El rey va desnudo y ninguno de sus asesores es capaz de decirle que la capa de invisibilidad que le vendieron no es real. Ad portas de ser formalizado, el alcalde acusó conspiraciones varias, en forma impulsiva, lo mismo que lo llevó a perder en las primarias de 2021. Su poder hoy está a la baja.
Daniel Jadue Jadue nació en el lugar y el momento equivocados. Bertrand Russell decía, en su libro El poder, que hay dos tipos de personas: los caudillos y los secuaces. Jadue es de los primeros, claramente, pues como explicaba el gran filósofo y Premio Nobel de Literatura, “el carácter de algunos hombres los lleva siempre a mandar, así como el carácter de otros los lleva a obedecer”.
Russell también recuerda que Alfred Adler distinguía, en el mismo orden de ideas, a dos tipos de personas: los sumisos y los “imperiosos”, que –por supuesto– son muy parecidos a los caudillos, sobre todo porque el “imperioso” es aquel que siempre está adelante de las revoluciones.
Esa es la gran tragedia de Jadue: es un caudillo sin revolución. Si se recuerda el opening de la parodia de telenovela Una casa sin marido, del “Jappening con Ja”, es la misma idea: un caudillo sin revolución es “como un perro sin su árbol, como un toro sin su tora, como un barco sin su capitán”, como rezaba el entretenimiento del domingo con el cual TVN trataba de que se olvidaran los horrores de la dictadura.
Si Jadue hubiese nacido donde a él seguramente le habría gustado, lo más probable es que hoy no estaría enfrentando a la justicia de un país perdido en la última esquina del mundo, sino que estaría en otros asuntos. No es difícil imaginar que a sus veinte años habría estado en la primera fila de la primera intifada palestina contra Israel, convertido –al igual que hoy– en militante del Frente Popular para Liberación de Palestina (FPLP), aunque quizá, si su vida hubiera transcurrido donde las papas queman y no en la lejana Recoleta, podría haber terminado militando en Amal, Hamás o alguno de tantos grupos radicales del Oriente Medio, siempre en lugares visibles, de primera línea, porque si bien al alcalde le gusta la acción, lo suyo es innegablemente la política.
Otro lugar donde él podría haber nacido y haber desarrollado ese mix de acción y política, tan necesario en la vida de cualquier caudillo, es el México de la revolución, tan bien retratado en obras maestras de la literatura como Los de Abajo, La muerte de Artemio Cruz e, incluso, Pedro Páramo.
Sin dudas que Daniel Jadue habría sido feliz en medio de dicha revolución, liderando masas de hombres y mujeres dispuestos a seguirle hacia donde fuera, pero el destino quiso que la única revolución que le tocó de cerca ocurrió a pocos kilómetros de su municipalidad, y comenzó y terminó en el mismo lugar: la plaza Italia, Baquedano o, en tiempos octubristas, Dignidad.
Fue producto de ese estallido-revolución-implosión (llámele como quiera) que Jadue surgió como un cacique cuya proyección excedía los límites de aquella porción de tierra antiguamente llamada La Chimba y luego rebautizada como Recoleta. Con su lenguaje desenfadado, su estética Intifada/Mayo del 68 y su cosismo 2.0, Jadue se alzó como quien mejor capitalizaba –vaya contradicción– el legado de los ojos mutilados, el de la Tía Pikachu y el Estúpido y Sensual Spiderman, el de la Primera Línea y, sobre todo, la promesa de terminar con la Constitución de Pinochet, la misma que hoy está requetecontra legitimada.
Sin embargo, se quedó solo en la promesa, pues en la primaria cometió muchos errores (como cualquier candidato), pero hubo uno fatal e irreversible, algo que cualquier caudillo con verdaderas ansias de poder sabe que no se debe hacer: se puso a pelear en vivo con dos periodistas televisivas, Mónica Pérez y Mónica Rincón, durante un debate en el contexto de la primaria 2021. El tema era la mención en su programa presidencial a algo que sonaba muy orwelliano: un Ministerio de la Comunicación.
Su contendor (Gabriel Boric) aprovechó en forma magistral el momento, abogando por la libertad de expresión, aunque una de las características de su Presidencia ha sido una relación tensa y con un tufillo autoritario con la prensa –cómo olvidar, por ejemplo, cuando Izkia Siches pretendía implementar un “manual de prensa”–, pero al entonces candidato Boric lo que le importaba era dejar en claro todo lo contrario, demostrando que entendía perfectamente bien los códigos de la comunicación política y una de sus principales reglas: un buen candidato a algo debe mostrarse como un amigo de la prensa, un defensor de las libertades de información y opinión, un Batman de la verdad, un Superman de la transparencia.
Quizá por soberbia, quizá por sinceridad, Jadue no estaba para ese tipo de disquisiciones y soltó su caballería sobre las periodistas, marcando el principio del fin de lo que parecía una carrera ganada frente a un rival de último minuto, que se sumó a la competencia más por copar espacio que por pensar que tuviera alguna chance.
Cuento aparte fue su pulsión palestina que puede más que su pulsión comunista, cuando, a propósito de la cruel tragedia en la Franja de Gaza, Jadue decidió lanzarse contra los judíos de izquierda, argumentando que ser judío y de izquierda era una contradicción nuclear. Ahí mismo saltó la diputada comunista Carmen Hertz, la analista PS Clarisa Hardy y un sinfín de judíos de izquierda, quienes le cerraron la puerta en la cara. Le recordaron que hasta el médico, científico y filósofo Alejandro Lipschutz Friedmann se estaría revolcando en su tumba si hubiera escuchado sus palabras.
Hoy en día, sin posibilidades de ser reelecto en su municipio, con voces disidentes dentro de su partido y ad portas de ser formalizado, Jadue debe pensar en cuán diferente habría sido todo si casi tres años atrás hubiera sido más estratégico en su forma de actuar.
Quizá, si hubiera moderado sus tonos, podría haber ganado la primaria y la presidencial. Siguiendo con ese raciocinio distópico, si Jadue se hubiera convertido en Presidente, cualquier acusación en su contra habría quedado detenida en un Tribunal Constitucional compuesto a su imagen y semejanza –si es que hubiera avanzado desde la Fiscalía– y hoy, muy probablemente, Nicolás Maduro sería un habitué de los tecitos en La Moneda.
Por supuesto, ya no hay marcha atrás en aquello, pero ante el anuncio de que sería formalizado, Jadue salió nuevamente a disparar, acusando conspiraciones y montajes varios a diestra y siniestra, sin hacerse cargo en momento alguno de los hechos que se le imputan, que no son menores.
Quizá esos excesos verbales no sean culpa suya, sino de sus asesores, que todo indica que no son capaces de hacerle ver –como en el cuento del rey desnudo– lo que todos los demás ven.
En uno de los pasajes más memorables de El último rey de Escocia (película gracias a la cual Forest Whitaker ganó el Oscar al mejor actor protagónico, en 2006), el dictador Idi Amin Dada, desesperado ante los problemas que enfrenta, culpa a su asesor personal, el escocés Nicholas Garrison, de todo lo que está pasando. Tratando de defenderse, este le responde que no es culpa suya, pues él le advirtió lo que sucedería.
Ante ello, el dictador ugandés le retruca que “de todos modos es tu responsabilidad”, pues “no me convenciste”.
Al igual que el Idi Amin de la película y que cualquier caudillo, Jadue necesita gente que lo convenza de las cosas de las cuales incluso no quiere convencerse, entre ellas, domesticar sus pasiones y, sobre todo, su lengua.
De otro modo, si llegara a salir incólume de la investigación que enfrenta, la única posibilidad que tiene de recuperar algo del poder que ostentó y no terminar en el paredón de los federales mexicanos es con algo que cualquier buen político sabe que debe cultivar: la ponderación, aunque sea aparente.