tiene mayoría. Esa es la explicación en la coalición, porque los motivos de La Moneda serían otros, pues –según un referente de RN– detrás de esta fórmula gubernamental está “el absurdo nerviosismo guiado por las encuestas (…) las de corto plazo, sobre todo”.
Si bien la estrategia del enemigo externo pareciera precisamente no traer consigo un análisis interno profundo, desde la UDI, uno de sus senadores afirmó que “la autocrítica sí existe en el Gobierno, pero que no se externaliza”. Acto seguido, destacó que la fórmula es efectiva y puso como ejemplo el despliegue que se hizo tras el rechazo del veto presidencial.
Tras ese martes negro en el Congreso, la semana pasada La Moneda llevó a cabo una maniobra que hoy se encuentra en revisión en la Contraloría General, por haber usado las redes sociales institucionales, principalmente de las intendencias regionales, para apuntar con nombre y apellido a los parlamentarios de la zona que votaron en contra de la propuesta gubernamental.
En Evópoli hay quienes creen que “no existe otra forma” para enfrentar a la oposición y que “así tiene que ser (…) si nos arrodillamos, nos pasan por encima”. Efectivamente el veto fue una carta errática y fallida del Gobierno, pero reconocen que, de verse nuevamente en un posición similar, así de adversa, el camino a seguir ya está claro.
No son mayoría, pero hay quienes entienden al interior de Chile Vamos que esta estrategia “no renta, no movemos el péndulo”, al tiempo que destacan que «la gente se da cuenta cuando se aplica la fórmula de la guerra sucia», ya que si bien esta es aplicable tanto al Gobierno como a la oposición, cuando proviene desde La Moneda es más complejo. “Falta pensar más las cosas”, advierten en la derecha, porque reconocen que al Ejecutivo se le alertó del error de insistir en el veto, pero no escuchó los consejos de los suyos.
En política no hay santos ni demonios, cada uno juega su rol. La derecha, mientras fue oposición, sobre todo en el último Gobierno de Bachelet, no se caracterizó por su colaboración y, ahora, se invirtieron los papeles. Más allá de eso, en concreto la administración piñerista tiene una larga lista de errores cometidos, que responden directamente a problemas de gestión política en Palacio y malas decisiones.
El fallido nombramiento del hermano del Jefe de Estado como embajador en Argentina tuvo que congelarse y luego desecharse, por la presión pública y la crítica de nepotismo. El Gobierno nunca asumió el error, públicamente cuestionó «a los que han considerado que el camino de la odiosidad es el correcto, les decimos que es un camino que otra vez solo lleva al fracaso», pero el episodio marcó el primer gran traspié de Piñera y su baja en los sondeos.
Antes de eso, estuvo el fallido intento por cambiar soterradamente el protocolo de objeción de conciencia de la ley de aborto en tres causales, conflicto en que fueron protagonistas el ministro de Salud, Emilio Santelices, y el jefe de asesores del segundo piso, Cristián Larroulet, quienes no «avisaron» al Primer Mandatario de la decisión de darle curso.
Luego vino el cuestionado viaje del titular de la cartera de Hacienda, Felipe Larraín, para participar de una actividad en la Universidad de Harvard de índole personal, donde se cuestionó el uso de recursos fiscales. Se habló públicamente de la «pequeñez» de los críticos del secretario de Estado, pero en lo concreto el hecho «dañó» la imagen y credibilidad de Larraín en momentos en que se apelaba a la austeridad fiscal.
En paralelo, en todos esos meses, tanto Santelices como el entonces ministro de Educación, Gerardo Varela, tensionaban permamentemente el clima político con desaciertos y salidas de libreto que generaron varios dolores de cabeza en La Moneda. Fue a principios de agosto que se produjo el mayor error gubernamental: el errático ajuste ministerial, que tenía como objetivo frenar la caída libre en las encuestas y cerrar flancos de conflictos como el que generaba Varela.
Fue allí que en los acomodos se eligió a Mauricio Rojas como ministro de Cultura, cargo en el que duró solo cuatro días, por su polémica frase sobre el Museo de la Memoria, lo que terminó provocando un descontrol de la agenda de parte del Gobierno y diferencias públicas en el oficialismo por el tema de la violación de los Derechos Humanos en la dictadura.
Uno de los últimos episodios fue el de las declaraciones, calificadas por muchos como anticipadas, de la ministra del Medio Ambiente Carolina Schmidt, quien, apenas se supo de la intoxicación de centenares de personas en la localidad de Quinteros, con informes preliminares en mano, como han defendido desde el Gobierno, apuntó sin titubeos a la estatal Enap de ser la responsable de la crisis de contaminación, situación sobre la cual, a más de dos semanas de producido el primer incidente, aún no existe claridad.
Sucede que otra de las empresas del sector es Oxiquim, cuyo presidente en el directorio es el ex abogado del Presidente Piñera, Fernando Barros, también ex socio del marido de la ministra. Esta situación llevó a que parlamentarios de la DC y el Frente Amplio presentasen un escrito en Contraloría por supuesto conflicto de intereses. La respuesta no tardó en llegar. El ministro del Interior Andrés Chadwick respondió a la acción señalando que “viven en un mundo de sospecha, viven en un mundo de obstaculizar todo, viven en un mundo de generar todo el día problema. Nunca algo positivo, nunca algo constructivo”.
Moreno resume el actuar de la administración de Piñera indicando que “se mueve en un permanente error de cálculo, juega fuera de tiempo, se instala en el corto plazo moviéndose por la pulsión de la encuesta semanal (…). Piñera ganó la elección, pero una parte del electorado que lo votó en diciembre no es de derecha, ese electorado que castigó a Bachelet y otra parte de electores volátiles no está evaluando bien su gestión, porque no observa resultados”, concluye.