Los cerca de 12 puntos de diferencia que le sacó el ahora electo Presidente, Gabriel Boric, al candidato de la derecha, José Antonio Kast, terminaron por transformarse en un nocaut del que difícilmente la estructura de Chile Vamos, como la conocemos hasta ahora, logre ponerse de pie. De todas formas, y tal como lo anticipaba el abanderado del Frente Social Cristiano, perder también era ganar, y ese 44% con el que se queda –mismo porcentaje con que la derecha perdió el plebiscito de 1988– le entregó el piso suficiente para erigirse como líder del sector. Ante las dudas y cuestionamientos respecto de sus credenciales democráticas –las que surgieron durante la campaña–, el ex UDI dio un paso adelante, en la idea de cimentar su nueva etapa. Así, con el 50% de las mesas escrutadas, llamó al candidato ganador para felicitarlo, y luego, siguiendo la tradición republicana del país, arribó hasta su comando para hacerlo en persona. Ahora queda ver si con eso alcanza para convencer más allá de sus aún estrechas fronteras.
La ilusión fue real, nadie niega eso en la interna, incluso en las horas previas al cierre de las mesas algunos líderes de la coalición oficialista arribaban a la sede de la UDI pensando en cómo se debía repartir el gabinete para evitar mayores tensiones. Pero detrás de esa fallida fiesta, a la que llegaron por la puerta de atrás, se escondía una serie de fracturas que quedarán marcadas a fuego a nivel interno, y que guardan relación con cómo el sector se entregó por completo y sin condiciones a los brazos del representante de la extrema derecha, como lo fue José Antonio Kast.
Si bien hasta ahora esas diferencias habían logrado esconderlas debajo de la alfombra –considerando que la necesidad de “derrotar al comunismo” era mucho mayor–, en un escenario como el actual, donde se espera que las heridas comiencen a sangrar en el corto tiempo, van a tener que enfrentarlas cara a cara en un proceso que se advierte complejo, principalmente porque pocos apuestan a que Chile Vamos, como se le conoce hasta el día de hoy, sobreviva el fin de este Gobierno.
Hasta antes del domingo 19 diciembre, en Chile Vamos habían evitado trazar muy claramente el futuro inmediato, a sabiendas de que, si se ganaba la elección, el escenario sería en extremo diferente a si se perdía. Su nueva relación con el mundo de la extrema derecha, representado en el Partido Republicano, la colectividad del candidato derrotado, ha hecho a varios reflexionar respecto a cómo se camina de aquí en más.
Mientras algunos, sin haberlo hecho público aún, estaban abiertos a que si los llamados republicanos cumplían con la carta fundacional de la derecha oficialista, no tenían problemas en hacerlos pasar, pero, a diferencia de ello, otros le habían puesto anticipados cortafuegos, pensando en la difícil tarea de volver por ese electorado que representaban, pero que nunca estuvo de acuerdo con el acercamiento a su candidato presidencial.
Fue el caso del presidente de RN, Francisco Chahuán, quien en entrevista con El Mostrador indicaba que “nosotros no vamos a integrar en nuestra coalición de gobierno a Republicanos”. Una señal clara, pero que, de haber ganado, varios pusieron en cuestión.
De todo el arco de Chile Vamos, el sector que se mantuvo más alejado de la potencial mimetización con la extrema derecha fue un espacio que, si bien sin nombre reconocible, cuenta con algunas figuras fundacionales, en este caso, de Evópoli. Se trata del exministro de Hacienda Ignacio Briones, el diputado Francisco Undurraga, el convencional Hernán Larraín Matte y el exministro de Interior Gonzalo Blumel. A ninguno de ellos se le vio defendiendo a ultranza a ex UDI, esto pese a que el partido, en votación interna, decidiera apoyar pero sin integrar un potencial Gobierno.
Una historia muy diferente se vivió en RN, donde la denominada derecha social, encabezada por Mario Desbordes, se abocó a defender sin condiciones efectivas la candidatura de José Antonio Kast, haciendo oídos sordos a todo tipo de cuestionamiento o principio que chocara de frente con el proyecto que venían desarrollando hacía más de una década. Miembros de esa facción, de todas formas, tenían claro el riesgo que corrían al haber tomado la decisión de apoyar al ex UDI, y ahora deberán ver cómo apalancar a ese electorado que decían representar, pero del que aún no ha sido nítido referente para sostenerlo.
Varios advierten que lo que se viene es duro, y lo equiparan con lo sucedido en la vereda de enfrente una vez que dejaron La Moneda con Michelle Bachelet y asumieron el rol de oposición. “No queremos que nos pase lo de la DC”, señalaron algunos. Para eso, la fórmula es la de comportarse como el PP español –agregaron–, vale decir, “ser duros”, y esto tiene que ver con lograr hacer la diferencia en un momento en que “no ofrecemos nada al país”, como resumen de lo que fue la candidatura de J. A. Kast.
Más de alguno en su fuero interno dice creer que el apoyo de Chile Vamos a la fallida candidatura presidencial “no fue por convicción”, sino porque “tenían 4 mil funcionarios en el Gobierno”, si no, indicaron, no sé qué hacemos juntos de aquí en más.
En el chat interno de Evópoli, uno al que casi no se le vio durante la campaña –marcando evidentes diferencias con otros como Felipe Kast o Luciano Cruz-Coke–, el diputado Francisco Undurraga, indicó que “se nos abre una tremenda oportunidad, no solo de ser oposición, sino por sobre todo de proyectar, desde Evópoli, una nueva propuesta refundacional para la Derecha Democrática y NO POPULISTA, que genere un profundo sentido para hacer y estar en política. La que no se inventa ahora sino que se proyecta desde el 12/12 cuando se fundó con Felipe Kast este sueño de renovar y oxigenar la política con un Chile Digno, Libre e Inclusivo. Viva Chile , Viva Evopoli !!!”.
Para el decano de la facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la UA, Tomás Duval, la primera tarea del sector, una vez asumida la derrota, es “reestructurar sus alianzas, ver bien cuáles van a ser sus alianzas al futuro, y de eso, naturalmente, las alianzas dentro del propio sector, cuáles van a ser los ejes, o las líneas y orientaciones. Ahí hay un desafío pendiente luego de esta elección. Y la construcción en paralelo de un proyecto a futuro”.
Al igual que en el plebiscito de 1988 por el Sí o el No, la derecha, que en ese entonces apostaba por la continuidad del dictador Augusto Pinochet a la cabeza del país, alcanzó el 44% los votos. Treinta y tres años después, y en una elección que se pinochetizó –no solo por la muerte de la viuda del exdictador, Lucía Hiriart, a dos días de la elección, sino también porque el candidato es un férreo defensor del régimen militar y cercano a los condenados por violaciones a los derechos humanos–, la derecha volvió a sacar el mismo promedio de votos, ahora, en los comicios más convocantes desde el retorno a la democracia.
Al interior de Chile Vamos existen diferentes miradas respecto del liderazgo que el ex UDI pueda ejercer en el corto, mediano y largo plazo. Sin dudas que el 44% le entregó un piso más que suficiente si es que sabe cómo administrarlo ante una ciudadanía que, en parte –así lo entendieron varios en el sector–, rechazó un revival pinochetista. Esto, considerando que el Partido Republicano, al cual pertenece, es ferviente defensor de la figura del exdictador, y fue centro de tensión a la hora de ir deshaciéndose de ciertos principios que luego acusaron como “errores” en su primer plan de gobierno.
De todas formas, y ante esta base de cuestionamientos que al interior de Chile Vamos existen, y que ponen en duda una eventual profundización de su liderazgo, es que el líder del Frente Social Cristiano dio un paso adelante, y presentó todas sus credenciales democráticas, como lo fue el hecho de llamar a Gabriel Boric cuando ya la tendencia era irreversible, es decir, pasadas las 19:00 horas, y más aún, cuando cumplió con su palabra de ir presencialmente a saludar al triunfador.
De esta manera, José Antonio Kast, en términos de señales, parece haber entendido que su camino por “la vía libre” ya cumplió su ciclo, y que ahora responde más que a ese electorado, calificado desde el oficialismo como “tóxico”. Su viaje al centro luego de haber ganado la primera vuelta no fue del todo creíble, y en parte explicaría la razón de tan abultada derrota frente al candidato de Apruebo Dignidad, pero por ahora –y así es reconocido entre sus cercanos–, con que le crean en la derecha alcanza. Esto, pensando en cómo administrar un capital político que no todos los derrotados en segunda vuelta han sabido hacer carne.