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Gabriela Mistral y Alberto Hurtado: maestros en vías de extinción PAÍS

Gabriela Mistral y Alberto Hurtado: maestros en vías de extinción

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Alberto fue el primer doctor en Educación de Chile, Gabriela no estudió pedagogía, lo que le valió la hostilización del gremio, incluida Amanda Labarca. El experto Pedro Pablo Zegers, profundiza en cómo logró vencer una tríada fatal: ser provinciana, pobre y mujer.


En la ONU, en Nueva York, y en la casa del embajador Juan Gabriel Valdés, en Washington, el Hogar de Cristo en su octogésimo aniversario, y la Gabriela Mistral Foundation, harán un encuentro para relevar las coincidencias entre ambos pedagogos.

Lucila Godoy Alcayaga no tenía ninguna posibilidad de llegar a ninguna parte. Estaba condenada al fracaso. Tenía tres cosas a su haber que eran nefastas: había nacido en provincia, al interior del valle de Elqui, cordillera adentro; era muy pobre; y era mujer. Puede sonar políticamente incorrecto lo que digo, pero para esa época esas eran limitantes mucho peores que ahora. Pero ella revierte esa adversidad, logra posicionarse contra viento y marea en el mundo de la pedagogía de manera tan potente, que sale al mundo, aprende, escribe y termina convertida en la primera mujer latinoamericana en obtener el Premio Nobel de Literatura en 1945.

Pedro Pablo Zegers, investigador, escritor, conferencista y experto en la vida y obra de Gabriela Mistral, sin querer, habla como sociólogo al aludir esas tres “cosas” -condiciones nefastas- que hoy se conocen como “interseccionalidad”. El concepto se refiere a una serie de categorías que, sumadas, significan discriminación, falta de oportunidades, pobreza. 

Alberto Hurtado Cruchaga, contemporáneo de Gabriela, aunque 12 años menor que ella, era un niño de una familia aristocrática empobrecida. Hijo de madre viuda, logró su sueño de convertirse en sacerdote, tras estudiar Derecho para sostener económicamente a los suyos. Lucila, convertida en Gabriela Mistral, consiguió el mayor reconocimiento literario mundial: el Nobel, y el padre Hurtado fue elevado a los altares en 2005. 

Si bien no fueron amigos, se conocieron en alguna reunión social y se admiraron mutuamente. Ambos compartían la convicción de que la educación es una poderosa herramienta de promoción social. Es más, ella consideraba que “la enseñanza de los niños es la manera más alta de buscar a Dios”. Y esta vocación religiosa por enseñar, por entregar herramientas a los menos favorecidos, es un rasgo que marcaba el quehacer de los dos. Mientras él sostenía que “el niño es el padre del hombre. La generación futura será lo que son los niños de hoy”, ella estaba convencida de que “el futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde”. Esta frase tan poderosa y vigente fue parte de una campaña de Unicef hace unos años. 

Este mes de octubre en que se conmemoran 8 décadas de la creación, en 1944, de lo que para muchos es “el milagro cotidiano” de san Alberto Hurtado, el Hogar de Cristo, y a un año del Nobel de Gabriela Mistral, en 1945, hablamos de sus respectivos aportes pedagógicos. Y de su relación como personas, pedagogos e intelectuales

El tema será desarrollado en un encuentro hurtadiano-mistraliano con la comunidad chilena e invitados especiales en Nueva York este próximo 22 de octubre, en la sede de la ONU. Y se replicará el jueves 24 en Washington en la casa del embajador de Chile en Estados Unidos, Juan Gabriel Valdés. Todo con la participación de la Gabriela Mistral Foundation.

Acá en Chile, Pedro Pablo Zegers aborda temas como el dolor de la Nobel chilena, quien sufrió los embates de un gremio quisquilloso y resentido por su talento y su “falta de cartón”. Su falta “de papeleta”, como llamaba ella al título profesional.

Gobernar es educar

“Hay algo de mito en eso que tú dices de la relación de amor y odio de Gabriela Mistral con Chile. Sí existió en algunos momentos, porque hubo chilenos que no la quisieron. Eso derechamente fue así. Todo quien la haya estudiado, lo sabe, pero hubo también otros chilenos que la apoyaron mucho y le ayudaron a catapultarse a nivel internacional. O sea, hay dulce y agraz en su vínculo con los chilenos. No en vano, a Chile le dedica un poemario entero”, sostiene el experto mistraliano desde Mallarauco, donde vive.

-Al país, sí, lo quiere. A su tierra natal. Pero no así a los chilenos, me parece a mí. 

-Hubo algunos chilenos que fueron muy malos con ella; esa es la verdad. Gente que le hizo daño. Hubo discusiones de contenido en torno a ella, por así decirlo. Ellos hablaban de esta profesora que no era titulada, que no había estudiado, porque nunca tuvo una formación sistemática en educación. Ella pasó por la Escuela Normal de Santiago seis meses y esa fue toda su capacitación formal. Casi cero. Y en ese tiempo había otras “potencias”, como decía ella en la educación chilena. Entre ellas, por supuesto, Amanda Labarca y otros que no entendían por qué Gabriela Mistral había llegado a ser hasta directora fundadora de un liceo, cuando era autodidacta. Esas  cosas hacían mucho ruido. Incluso, cuando ella fue invitada a México por el ministro José Vasconcelos, autor de “La raza cósmica”, a colaborar en la reforma educacional de ese país, acá no entendían nada.

Chaqueteros, clasistas, discriminatorios, muchos chilenos discutían “cómo mandan a esta señora que no sabe nada, que no tiene especialización ni título, a alfabetizar a los niños mexicanos”. 

Pedro Pablo Zegers cuenta qué dijo el político, educador y filósofo mexicano al enterarse de estos pelambres.  

-La respuesta que les dio José Vasconcelos fue: “Ustedes nos han enviado lo mejor de Chile”. ¡Mira el tremendo tapabocas que les dieron desde el extranjero a los criticones! Esas son las cosas que pasan con la Mistral. Y sí, lo del pago de Chile aplica en su caso, porque en un momento dado, incluso se quedó sin sueldo. Y así estuvo durante varios años. Fueron como siete años sin remuneración. Era muy insólito ese trato.

Gabriela Mistral tuvo una pésima relación y una peor opinión de Carlos Ibáñez del Campo, el que la dejó sin sueldo pese a desempeñarse como cónsul de Chile. Lo llamaba “el milico de altas botas”, “el militarote”, “el hombre del sable”. Con el profesor Pedro Aguirre Cerda, en cambio, fue realmente cercana.  Decía de él: “Fue el único protector de mi carrera”.  Y abrazaba con entusiasmo el eslogan de su campaña presidencial: “Gobernar es educar”.

No a la esclavitud del matrimonio

Pedro Pablo Zegers profundiza en las raíces y el sentido de esa amistad, pasando revista al lazo entre Gabriela Mistral y su trabajo como profesora en una vuelta larga. 

-Muchos hablan de Mistral, de su vocación pedagógica, la llaman “la maestra de América”, sobre todo en Centroamérica y en México. Cuando ella viaja por primera vez a ese país, siempre me acuerdo de una frase preciosa del prólogo escrito por Pedro Prado en la segunda edición de “Desolación”. Él la describe así: “No hagáis ruido en torno de ella porque anda en batalla de sencillez”. Esa es Gabriela Mistral, una celebrada maestra que surge como profesora y llega al magisterio por necesidad. A los 15 años empieza a hacer una ayudantía de preceptora, en Compañía Baja, que es un caserío aledaño a La Serena, en el sector conocido como Las Compañías. Lo hace porque tenía que llevar el pan a su casa. Su media hermana profesora ya estaba retirada, su madre enferma, así es que no les queda otro recurso que enviarla a enseñar a la Escuela de la Compañía Baja para el sustento de la familia de tres mujeres. 

-¿Cómo fue recibida en esa escuela?

-En ese lugar polvoriento, pequeño, reducido, fueron sus comienzos. Ahí no fue muy bien recibida en su rol de ayudante de la maestra. No la miraron con buenos ojos. Era casi una niñita (tenía 14 años) que llegaba a enseñar junto a los profesores. Allí ella se da cuenta de que la formación que había recibido de su media hermana Melina, que también era profesora, de su padre profesor y de sus tías monjas, también profesoras, le eran muy útiles. Ella había estado ligada al mundo de la docencia siempre, así que dedicarse a enseñar le llegó como un destino natural. 

La propia Lucila, entonces aún no era Gabriela, escribe de esta etapa: “A la directora (Rosa Segovia) yo no le caía bien. Parece que no tuve ni el carácter alegre y fácil, ni la fisonomía grata que gana a las gentes. Mi jefa me padeció a mí y yo la padecí a ella. Debo haber llevado el aire distraído de los que guardan secretos, que tanto ofende a los demás”.

Sus secretos eran sus textos porque ahí en Compañía Baja empieza a leer con pasión y a escribir sus primeras composiciones poéticas y artículos periodísticos. 

Zegers siente que eso le permitió superar con largueza esa tríada de desventajas de la que nos habló al comienzo. Luego, siendo profesora en un liceo de Los Andes, conoce a Pedro Aguirre Cerda, cuya mujer, Juanita, tenía tierras en la zona. 

-El será siempre su gran amigo y mentor. Es definitivamente un personaje central en la vida de Gabriela. Él la manda a Punta Arenas a organizar un liceo que estaba sumido en el caos. Eso la convierte en directora de un liceo. Ya no profesora, sino directora. Ahí es donde empieza el tejido de comentarios de los docentes formales en contra de ella. Son envidias que se vuelven permanentes y le provocaron muchos sinsabores en su carrera magisterial en Chile. 

“Cómo me vienen a decir a mí que no he tenido una vocación magisterial cuando le he dado educación a más de 3 mil mujeres en mi país”, se lamentaba, dolida. La frase da cuenta, además, de su convicción en la necesidad imperiosa de educar a las mujeres. Sostiene Zegers: “Muy temprano, Gabriela escribe un artículo que se llama ‘La Instrucción de la Mujer’. Aparece publicado, cuando tenía unos 17 años. Imagínense lo que fue para esa época, que en un diario de provincias, ella manifestara que la única alternativa que tiene la mujer para salir de la esclavitud del matrimonio, es instruirse. Estudiar”. Concluye el experto: “Eso revela de cuerpo completo su visión humanista, su visión intelectual, su visión como mujer progresista, en el mejor sentido de la palabra no en el que se le da hoy día”.

Matta le pide matrimonio

Gabriela Mistral llega a Magallanes en 1918, cuando tenía 29 años. Y se queda dos en Punta Arenas, organizando el Liceo de Niñas. En ese extremo gélido, escribe “Desolación”. Alberto Hurtado visita la región en 1943, 25 años después. Zarpa desde Puerto Montt en el navío Alondra y, tras cuatro días de navegación, llega a Punta Arenas en febrero de ese año. El clima le impide durante varios días viajar a Puerto Natales. Comparamos ambas situaciones para enfatizar cómo pudieron ser esos dos años para Gabriela, sola, en Punta Arenas. 

-En esos años, ni siquiera se hablaba de Chile para referirse a esos extremos geográficos. Incluso Pedro Aguirre Cerda cuando le propone irse de directora a Punta Arenas, le dice: “Necesito que se vaya a hacer patria”. Ella no sólo organiza el Liceo de Niñas, sino que inicia una campaña para visitar a los presos en las cárceles. Ahí aparece esa vocación social suya de ver a los pobres, a los más excluidos. “Ya están castigados a través del encierro, lo menos que podemos hacer es ir a visitarlos y crearles bibliotecas”, piensa Gabriela. Luego empieza con la enseñanza nocturna para alfabetizar al pueblo -explica Pedro Pablo Zegers

Hace notar que Pedro Aguirre Cerda “pispó en ella esa capacidad de acción social. Y, muy inteligentemente, la mandó para allá. En definitiva, creyó en ella”.

Creer en el que parece menos dotado, menos capacitado, donde la interseccionalidad de desventajas torna el panorama desalentador, fue un mérito del amigo de Gabriela del que ella, sin duda, se benefició.

-Ella agradece ese impulso y les dedica “Desolación” a Pedro Aguirre Cerda y a su mujer, Juanita. Es una admiración recíproca. No por nada él fue quien la propone y propulsa su nombre como candidata al Premio Nobel de Literatura. Ese es el  nivel de relación que tenían. 

“Ella supo arrimarse a buenos árboles, lo mismo que el padre Hurtado. Para hacer buenas cosas, cosas grandes, se necesitan alianzas, relaciones. Ese es todo un talento. Luego, ellos mismos se convirtieron en grandes árboles bajo cuya sombra muchos querían cobijarse”. Esto lo comenta José Francisco Yuraszeck, capellán del Hogar de Cristo, quien estará en los dos encuentros hurtadiano-mistraliano que habrá en Estados Unidos a fines de octubre. Dice: “El padre Hurtado marcó a una generación completa de sacerdotes, ya sea diocesanos y de la Compañía de Jesús. También a una generación política, que forma la Falange. Alberto Hurtado murió pronto. Fue de vida breve y, en ese sentido, es bien notable todo lo que alcanzó a hacer en sus 51 años”. 

Especies en extinción

Gabriela Mistral vivió 67 años. Y fue cobijando a su alero a más y más personas. “Aunque ella escogía a quién sí y a quién no. La verdad es que cuando fue cónsul de Chile, todo el mundo llegaba a su casa. Por nombrar algunos: muchos intelectuales mexicanos y hasta el pintor Roberto Matta”, comenta Pedro Pablo Zegers. 

La poetisa, en 1932, a los 43 años, se convirtió en la primera mujer cónsul del país. Fue nombrada en Nápoles, Italia, pero no ejerció al declararse antifascista. Además, Mussolini no aceptaba diplomáticos del sexo femenino. A pesar de este inicio frustrante, desarrolló una intensa vida diplomática. Ejerció en Madrid, Portugal, Guatemala, Costa Rica. 

En lo más anecdótico y volviendo a la imagen del árbol que da buena sombra, Pedro Pablo Zegers comenta que Roberto Matta en su paso por Lisboa le propuso matrimonio a Gabriela Mistral, quien lo alojó durante tres meses en su casa.

En el libro “Conversaciones con Matta”, del filósofo y pintor Eduardo Carrasco, consigna la historia, contada por el propio Matta: “Es cierto que me enamoré de ella y le pedí su mano. Porque era muy buenamoza. Tenía unos ojos enormes y hablaba con gran dulzura. Ella me dijo que podía ser mi abuela y que mejor me callara“. Más adelante, concluye Matta: “De repente se cansó conmigo y me pagó un pasaje en tercera clase a Londres”. 

El artista quedó con la convicción de estar frente a una adelantada. A una visionaria. A una mujer preocupada de la realidad social de Latinoamérica y de Chile. Y a una apasionada por enseñar. Alberto Hurtado, quien en más de una oportunidad comentó sus escritos, en 1938, publicó lo siguiente en el Diario Ilustrado: “¡Qué admirablemente ha expuesto Gabriela Mistral el punto más débil de nuestra educación secundaria! Falta de síntesis, anarquía de conocimientos desligados entre sí, que debilitan en vez de fortalecer la personalidad en formación”. 

Cuando se les lee a ambos, ahondando en el tema pedagógico de la primera mitad del siglo 20, todo lo que escriben resulta absolutamente vigente. Pero lo que más golpea es la sensación de que estamos frente a una especie extinguida. A dos visionarios, que sin ser políticos propiamente tales, fueron capaces de influir y conseguir avances significativos en materia de educación. 

-Ella nació en 1889 y le tocó vivir el primer centenario de la República en 1910. Un año antes, en 1909, manda un artículo a un periódico donde habla de la importancia de las festividades, pero dice que ojalá tengan sentido. Y para ello qué mejor que creando leyes que permitan que el país avance, escribe. Entonces, a los 21 años, ya aboga por la instalación de la ley primaria obligatoria

-Por qué causa educativa estarían jugándosela hoy Gabriela y Alberto. 

-No sé específicamente, pero, sin duda, por lo importante. Necesitamos personajes como ellos, con la capacidad moral e intelectual para defender lo importante sobre lo banal -responde Zegers, desde Mallarauco.

 

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