La urbanista dice que la mejor forma de enfrentar los problemas que aquejan a las ciudades es recuperar los barrios, incluir a la gente y potenciar el espacio público. Así se puede combatir desde la crisis de seguridad hasta el cambio climático. “Se requiere voluntad política y mucha negociación”.
La mitad de la población mundial vive en ciudades. Y aunque son centros de desarrollo, también exacerban la desigualdad: muchas personas no tienen acceso a viviendas, escuelas, salud, incluso agua. Además, la crisis de seguridad y el crimen cruzan a lo largo y ancho el continente. A esto se suman amenazas naturales, el cambio climático y las pandemias.
Un grupo de especialistas y académicos se reunió en Chile (Santiago, Valparaíso y Concepción) para analizar estos temas y buscar soluciones, en la II Conferencia Internacional “Ciudades Resilientes desde el Sur Global”, organizado por el Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS) y el Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (CIGIDEN).
Una de las exponentes fue Cecilia Martínez Leal, arquitecta y doctora en Urbanismo, quien además ha sido directora de la oficina de ONU-Habitat en Nueva York, en México y para América Latina con sede en Río de Janeiro, entre otros cargos. Ella explica que gran parte de los problemas de hoy en las ciudades se origina por la pérdida de comunidades y vecindarios.
“Si vamos a las áreas periféricas, vemos extensos espacios viales, entradas y salidas para vehículos y nada de espacios para personas. La cuestión central es cómo recuperar los barrios y para ello el desafío es lograr la participación ciudadana. Aquí es donde las acciones de los gobiernos locales son relevantes, pero también es importante revisar cómo se están generando los espacios públicos en la actualidad, que es precisamente mi área de trabajo”, explica.
Señala que para generar espacios públicos que tengan impacto es fundamental que en el diseño participen los habitantes.
“Cuando la gente se involucra, se va produciendo comunidad. Y solo en comunidad podemos crear resiliencia en una ciudad o en cualquier lugar. Aprendí esto de las mujeres, donde la unión y colaboración son fundamentales para superar obstáculos. Ninguna mujer sale sola adelante. Si logramos armar comunidades adecuadas, como se usaba antes –en donde no solo dependías de la familia, también del vecino, del barrio y te sentías acompañada–, podremos enfrentar lo que viene ahora con los cambios del clima”, subraya.
-¿Cómo se logra diseñar un espacio público de manera colaborativa?
-Personalmente, formo parte de un movimiento a nivel mundial llamado placemaking (hacedor de espacios). Comenzamos desde pequeños parques, conocidos ahora como plazas de bolsillo para niños, o revitalizando parques existentes que carecen de actividades. Sabemos que un lugar sin suficientes actividades comunitarias se vuelve ineficiente, vacío o propenso a problemas como la venta de drogas y la delincuencia. Para abordar esto, es crucial entender las necesidades de la comunidad que utiliza ese espacio y, a través de la interacción con ellos, definir qué debería incorporarse en ese sitio. La clave es evitar espacios inaccesibles con letreros que prohíben el acceso, como el típico “no pisar el césped”.
-En tiempos individualistas, ¿existen organizaciones disponibles para este trabajo?
-Sí, hay numerosas organizaciones. La mayoría parte en ámbitos como universidades y escuelas, donde los padres de familia se involucran activamente en el bienestar de sus comunidades. Todo esto crea conexiones. Y otras se generan ante la emergencia, por ejemplo, durante la pandemia de COVID-19. He observado –y confirmado con amigos que viven en Chile– que en varios edificios, donde antes la gente apenas se hablaba, surgió de repente una red comunitaria. Ahora se organizan ventas de frutas, huevos y comparten recursos como la información sobre dónde encontrar un gásfiter, por ejemplo. Se han formado comunidades dentro de los propios edificios. Esta es una nueva percepción de comunidad, aunque ocurra en un espacio semiprivado. Y es un cambio positivo que no experimentábamos antes.
-Estos espacios tan pequeños, ¿cumplen la misma funcionalidad?
-No hay limitaciones en cuanto al tamaño, lo crucial es cómo se desarrollan y gestionan. Cuando son de gran tamaño, la ventaja es que pueden albergar a una amplia variedad de comunidades y actividades: personas mayores, niños pequeños, jóvenes, y así sucesivamente. Debe haber espacio para todos. Por ejemplo, observé acá en Santiago una ciclovía recién construida que, aunque es hermosa y novedosa, le faltan ciertos elementos. En general, cuando creamos un espacio, seguimos una regla: se necesitan al menos 10 actividades que representen las necesidades del grupo usuario. Este principio, conocido como la regla del 10, implica que el espacio debe satisfacer diversas necesidades sin requerir infraestructuras masivas o ambiciosas.
Pueden ser simples, como un vendedor de periódicos, un puesto de flores, un café modesto. Triangular las edades, las culturas, las idiosincrasias, eso da riqueza a un lugar, y eso puede transformarse también en comunidad. Desde mi departamento observo cómo la gente se reúne en el jardín en diferentes momentos del día: nanas con bebés, personas disfrutando del café matutino, aquellos que alimentan a las ardillas. En la tarde llegan los niños a jugar. O sea, hay espacios y horarios, y la gente se va frecuentando, se va conociendo. Nos pasa incluso hasta en la parada del autobús, si tenemos horarios fijos para ir a trabajar, para ir a la escuela, encontramos a las mismas personas todos los días. Llega un momento en que uno hasta puede saludar tranquilamente y empezar a conocerlos. Esos encuentros informales son la base para construir conexiones y comunidad.
-La crisis de seguridad es el tema que agobia a la sociedad chilena hoy, ¿cómo lo ha visto en su visita?
-Ese es el tema de América Latina. Sin embargo, llego a Chile y me parece que es un lugar maravilloso. Que hay portonazos y robos y que se han intensificado, no lo dudo, pero me da la impresión de que los medios chilenos han exagerado y la gente siente más miedo de lo que debería.
-Si ocurre en toda América Latina, ¿cómo mejoramos?
-Es un tema que tenemos que trabajar desde todos los niveles, pero eso es algo que se hace bien en Chile. Lo he visto y he colaborado con gente que trabaja aquí el tema de la seguridad, de la policía. Es muy importante que la policía esté al alcance de la comunidad y eso se está haciendo. Y otra vez entra la resiliencia de la comunidad, que es esencial, tanto para estar atentos si viene un huracán, sí ocurre un terremoto, pero también por la seguridad. Cada uno puede avisar si ve algo raro o desconocidos en el vecindario. La organización es fundamental. Porque, si no resolvemos los problemas de seguridad humana, costará avanzar en seguridad ciudadana.
-¿De qué manera?
-Me refiero al agua potable, al drenaje, al alcantarillado. Esos problemas básicos, que son derechos, hay que ir resolviéndolos. Por ejemplo, la mujer que sale a trabajar y no tiene un lugar donde dejar a su bebé o un sitio donde darle de comer… Hay que entregarle espacios y proteger a las familias. Cada vez hay más familias monoparentales y una mujer abrumada con el trabajo, sin lugar para dejar a los hijos, esos niños terminan educándose en la calle. Todo eso va escalando y se generan tensiones, violencia, delincuencia. Además, tenemos que mejorar en la clase de educación que les damos a los chicos. América Latina se ha quedado muy rezagada en términos de educación.
Agrega que todo está conectado: la falta de educación y oportunidades son factores para generar violencia e inseguridad.
“Se suele pedir Carabineros, que la policía tiene que actuar, pero tenemos que actuar todos en los niveles que nos corresponde. Esto viene desde atrás, desde la educación. El hombre que inventó el concepto de Producto Interno Bruto dijo que no solo había que medir la economía, también había que medir el bienestar de los ciudadanos. Y cuando se ha medido el bienestar, llama la atención la soledad que se registra en chicos entre los 12 y los 18 años. Muchos no quieren ir a la escuela, prefieren entrar a organizaciones criminales porque les dan dinero para comprar los jeans, los zapatos y el teléfono de última generación. Todas estas cosas van de la mano. Tenemos que empezar por revisar qué estamos haciendo por los jóvenes y por los niños. Desde ahí hasta trabajar con las comunidades y policías cercanos. Hacer barrios seguros hace que una ciudad sea segura”, señala.
-¿Los sistemas de seguridad –alarmas, rejas, patrullas– ayudan a terminar con la crisis?
-Al contrario, esos lugares cerrados con reja, perro y seguridad en la entrada, al final son muy vulnerables porque todo el mundo piensa que, si están tan cerrados, deben guardar mucha riqueza. Una ciudad segura es donde se pueda transitar tranquilamente. Ayuda una infraestructura adecuada, buenos servicios, una parada de autobús bien mantenida, que tenga iluminación, botón de emergencia, que las mujeres además se sientan seguras. Que existan guarderías donde dejar a los niños para que no estén en la calle. Todas esas cosas coadyuvan y se tienen que ver, porque no están siendo cubiertas actualmente en muchos lugares. Si ayudamos a los padres a salir adelante, ayudamos a larga a la comunidad.
-Estamos hablando de un tema que va en aumento, ya no hubo prevención, ¿cómo intervenir?
-No podemos darnos por vencidos, hay que empezar por donde sea necesario. Entiendo que muchos dirán que el sector público tiene que cubrir esto, pero los privados pueden y deben ayudar. Otra vez es cuestión de voluntad política y mucha negociación.
-Actualmente vive en México, uno de los países con más violencia y peligrosos del mundo.
-Tenemos problemas de seguridad terribles. Además la capital es una ciudad enorme, con embotellamientos, con una cantidad de población que no es fácil de mover, pero sigue habiendo proyectos y nos han demostrado que hay cosas muy interesantes por hacer. Acabo de conocer a la alcaldesa de Iztapalapa, una de las zonas más pobres de la ciudad, que hizo un proyecto que se llama Utopías, que es interesantísimo. En la zona más pobre generó 18 proyectos, una serie de actividades de cultura y deportes. Hizo canchas de fútbol, tenis, piscina, clases de cocina, poesía, para que los chicos de la zona puedan asistir prácticamente sin pagar. Y ha logrado reducir la violencia y ha bajado la sensación de inseguridad. Además, mejoró la iluminación de las calles y la movilidad. Ese tipo de cosas finalmente es lo que a la larga le gana al crimen.
-Según dicen los expertos, el crimen organizado es silencioso. Ese es difícil de desterrar.
-En América Latina el crimen organizado ha permeado por todos lados. No cabe ni la menor duda de que va a llegar un momento en que vamos a tener que lidiar con el crimen organizado frente a frente, ser proactivos y decir: “Qué hacemos juntos”.
-¿Habla de generar acuerdos?
-Creo que sí, va a llegar el momento en que vamos a tener que hacer alianzas. Darle la cara a esto y enfrentarlo no violentamente sino buscando la negociación de qué podemos hacer finalmente por lo que se viene, por lo que ya está. Hay mucho por hacer, pero lo interesante es que sabemos un poco por dónde están las fallas, dónde hay que entrar, dónde hay que hacer, dónde hay que mejorar.
-Esa es una mirada más teórica.
-Precisamente hablábamos con colegas que una de las cosas que aún no estamos haciendo en las universidades es tener los datos que están detrás. Sabemos que se lava dinero y en grandes cantidades, que la economía se está moviendo mucho por estas circunstancias y que tarde o temprano vamos a tener que meternos con ciertos datos para saber qué está pasando, porque no lo tenemos contabilizado, no sabemos lo que pasa en el fondo. Sí tenemos claro que esta gente muchas veces hace proyectos por las comunidades.
La urbanización está ocurriendo a un ritmo acelerado. La mitad de la población mundial vive ahora en ciudades y se pronostica que esto aumentará a dos tercios para 2050.
“Estamos hablando de transformaciones profundas que no pueden esperar. La prioridad hoy son las personas, la naturaleza y el cambio climático”, dice Martínez, quien actualmente es parte de los consejos de Project for Public Spaces (PPS) y del International Council for Caring Communities (ICCC), ambas con sede en Nueva York y del World Resources Institute, antes Embarq, en México.
Añade que con la destrucción de la biodiversidad es urgente un cambio en la perspectiva, porque ya no se pueden considerar las ciudades de forma aislada.
“El enfoque debe ser abordando la interconexión entre las ciudades, los alimentos, el agua, la tierra y la energía. Esta nueva realidad plantea desafíos significativos para las universidades, que deben abandonar la tendencia de trabajar de manera aislada y adoptar una mirada más integrada. La resiliencia en las ciudades implica no solo detener el crecimiento descontrolado, un problema serio en América Latina, sino también replantear cómo ocupamos el territorio”, expresa.
-¿Qué tanto influye en el colapso de las ciudades la migración?
-En general, los migrantes se instalan en la periferia o donde puedan. Ese fenómeno no es nuevo, se estudió en los 60 cuando se masificó la migración campo ciudad. Y antes, cuando surgió la industrialización, la gente buscaba empleos, mejorar la calidad de vida. Nada nuevo bajo el sol. Entonces existía la política de dejar hacer. Y se fueron generando estos asentamientos irregulares que después se fueron regularizando. Pero ahora no podemos hacer como que no vemos. Hay que trabajar en ello.
-¿Cómo hacemos para no crecer en ciudad si la población sigue haciéndolo?
-Ese es un problema muy serio que tenemos en América Latina, porque el último siglo todas las ciudades se desparramaron de una manera impresionante. Hay ciudades, por ejemplo en México, que es mi país, donde una ciudad creció en población un 2%, pero en territorio un 25%. Esto no puede ser. Estamos acabando con el territorio. Y eso, además, no funciona para la economía, no funciona para la salud, no funciona para la vida. En Francia ya limitaron el crecimiento de las ciudades con leyes muy fuertes. Creo que por ahí va… Nosotros los latinoamericanos sentimos que podemos seguir creciendo porque hay mucha tierra. Pero tenemos una gran responsabilidad y es que es en esta región del mundo donde están las grandes concentraciones de biodiversidad y no podemos perderlas, porque es una responsabilidad como humanos ante el resto del mundo.
-¿Cómo enfrentar este fenómeno, donde aún hay líderes que “no creen” en el cambio climático?
-Tenemos que concientizar a la población de que el cambio climático se viene ya. Es más, estoy muy impactada de que ya hemos pasado puntos de no retorno. O sea, ya no podemos dar marcha atrás en lo que esperábamos hacer hace unos años. Pero la gente no se lo acaba de creer. En México hace poco se destruyó la ciudad de Acapulco. Y todavía muchos dicen “esto fue una cosa extraordinaria que seguramente no volverá a pasar”. Pero todo indica que va a seguir pasando. Eso es el cambio climático. No se trata de asustar a las personas, pero ya está sucediendo. Y como no sabemos cómo seguirá, cómo se comportará la naturaleza, tenemos que ser resilientes, ayudarnos unos a otros.
-En nuestro continente mucha gente busca sobrevivir y no está pensando en ser resiliente o en el cambio climático.
-Cuando las personas no tienen qué comer o no tienen un techo sobre su cabeza, ni cómo proteger a los hijos, solo van a pensar en cómo hago para darles de comer a mis niños mañana. América Latina es una de las regiones con mayores desigualdades en el mundo. Esas brechas tenemos que empezar a cerrarlas desde las políticas sociales. Pero también a nivel de ciudad hay que procurar la interacción entre las personas, la convivencia. Generar espacios para salir a correr, andar en bicicleta, canchas deportivas.
-¿Cómo entonces debería ser la ciudad del futuro?
-Primero, preocuparnos hoy de las ciudades que tenemos, trabajar para que funcionen bien. Darnos a la tarea de mejorarlas. Para mí, la temática es hacerlas resilientes: hacer comunidad, generar espacio público, mejorar la infraestructura, el agua, el internet y todo lo que signifique una mejor vida.