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El caso de los tres hermanos que escaparon por terror al Sename PAÍS

El caso de los tres hermanos que escaparon por terror al Sename

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Carlos Vöhringer, sicólogo a cargo de cuatro residencias de protección especializada; Francisco Covarrubias, director de ProAcogida, fundación que promueve las familias de acogida; y Vinka Jackson, especialista en trauma y sobreviviente ella misma a abuso en su infancia, son entrevistados sobre el tema. Coinciden en que aún no hay una mejor niñez en Chile, más cuando se es pobre y vulnerable.


“¿Dónde estarán hoy Alexander, Antonella y Geonardy?” fue la pregunta con que iniciamos el programa Hora de Conversar de hace dos semanas. ¿Sabían todos entonces y sabemos ahora por quiénes estábamos preguntando?

Probablemente no. Pocos, entonces y ahora, tenían idea de dónde podían estar los hermanos de  12, 8 y 5 años que huyeron de la casa donde vivían en La Florida, frente al temor de ser llevados “al Sename”. Escaparon el 25 de julio y aparecieron seis días después, el 31, en una plaza.

Su desaparición y búsqueda fue noticia nacional, pero hoy dudo que muchos se acuerden y sepan qué ha sucedido con ellos porque, tal como dijo más de una vez el sicólogo Paulo Egenau, la realidad de la infancia vulnerada y bajo la protección del Estado, nos provoca “una lucidez transitoria”. Nos espantamos y lamentamos, como sucedió con la muerte de Lissette Villa, la niña de 11 años que murió en el CREAD Galvarino de Estación Central, en abril de 2016, pero rápidamente pasamos la página.

Un avance es que en estos siete años desaparecieron los CREAD o Centros de Reparación Especializada de Administración Directa, dispositivos masivos que de especializados tenían poco.

Hoy las residencias –teóricamente– no pueden superar los 12 residentes, pero muchas veces la realidad y las órdenes de los jueces de familia obligan a sumar niños, niñas o jóvenes, llegando a reunir hasta 25 en espacios concebidos para albergar a una decena.

Sename ahora se llama Mejor Niñez, nombre optimista, pero que no ha hecho desaparecer la idea que tiene el original en el imaginario colectivo. El Sename sigue siendo el cuco. No en vano, eso fue lo que aterró a los hermanos Alexander, Antonella y Geonardy, y los impulsó a escapar.

Por eso convocamos a tres sicólogos especialistas en el tema a ver cómo está la situación hoy, agosto de 2023, en relación a la infancia vulnerada en Chile. Esta es, en síntesis, lo que sostuvo cada uno.

Una justicia injusta

Carlos Vöhringer es el director técnico nacional del trabajo con infancia vulnerada del Hogar de Cristo. De él dependen las cuatro residencias especializadas de adolescentes bajo protección del Estado que tiene la fundación. Fue protagonista de los dos pilotos desarrollados –uno en Viña del Mar, para niñas, y otro, para niños, en Santiago– con apoyo financiero de cuatro fundaciones familiares, para generar un modelo de residencia especializada con altos estándares de operación.

Es parte también del equipo que ha publicado dos estudios: “Estándares de calidad para residencias de protección de niños y adolescentes” y “Ser niña en una residencia de protección”.

Sobre el caso de los hermanos Alexander Antonella y Geonardy, dice:

–Es impresionante que tres niños pequeños hayan pasado seis días solos en la vía pública, sin generar ninguna reacción de parte de los adultos que se toparon con ellos. Eso es un reflejo de cómo estamos viendo o no viendo a nuestras infancias. ¿Por qué los niños no logran adquirir relevancia y ser vistos como los sujetos de derecho que son? Pese a haber firmado la Convención de los Derechos del Niño y la Niña hace más de 30 años, recién estamos viendo una Ley de Garantías de la Infancia que puede traducir en la práctica esa protección tan relevante. La verdad es que ha sido muy complejo que el Estado se haga cargo y hoy tendemos a “senamizarlo” todo, como si el Sename fuera el único responsable de la infancia que está siendo vulnerada en sus derechos y abusada.

–Hogar de Cristo lideró un piloto de residencias de protección de alto estándar, ¿cuál es el balance y consecuencias de esa experiencia?

–Hace pocos años atrás las residencias eran espacios iatrogénicos, que más bien vulneraban gravemente los derechos de niños y niñas en vez de repararlos. En el país llegó a haber residencias para más de 200 niños. Imagínate lo que puede pasar ahí: con equipos con deficiente formación profesional, con niños de distintos rangos etarios de distintas complejidades, viviendo en espacios precarios, con infraestructuras deficientes. Eran recintos de encierro, donde se daba pan, techo y abrigo, no más. Por eso, como Hogar de Cristo, desde una ética de la autocrítica, levantamos evidencias, nos asociamos con otros, logramos el aporte financiero de cuatro fundaciones y logramos pilotear un modelo técnico de alto estándar.

–¿Conclusiones? 

–La necesidad de un cambio de paradigma hacia un modelo de residencia mucho más terapéutico, con un enfoque de cuidado. Hoy los niños llegan a lugares menos masivos, con un máximo de 12 residentes, aunque hoy la crisis de oferta que vivimos ha hecho que haya algunas residencias con el doble de eso. Otro importante aprendizaje es la importancia de trabajar con la familia. Muchas veces se les ve como antagonistas, como responsables de las graves vulneraciones que sufren los niños. Eso no ayuda. Hay que cambiar nuestra mirada sobre qué es una familia y ampliarla, buscando quiénes son los adultos significativos, que representan un factor protector para los niños.

–¿Cómo interpretas la fuga de los tres hermanos, que fue noticia?

–Hoy las residencias han mejorado sus estándares de calidad y hay división por tramos etarios. Eso aterraba a los hermanos, porque iban a ser separados. Lo ideal, lo que todos quisiéramos, es que ningún niño o niña termine en una residencia. Lo ideal es que estén con un familiar directo, pero hay casos en que eso es imposible. Para cualquier niño o niña en pobreza y vulnerabilidad, en su imaginario simbólico, caer (como se dice) en el Sename es lo peor que le puede pasar. Lo vimos es este caso. Por eso necesitamos una oferta residencial que permita que, llegado el caso, esos hermanos puedan permanecer juntos.

–¿Cuál es la mirada del Hogar de Cristo sobre las familias de acogida, política que está propiciando el actual gobierno?

–En el Hogar de Cristo creemos y valoramos a las familias de acogida como política pública. Ojalá hubiera muchas más. He sido testigo de lo bien que le puede hacer a un niño que está viviendo una grave vulneración de derechos ser acogido en un núcleo familiar. Pero no hay suficientes, falta darlas a conocer y también capacitarlas. En general, tienden a privilegiar a los niños pequeños. La gran pregunta es qué pasa con los mayores, con los adolescentes, que son complejos, porque arrastran mucha carencia, exclusión y daño.

–Ese es otro gran tema: ¿qué pasa hoy con los jóvenes que egresan del sistema de protección del Estado al alcanzar la mayoría de edad?

Están egresando a la calle, directamente. Aún no existe un programa efectivo de apoyo a la vida interdependiente, a pesar de ser un compromiso presidencial explícito en la última cuenta hecha por el presidente Boric. Esos jóvenes requieren subsidio al arriendo, acceso a la educación superior, oportunidades de empleo, mucho apoyo. Nada de eso está pasando.

–¿Una de las residencias piloto de alto estándar del Hogar de Cristo fue cercada por una red de explotación sexual comercial? ¿Qué pasó con ese juicio, que además debió repetirse?  

–Se tuvo que repetir el juicio con todo lo que eso implica para las cinco niñas. Fue una re victimización total. Para mí, fue un desastre, pero finalmente la Fiscalía de Valparaíso hizo su trabajo y hay dos criminales tras las rejas, pagando por su crimen. Pero el fallo y la condena ejemplificadora no nos deja contentos, porque el caso es desolador. Hoy las víctimas son mayores de edad y sabemos que algunas de ellas están viviendo en situación de calle. O sea, no hemos sido capaces de incidir significativamente en sus trayectorias de vida más allá del juicio. Es muy frustrante, porque no hubo justicia real para esas niñas. Hoy, como adultas, sufren todas las consecuencias de haber sido víctimas de una red de explotación sexual. Siento que a Chile le falta muchísimo para que este tema deje ser invisible y se aborde en serio.

¿Residencias o familias de acogida?

Francisco Covarrubias también es psicólogo y preside la Fundación ProAcogida, que se dedica a promover las familias de acogida a través de campañas, acompañamiento a familias, estudios, incidencia y redes. Tiene además la experiencia de haber sido y ser padre de acogida.

Sobre el caso de los tres hermanos, comenta: “entiendo que ellos iban a ser derivados a una familia de acogida, pero no alcanzaron a enterarse y se escaparon” y agrega:

–Ese temor es mucho más común de lo que la gente cree. A mí me ha tocado acompañar la experiencia de niños un poquito mayores que los del caso que comentamos, los que, al enterarse de que van a ser destinados al sistema residencial, se desregulan de tal manera, que terminan entrando en una institución psiquiátrica. El caso de Lisette Villa marcó a varias generaciones y es muy difícil asegurarle a un niño que va a estar bien, que las residencias han mejorado, porque el prejuicio sigue fuertemente instalado y en muchos casos termina convirtiéndose en una profecía autocumplida. No basta con tener buenas políticas públicas, se requiere saber comunicarlas.

–Cuéntanos entonces en qué consiste el modelo de familia de acogida. ¿Cómo funciona?  

–Las familias de acogidas son muy poco conocidas en Chile, aunque como política pública han estado siempre; antes se las llamaba familias cuidadoras, pero desde la entrada en democracia existe una política robusta en la línea, que se conoce muy poco, y la gente suele asociar con la etapa de lactancia. Hay muchos mitos en torno a ellas. La evaluación para convertirse en familia de acogida, por ejemplo, es breve. Dura máximo tres meses. Y el concepto de familia ha cambiado. Hace años le pregunté a Benito Baranda por qué el Hogar de Cristo no tenía este modelo y me respondió que era mejor que la fundación se concentrara en trabajar con niños, niñas y sobre todo con adolescentes en modelos residenciales con altos estándares, como dice Carlos. Esto, porque entonces el sistema de familias de acogida no funcionaba tan bien como ahora. Hoy existe una cultura de acogimiento que acompaña a los niños en etapas de duración mediana. No es adopción.

–Entiendo que tú eres padre de acogida, ¿cómo ha sido tu experiencia?

–Maravillosa, en lo personal y en lo familiar. Acoger a un niño en nuestra casa es lo mejor que nos ha pasado. Se genera un vínculo fuertísimo. Por ejemplo, hoy un joven en una residencia al cumplir 17 años, 11 meses y 29 días, la mayoría de edad, debe irse a la calle si no está estudiando. Es lo más parecido a ponerlo frente a un precipicio. Ese mismo cumpleaños tiene otro sentido en el caso de un joven en una familia de acogida, que está dispuesta a acompañar la experiencia vital de la persona todo el tiempo que necesite. Muchas veces ese acompañamiento se vuelve indefinido, para siempre.

–¿Reciben pago por niño recibido las familias de acogida?

–En la mayoría de los programas se otorga alrededor cien mil pesos de subvención mensual por niño. Son programas de acogida que se renuevan cada tres meses o seis meses, según lo que determina el juez. Entonces uno, en rigor, nunca sabe exactamente cuánto tiempo va a estar el niño en la familia. Los programas buscan hacer todo lo posible para que vuelva con su familia de origen en un plazo máximo de un año y medio. Y las familias de acogida están muy abiertas a hacer lo que sea por el interés superior de ese niño o esa niña en ese plazo.

Entre sistema residencial o familia de acogida, ¿qué te parece mejor?

–Creo que, en términos de vínculo, siempre será mejor una familia de acogida. El tema está en que, como dice bien Carlos, no siempre hay  familias dispuestas a recibir niños con trauma complejo y altas necesidades terapéuticas. Para esos casos, las residencias especializadas son clave. También es vital hacer un trabajo de joyería con la familia de origen y establecer padrinajes con la familia extendida para que  los niños en el sistema residencial puedan salir los fines de semana o en vacaciones a experimentar la vida familiar. Mientras no tengamos un sistema robusto en familias de acogida, vamos a tener que manejarnos en paralelo, estableciendo altos estándares para las residencias. También es necesario capacitar a las familias de acogida en manejo de trauma. Hay muchas familias dispuestas a hacer ese camino indefinido en términos de tiempo, pero los jueces optan por las residencias sin preguntarse si hay familias de acogida disponibles.

–Por tu experiencia, ¿es posible sanar el daño de una niña o un niño con un largo historial de abuso sexual?

–Es indignante que haya redes de acosadores en torno a las residencias de niñas y adolescentes. Pienso que es hora de dejar las palabras y las exhortaciones y hacer algo. Creo en generar redes de voluntarios, de padrinos, que sean sensibles al trauma y contribuyan a la sanación de ese daño. Los profesionales pueden tener la formación, pero igual son personas pagadas que van a terminar un turno, que van a cambiar pronto de pega y, por lo mismo, no van a poder generar esa continuidad  clave que permite generar vínculos significativos. Yo apelo a que todos nos comprometamos.

¿Mejor niñez?

Vinka Jackson es una conocida psicóloga especializada en ética del cuidado y prevención e intervención en trauma por abuso sexual infantil. Y, como dice ella de sí misma, es “una sobreviviente al abuso infantil”. Esa experiencia está narrada en su libro testimonial “Agua fresca en los espejos”.

Este fue su aporte al programa Hora de Conversar:

–Por la dispersión geográfica de las familias estadounidenses, allá, si en un accidente automovilístico, por ejemplo, sólo sobreviven los hijos pequeños, todos saben que por ley esos niños quedarán bajo la protección del Estado de inmediato. Por eso, quizás, los padres y todos sienten que el equivalente al Sename debe ser bueno, porque nadie está libre de que sus hijos terminen ahí.

Acá, en cambio, el sistema estatal de protección suele ser mayoritariamente el destino de la infancia en pobreza. “Eso acerca la mirada o la conciencia de todos. No digo que ese sistema sea perfecto, pero vuelve el tema mucho más cercano. Las generaciones actuales en Chile han visto tanto historias de niños Sename en las noticias que es posible que tengan una mayor noción de cómo son las cosas y cómo es urgente mejorarlas”, señala.

–¿Qué es preferible: residencia de protección o familia de acogida?

–Familia de acogida, sin ninguna duda. Yo fui una niña vulnerada y me he hecho la pregunta muchas veces en mi vida. Si en ese largo periodo de mi infancia me hubieran sacado del ambiente de abuso en que vivía y me hubieran llevado a un hogar de menores, como se decía entonces, creo que habría sido mucho peor para mí. Lo he reflexionado mucho. Pese a los abusos, aunque suene difícil de comprender, hay un mecanismo de ajuste, de desdoblamiento psicológico que te permite subsistir en el resto de las áreas de tu vida que te son familiares y propias: el colegio, la Iglesia, las clases de ballet. Yo le debo mucho a mis profes. Ellas, sin saber lo que me pasaba, me sacaban del abuso, lo interrumpían y me permitían vivir en mis rincones: en el de la lectura, del baile, de la escritura. Eso sólo se logra en un ambiente propio, que por horroroso que sea, es tu hogar, donde hay vínculos, lo que es muy difícil de conseguir en un espacio lleno de personas, por más profesionales que sean.

–¿Falta formación en manejo del trauma de niños y niñas en las residencias?

–Ayer mismo hablaba con una abogada de Bolivia sobre que en nuestros países no existe formación en las profesiones que trabajan con niños en este tema. No digo sólo de sicólogos, sino de profesores, abogados, médicos, trabajadores sociales. A lo largo de los años, de distintos gobiernos, no ha habido un ítem presupuestario para formación en manejo de trauma complejo de los trabajadores del Sename. Me cuesta llamar Mejor Niñez a ese Servicio, no me convence, no me gusta el nombre. La mejor niñez debe tener dentro de sus prioridades esa herramienta: el manejo del trauma por abuso para contener situaciones de crisis emocional. Esto porque cada intervención con un niño dañado deja huella en él, desde la que tiene con el carabinero, el juez, la enfermera.

–Menos apoyo hay entonces para el daño por abuso sexual, que es especialmente crítico en las niñas…

–Nada de apoyo. Las historias que se escuchan en ese plano son peores que las de Dickens. Creo que todos los que tienen hijos deberían pensar cómo desearían que fuera cuidados sus hijos e hijas si por abecé motivo terminaran en una residencia del Sename. ¿Cómo querría que lo cuidaran?, debería ser una pregunta permanente en nuestras conciencias y no una reacción visceral e indignada frente a tragedias puntuales. A todos nos cabe responsabilidad en la calidad del sistema de protección de la infancia que tenemos en democracia. Y la única manera de influir es catetear. Ser como la persistente gota que termina horadando la piedra de la ineficacia.

–Tú también has sido madre de acogida, en Estados Unidos, donde vivías. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Mis dos experiencias de acogida son con adolescentes. Se dieron por casualidad, pero fueron ambas súper positivas. Uno de los niños venía de otro país. Había sido adoptado y devuelto y vuelto a adoptar. Y así se quedó sin casa, sin nada, y nos hicimos cargo. El otro venía de una crisis familiar más ajustada a la “normalidad”: separación agresiva de los padres y ruina económica. Si la adolescencia suele ser problemática, imagínate cuando se trata de una persona que ha sido víctima de múltiples violencia, desde abuso y explotación sexual hasta maltrato físico severo. Yo concuerdo que por eso hay muchas más familias dispuestas a cuidar niños pequeños incluso problemáticos que a adolescentes. Pero mi experiencia es que igual existe en todos una receptividad a la ternura y al afecto que hay que saber despertar. No quiero sonar como una hippie permisiva medio ingenua onda paz y amor. No es eso. Es enseñar y contener, poniendo reglas. ¡No sabes cómo ayuda el diálogo desde la ternura!

–Escuchamos recién el testimonio de Andrés, un chico que egresó del Sename y terminó viviendo en la calle en Ancud. Lo que más pide es apoyo, que le den una oportunidad. ¿Qué te genera su caso?

–Furia. Indignación ética, igual que a Carlos y a Francisco. Andrés “egresó” de la residencia de protección con 18 años. Es decir, le quedan siete años de desarrollo de maduración cerebral, porque el tránsito a la adultez no ocurre antes de los 25 años, como lo han demostrado los neurobiólogos. Por lo tanto, esa es una irresponsabilidad social tremenda, donde la mayor parte recae en el Estado. Pero todos tenemos que ver, no podemos desentendernos del tema. Yo conozco casos donde ha bastado que ese niño vulnerado, dañado, quebrado, tenga un solo encuentro significativo con un adulto sensible, y su mirada y su vida cambie. No podemos desentendernos. Acá cada gesto aporta, salva, ayuda. No miremos para el lado.

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