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Correa Sutil, secretario de la Comisión Rettig: “De las víctimas recuerdo su tremenda soledad” PAÍS Pablo Ovalle Isasmendi/AgenciaUno

Correa Sutil, secretario de la Comisión Rettig: “De las víctimas recuerdo su tremenda soledad”

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Mirna Schindler
Por : Mirna Schindler Periodista y conductora de Al Pan Pan.
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Como integrante de la Comisión Rettig, el abogado Jorge Correa Sutil, exsubsecretario del Interior y exministro del Tribunal Constitucional, entre otros cargos, desempeñó un papel fundamental en la revelación de la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Destaca la importancia de la lenta pero exitosa condena social a la violación a los DD.HH. y la valoración del Informe Rettig, que reveló las atrocidades cometidas. Asimismo, reflexiona sobre la soledad de las víctimas y la complejidad de sus duelos malvividos, así como sobre la capacidad humana para infligir daño. Aunque considera que las circunstancias que llevaron al golpe de Estado son únicas y poco probables de repetirse, reconoce la polémica en torno a la figura de Pinochet y las “modernizaciones” llevadas a cabo por su régimen.


A poco de cumplirse 50 años del golpe de Estado, militares chilenos han esgrimido un “Nunca más”. El último fue el del comandante en Jefe de la Armada, el almirante Juan Andrés De la Maza, quien realizó esta declaración durante una visita al excentro de detención de la dictadura en Isla Dawson, donde sostuvo que estos hechos no deben ocurrir nunca más en Chile ni en el mundo. También lo ha hecho el exgeneral Juan Emilio Cheyre y, de alguna forma, también lo hizo el jefe del Ejército en 2019, Ricardo Martínez, con un documento titulado “Reflexión sobre las actuaciones del Ejército y sus integrantes en los últimos 50 años y sus efectos en el ethos militar”. En él, Martínez se refirió a la responsabilidad de mando en las violaciones a los DD.HH. durante la dictadura de Pinochet, entre otras cosas.

El abogado constitucionalista Jorge Correa Sutil, subsecretario del Interior del Gobierno de Ricardo Lagos y secretario de la Comisión Rettig durante el Gobierno de Patricio Aylwin, confiesa que mientras trabajaban en el documento para esclarecer la verdad sobre las graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar, pensada que este doloroso capítulo duraría poco tiempo. Que las heridas estarían abiertas por un breve periodo y luego cerrarían a poco andar de conocido el Informe Rettig. Hoy, admite que el tiempo ha pasado muy lento.

-¿Cuál es para ti, a pocos días del 11 de septiembre, el alcance que tiene el “Nunca más”?
-Qué lento ha sido todo. Yo recuerdo aquellos años y pensábamos que este era un capítulo que se iba a abrir por un corto tiempo y se iba a cerrar poco más allá del Informe Rettig. No había esperanzas de justicia, el Poder Judicial había sido enteramente cooptado por Pinochet, teníamos esperanzas de reparación, los familiares se habían negado siempre a la idea de “vender” la memoria de sus familiares, pero teníamos esperanza, que luego de una verdad, pudieran aceptar esa reparación y así fue, porque hubo una verdad y un perdón también presidencial, que yo creo que fue muy significativo.

-¿Y qué esperaban del país?
-Esperábamos una reacción de la sociedad y esa reacción ha sido extraordinariamente lenta. Lo que tú estás mencionando ocurrió 15 años después, ocurrió 20 años después, 30 años después de los hechos. Pero yo creo que ha sido exitoso. Más allá de su lentitud, más allá de la desigualad con que se ha dado la justicia, la parcialidad con que esta se ha dado, me parece que es tremendamente exitoso que la sociedad chilena entera condene la violación a los derechos humanos. Recordemos que en esa época todavía se hablaba de los presuntos desaparecidos, de los excesos que se habían podido cometer, de las presuntas víctimas. O sea, se negaron estos hechos por muchos años. No solo en dictadura sino también a comienzos de la democracia. Y finalmente la verdad se impuso.

El Informe Rettig tuvo una tremenda virtud, se discutió mucho sobre su preámbulo, sobre varias cosas, pero lo que nunca se discutió era que las víctimas que allí aparecían, lo habían sido en la forma en que el informe lo relataba, vale decir, que no se trata de excesos ni de enfrentamientos, sino de homicidios cometidos con prisioneros ya sometidos.

-¿Cómo fue ese proceso? ¿Cuántos casos quedaron afuera? ¿Por qué no se pudo configurar exactamente lo que había ocurrido? 
-Porque era una comisión y, para que tuviera credibilidad, Aylwin la integró con cuatro personas de derecha y con cuatro personas de centroizquierda. De esas cuatro personas de derecha había, incluso, alguien que había sido ministro de Pinochet, Gonzalo Vial, y por lo tanto el temor –y recuerdo haberlo compartido con Pepe Zalaquett– era que tuviéramos un informe de mayoría y otro de minoría, que se produjera la división. Y lo que impidió aquello fue que lo primero que se decidió hacer fue escuchar a las víctimas, y los miembros de la Comisión se involucraron en ese proceso de escucha, viajaron a lo largo de todo Chile y estaban no solo recibiendo a la dirigenta de la Agrupación de Familiares, sino al abuelo campesino que en un pueblo perdido en el sur o en Pisagua, en el norte, relataba una historia que era perfectamente creíble. Y eso hizo que hubiera una transformación muy fuerte de los prejuicios de todos y que finalmente se llegara a un acuerdo unánime.

-¿Cómo se dio esa unanimidad?
-Las 2.500 víctimas estuvieron aprobadas por los ocho miembros de la Comisión. No hay un solo voto disidente sobre un solo caso. No quiero decir que no haya habido discusión sobre muchos casos, pero finalmente no hubo un solo voto disidente. Yo creo que eso fue muy valioso y se debió a haber siempre escuchado a las víctimas.

-¿Cómo era tu percepción, a la luz de la historia, de Raúl Rettig?
-Un personaje fantástico, con un sentido del humor exquisito, sarcástico, pero muy respetuoso. Él hablaba de sí mismo como un “premuerto”, era un hombre viejo ya, pero decía “yo estaba premuerto y Patricio me sacó a pasear de nuevo”. Se reía mucho de sí mismo, contaba cuentos muy graciosos y sabía mucho. No era un lector acucioso de cada uno de los casos, pero me llamaba antes de cada sesión y me preguntaba qué iba a pasar. Y yo de pajarón le contaba la tabla y me decía “no me latee, ¿quién va a pelear con quién?”. Yo le decía “mire, es posible que aquí se enfrente tal con cual”, y los llamaba a cada uno de ellos. Era un gran componedor, sabía manejar a la gente, tenía mucho encanto y, por lo tanto, se impuso por su edad, se impuso por su inteligencia y por su calidez con todos.

-¿Qué fue lo que a ti más te impactó? ¿Qué fue lo que más te conmovió de ese dolor, tan tremendo, que significa el ser víctima de una violación de derechos tan esenciales como los humanos por parte de agentes del Estado?
-Una enorme soledad. Las historias de las víctimas nunca son agradables. Por lo tanto, había mucha soledad. Me impresionó mucho la emoción que ellos tuvieron al declarar. Habían declarado ante la Vicaría de la Solidaridad, habían declarado ante organismos de Derechos Humanos internacionales, pero nunca ante un organismo nacional, donde estaba la bandera chilena en cada uno de los escritorios. Le dimos mucha solemnidad y eso creo que fue reparador, contar las historias fue reparador para ellos, y me impresionó mucho también el hecho de que, viniendo familias juntas, se revelaran –entre ellos– historias que no siempre se habían contado.

Eran vidas, no solo muy truncadas, sino muy difíciles de vivir. La madre que se había dedicado a perseguir y tratar de saber la suerte corrida por su marido, era de alguna manera acusada por sus hijos de haberlos abandonado. La madre que había silenciado esta historia para proteger a sus hijos, era acusada por los hijos de nunca haberles contado la historia. O sea, era un drama que no se podía vivir. No había forma, no había duelo. Cuando muere alguien, todos más o menos sabemos cómo vivirlo. Las familias se juntan y terminan contando historias cariñosas del difunto y riéndose. Aquí no había esa posibilidad, no había un momento de la muerte en el caso de los desaparecidos. Eran historias muy dramáticas de duelos malvividos, eso me impresionó muchísimo.

-¿Te sorprende todavía la capacidad del ser humano para hacerle daño a otro ser humano? Recuerdo cuando la filósofa alemana Hannah Arendt hablaba y acuñaba este concepto de la banalidad del mal. Si bien no hay consenso en esto, quiero preguntarte a ti, ¿lograste comprender cómo se pudo llegar a eso?
-Es como un desdoblamiento impresionante, en muchos casos, por lo menos. Recuerdo historias de personas que estaban siendo torturadas por un médico o, por lo menos, con asistencia del médico para que estuvieran en el límite de la muerte, pero que no murieran, y de repente alguien decía: “Doctor, lo llaman”. Y el doctor iba a la pieza del lado y el torturado, que podía descansar un par de minutos, escuchaba la conversación de un padre cálido, cariñoso, afectuoso con un hijo que se había caído en bicicleta y que lo consolaba diciéndole que ya llegaría su papá a hacerle “nanai” en la rodilla. Era completamente loco. Este sujeto que torturaba se cambiaba a la pieza del lado y era un padre cálido, cariñoso, consolador y ejemplar. Es muy raro, tiene algo de burocrático, en algunos casos tiene algo de sádico, pero en muchos, como lo describe Hannah Arendt, es un desdoblamiento burocrático.

-¿Has pensado alguna vez en que estos hechos podrían repetirse?
-Ahora no, pero al principio sí, los boinazos, y puede haber otras formas de crueldad en la sociedad, pero yo tengo, no sé si la confianza y la convicción, de que ellos, de esa naturaleza, correspondieron a la Guerra Fría, correspondieron a un estadio de la humanidad que hemos ido superando por suerte, y correspondieron a una parte de la historia de Chile, de la cual aprendimos y hemos rectificado. “Ninguna calle llevará tu nombre”, decíamos cuando peleábamos contra Pinochet. Bueno, finalmente nadie se pone al lado de Pinochet. En estos 50 años ha habido mucho debate, pero nadie dice “yo soy pinochetista”. Y Pinochet realizó muchas cosas de las cuales la derecha podría estar orgullosa, pero el solo hecho de las violaciones a los derechos humanos hace que sea una figura a la cual Chile no le va a rendir nunca honores. ¿Qué militar podría meterse en una aventura que va necesariamente a terminar mal? Estos hechos no los veo posibles de repetirse. Creo que hemos hecho un “Nunca más” lento, desigual, injusto, pero eficiente finalmente.

-Previo a esta conmemoración sorprende que se vuelva a sacar a relucir la obra modernizadora de la dictadura…
-Lo que nos llevó al golpe de Estado y la llamada obra modernizadora, o sea, un cambio en las reglas económicas que, con modificaciones, con rectificaciones, etcétera, están todavía vigentes y yo creo que nos van a acompañar por muy largo tiempo, van a ser siempre objeto de polémica, pero lo que no es objeto de polémica son las violaciones a los derechos humanos. Y, entonces, cuando tú me preguntas, y de ahí parte la conversación, de si esto se puede repetir, yo tengo la sensación de que es tal el repudio social que las violaciones a los derechos humanos han terminado provocando, que yo estoy tranquilo de que una cosa así no se puede volver a repetir.

-¿Te preocupa el que no haya una visión respecto de que el golpe de Estado era evitable?
-No, porque yo creo que esa es una discusión respecto de la responsabilidad del golpe de Estado, pero esa discusión es una discusión algo distinta a si justificamos que la democracia a futuro sea interrumpida por un golpe de Estado. Si tú haces la segunda pregunta y dices “¿pero usted justificaría que alguna vez se interrumpa la democracia con un golpe de Estado?”, yo tengo la sensación de que la respuesta es unánime, más allá de la discusión histórica, de las responsabilidades históricas del golpe de Estado del 73.

 

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