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Niños delincuentes: las otras víctimas de la violencia PAÍS

Niños delincuentes: las otras víctimas de la violencia

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Silvia Peña Pinilla
Por : Silvia Peña Pinilla Periodista - Editora del newsletter Efecto Placebo
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Vulnerados desde pequeños, han sufrido carencias y abandono. Cuesta identificarlos porque se camuflan bien. Solo se vuelven visibles cuando fallecen. La mayoría sabe que quizá no vivan más allá de los 18 años. Es el otro lado de la violencia, donde el Estado y la sociedad llegan tarde.


La madrugada del 23 de noviembre de 2023, Alejandro, de 15 años, fue herido por la espalda cuando arrancaba, junto a un grupo de amigos, después de robar en una casa en La Reina. Un vecino hizo 7 disparos y uno de ellos lo tiró al piso. Eran cerca de las 3 de la mañana cuando sus compañeros lo dejaron tendido en la vereda frente al Samu de La Faena, en Peñalolén. Ante la gravedad de su herida fue trasladado al hospital Luis Tisné, donde murió. El botín con que huyó la banda fue una billetera con tarjetas de crédito y débito, 15 mil pesos y documentos de identidad.

A esa misma hora, los gritos de unos muchachos despertaron a Claudia, la madre de Alejandro.

“Vinieron dos amigos de él a decirme que le había llegado un balazo. Fui rápido al consultorio y ahí me lo tenían. Le dio un paro, le hicieron reanimación y me lo mandaron al hospital. Llegué detrás de la ambulancia. Pasaron como 20 minutos y me dicen que mi hijo falleció. Me caí al suelo de dolor. Hasta el día de hoy no asumo que está muerto. Siento que esto es una pesadilla, que él anda en un paseo, en un campeonato y que va a entrar por la puerta y me va a decir: ‘mamá, me fue bien, metí dos goles”, cuenta.

Y explica que fue en el barrio donde hizo malas juntas.

“Nosotros le aconsejábamos que no hiciera tonterías. Que se saliera, pero no hizo caso. Pensó que era un juego. Quería ayudarnos, que no nos faltara qué comer, que el refrigerador siempre estuviera lleno. Y también lo hacía para comprarse sus cosas de marca. Yo no podía darle las cosas que él quería. También tengo culpa como mamá porque lo dejé mucho de lado. Quizás preferí otras cosas”.

Alejandro tenía dos amigos inseparables: Jorge y Benjamín, quienes lo siguieron hacia la muerte. Jorge murió el 7 de enero, un mes y medio después, por el disparo de un carabinero, cuando intentaba huir de un control, junto a un grupo que se trasladaba en un auto robado.

“Cuatro sujetos le robaron el auto a un hombre en la comuna de Peñalolén. La víctima se acercó a la comisaría haciendo una denuncia. Se enviaron los datos a la Central de cámaras, desde donde detectaron un vehículo con las mismas características. Los efectivos policiales llegaron hasta el lugar a fiscalizar el auto. Tres sujetos se bajaron y arrancaron, mientras que el conductor intentó atropellar a uno de los policías, por lo que a modo de defensa, el carabinero disparó, hiriendo al delincuente y provocándole la muerte. En el procedimiento se contó con la colaboración de un helicóptero y se logró la detención de un menor de 15 años”, reportó el parte policial.

Un mes y medio después, el 29 de febrero, fue el “Benja” quien se estrelló, manejando otro auto robado en una esquina de la zona oriente. El reporte de Carabineros precisó que el hecho ocurrió pasadas las 4:00 de la madrugada. El automóvil chocó con el muro de un domicilio y un árbol, para finalmente volcarse. A un costado del vehículo fue encontrado el cuerpo sin vida de un adolescente de 15 años, sin antecedentes, quien murió por el grave accidente.

La trayectoria

La historia de Alejandro es la de muchos niños chilenos que llegan a instituciones estatales porque no hay quien se haga cargo. A los 4 años Alejandro, en vez de estar en prekinder o jugando, estaba en un hogar del exServicio Nacional de Menores, Sename, hoy “Mejor Niñez”, lejos de su familia. Fue su madre quien lo dejó allí a él y a su hermano, un año y medio mayor, en otro hogar. Estuvo ahí entre 2 y 3 años, hasta que lo trasladaron a otro hogar, por gestiones que hizo la tía abuela. A los 10 años regresó con su madre, pero no hubo estabilidad. Comenzó a ir de una casa a otra de amigos y familiares.

“La mamá tuvo una depresión, intentó quitarse la vida. Ahí fuimos a buscar a los niños. Mi hermana se los llevó para la casa, pero entre ellos peleaban mucho, por lo que me traje al mayor conmigo”, explica la tía abuela.

Fue en esta etapa que Carlos Maldonado, presidente de la Fundación Nitaipada, se involucró.

“Como muchas veces en su vida, de nuevo no había quién se hiciera cargo y estaba listo para entrar al Sename otra vez. Entonces, un familiar me pidió ayuda, que lo cuidara un tiempo. Primero le di alojamiento, comida. Luego decidí comprometerme y me propuse entregarle estabilidad. Lo puse en el colegio, lo llevé al médico. Cuidar a los niños es una inversión en la sociedad. Si hay violencia en la esquina eso me afecta a mi también. Y podemos poner muchas cámaras y vigilancia, pero si no trabajamos en esos niños que están en riesgo de terminar como delincuentes no vamos a avanzar”, reflexiona Maldonado.

No fue fácil acercarse a él.

“Ya era un poco tarde, ya tenía cosas difíciles de modificar. Si movía una mano, se agachaba, pensaba que le iba a pegar. Tampoco quise separarlo de su mamá y de su hermano. La idea era que desarrollaran una relación más normal. Pensaba meterlo en deporte porque era muy bueno para el fútbol, pero vino la pandemia y eso no pudo ser. Con mucho trabajo se mantuvo asistiendo al colegio. Pero perdió un año cuando la mamá se lo llevó nuevamente y se fueron a Rancagua. Cuando regresó retomó y logró sacar el 8° básico. Lo incluí en la fundación, donde repartimos alimentos para la gente en situación de calle. Iba feliz. De hecho, poquito antes de fallecer estuvo atendiendo gente”.

Cuenta que a pesar del abandono, tenía una relación estrecha con su madre. “Ella con una dependencia problemática de drogas no podía darle seguridad. El y su hermano deambulaban de casa en casa. Hubo muchas promesas de estar bien que no se cumplieron. De hecho, una de las últimas discusiones que tuvieron él dijo que dejaría de robar si ella dejaba de drogarse. Una de esas noches, tuvieron una fuerte discusión y se fue con esos amigos. Se metieron a una casa en La Reina, salieron los vecinos. Ellos corrieron, levantaron las manos -se ve en el video- y subieron al auto. Alejandro iba último y le llegó un balazo mortal por la espalda.Eran todos menores, excepto el que iba manejando, que son los que impulsan a estos niños a hacer estas cosas porque saben que son menores. Y lo dejaron ahí en la calle. Murió. Fue un shock para mí”.

Meses antes el cambio de colegio lo afectó negativamente.

“No quería ir. Hacía como que iba y no iba. Ahí fue donde empezó a meterse con los cabros que estaban en la esquina. Los que tampoco iban al colegio. Comenzó a caer en un espiral de robos pequeños, luego cosas más violentas… Son niños que sienten que la sociedad los ha dejado afuera. Tienen resentimiento contra los que están o se ven bien, incluso tal vez contra niños que hayan tenido una familia más estable, que tienen mamá y papá. Piensan que no hay lugar para ellos”.

Alejandro murió la madrugada de un jueves. El viernes el Servicio Médico Legal entregó el cuerpo. Lo llevaron al pasaje donde vive su familia. “Estaba lleno de carabineros. Y fue muy heavy, porque aparecieron vecinos con pistolas, dispararon al aire. Y había muchos niños ahí. Me puse a gritarles: ¡Qué haces imbécil, hay niños! Y los carabineros no hacían nada. Les pedí que intervinieran, pero nada. Estaban ahí como zombies.Fue todo muy violento. Cuando fuimos al cementerio, nos escoltaron”, recuerda Carlos Maldonado.

“Cuando fui al hospital los de la PDI me dijeron que nos iban a poner protección. Les dije que yo no necesitaba protección, porque no soy delincuente, no soy traficante. Trabajo todo el día, mi marido también, mis hijas estudian, somos una familia normal, no necesitamos protección.  Y después me dijeron que este era un funeral de alto riesgo… Tuvimos problemas con un montón de gente que apareció y tiraron fuegos artificiales…”, dice la tía abuela de Alejandro.

Carlos Maldonado agrega:
“Los amigos estaban destruidos, lloraban sin parar. Después les tocó a ellos. Y tuvimos dos funerales más iguales. Benjamín decía que ya se le habían ido sus hermanos, que habían hecho un pacto: que el primero que se muriera se iba a llevar a los otros”.

La sociedad y el Estado

El artículo N°50 de la Ley de Garantías y Protección Integral de la Niñez y Adolescencia señala que los niños, niñas y adolescentes que infrinjan la ley, sean o no responsables penalmente “tienen derecho a recibir protección especializada por polivictimización; derecho a su recuperación física y psicológica y a la plena integración social y educativa”. En este marco, la Ley N°20.084 fija el objetivo de la reinserción social de los adolescentes responsables penalmente que sean condenados por sanciones. Asimismo, las Directrices de Riad recomiendan a los Estados el realizar medidas eficaces para prevenir la comisión de delitos a toda edad, con un rol clave también en socialización y trabajo con las familias. Ninguno de estos trabajos se realizó con Alejandro y su hermano.

El 10% de los jóvenes que viven en el exSename declaró no haber vivido nunca con sus padres. Un 34% proviene de familias monoparentales. Por otra parte, el 38% indica que la mayoría de sus amigos delinquen. Son cifras del estudio “Trayectorias de vida de jóvenes infractores de ley internados y respuesta educativa en el Servicio Nacional de Menores de Chile” (Julio Domínguez, Ángeles Arjona y Susan Sanhueza). Otras variables observadas son el consumo de drogas, donde un 35% de la muestra consumía desde antes de cometer su primer delito. “Si el consumo se da antes de cumplir los 12 años tienen mayor probabilidad de cometer más delitos y más violentos. Lo mismo ocurre en el grupo de jóvenes que desarrollaron una dependencia a las drogas, siendo este grupo más reincidente y más violento si es que la dependencia es a la cocaína o a la pasta base”, señala el texto. 

Las trayectorias de vida de los jóvenes privados de libertad se caracterizan por un abandono temprano en un contexto de pobreza estructural multidimensional. Las familias juegan un rol fundamental como modeladores de la conducta pues han expuesto a sus hijos tempranamente a hechos delictuales. “La participación de los jóvenes en el mundo delictual está determinada por las características del entorno sociocultural que promueve (o no) los actos delictivos. Los jóvenes experimentan el abandono temprano del sistema educativo, en atención a una educación centrada en el control y un currículum uniforme que da escasas posibilidades para su desarrollo. En la mayoría de los casos el consumo problemático de drogas motivó las conductas delictivas bajo la finalidad de suplir bienes materiales de orden primario. Sus formas de resistencias frente al sistema se manifiestan a través de relaciones violentas, relativización de la autoridad y de una manipulación frente al sistema”, dicen los investigadores.

Igualmente, se aprecia que mientras más pequeño ingrese un menor a un centro, más posibilidades de tener una trayectoria delictual. La investigación señala que: quienes fueron institucionalizados antes de los 7 años tienen el 50% de posibilidades de tener conductas delictuales; esto baja a 48,6% en quienes ingresaron entre los 8 y 11 años; 48,4% los que entraron a un centro entre los 12 y 15 años;  36,3% entre 16 y 17 y quienes fueron ingresados a los 18 y más, 25,6%.

A pesar de la sensación de inseguridad reinante y la información donde les muestra que los robos y en especial las encerronas son perpetradas por menores, los datos obtenidos del Ministerio Público, Carabineros de Chile (detenciones) y Servicio Nacional de Menores, en cuanto a cantidad, concentración, tipos de delitos y otros factores, demuestra que no es así.

La Defensoría de la Niñez al comparar las cifras entre 2018 y 2022 obtuvo tres grandes conclusiones. La primera de ellas es que, desde el 2018 a 2022, había disminuido la participación de adolescentes en delitos, lo que se constata al examinar la cantidad de ingresos al sistema de adolescentes penalmente responsables (33.836 en 2018; 20.194 en 2021), como también si se mira la distribución de delitos de mayor connotación social en comparación al total de la población. En 2018, los delitos cometidos por adolescentes de 14 a 17 años representaban un 11% del total, mientras que esa proporción, en 2021, llegó al 7%.

En segundo lugar, el análisis profundiza en la gravedad de los delitos en que se involucran adolescentes afectando severamente a sus víctimas. Las cifras de Carabineros muestran que, dentro de las detenciones de adolescentes, estaría aumentando la proporción de delitos asociados al uso de armas, de un 4% en 2018 a un 7% en mayo de 2022. Asimismo, entre 2021 y 2022, aumentó la proporción de delitos de alta connotación pública y delitos violentos. Cabe destacar que, con este aumento, dichas cifras vuelven a las mismas proporciones registradas en 2019, determinándose un alza importante en el delito de lesiones leves (de un 13,5% a un 30,5% desde 2019 a la actualidad).

Como tercera conclusión, la Defensoría de la Niñez destaca que la concentración de delitos por cada adolescente continúa siendo el problema principal. Los datos muestran que, del total de adolescentes detenidos entre abril de 2019 y mayo de 2022, se registró un promedio de 1,69 detenciones por cada adolescente, en cuatro años, en un rango que va desde una detención hasta un máximo (en un caso) de 82 detenciones en dicho período. Es decir, el 10% de los adolescentes detenidos en ese periodo, explica el 35% total de todas las detenciones.

Si hablamos de homicidios, el Ministerio Público registró en 2022, la mayor frecuencia de homicidios consumados en niños, niñas y adolescentes (NNA). Lo que significa 54 víctimas en este grupo, alcanzando una tasa de 1,2 homicidios por cada 100.000 niños, niñas y adolescentes. De los 54 homicidios, el 57% fue en el contexto delictual. En contraste, el año 2020 destaca por haber concentrado la menor cantidad de víctimas de homicidio en menores de 18 años, con un total de 40 casos, correspondiente a una tasa de 0.9 homicidios de niños, niñas y adolescentes por cada 100.000 NNA.

La contracultura

La cuenta de Facebook de Matías Adasme Bobadilla, más conocido como ZePequeño, en homenaje al personaje de “Ciudad de Dios” (Fernando Mireyes) es una animita virtual, donde sus amigos lo recuerdan. Y donde también se puede ver su trayectoria delictual. Allí, Matías ostenta lo que ha conseguido, dispara y amenaza a sus enemigos. Y es un buen ejemplo de cómo viven estos adolescentes.
“Armas de fuego, joyas, ropa cara, música trap, como una apología al uso de la violencia armada. Transmite en streaming; saca el cargador, muestra que las municiones son de verdad, que es una forma de ostentar y decir estoy hablando en serio. Recarga el arma, saca la mano por la ventana y dispara”, cuenta el profesor de Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y Fiscal de Control Armado Santiago Occidente, Patricio Rosas.

Rosas realizó una investigación y publicó un paper basado en Matías, quien apareció muerto con cinco balazos en la cabeza, hace años atrás. Tenía 14 años.
Matías, Alejandro, Jorge y Benjamín eran parte de los miles de menores que viven en vulnerabilidad social. Y que cuesta visibilizar porque son muy cuidadosos de su apariencia personal.
“Ya no estamos hablando del consumidor de neoprén debajo del puente. Ahora hablamos del joven que se mantiene perfectamente afeitado, con ropa limpia, ropa de marca y que tiene acceso a un dispositivo celular y se cuelga de las redes de wifi abiertos que hay en los malls”, dice Rosas.

En Instagram hay varias cuentas que son homenaje a los tres amigos muertos: Alejandro, Jorge y Benjamín. Aparecen con alas, como la foto de las chapitas que hicieron para el funeral. El mensaje en IG dice: “róbense el cielo y las estrellas”.

Hay un patrón, señala el abogado: deserción escolar, ex Sename proteccional, ex Sename cautelar o sancionatorio. Y después, una fiscalía y policía encima investigando. “Toda su interacción con el Estado siempre fue tardía. Porque ya había dejado el colegio, porque ya estaba siendo vulnerado en sus derechos. Estaba siendo investigado por las agencias de persecución del Estado y ya se encontraba sujeto a medidas cautelares, penales”, dice refiriéndose a Matías.

Insiste en que cuesta identificarlos. “La permanente situación de desmedro invisibilizada en que se encuentran ciertos niños, niñas y adolescentes de nuestra sociedad y que cuesta mucho identificarlos, por este cambio de paradigma en torno a las redes sociales, donde ellos se muestran bien. Ahí no son vulnerables, sino que se presentan como susceptibles de temor y de respeto. Respeto de sus pares, temor y respeto de sus enemigos”. La expectativa de vida suele llegar hasta los 18 años.

“Estos muchachos nunca se planifican con una meta cultural a la trascendencia, menos a la edad de la jubilación o al hecho de ser adultos. Llegando a los 18 años sienten que cumplieron su vida. Todo lo que venga después es tiempo ganado, tiempo extra. Es muy impactante hablar con jóvenes que deberían tener el mundo a sus pies o todas las ganas de hacer lo que quisieran. Y en cambio hacen una reducción de expectativas a un plazo de vida súper corto. Y por eso son avezados, corren riesgos. Bueno, el consumo de drogas psicoestimulantes las usan para activarse, o como ellos dicen, ‘detonarse’ y ser capaces de hacer cualquier cosa, correr cualquier riesgo. Escapar, enfrentar, agredir, disparar”.

En esta contracultura, adquieren lo que quieren a través de un modo que para ellos es válido: la sustracción. “Una sustracción violenta. Porque con la violencia ellos mandan un mensaje de que son fuertes. Por eso no son mecheros. Tienen que ser ladrones violentos para ser respetados”, agrega.
Por eso, las armas de fuego son parte importante del “estilo”.

“Jamás usarían una escopeta hechiza, ni una pistola a fogueo apta para el disparo. Eso es muy ordinario. Eso te quita respeto. Ellos tienen que tener una pistola convencional, sobre todo de las marcas que están de moda, una Glock. Porque son las marcas que se hacen mención en los videos de género urbano. Pero también las que aparecen en las películas, en las series de Netflix. Pistolas de un calibre mayor. Ciertas marcas dan estatus delictual. Todo se concentra hacia esta estética”.

El corte de pelo también es importante. Ir a la peluquería, a la barbería. “No puedes andar mal afeitado. Tienes que estar impecablemente. La ropa impecable. Y si usan un jockey, tiene que ser nuevo y con el certificado de originalidad”.

El impacto en los que los extrañan

En distintos medios fue publicada la muerte de Alejandro. Los comentarios de los lectores fueron: “El Fiscal se refiere al delincuente como “joven” y no como delincuente que cometió un violento asalto. La justicia chilena da vergüenza ajena. Con esa mentalidad del Fiscal ya se sabe que la seguridad y bienestar de los chilenos de bien no es prioridad, sino sólo el bienestar de los “jóvenes” (delincuentes, pero no les importa ese pequeño detalle)”, firma Rubén Guiñez.

Andrés Pizarro añade: “Entonces no era un adolescente, simplemente era un delincuente que murió en su ley; así de simple. Lo malo que solo murió uno”.

“Un delincuente menos, si fue algún vecino que le disparó muy bien por defender su comunidad y no hablen de derechos humanos y dónde están los derechos humanos para la gente buena, dónde están los padres de esos pendejos, cuál es la crianza que les están dando,” dice Sara Bastías.

Sin embargo, detrás de cada persona hay historias y Alejandro tenía gente que lo extraña.

Belén, la polola

Belén conoció a Alejandro por un amigo común, en mayo de 2022. “Empezamos a hablar todos los días. Después nos juntábamos y como que nos gustábamos. Me empecé a enamorar mucho de él. Pero como pololos estuvimos solo 6 meses”.
Belén tiene 15 años, está en un colegio particular y vive en La Reina. Durante la conversación, que hacemos en el que fue dormitorio de Alejandro, llora varias veces.

“Él era un niño muy atento, cariñoso. Siempre se preocupaba de mí en todo. Queríamos estar juntos para siempre. Le gustaba mucho el fútbol, pero también quería ser empresario. El día de su muerte, una amiga y compañera de colegio de él me escribió. Me dijo que había fallecido. Yo no le creí. Nunca pensé que eso era verdad. En algún momento pensé que se había matado porque tenía muchos problemas. Después supe que le dispararon. Fueron mis papás que me sentaron y me dijeron lo que había pasado. Desde entonces no podía dejar de llorar. Esa primera noche fue terrible. Me ponía a hablarle. Le decía que por favor no se fuera, que no me dejara sola. Han sido meses muy difíciles”.

—¿Tú sabías en qué andaba?

—Sí, sí sabía. Pero siempre le dije que no siguiera porque esto no lo iba a llevar a nada. No me hacía caso. Porque ya estaba en eso. A mí no me gustaba que estuviera en esas cosas, pero yo estaba tan enamorada de él que no me importaba.

—Dices que quería ser empresario, también le gustaba el fútbol, ¿cómo pasó de eso a robar?

—Nunca me habló de eso. No sé cómo empezó porque fue de repente. Cuando lo conocí era un niño súper tranquilo, un niño bueno. Y después se fue convirtiendo en otra persona. Era más choro. Aunque conmigo nunca cambió. Yo creo que fueron los amigos.

—¿Qué decían tus papás?

—A mi papá no le gustaba para nada. Porque yo empecé mal con él, lo llevaba a la casa a escondidas, porque sabía que no me iban a dejar estar con él. Me daba miedo presentarlo. Porque aparte fue mi primer pololo oficial. Después logré hablar y lo aceptaron. De hecho, fue una vez el cumpleaños de mi hermana chica. Iba a mi casa a tomar onces. Veíamos películas.

Tras una pelea que tuvo con estudiantes del colegio de Belén, Alejandro estuvo un mes en Tiempo Joven de San Bernardo, una institución de Mejor Niñez.
“Me mandó una carta donde me pedía que lo esperara. Y después mis papás le pusieron una orden de alejamiento. Entonces él salió de ese lugar y no me habló ni nada. Eso fue en septiembre de 2023. Esa fue la última vez que hablé con él. He sufrido demasiado. Primero porque sabía que no lo iba a ver más. Y después cuando murió. Creo que si hubiésemos estado juntos él no hubiese fallecido”.

La mamá

“Era un niño extrovertido, alegre, carismático. Ayudaba a quien podía ayudar. Si tenía que sacarse el pan de la boca para darle a un amigo, lo hacía. Le encantaba el fútbol. Desde los 4 años empezó a jugar a la pelota. Estuvo en muchos equipos tratando de hacer carrera. Era campeón nacional de regiones de cueca. Tu podías estar mal y él llegaba con una sonrisa y te tiraba para arriba. Y aunque tuviera mil problemas, mil penas, él no las demostraba”, recuerda su madre..

—¿En general estaba mal?

—Cuando empezó a meterse en malas juntas, ahí empezó a estar mal. Que si él no se hubiese metido con esa gente estaría aquí ahora.

—¿Y eso cuándo fue?

—Hace un par de meses, jugaba solo a la pelota en la cancha y ahí empezó a conocer amistades. Por no quedar como el pollo, el tonto, empezó a participar. Nosotros lo aconsejábamos que no hiciera tonterías. Que se saliera. No hizo caso. Pensó que era un juego. Quería ayudarnos, a que no nos faltara qué comer, que el refrigerador siempre estuviera lleno. Y también para comprarse sus cosas de marca. Yo no podía darle las cosas que él quería. También tengo culpa como mamá, porque lo dejé mucho de lado. Quizás preferí otras cosas. Sólo quiero recordar lo bonito como era como persona, como niño y sacar adelante a su hermano. Ya no puedo revivirlo él.

El hermano

“Peleábamos, peleábamos caleta. Pero después él o yo nos pedíamos disculpas y salíamos a jugar a la pelota. Jugábamos harto el jueguito ese, el Free Fire. Y nos enojábamos por ese juego también. Era mejor que yo. En casi todo era mejor que yo. Y… Hasta que pasó lo que pasó. Fue cuando se vino para acá —la casa de la tía— cuando se empezó a involucrar en las cosas, salía más”, dice el hermano.

—Cuando dices a involucrar en las cosas, ¿qué quieres decir?

—Robos, cosas así. Porque él quería tener sus cosas. Darse sus gustos, cortarse el pelo, tener su ropa. Las cosas que todos quieren. Y no tenía plata. Y entonces salió y pasó nomás.

—¿Y cuánto tiempo llevaba en eso?

—Bueno, más de cinco meses. El tío Carlos le mandaba plata para que él no hiciera esas cosas, pero lo seguía haciendo porque no le alcanzaba. Y las últimas veces que lo vi estaba más cambiado.

—¿En qué se notaba?

—En su forma de hablar. Era más choro, más desenvuelto. Como que antes no hablaba mucho. Aunque siempre fue hiperactivo. Quizás eso lo tiró por ese camino porque aquí igual uno se aburre. El necesitaba un grupo donde estar y tal vez se sintió cómodo en ese grupo y salió a hacer las cosas.

—¿Alguna vez te invitó?

—Sí, una vez. Salimos juntos, pero solo a cachar, así a ver y todo. Pero nunca nos tiramos a hacer una cosa así.

—¿Y qué te pasó?

—O sea, sentí miedo y nervios. Susto a que te cachen.

—¿Pero al final lo haces igual?

—Es que lo tienes que hacer, querís tener las cosas. Y no tenís otra forma nomás.

—Pero hay formas correctas.

—Pero se demora. El quería todas las cosas rápido, entonces creo que por eso se fue por ese camino. Se tiró así para la calle nomás.

—¿Y consumía drogas?

—No se metía en eso, porque decía que les daban a los niños y eso les hacía mal. Estaba en contra de eso.

Dice que cuando se quedó sin su hermano algo se rompió.
“Como que me cambió igual caleta por dentro mi mente, todo así brígido y doloroso. Antes pensaba que todo lo podía tener así fácil y no me interesaba la gente. Sentía que ya tenía mi círculo, tenía a mi hermano, a mi mamá, estaban todos. Pero ya no es así”.

Carlos Maldonado está apoyando ahora al hermano de Alejandro, quien congeló el colegio y se puso a trabajar. También está colaborando con la fundación.

*Algunos nombres fueron cambiados para resguardar las fuentes.

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