El director ejecutivo de Chile 21, dice que el gobierno de Chile Vamos debió anticipar los hechos y manejar el descontento. “El expresidente lo vio como un golpe de Estado: la incompetencia máxima”. Añade que “si republicanos quiere gobernar, debe cuidar sus palabras, mantener la paz social”.
A cuatro años del estallido social, el doctor en Estudios Políticos y director ejecutivo de Fundación Chile 21, Daniel Grimaldi señala que todavía no hay acuerdo sobre las causas que lo originaron. “Si nos concentramos en las cosas que sucedían en este momento y que se pueden interpretar como base para la manifestación, vemos que eso mismo se mantiene hoy, incluso podría estar un poco más incrementado. Sin embargo, hay que notar que también las formas de protesta se vuelven más rutinarias, se pueden desgastar y aparecen otras maneras de manifestarse. O sea, no se ha acabado el malestar, pero la forma de evidenciarlo puede haberse transformado y estar expresándose de otra manera”.
Agrega que la motivación se dio por una acumulación de malestares.
“A unos los convocaban las desigualdades sociales a otros la falta de oportunidades, había causas de diferentes tipos. Pero lo que tenemos que comprender es que hay un momento propicio para que ese malestar se exprese porque causas y motivaciones para protestar siempre han existido. Tampoco es que la agudización ese 18 de octubre haya llegado a su máxima expresión, pero se juntaron ciertas condiciones en ese momento para que esa molestia se expresara. Y ahí debo mencionar que se le tomó poco peso a las protestas y revueltas constantes que había de parte de los sectores secundarios, que se mantenían por muchos años, y que fueron generando un piso desde el cual se podían desarrollar otras formas de conflicto”.
—Se ha planteado que se sobrepasaron varios peaks de paciencia
—Lo interesante es que en el primer gobierno de Piñera también se generó un momento propicio para que se demostrara ese malestar, guiado por los estudiantes secundarios y universitarios. Durante la administración de Michelle Bachelet no desapareció el descontento sin embargo, las condiciones cambiaron: se recondujo el malestar porque el gobierno lo tomó de otra forma. Hubo un intento de proceso constituyente, se generó participación, había cierto diálogo. Pero vino Piñera II y de nuevo apareció la explosión social. Entonces, al parecer hay ciertas formas de gobernar que incitan a la gente a protestar, a revelarse, que motivan la rabia, la indignación, más que otras. No es casualidad que ocurriera en un gobierno de derecha, que incluso tuvo la incapacidad de empatizar con el malestar social. Recuerdo a algunos ministros diciendo: “las cosas no están tan mal, las flores han bajado”; “bueno, tiene que levantarse más temprano”. Los gobiernos deben ser capaces de conectar y conducir el descontento, para ello hay institucionalidad, y ahí el gobierno de Piñera fue muy incompetente. Incluso verlo como un golpe de Estado, es la expresión de la incompetencia máxima.
—Parece que no estaban conectados con la realidad
—Claramente no estaban leyendo bien lo que estaba pasando. No lo adelantó y fue incapaz de canalizarlo. Cuando hay tal nivel de malestar en la sociedad hay que generar las condiciones para que la olla a presión tenga algún escape. Si no, revienta. Ya ha pasado antes, como la revolución de la chaucha en 1949, cuando también se protestó por al alza del precio del transporte. ¿Por qué no le pasó a otros gobiernos, cuando las cifras de descontento eran más altas? Un buen gobierno debe analizar y anticipar los conflictos, no alentarlos.
—La administración Piñera tuvo responsabilidad en la generación del estallido
—Claro, el gobierno debió anticipar los hechos y manejar mejor las manifestaciones.
—¿Y cómo lo está llevando el gobierno de hoy con el actual descontento?
—Creo que ha hecho esfuerzos por comprender mejor el descontento social, pero a ratos es errático en sus comunicaciones y eso genera confusión y mucho malestar en ciertos sectores.
Daniel Grimaldi llama a poner el foco en declaraciones de políticos de derecha sobre derechos sociales y las que hicieron en el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado. “Estuvieron lejos de ser pacíficas, incluso fueron algo instigadoras del odio social. Varios personajes volvieron a justificar el uso de la violencia”, afirma.
—¿Qué pasa, después de cuatro años se dieron “por superadas” las demandas sociales?
—Digamos que es un menosprecio hacia las demandas sociales. Muchos quieren interpretarlas solamente según el interés y la seguridad. Me refiero particularmente al partido republicano, que hoy se presenta como “la alternativa”. A esa alternativa le diría que pueden serlo, pero deben tener mucho cuidado con las palabras que usan, porque los gobiernos tienen que ser pacifistas y amplios, los gobiernos tienen que mantener la paz social y esa paz social no se mantiene con mayor aplicación de la fuerza por parte de la policía. Eso se debe hacer con participación, con escuchar a la ciudadanía, con empatía. Llamaría a todos quienes pretenden gobernar a que tomen muy en serio esta idea de que los gobiernos deben ser agentes de paz y no de pacificación solamente por la imposición de la fuerza del orden y la violencia social. Donde el orden se mantiene por el miedo a la represión.
—La aplicación de mano dura
—Esta idea de la mano dura para evitar que la gente se revele o contra la delincuencia. Hay sectores del ámbito delictual que no les importa cuán dura sea la mano de la policía porque tienen manera de defenderse. Si la policía dispara más, ellos van a ir más fuertes porque el negocio que tienen que defender es súper lucrativo. Esto aumenta la escala de violencia porque ellos no van a renunciar a utilizar la fuerza. Estos discursos de la mano dura hay que analizarlos de manera más fina porque también se pueden entender como la intervención del orden sobre la violencia social. Y el deber de los gobiernos es canalizar ese malestar social por la via institucional y dar respuestas, no totales, pero sí parciales que logren mantener la sociedad en cierto equilibrio. Tenemos que pensar que la democracia es la forma de gobierno en que más se expresan los conflictos.
—¿En el estallido hubo intervención de la delincuencia, por ejemplo fuerzas provenientes del mundo narco?
—Suele ocurrir que en una plataforma de protesta se suman muchos tipos de participantes. Puede ser que parte del crimen organizado aprovechara la situación para confrontar a la policía, para hacer más fechorías, pero hay mucho más que eso. También hay algo de movimiento social, algo de ciudadanos completamente despolitizados que tuvieron un espacio para expresarse. Hay movimientos artísticos que consideraron, mediante el arte, mostrar que también estaban con este movimiento. Existía algo de romanticismo que convocó a la gente. En momentos de crisis se movilizan diferentes sectores. Entonces decir que fue un estallido delictual es una manera muy miope de ver lo que estaba pasando. Al comienzo estaban todos y luego fue tomando una orientación un poquito más de izquierda, progresista y los otros que estaban protestando ahí, se replegaron. Afortunadamente, los sectores políticos institucionales tomaron la decisión de abrir el proceso, dar una salida mediante un proceso constituyente.
—Con distancia, ¿diría que fue la salida correcta?
—Fue la respuesta posible en ese momento. Y pudo haber resultado bien sin los errores del primer proceso. Creo que la izquierda tiene que hacer un trabajo muy serio, avanzado, asumiendo su responsabilidad en el primer proceso. Al igual que ahora la derecha que no está entendiendo de qué se trata. Cada cual quiere hacer su revolución. El proceso constituyente era una de las soluciones posibles. Una base para, desde ahí, ir construyendo otras cosas. Pero hoy me parece que llegar a un pacto fiscal razonable es una alternativa que podría dar soluciones mucho más efectivas.
—En su opinión, la constitución que se está escribiendo es ahora la “salida” al estallido
—La constitución como está quedando hoy no es la respuesta a ningún malestar social, creo que es la respuesta a un modelo ideológico de un sector político que piensa que su apoyo electoral circunstancial es equivalente a la voluntad del los ciudadanos. Si ello sale mal, se incrementará el malestar y estaríamos peor que el 2019; todos los actores políticos habrían fallado. Estaríamos en una crisis mayor. La política en banca rota.
—De cara al próximo plebiscito del 17 de diciembre, ¿qué tanto habrá variado el electorado que votó al proceso anterior?
—Hay algunas investigaciones del COES que mostraron que no hay interés en la política constitucional. Las conclusiones señalan que los votantes “nuevos” son gente más centrada en problemas individualista, más conservadores, preocupados por la seguridad y alejados desde el punto de vista político. Ahora, este grupo de electores, una vez que entra a la política, que vota, los podemos considerar los “primos votantes”, también evolucionan y se integran. Y comienzan a crear su propia posición política. No podríamos decir que esos nuevos electores van a mantenerse en una votación dura. No sabemos, no hemos tenido la capacidad de estudiar a este nuevo grupo de electores. Si las cosas se mantienen igual, deberían rechazar la propuesta, porque rechazan todo lo que venga desde el mundo político. Son el grupo que representa mejor la ruptura entre la sociedad y la política. Ellos pueden rechazar, pero no porque no les guste la propuesta. Hay muchos que votaron apruebo en la entrada y luego que se sumaron al rechazo. Otros aunque no les gustaba aprobaron porque era estratégico. Es algo muy interesante a estudiar y ver cómo se van a comportar en el futuro.
—Parece ser que lo constante es la ruptura que se mantiene entre el mundo político y la sociedad, independientemente de para dónde vaya el voto.
—En Argentina esta ruptura estaba clarísima ya en el año 2000, el “que se vayan todos” en la época de Fernando de la Rúa. Los indignados en el 2008, los chalecos amarillos también son muy antipolíticos. Rocío Annunziata habla de los nuevos movimientos ciudadanos, que son más políticos, pero con menos presencia de partidos políticos, son movimientos con interés en la democracia política. En los movimientos anteriores se veía una simbiosis más fuerte con el mundo político. Ahora se entiende que esta ruptura entre política y sociedad tiene no solamente una cara de abstención o rechazo del mundo político, sino también una intención de pasar al acto, de incentivo a protestar a organizarse de formas diferentes. No sabemos cuánto va a durar, pero por ahí va a existir una fuerza y dinámico de cambio.
—¿Es posible otro estallido?
—Siempre es posible. Las condiciones de base siempre son buenas razones, pero tienen que existir condiciones. Hay países que enfrentan problemas más serios ¿Por qué no hay una revolución feminista en Arabia Saudita? Porque hay condiciones que no lo permiten. ¿Por qué no hay una revolución en China o en Cuba? Lo que pasa es que las condiciones que tienen los gobiernos, ya sea de una razón u otra, o vías de canalización de conflictos son lo que determina. Entonces, no hace falta estar muy indignados para que haya un movimiento. Hay que tener condiciones institucionales. Tiene que haber también capacidades o actitudes de los ciudadanos dispuestos a movilizarse. Y en ese sentido, creo que la derecha ahora también prefiere la movilización. Los más conservadores hacen manifestaciones, utilizan actitudes violentas, grupos como el de Pancho malo.
Y agrega: “En Chile 21 lanzamos hace unas semanas una encuestas sobre violencia societal, y entre el 15 y 20% de las personas dijeron estar dispuestas a utilizar la violencia para alcanzar sus deseos políticos. Y no hay gran diferencia entre los grupos de izquierda y de derecha al respecto”.