En marzo, deja la rectoría que ocupó muy joven. A los 48 años. Tras 15 a cargo, repasa aquí parte de lo hecho, en particular una metodología docente que lo gratifica: Aprendizaje + Servicio, y que aterriza el saber con el hacer de los más vulnerables.
Con ejemplos, habla aquí de lo que algunos podrán considerar “buenismo”, pero que está inspirada en la figura de su alumno más señero, Alberto Hurtado Cruchaga. Y también aborda dos dramas educativos actuales: la exclusión escolar y la violencia en establecimientos como el INBA.
–¿De qué material dirían que está hecha esta obra? Mírenla desde aquí.
El médico cirujano y pediatra, especialista en enfermedades respiratorias del niño y rector durante los últimos 15 años de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Ignacio Sánchez (63), tiene vocación de profesor. Nos tiene parados frente a una monumental caja de vidrio rellena con algo difícil de identificar. La obra, una suerte de tríptico, cuelga en el salón que antecede a su oficina en la rectoría de la Casa Central.
–Avancen un poco más. ¿Qué podrá ser?
–Algodón. Algún tipo de fibra vegetal. Plumas –adivinamos sin atinar hasta que, de repente, Sebastien, el camarógrafo que nos acompaña, dice: “¡Hostias! Son cientos de hostias”.
El rector celebra el hallazgo. Y el buen ojo audiovisual de nuestro acompañante. “Eres de los que han descubierto la materia antes y desde más lejos. ¡Bien!”. Con su afán pedagógico a flor de piel, Ignacio Sánchez enciende la luz que ilumina la obra desde atrás y se hace evidente de qué está hecha.
Es impresionante. Creación del artista plástico chileno avecindado en Barcelona, Francisco Prats, pesa el equivalente a 400 kilos de pan, contiene 150 mil hostias y se llama “He aquí las espaldas del que me ve”. Un juego lleno de contenidos con que un rector que está de salida, relajado, satisfecho, se dispone a conversar sobre su propio aprendizaje como el responsable más joven de la UC. Asumió la rectoría con apenas 48 años. Y también se dispone a explicarnos qué es Aprendizaje + Servicio. Se trata de “una metodología docente inspiradora”, que acaba de cumplir 20 años de existencia en la Católica y que se ha ido extendiendo a varias otras universidades y centros de formación técnico profesional. No sólo en Chile, sino de toda la región.
Antes de entrar en materia, recapitula:
–En los próximos tres meses tenemos que ir cerrando la gestión de esta Dirección Superior, después de 15 años, que se cumplen en marzo. Sí, hay un cambio en la Rectoría. Yo estoy muy contento por lo que hemos podido realizar y sobre todo con las posibilidades de desarrollo futuro de la universidad.
Son, sin duda, tiempos ajetreados para el que se va. “Toda la gente quiere hablar con uno”, dice, y las tareas abundan. Por eso, hemos llegado a las 7:30 de la mañana a su señorial oficina, que pierde solemnidad con detalles como los posavasos con imágenes de Elvis, de cuya música es devoto declarado. Padre de siete hijos que lo han llenado de nietos, se apronta al derecho a un año sabático. Lo dividirá en una universidad en Reino Unido un semestre y otro en la Universidad de Chicago. En ambos casos, hará consulta pediátrica un día a la semana en el correspondiente hospital universitario.
Se le nota entusiasmado.
Pero más se entusiasma cuando habla de aprendizaje y servicio. “Es una método que permite enseñar mejor a nuestros estudiantes. Uno podría decir que se trata de enseñar haciendo o de enseñar en contacto con la comunidad o de aprender sirviendo”.
Todo eso junto.
–¿Es equiparable a una práctica o a un voluntariado?
–Fue con el rector Rosso, que partimos tímidamente aprendiendo, implementando prácticas de otras universidades extranjeras. Fuimos bien pioneros y la idea es muy buena: se trata de mostrarles a nuestros estudiantes cómo aplicar en la práctica sus conocimientos teóricos. La construcción, la educación, el derecho, deben poder llevar a sus estudiantes al terreno y hacerlos entrar en contacto con su comunidad. Nuestros estudiantes, desde hace décadas, van a actividades voluntarias en el verano, en el invierno, que, como su nombre lo dice, son voluntarias. Esto, en cambio, forma parte del currículum.
Son cursos formales con esta modalidad. Y actualmente existen unos 300 en toda la Universidad Católica. “Nosotros tenemos 18 facultades, cerca de 70 carreras, entonces prácticamente en todas hay al menos un curso en esta modalidad”, explica entusiasmado.
–¿No están sólo lo en carreras orientadas al servicio directo, como enfermería o trabajo social, que son típicamente femeninas, además?
–No, están en casi todas las carreras. En algunos casos son cursos optativos, pero la mayoría forma parte del currículum fijo obligatorio. El aspecto más interesante, más bonito, incluso, es escuchar los testimonios de los estudiantes después de hacer estos cursos. Muchos dicen que es la primera vez que aterrizan y le ven el sentido a sus carreras. Y esto se explica porque entran en contacto con quienes van a interactuar después, con aquellos a los que su profesión les va a servir.
Menciona el caso de un estudiante de Derecho, que, por ejemplo, debe presentar por primera vez un escrito en un juzgado. Nosotros agregamos el trabajo de alumnos de Agronomía con jardineros autodidactas o el taller de expresión con mujeres privadas de libertad que hacen estudiantes de Teatro. “Imagínate: cruzan desde el campus San Joaquín al Centro Penitenciario Femenino”, indica, recalcando la maravilla del encuentro altamente improbable que se produce ahí. Y el enriquecimiento mutuo que se genera, sin mencionar el impacto sobre los profesores.
-Estos cursos son verdaderos termómetros de las necesidades de las comunidades. Los profesores, los estudiantes y los socios comunitarios, en el terreno, hacen incluso cambios curriculares. Esto, porque uno puede llevar con la mejor intención un determinado proyecto pedagógico a un barrio, pero es con las personas de la comunidad donde cobra sentido y se ajusta a la realidad. Eso hace que el aprendizaje sea de mucha mayor profundidad– indica el rector.
Los llamados “socios comunitarios” pueden ser juntas de vecinos, municipalidades, fundaciones, como el Hogar de Cristo, que lleva mucho más de 20 décadas asociado a la Universidad Católica, alma mater de su fundador, Alberto Hurtado.
-Yo estaba en la dirección de la Escuela de Medicina en 2004, cuando el destacado geriatra Eduardo Venezuela ya era pionero en esto de sacar a los estudiantes de las dependencias docentes y llevarlos a aprender a la realidad. En su caso, a las salas de cuidados paliativos del Hogar de Cristo –recuerda.
–Imagino lo marcadora que puede ser una experiencia como esa para un joven estudiante de medicina.
–Los testimonios de muchos estudiantes indican que es el mejor curso que han tenido en su paso por la universidad. Agregaría que la experiencia de Aprendizaje + Servicio de Universidad Católica ha servido no solamente en Chile. La mayor parte de las universidades católicas de la región los tienen y resultan muy enriquecedores. Sirven para aprender en el más amplio sentido de la expresión.
El rector es gráfico, cuando explica: “El Centro Penitenciario Femenino queda justamente cruzando la calle Vicuña Mackenna. Si uno sobrevolara el sector con un dron vería que a un lado están las 50 hectáreas del gran Campus San Joaquín y al otro, cruzando la avenida, está la cárcel con cerca de 750 mujeres recluidas, privadas de libertad. La gran mayoría por temas de microtráfico, por un tema de pobreza. Es muy positivo que nuestros alumnos conozcan esas realidades de manera directa”.
Menciona varias otras iniciativas de la Universidad con la cárcel de mujeres, como la escuela Santa Eufrasia, que queda ahí dentro y donde participan estudiantes de pedagogía. “Y la Biblioteca Escolar Futuro, donde se genera un espacio muy interesante de lectura con una retroalimentación directa de qué quieren leer ellas”. ¿Cuál es el libro más exitoso? La biografía de Felipe Camiroaga. ¿Y en las bibliotecas del Sename? “Un libro sobre Alexis Sánchez”, responde el lector. E insiste en el valor del encuentro, donde pueden retroalimentarse mundos. “Eso es aprendizaje más servicio”, insiste. Y agrega:
–Las universidades tenemos que hacer el esfuerzo de estar más en los territorios y no encerrados en una torre de marfil. Nosotros hemos logrado que el Campus San Joaquín se abra los fines de semana a los vecinos. Es un parque enorme, donde hay esculturas, árboles, actividades culturales. Es un espacio que irradia beneficios a sus vecinos y debe integrarlos e integrarse con ellos, como hemos hecho con el Centro Penitenciario de Mujeres.
–No puedo dejar de preguntarle por la mirada de otro rector, Carlos Peña, de la Universidad Diego Portales, quien siempre ironiza sobre “el buenismo”. ¿Qué piensa usted de ese cierto desprecio por el trabajo social solidario de organizaciones como Techo o América Solidaria o el propio Hogar de Cristo que se percibe en algunos?
–Yo pienso que nosotros lo que hacemos a través de estas actividades es poner la mejor voluntad de servicio de nuestra institución a través de sus protagonistas: profesores, directivos y estudiantes. Y ofrecerla a la comunidad. Lo hacemos con la esperanza de poder aportar a la solución de problemas concretos. Sabemos que quizás ese aporte no va a cambiar la vida en forma definitiva de toda una comunidad. Pero sí sabemos que puede tocar a personas y cambiar vidas en forma particular.
Ignacio Sánchez menciona a alumnos que años después de egresados, ya profesionales, dicen que el primer contacto con la realidad del país fueron sus trabajos voluntarios o los cursos de aprendizaje más servicio. “La verdad es que en nuestro Chile tan separado lograr que los grupos más periféricos se conozcan con la academia, con los más privilegiados, es importante en ambas direcciones. Hoy nosotros tenemos casi un 50 por ciento de estudiantes de colegio público en nuestra universidad. Ellos son los mejores embajadores para que los demás, en sus comunidades, en territorios precarios, se sientan motivados a estudiar, a esforzarse por salir de una realidad adversa”.
–Rector, ¿usted tiene la percepción de que la educación ha dejado de ser vista por muchos como una herramienta de progreso y movilidad social? ¿Sabe que un porcentaje de los cerca de 300 mil niños, niñas y jóvenes que hoy no van a clases, que están excluidos de la educación, consideran que estudiar no conduce al éxito?
–Creo que ese es un drama muy grande, porque, en el fondo, no hay nada provechoso en la vida que no resulte de un largo esfuerzo, dedicación y sacrificio personal y familiar. Por supuesto que hay alternativas más rápidas y que generan mayores ingresos, pero eso es involucrándose en situaciones conflictivas, delictuales, violentas. Hay que reforzar que nada bueno saldrá de ahí, ni para esos jóvenes ni para la sociedad. Tenemos ahí un tema enorme a trabajar. Este gobierno ha estado preocupado de la reinserción escolar, que ya estaba presente pre pandemia. Pero ésta lo profundizó. Creo que la reinserción escolar debe estar entre las prioridades del país. No de este gobierno, sino de todos los que vengan.
También considera que la violencia que se ha visto en los liceos emblemáticos debe ser materia prioritaria de las autoridades. Y condenada por todos los estamentos. “Desde los directivos escolares hasta las propias familias, los padres. No debe haber medias tintas en la condena absoluta a situaciones como la ocurrida en el INBA hace unas semanas. Esto no se puede relativizar”.
–Qué habría que hacer entonces.
–Por supuesto que la expulsión sin destino no es una salida, pero creo que hay que separar a estos grupos y reinstalar a sus miembros en distintos establecimientos. Estos grupos se han estado organizando durante mucho tiempo y debemos impedir que sigan unidos, porque son verdaderas organizaciones que siembran violencia. Lo hemos visto en el Instituto Nacional, en el Liceo de Aplicación. Lo vimos dramáticamente en el INBA. Se debe actuar. Entrar en profundidad a entender cuáles son las lógicas detrás de su accionar y separarlos, neutralizarlos.
Al rector lo esperan. Debe irse. Antes de terminar, recuerda a “nuestro alumno más distinguido: Alberto Hurtado Cruchaga. Él fue clave en la formalización y desarrollo de nuestra Facultad de Pedagogía, actualmente Facultad de Educación. También en la formación del doctorado en Teología. Muchos no lo saben, pero el primer doctorado que tuvo esta universidad hace más de 90 años fue gracias a la labor del padre Hurtado”.
Hoy la Católica cuenta con 40 programas doctorales y más de mil 600 estudiantes. “El inicio de esta formación fue gracias a Alberto Hurtado. Es una figura señera. Un ejemplo de esa expresión que siempre usamos: un fuego que enciende otros fuegos. Esa energía es la que requerimos hoy para formar estudiantes que pueden ser los obreros de la construcción del país. Eso necesitamos ahora”.