Las últimas declaraciones de Marcelo Gidi aparecieron en días agitados para los jesuitas, porque hace dos semanas la Congregación para la Doctrina de la Fe les ordenó abrir un proceso contra el sacerdote Jaime Guzmán Astaburuaga, por denuncias de abusos a menores, y eso puso inevitablemente el foco sobre una de las comunidades eclesiásticas de las que menos se había hablado públicamente, hasta ahora, en este contexto de crisis que atraviesa la Iglesia católica. Las víctimas acusan indolencia cada vez que golpearon las puertas para denunciar a sacerdotes [ACTUALIZADA. Ver N de la R al final de la nota]
«Ezzati tiene que aclarar toda su participación en todo lo que se le imputa, porque mientras no se aclare eso, las pedidas de perdón de él no tienen llegada, no son acogidas por nadie”, dijo Marcelo Gidi, el respetado sacerdote de la Compañía de Jesús, el fin de semana en la revista Sábado. Sus palabras causaron felicidad entre quienes pedían más sacerdotes como él en redes sociales, pero también provocaron incomprensión entre aquellos que han golpeado –sin resultados– las puertas de los jesuitas para relatar los abusos a que fueron sometidos.
Las declaraciones de Gidi aparecieron en días agitados para la Compañía de Jesús, porque hace dos semanas la Congregación para la Doctrina de la Fe les ordenó abrir un proceso contra el sacerdote Jaime Guzmán Astaburuaga, por denuncias de abusos a menores, y eso puso inevitablemente el foco sobre una de las comunidades eclesiásticas de las que menos se había hablado públicamente, hasta ahora, en este contexto de crisis que atraviesa la Iglesia católica.
Entre quienes miraron con incomprensión la entrevista de Gidi, estaba Francisco (su nombre fue cambiado), uno de los denunciantes de Eugenio Valenzuela, ex provincial de los jesuitas que el año 2013 dejó su cargo por “conductas imprudentes”, según explicó la congregación en ese momento. Al ver la portada de la revista Sábado, recordó las palabras que el propio Gidi le mencionó después que él comenzó una cruzada para denunciar a su agresor.
Francisco se había acercado a Gidi para intentar darle algún tipo guía sobre qué puertas debía tocar para ser escuchado. Aún recuerda lo que el sacerdote le contestó: “No puedes esperar tú que cualquier hijo de vecino nos diga qué tenemos que hacer nosotros”.
Francisco quedó helado, pero eso activó en él una última esperanza. Junto a Sebastián y Julio –otras dos víctimas– decidieron enviar una carta al general de la Compañía de Jesús en Roma y la respuesta que recibieron fue insólita: “Nos contestó que como el denunciado era el mismo provincial, no podía hacer nada”, a lo que le respondió que «si sus leyes no les permiten tomar ninguna acción, ¡cambien sus leyes!”. No recibieron respuesta y tiempo después se enteraron de que Valenzuela dejaba su cargo, pero en una nebulosa que –según los denunciantes– nunca fue tratada ni asumida de manera coherente por los jesuitas.
La primera denuncia de Francisco y otras dos personas abusadas por Valenzuela fue el año 2011, pero fue en 1998 cuando sintió por la lascivia del sacerdote que era su director espiritual.
Los casos en contra Eugenio Valenzuela conmocionaron a la comunidad jesuita, pero todo fue tratado sin mayor profundidad ante los medios de comunicación y sin dar mayores detalles –pese a que había más historias de abusos que ya nadie podía desconocer–, y fue reemplazado por Cristián del Campo.
[cita tipo=»destaque»]»En los casos de abusos, los jesuitas han gozado de un trato especial por parte de la prensa. Desde 2005, cuando el cura Leturia fue denunciado a la Fiscalía, jamás los medios se han detenido sobre ellos como sí lo han hecho sobre los maristas o diocesanos. En esa oportunidad, el mismo sacerdote Renato Poblete declaró, en una entrevista, que sobre Leturia habían recibido denuncias ‘reiteradas’ y nadie indagó en esas otras denuncias. Incluso más, el provincial de la época escribió a TVN reclamando por una nota sobre el caso. En adelante ha funcionado igual: los jesuitas lanzan un comunicado sobre una denuncia que no pueden contener y la prensa apenas se mueve. Pasó con las acusaciones en contra del provincial Eugenio Valenzuela, pasó con las denuncias contra el cura Leonel Ibacache y con un religioso de Valparaíso acusado nada menos que de violación. Nada de eso se les pregunta a los jesuitas predilectos de la prensa».[/cita]
El libro Rebaño –del periodista Óscar Contardo– aborda la de Dib Atala, un denunciante que fue abusado por Valenzuela desde los 17 años y que debió dejar su caso en manos del sacerdote Fernando Montes, a quien desde la segunda reunión que tuvieron pidió que, en adelante, estuviera presente un psiquiatra. “Sin embargo, desde el momento en que Atala debía ir a declarar, Fernando Montes se resistió a la presencia del psiquiatra. La conversación se tensó cuando el denunciante le reclamó a Montes por el intempestivo cambio de condiciones y el sacerdote le respondió de forma agresiva: ‘Tú tenías 18 años y sabías perfecto lo que hacías. Hasta te gustó’”, reza el libro.
Atala era un joven que, entonces, necesitaba encontrar un guía que le ayudara a resolver reflexiones sobre su sexualidad, pero encontró todo lo contrario.
Contardo también se detiene en el caso de Juan Guzmán Astaburuaga, que fue mantenido en secreto desde el año 2010, según el provincial de los jesuitas, porque había sido un requerimiento de la víctima. De hecho, es lo que dio a conocer la congregación hace nueve meses, cuando el caso explotó en los medios de comunicación. “Entre agosto de 2010 y comienzos de 2011 se recibieron testimonios contra el P. Guzmán por personas que en la época de los hechos denunciados eran menores de edad. Habiéndose realizado la investigación correspondiente, en junio de 2012, la Congregación para la Doctrina de la Fe determinó la culpabilidad del P. Guzmán, quien, en la actualidad, cumple la pena impuesta. Esta incluye la prohibición del contacto con menores de edad y la restricción de ejercer públicamente el ministerio sacerdotal. El contenido de la sentencia y el detalle de las penas fueron comunicadas en su oportunidad a las personas que participaron en el proceso. El caso no se hizo público por expresa petición de uno de los denunciantes”, señaló el comunicado de prensa fechado el 22 de enero de 2018.
Desde la Compañía de Jesús manifestaron a El Mostrador que el compromiso de la congregación es “hacer públicas todas las investigaciones previas, cuando se confirma la verosimilitud de las denuncias” y afirmaron que desde este año, por decisión del provincial, quienes realizan las investigaciones previas son abogados externos, para dar mayores garantías a los afectados.
Contardo dice que los jesuitas han denunciado solo cuando se han visto acorralados. “Esa es la verdad. Han sido tan poco honestos como el resto de la Iglesia. Por ejemplo, Valenzuela fue denunciado en 2010, pero nadie movió un papel hasta 2013, cuando apareció una tercera denuncia. Lo mismo con el caso de violación en Valparaíso”, afirmó el periodista, quien agregó que «un ex jesuita me dio su testimonio, él me contó el modo en que han tratado, por todos los medios, que ese caso no se haga público. Y les da resultado. ¿Sabías dónde tenían a los curas acusados de abuso? En la casa que tienen al lado del San Ignacio de El Bosque, que estaba conectada (* Ver N de la R al final de la nota) Si no es porque los ex alumnos reclamaron, los siguen teniendo ahí. Leturia vivía ahí y contactaba por internet a adolescentes haciéndose pasar por joven. Al menos a uno de esos contactos que hizo por internet lo llevó a esa casa. ¿Tampoco se daban cuenta los jesuitas? Hay mucho más que no cuentan y que mantienen en secreto, tal como el resto de la Iglesia. No son diferentes, como a ellos les gusta hacerlo parecer”.
El caso al que se refiere es del sacerdote Juan Miguel Leturia Mermod, ex profesor del colegio San Ignacio y condenado por la justicia canónica después que el año 2005 se conociera un caso de abuso sexual cometido en 1988, en el colegio San Mateo de Osorno. Leturia murió el año 2011.
Entre el 2011 y 2012, Helmut Kramer habló con Valenzuela, como provincial de los jesuitas, para que alguien escuchara su relato. Kramer recuerda esa conversación y a Valenzuela en particular, como alguien que fue empático con él, aunque nunca tanto como para borrar lo que él vivió cuando se preparaba para ser bautizado en el colegio San Luis de Antofagasta y el sacerdote Leonel Ibacache comenzó a tocarlo en los genitales en cada una de las tres sesiones que marcaron su vida para siempre.
“La respuesta de la congregación es que mientras no haya denuncias, ellos no pueden investigar y lo único que ellos han transparentado, muy de a goteo, ha sido las personas que en el último tiempo han sido llevadas a juicios canónicos. No existe una disposición de ellos de transparentar los casos. La actitud de la congregación jesuita es criticar mucho al resto, pero con poquísima o nula autocrítica de lo que ha sido su actuar”, crirticó Kramer.
Sebastián, quien también mandó la carta a Roma cuando denunciaron a Valenzuela, y que además se mantuvo 13 años dentro de la congregación en la que alcanzó a ser sacerdote por dos años, es duro en sus juicios sobre la Compañía de Jesús: “Tienen un discurso de que hicieron todo lo que podían por las víctimas, pero es completamente falso. Siempre fueron los más inteligentes, preparados, cultos y resulta que ahora nadie se dio cuenta de nada, nunca supieron nada. Ese discurso es incomprensible”.
Los denunciantes de los jesuitas sienten, en general, que la Compañía de Jesús ha tenido a la prensa a su favor a la hora de hablar de denuncias de abusos. “Cada vez que se conoce un caso, sale un sacerdote jesuita en portada… Berríos, Montes, hablando de lo mal que lo hace la Iglesia, pero no ellos. Nunca hablan en profundidad de sus propios casos”, dice uno de los sobrevivientes.
Sobre este mismo tema, Contardo va más allá.
-¿De qué forma crees que ha operado el encubrimiento en los jesuitas?
-En los casos de abusos, los jesuitas han gozado de un trato especial por parte de la prensa. Desde 2005, cuando el cura Leturia fue denunciado a la Fiscalía, jamás los medios se han detenido sobre ellos como sí lo han hecho sobre los maristas o diocesanos. En esa oportunidad, el mismo sacerdote Renato Poblete declaró, en una entrevista, que sobre Leturia habían recibido denuncias ‘reiteradas’ y nadie indagó en esas otras denuncias. Incluso más, el provincial de la época escribió a TVN reclamando por una nota sobre el caso. En adelante ha funcionado igual: los jesuitas lanzan un comunicado sobre una denuncia que no pueden contener y la prensa apenas se mueve. Pasó con las acusaciones en contra del provincial Eugenio Valenzuela, pasó con las denuncias contra el cura Leonel Ibacache y con un religioso de Valparaíso acusado nada menos que de violación. Nada de eso se les pregunta a los jesuitas predilectos de la prensa. Este sábado apareció en portada el cura Gidi, nuevamente pontificando. En lugar de referirse a lo que sucede en su propia congregación, se extiende sobre el resto como si estuviera libre de polvo y paja. Le hicieron solo una pregunta alusiva a Guzmán Astaburuaga, que ni siquiera da cuenta de que las acusaciones en su contra se remontan a 1980, cuando participó del abuso de un chico de ocho años. Nada de eso aparece en la prensa. Yo publiqué la entrevista a una de las víctimas de Leonel Ibacache en mi Facebook, si no lo hago nadie se entera. Solo recogió esa noticia la prensa regional.
Contardo insistió en el punto de la buena cobertura y llegada que tiene la Compañía de Jesús en Chile con los medios de comunicación, ya que hay “un amplio número de editores y periodistas que les facilita las cosas”. Agregó que la “hostilidad que recibes de vuelta cuando dices estas cosas es feroz: ex alumnos ignacianos, editores, periodistas. Nadie quiere quedar mal con el club. Recuerda que invitaron al Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado a Michael Rezendes, el periodista del Boston Globe, a hablar de encubrimiento, como si ellos no supieran cómo funciona. La hipocresía no tiene límites. Desde que supe de todo este entramado, nunca volví a postular a ese premio”.
N de la R: El periodista Oscar Contardo precisó que la casa a la que se hace alusión en la nota está ubicada al lado del Colegio San Ignacio Alonso Ovalle y no al costado del Colegio San Ignacio El Bosque.