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El poderómetro: Sergio Muñoz, el hombre a quien nadie le dijo “memento mori” PAÍS

El poderómetro: Sergio Muñoz, el hombre a quien nadie le dijo “memento mori”

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A diferencia de su par de Carabineros, Muñoz no juntó nunca agua en la piscina para tener dónde flotar en caso de que lo empujaran, y eso –sumado a la convicción de La Moneda de que operaba para la derecha– explica su veloz caída en desgracia. Su poder fue borrado de un plumazo.


Hasta el viernes pasado, Sergio Muñoz Yáñez era uno de los hombres más poderosos de Chile, debido al cargo que ostentaba desde 2021 (director general de la Policía de Investigaciones) y todo lo que ello conlleva, especialmente el intangible más importante de nuestra época: información.

A través de los múltiples equipos celulares de gama alta que Muñoz utilizaba (y cuya información es, en este momento, extraída con sistemas UFED por el OS-7 de Carabineros), le llegaba toda la información relevante de este país, no solo la relativa al crimen organizado, el narcotráfico y la delincuencia en general, sino también todo lo que produce el aparataje de inteligencia de la institución: huelgas, tomas de caminos, lo que dicen los políticos en público y en privado, los movimientos portuarios, quiénes entran y salen del país (al menos en forma legal) y mucho más. Además, tenía acceso a la información privilegiada de Interpol, aquella que solo maneja la PDI en Chile.

Como corresponde a tan alta investidura, Muñoz se desplazaba desde su casa en Las Condes hasta el centro de Santiago en una “cápsula de seguridad”, conformada por funcionarios de la PDI altamente capacitados en tiro y protección de personas importantes. Viajaba a distintas partes del mundo a participar de reuniones de Interpol y otras organizaciones policiales y –por supuesto– administraba los cuantiosos gastos reservados que el Estado entrega a la policía civil y que hoy tienen a su antecesor, Héctor Espinosa, acusado de lavado de activos, malversación de caudales y falsificación de instrumento de uso público.

Además de ello, residía en la misma casa que ocupaba Espinosa (por la cual fue duramente cuestionado), una mansión que es propiedad de la FACH y que la policía civil arrienda por un valor de 130 UF mensuales, ubicada en Camino La Vía, en Las Condes.

A las 6 de la mañana del viernes pasado, un nutrido grupo de Carabineros llegó a golpear la reja de dicha residencia. Los escoltas de Muñoz reaccionaron de inmediato y pensaron en resistirse, pero al final imperó la cordura y, también, la inferioridad numérica.

El OS-7 iba premunido de una orden de entrada y registro, emitida por el Cuarto Juzgado de Garantía de Santiago, la misma que a esa hora otros agentes de Carabineros exhibían en la guardia del cuartel central de la PDI, en calle General Mackenna, donde a los detectives de turno no les quedó otra que dejar pasar a los carabineros hasta las oficinas del director general, ubicadas en el segundo piso.

Fue ese el momento exacto en que el poder que Muñoz tenía se evaporó de un plumazo, no solo por el oprobio que significó para la PDI el ser allanada por Carabineros, sino porque no tenía ninguna posibilidad de maniobrar, dado que durante los casi tres años que estuvo en el cargo no cultivó una buena relación con el Gobierno y, peor aún, todo indica que, al contrario, se preocupaba de cuidar las espaldas de la administración anterior, como resulta evidente a partir de los antecedentes entregados por Ciper respecto de las filtraciones de Muñoz a Hermosilla, que tenían que ver no solo con la investigación penal en contra de Héctor Espinosa, sino también con otras investigaciones vinculadas con el expresidente Piñera: el caso de la minera Dominga y el de Enjoy, y dos indagatorias relativas a figuras de la derecha: Raúl Torrealba y Felipe Guevara.

En La Moneda existía desde hacía un buen rato la percepción de que Muñoz operaba hacia la derecha y se convencieron totalmente de ello luego del episodio relatado por El Mostrador el viernes pasado, que ocurrió luego de la muerte de un tío del ahora exdirector, el prefecto en retiro Carlos Yáñez, quien murió en mayo del año pasado, dos meses después que la Corte Suprema lo condenara a 10 años de presidio como autor del secuestro del exregidor de San Fernando Luis Vásquez Muñoz (PS), ocurrido en septiembre de 1973. Yáñez fue velado en la capilla de la Escuela de Investigaciones Policiales, algo que molestó tremendamente en el Palacio de Gobierno, a tal punto que el Presidente Gabriel Boric se lo hizo presente a Muñoz, quien le dio una respuesta que, a juicio de una fuente gubernamental, “fue totalmente insatisfactoria”.

Esa es la diferencia entre el aún general director de Carabineros, Ricardo Yáñez, y el defenestrado y pronto a ser formalizado Sergio Muñoz: la cantidad de agua en la piscina que tenía cada uno. Aunque el poder del general Yáñez ha ido decayendo rápidamente –a medida que se acerca el 7 de mayo, cuando será formalizado– y debido a que ha cometido errores pueriles, como quitarles la escolta motorizada a los demás comandantes en Jefe, sigue teniendo cómo flotar, porque desde el principio de la actual administración se preocupó de complacer al Primer Mandatario con gestos como ponerle una mujer de conductora, ordenarle a la escolta que anduviera sin corbata, enviarle a otra mujer como edecana, pintar patrullas con los colores de la diversidad e, incluso, anunciar urbi et orbi algo que generó muchos comentarios internos: el ingreso a la policía uniformada de la primera carabinera trans.

Así fue como Yáñez, representante de la institución que Gabriel Boric decía que había que refundar, se convirtió en el policía favorito del Presidente y hoy se hacen todo tipo de esfuerzos para postergar la formalización y permitirle que culmine sus cuatro años constitucionales en noviembre.

Muñoz, en cambio, nunca entendió eso y mantuvo una tensa e ingrata relación con las autoridades de Gobierno, lo que se suma a la mala evaluación que existía en La Moneda de su manejo del caso de Valeria Vivanco, entre otros hechos. Todo ello explica que, al momento de caer hacia la piscina, había muy poca agua, la necesaria para dar manotazos de ahogado durante algunas horas, pero nada más, dada la alternativa que le planteó el Gobierno: si no dejaba el cargo en forma voluntaria, sería destituido una vez que lo formalizaran, lo que debería suceder mañana.

Quienes se mueven en los meandros del poder saben bien que uno de los principales problemas que aquejan a quienes llegan a ocupar los máximos cargos en un Estado es que se ven expuestos a lo que se conoce como el síndrome de Hubris, un cuadro psicológico que, luego de un tiempo de ejercicio del poder, lleva al poderoso a convencerse de que es omnipotente, superior, más brillante, audaz e inteligente que todos.

Bien lo sabían los emperadores romanos que, no en vano, tenían al lado de ellos a un personaje que les repetía una y otra vez memento mori, es decir, “recuerda que morirás”, frase latina cuyo objetivo era recordarles que, más allá de las investiduras, de las cápsulas de seguridad, de los honores, de los viajes, por muy poderosos que fueran en ese momento eran, al final del día, unos simples mortales como todos, personas que ocupaban un lugar de poder, pero los romanos sabían muy bien que el poder puede desaparecer de un momento a otro. Algo que, sin dudas, no estaba en la mente del ahora imputado Sergio Muñoz.

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