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Garretón y el futuro de la izquierda: “Entre la identidad y la construcción de un horizonte común” PAÍS

Garretón y el futuro de la izquierda: “Entre la identidad y la construcción de un horizonte común”

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El Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales reflexiona sobre el devenir de la política a partir del libro: Imaginar el futuro. La izquierda en una nueva época. ¿Quedamos ligados a la acción de nuestra identidad o participamos en la construcción leal de un proyecto común?, se pregunta.


“Las visiones tradicionales de tanto las derechas como las izquierdas enfrentan el momento crítico más profundo que han experimentado. Las crisis políticas contemporáneas acontecen en el marco de una constelación inédita que reúne desafíos diversos”, es lo que señala parte de la presentación del libro Imaginar el futuro. La izquierda en una nueva época. Texto donde los coordinadores y coautores, Manuel Antonio Garretón y Eugenio Rivera, reúnen a una serie de intelectuales que buscan contribuir al debate en marcha de las izquierdas y asistir en su urgente reconstrucción, a partir de las consecuencias y expresiones derivadas del estallido social, y la creciente desafección política que afecta a nuestro país. 

En conversación con El Mostrador, el sociólogo y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2007, Manuel Antonio Garretón, profundiza sobre la importancia de reflexionar en torno a la renovación de la izquierda en Chile y la necesidad de recomponer un proyecto político histórico, a partir de un relato y un horizonte común. 

“Hoy día, mi impresión es que tenemos tres vertientes de izquierda donde todavía tiende a predominar la preocupación por cómo le va a cada uno, cómo mantiene cada uno su identidad, sus propios intereses electorales, etc. Entonces hay una tensión entre eso y la construcción de un proyecto común”, afirmó. 

-¿Por qué reflexionar sobre la reconstrucción o renovación de las izquierdas en el contexto actual?
-Todas las fuerzas políticas -pero particularmente nos preocupa la izquierda- tienen que enfrentar dos grandes problemas, por lo menos en el caso chileno. Primero, el que estamos en un momento histórico relativamente largo, donde se está redefiniendo el tipo de sociedad que estamos acostumbrados a conocer y sobre el cual se produjeron los grandes proyectos históricos. Esa sociedad que llamábamos, básicamente, la sociedad capitalista industrial, de estado nacional, que para los países subdesarrollados tenía como problema, fundamentalmente, el desarrollo. 

Hoy día ya no es la misma. Estamos en presencia de la sociedad globalizada que atraviesa transformaciones muy fundamentales que tienen que ver con la crisis climática, con una nueva revolución científica y tecnológica, a lo que hay que agregar lo relativo a la inteligencia artificial. Todo esto, en una sociedad en que la diversidad cultural, producto, fundamentalmente, de migraciones, de los procesos de emancipación de los pueblos indígenas y el fenómeno central civilizatorio del feminismo, la hace una sociedad distinta. No obstante, todavía el problema fundamental es el modelo de desarrollo, una forma de capitalismo que es el neoliberalismo y que condena a los países a la desigualdad, y al mismo tiempo a la situación de subdesarrollo, es decir, de no poder realizar concretamente lo que llamaríamos una sociedad moderna, libre igualitaria.

Entonces hay que pensar ese problema y no hay, a diferencia de otra época, una teoría al respecto. Lo que se ha producido es un fenómeno donde desaparece de alguna manera la idea de comunidad política, la idea de polis, entra en tensión y aparece más una sociedad que es una suma de politicidades o de distintas dimensiones, cada una de las cuales quiere asumir el carácter de generalizable, es decir, los distintos grupos, los distintos actores, sienten que la política son ellos.

Eso fue una expresión clarísima en el proceso constituyente, la identificación entre la especificidad que tiene un componente político, con la política en general, con lo colectivo. Entonces, desaparece de alguna manera el espacio de lo político como un encuentro entre la sociedad y la dirección general de ella, y queda reducido a lo que llamábamos la clase política, la élite política. Y por otro lado, lo que queda es un montón de clivajes, de contradicciones con sectores y grupos que buscan resolver sus problemas, pero que no reconocen necesariamente a los otros, o no reconocen la idea de lo colectivo en la cual entran todos los distintos sectores.

-¿Cómo ha visto que los proyectos políticos se han planteado ante esa situación? Pensando en los procesos constitucionales que hemos vivido de manera fallida. ¿Qué autocríticas se hacen los proyectos políticos hoy día?
-Lo que se plantea en el libro es fundamentalmente la necesidad de recomponer un proyecto histórico político. Y uno diría, más complejo que eso, un relato sobre la sociedad. Que dé cuenta, al mismo tiempo, de las tensiones y contradicciones que la gente vive, que los distintos sectores viven, pero que proyecte un horizonte común. Frente al cual pueden haber posiciones distintas y tienen que haber posiciones distintas, pero que de alguna manera, no sea sólo la suma de los distintos intereses legítimos, de las distintas identidades, sino que sea el debate en torno a un horizonte común. 

Y dentro de eso, la izquierda lo que busca proponer, es una sociedad más igualitaria, que dé cuenta de los procesos actuales, relativamente inéditos. Ya no sólo la vieja contradicción entre capital y trabajo, sino lo que señalábamos: la crisis climática, los temas de migraciones, las transformaciones tecnológicas, la representación de la transformación del patriarcado, todo eso.  Además hay que agregar ahí un punto fundamental -que es constitutivo hoy día de cualquier proyecto histórico- que son los temas que tienen que ver con la seguridad. Y que en la izquierda, muchas veces, ese fue un tema como residual y que iba a ser resultado por las transformaciones estructurales que podían resolver esos problemas.

El problema es que hay que pensar que cada uno de estos nuevos temas atraviesa a los otros. No es lo mismo hablar de igualdad cuando no se tenía el tema central del género, por ejemplo. Hoy día sí, pero tampoco se puede hablar de igualdad sin hablar de la crisis climática. Tampoco se puede hablar de igualdad sin hablar del tema de las migraciones, el tema de la seguridad. Entonces, uno dice, aquí hay que repensar un proyecto que estuvo muy centrado en lo económico-social, viendo lo otro como un conjunto de consecuencias.

-¿Cómo se logra eso con un sistema de partidos desacreditado?
-Es un problema muy complejo, porque implica no sólo la construcción de un relato, ya que ese relato no lo pueden hacer los especialistas en cada uno de estos problemas. El relato de la sociedad no lo puede hacer sólo el feminismo, sólo la crisis climática. Se tiene que hacer en conjunto. Y eso implica un actor distinto a cada uno de estos movimientos. Eso en otra época se llamaba partido político. Pero hoy día, los partidos políticos todos sabemos lo separados que están de la sociedad. Y entonces uno dice, ¿cómo se reconstituye el lazo entre una forma de representación que asume lo político, pero que no puede coordinar un relato?

¿Cómo se hace eso en circunstancias de ruptura entre el mundo político y el mundo social? Y al mismo tiempo, el clivaje no es sólo político, en el libro tratamos ese tema dándole distintos nombres. Yo le llamo la multiplicidad de clivajes. Por un lado, el clivaje entre lo político y lo social, y por otro, el clivaje entre la sociedad. Una sociedad donde la convocatoria a un proyecto común no existe, y como digo, un relato común no es un conjunto de programas, el problema es cómo eso se articula en un horizonte de transformación de la sociedad. Y lo que tiene este país -yo diría en general lo que está ocurriendo en América Latina- es que un relato con proyectos de transformación ha perdido importancia para la gente. 

También hay que decir, que si ha surgido un proyecto, que a mi juicio, lo que hace es profundizar una crisis de la democracia y la crisis de la falta de consenso en la sociedad en torno al universo en común, es el proyecto de derecha. Y el proyecto de derecha puede adquirir distintas formas. Una es la fórmula más populista, y otra es la forma más reaccionaria o conservadora, que es lo que representa, por ejemplo, en Chile, el Partido Republicano.

En esta situación, la democracia aparece para muchos como un instrumento necesario para sobrevivir. En la visión de la generación más joven, dicen, bueno, la democracia es mejor que otras cosas porque así uno puede hacer lo que quiere. Pero la democracia empieza a perder sentido, empieza a ser vista solo en la medida que yo puedo realizar mis intereses propios, entonces ahí me sirve. Y si no, si hay un problema más importante, puedo preferir otros regímenes, como muestran  las encuestas de opinión pública.

-A partir de todo esto, ¿cuál es su lectura de lo que ha pasado en la actualidad con la representación de los partidos políticos de izquierda y las diferentes expresiones? Por ejemplo, las diferencias manifiestas entre el Frente Amplio y el Partido Comunista frente a la crisis en Venezuela. 
-Yo creo que ahí hay un problema real. Mi impresión es que, por un lado, es muy normal que cuando se producen reconstrucciones en el espacio político, a su vez hay esta tensión entre política y movimientos sociales. Y la población que no le interesa la política, diría que el problema que aparece como más visible, son las tensiones entre los distintos sectores que constituían lo que llamaríamos la izquierda política, que sería principalmente el Socialismo Democrático, el Partido Comunista y el Frente Amplio.

El Frente Amplio tiene un problema propio de todos los partidos nuevos, que está muy ligado a su forma de nacimiento. Por ejemplo, en la tradición chilena, los nuevos partidos se constituían a partir de una escisión respecto de un partido grande. La falange nacional del Partido Conservador, la Democracia Cristiana, de la cual salen después el MAPU o la Izquierda Cristiana, que tienden a  desaparecen. El MIR sale del Partido Socialista. Es decir, estamos en presencia del primer caso en la historia de los últimos cien años en Chile, del nacimiento de un partido que no surge de una escisión. Los partidos que nacen de una escisión tienen su identidad fundamental en la crítica al partido de origen, en el ser una alternativa. Los partidos que nacen no de una escisión, su problema fundamental es su vinculación. Y eso es lo que nos lleva al origen que le vio nacer.

En este caso, la generación del 2011-2012 de la movilización estudiantil. Entonces, eso toma un largo tiempo de maduración y de transformación. Inicialmente era el movimiento estudiantil, pero representaba una demanda general de la sociedad. Nace el tema de la educación pública de calidad, de la reforma tributaria y de la nueva Constitución. Y eso lo va a tomar después el gobierno de la presidenta Bachelet. Entonces, de ahí nace lo que va a ser el proyecto político que se va a presentar a través de distintas formas y que va a tener su expresión, finalmente, en los procesos constituyentes y, por supuesto, en el gobierno de Boric.

Ahora, el problema es que en ese lapsus lo que se va tratando de construir, más allá de las demandas puramente generacionales o identitarias, es un proyecto político o un relato que recoja esas demandas y sea capaz de transformarlas, no en una suma de ellas, sino la construcción de un proyecto o de un relato que va más allá. Porque apunta a la transformación del país como conjunto e incluye en ello a todos los sectores que no están identificados con esas identidades. Es un proceso muy largo, sobre todo en sociedades con problemáticas tan complejas como las que yo he señalado.

Hoy día, mi impresión es que tenemos tres vertientes de izquierda donde todavía tiende a predominar la preocupación por cómo le va a cada uno, cómo mantiene cada uno su identidad, sus propios intereses electorales, etc. Entonces hay una tensión entre eso y la construcción de un proyecto común. Eso se expresa ,por ejemplo, en lo que ocurrió con lo de Venezuela. Uno ve que en el Partido Comunista hay esa tensión, que significa mantener el discurso que le da identidad o inclinarse por la construcción de un proyecto común con toda la izquierda. Y el Partido Socialista, por otro lado, que representaba a la izquierda en la Concertación, y ahora son parte de este trío, en el cual tenemos de nuevo la tensión de cómo mantener la propia identidad, porque además son los que deben llenar el vacío que dejó la desaparición del centro político.

De nuevo la tensión: quedamos ligados fundamentalmente a la acción de nuestra identidad o participamos en la construcción leal de un proyecto común aunque no tengamos un liderazgo. Y en el Frente Amplio hay también esa tensión con el problema y la responsabilidad que son el partido del Presidente. 

-¿Y qué pasa con la tensión o distancia entre los partidos con la ciudadanía?
-También está ese otro problema. Supongamos que esas tensiones que cada partido está viviendo se tiende a resolver en términos de un relato común, manteniendo por supuesto las particularidades, las identidades, las capacidades que tiene cada uno de hablar a los que no están. Supongamos que esas tensiones se logran resolver y tenemos una coalición que funciona bien, seguimos con el otro problema, y ¿qué pasa con la gente?

Tenemos el problema de hablarle a la gente que antes se identificaba con los partidos políticos y que ahora no quiere saber nada de política. ¿Cómo se les habla a ellos y no siempre al nicho? Ahora no hay un centro político orgánico, entonces lo que se proponga y la manera en que se proponga, la manera en como actuemos en política tiene que convocar a los ciudadanos que no creen hoy día en la política y que no ven ahí ninguna salida. Tampoco vamos a volver a lo que fue antes la política, pero uno diría que tiene que haber todavía un lazo para convocar a una sociedad.

Eso implica que aquí hay un problema comunicacional muy grande que hay que reconocer, también un problema en el sistema educacional que no ayuda a crear conciencias cívicas. Pero la centralidad debe ser pensar en un proyecto que recoja las demandas y que las transforme en un horizonte común. Como en una época fue la palabra socialismo o la palabra democracia en la lucha contra la dictadura. ¿Cuál es el horizonte común en el cual pueden integrarse las distintas identidades?

-Es un proceso de búsqueda…
-El tiempo electoral normalmente se transforma en un conjunto de promesas que son de programa. Si bien las medidas tienen que estar, la pregunta es más de fondo. ¿De qué se trata? En una época se trató de terminar con el capitalismo, construir una sociedad socialista. En otra, la gran cuestión de este país fue el tema de la dictadura y, por lo tanto, la democracia. Y se convocó a gente muy distinta en eso.

Hoy día estamos en un proceso de búsqueda, y a la vez, hay que estar gobernando y legislando. Hay que estar viendo cómo esas cosas apuntan a ese horizonte común. En ese sentido, hay una tarea fundamental, que es fortalecer la relación con lo que ocurre en los distintos territorios. Donde la gente se mueve por otras cosas. Entonces, la capacidad que tengan los actores políticos de vincularse, no solo en términos de las tareas políticas, sino en lo que ocurre en la sociedad, la capacidad de hablar ese lenguaje me parece a mí crucial.  Y en esa línea ayuda mucho el que exista una izquierda unida, pero diferenciada en sus sensibilidades. Esas son las responsabilidades, dentro de una tarea común. 

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