El abogado es el personaje más parecido en Chile a Licio Gelli, el todopoderoso líder de la logia italiana P2, que en los años de la Guerra Fría operó en todos los planos de la política y la economía no solo italiana, sino incluso también en Argentina.
En los últimos seis meses ha sido frecuente encontrar alusiones en las redes sociales al “guionista de Chile”, aquel enloquecido ser imaginario que, semana a semana, brinda capítulos inimaginables de una serie llena de personajes rocambolescos, plot twist y arcos temáticos que ni los mejores escritores de Netflix o HBO imaginan: el caso Convenios; el robo del computador de Giorgio Jackson; el audio entre Hermosilla, María Leonarda y “Dani”; los cheese and wine en el departamento de Pablo Zalaquett; los incendios de Valparaíso; la muerte de Sebastián Piñera; la citación al Cosena tras el doble homicidio de Malloa; y, en los últimos capítulos, la revelación de que la policía civil estaba al mando de un sujeto que ahora está preso, pues –spoiler para quienes no los vieron– estaba conectado con uno de los protagonistas de los primeros capítulos de la serie, al que le entregaba informaciones reservadas acerca de las investigaciones en contra de un expresidente, de exalcaldes y de la investigación penal contra su exjefe.
Uno de los secretos de la exitosa fórmula de ese guionista, que recién comenzó a revelarse en las últimas entregas de la serie, es que parte importante de la trama gira en torno a un “McGuffin”, como Alfred Hitchcock denominaba a cualquier objeto que permitiera que una historia se cohesionara en torno a él y avanzara.
De preferencia, el McGuffin del caso debe estar perdido (aunque no necesariamente) y la historia habitualmente gira en torno a su recuperación o al secreto que esconde. Esa es la forma en que se estructuran las películas de acción, como –por ejemplo– El Halcón Maltés o Los cazadores del arca perdida.
Cualquier buen escritor sabe, además, que un asunto esencial en toda buena serie es que la intriga debe ser administrada, entregada en porciones, de a poquito. Si en una serie policial nos dicen en el primer capítulo quién es el asesino (o el corrupto), es poco probable que avancemos mucho.
Todo eso y más lo sabe el guionista de Chile, que de a poco ha ido entregando partes de la intriga en que tiene sumido al país, y quien hace unos días dio a conocer su McGuffin, que en este caso no es una estatuilla, un cuadro robado o una esmeralda, sino algo más simple, más mundano, pero mucho más poderoso que el arca de la alianza: un iPhone 14 Pro Max, cuyo dueño titular es Luis Hermosilla Osorio.
Ese teléfono es el objeto más poderoso que ha conocido el Chile contemporáneo, debido a la información que contiene y que la Fiscalía extrajo desde sus entrañas.
La revelación de una mínima parte de las 776 mil páginas de chats de WhatsApp que hay en él culminó con la rápida defenestración de Sergio Muñoz y lo dejó convertido en el único huésped del calabozo de la PDI en Cerrillos.
Dichos diálogos demuestran también la forma en que operaba Hermosilla y la ingenuidad (por utilizar una palabra amable) de Muñoz, quien estaba convencido de que el abogado era su amigo, además del defensor de Sebastián Piñera –lo que negó enfáticamente quien sí representaba al fallecido Presidente, Juan Domingo Acosta–.
En cuanto a lo primero, el mismo Hermosilla desmintió ante la Fiscalía que fuera amigo de Muñoz. De ese modo, los mensajes llenos de cercanía entre ambos, como aquel donde el expolicía lo invita a “un churrasquito”, o aquellos en los que Hermosilla le agradece todo el cariño recibido por él y su pareja en la casa de Muñoz, devienen pura hipocresía, puro cálculo, puro aprovechamiento, de parte de alguien que recuerda demasiado la figura de Licio Gelli.
Para quienes no lo conocieron, Gelli fue el líder de la logia Propaganda Due, la famosa P2, que –como se descubrió en las investigaciones judiciales– tenía entre sus miembros al presidente, a casi todos sus ministros, cardenales, periodistas, jueces, fiscales, empresarios, etc.
Eran casi mil sus integrantes y, aunque en sus vidas públicas parecían personas muy respetables, que todo el día pontificaban acerca de la moral y la ética, tanto ellos como “El titiritero” –como le decían a Gelli– actuaban de igual a igual con sus asociados de la mafia italiana.
Gelli es probablemente lo más cercano al personaje de Vito Corleone en la vida real y su método de cooptación de personas e instituciones era el mismo que describe Mario Puzo en la novela El Padrino, cuando dice que “Don Vito Corleone era un hombre a quien todos acudían en demanda de ayuda y nadie salía defraudado”.
Por supuesto, eso no era gratuito, como relata el mismo Puzo: “Solo existía una condición: que uno, uno mismo, proclamara su amistad hacia él”, como lo hacía Muñoz hacia Hermosilla, que a su vez es el personaje más parecido a Gelli en Chile: un titiritero, un digitador.
Claro. Todos quienes conocían a Hermosilla coinciden en indicar que era un hombre muy simpático y que, por sobre todo, era excelente adulando a quienes conocía, muchos de los cuales, embebidos en su propia percepción de omnipotencia, no alcanzan a darse cuenta de que eran instrumentalizados.
La comparación de Gelli con Hermosilla no se limita a aquello. Está bien documentada la intromisión de Gelli en la designación no solo de numerosas autoridades en Europa, sino también en Argentina, donde fue el artífice del regreso de Juan Domingo Perón desde el exilio en España, en 1973, a tal punto que viajó en el mismo avión con él, en el regreso a Buenos Aires.
Hoy ya se sabe de la influencia de Hermosilla en varios procesos, tanto en la PDI como en el Poder Judicial, pero las preguntas abundan:
¿Cuántos otros jueces le habrán mandado poemas a su WhatsApp, en medio del correspondiente “besamanos” para ascender a alguna Corte de Apelaciones o a la Suprema?
¿Cuántos fiscales lo habrán invitado a un churrasquito para pedir su intervención en la confección de una terna?
¿Cuántos otros policías le habrán enviado fotos de informes secretos, amparados en que eran “amigos” de Hermosilla?
¿Cuántos periodistas habrán operado junto a él?
¿Cuántos empresarios le habrán pedido intervenir con las autoridades medioambientales, de salud, de minería, agricultura o lo que sea?
¿Cuántos millonarios o billonarios le habrán pedido favores a “Lucho” a cambio solo de su “amistad”?
Pocos creen hoy, en el país, que lleguemos a conocer los arcanos que esconde el teléfono celular de nuestro Licio Gelli chileno, y por ello es tan importante que la Fiscalía comprenda que, más allá de que su labor es investigar delitos, ese teléfono que tiene guardado bajo siete llaves es mucho más que una serie de causas penales: es el retrato más vivo y duro de la forma en que opera el poder en Chile, y la gran pregunta que ronda entre la ciudadanía es si van a atreverse a revelar todo lo que hay en él.