El académico español alerta sobre los peligros del populismo y la polarización, abogando por la moderación como pilar esencial en política. Pendás destaca el diálogo, la responsabilidad y los acuerdos como claves para fortalecer la democracia constitucional.
-Durante el aniversario número 60 del Instituto de Chile, en que recibió el reconocimiento de “académico honorario”, usted habló en su discurso de las “virtudes cívicas en la era global”. ¿Cuáles son esas virtudes cívicas y por qué cree que es importante reforzarlas en el mundo de hoy?
-Es fundamental en este tiempo que recuperemos los fundamentos de lo que es la gran civilización que hemos creado a partir de las ideas del Renacimiento, de la Ilustración, del Positivismo, que de alguna manera la posmodernidad está dejando al margen. Vivimos en esos tiempos en que se habla de sociedad líquida, de valores frágiles, etc. Yo creo que hay que volver a los principios sólidos.
¿Cuáles son? Bueno, la libertad individual, el sentido de la responsabilidad, el sentido también del deber, no solo tenemos derechos sino también deberes, los actos tienen consecuencias, y el trabajo bien hecho. A mí me importa siempre mucho decir que todos los trabajos tienen la máxima dignidad, pero que todos tenemos que procurar, cada uno de nosotros, hacer bien aquello que nos corresponde.
La objetividad en el análisis de los problemas, evitar el sectarismo, evitar las visiones parciales y, sobre todo, pensar el interés público como motivo principal de nuestras decisiones, particularmente los políticos. De alguna manera esas son las virtudes cívicas de las que yo hablé en el discurso y de las que vengo trabajando desde hace mucho tiempo, y me parecen claves para el futuro.
-Esas virtudes son las que hay que reforzar, pero ¿cuáles de estas –a su juicio– están ausentes en esta época donde la democracia parece vivir bajo amenaza?
-Ante todo, creo que la democracia constitucional es el único régimen político legítimo a estas alturas de la historia y de la civilización. Me preocupa naturalmente la polarización, me preocupan los extremismos, me preocupan los populismos en la medida en que ofrecen algo que no es posible, que son soluciones aparentemente sencillas a problemas que son complejos.
Como profesor, veo pasar a los alumnos y les veo con ideas muy simples, transmitidas también a través de redes sociales, a través de tecnologías de la comunicación. ¿Qué me gustaría reforzar? Me gustaría reforzar el debate profundo, el debate con argumentos, el debate con criterios.
Algo que me parece muy importante, desde luego en el caso de España y en toda Europa, que conozco quizá más intensamente, es la búsqueda del diálogo y del acuerdo. Se ha perdido en buena medida. Si tuviera que escoger entre todos los valores cívicos, uno que me importa especialmente sería este.
-Con una polarización política galopante, ¿cómo se llega a acuerdos serios?
-Los acuerdos debe ser razonados, argumentados. Dejar un poco al margen el sectarismo, los prejuicios y las ideas preconcebidas. El mundo no es fácil, nunca lo ha sido. En nuestro tiempo vivimos en algo que podría llamarse un umbral de épocas.
Probablemente estamos cambiando de época. Eso nos lo dirán los historiadores del futuro. Yo siempre suelo decir que el día que cayó el Imperio romano, sus habitantes no sabían que estaba empezando una nueva época. Eso lo reconstruimos los intelectuales en el futuro. Yo creo que estamos en esa fase. Hablamos mucho del mundo post, postmaterialista, postliberal, postdemocrático. La vida social y política es muy complicada. No hay soluciones sencillas. Hay que discutir, hay que argumentar y hay que pactar.
-Un problema transversal a Chile y España es la desafección que hoy día tiene la gente común y corriente con sus instituciones. ¿Cómo hemos llegado ahí?
-Esa es una pregunta clave y hace muchos años que es mi mayor preocupación. Efectivamente, la desafección, la distancia creciente de los ciudadanos comunes hacia las élites políticas, sin distinción además de partidos, eso es muy significativo, ya que la gente busca un comportamiento ejemplar de sus referencias políticas.
Yo diría que hay un problema de ejemplaridad, efectivamente. Es decir, las instituciones son fundamentales, pero los ciudadanos tienen que ver que las instituciones están a su servicio, no al servicio de quienes las controlan. Y repito, además, que no es una cuestión ideológica, no es que un partido lo haga más que otro, probablemente todos lo hacen.
Es preocupante, en Europa, sobre todo los populismos más a la derecha, que un tercio de los franceses ya voten casi permanentemente Le Pen o el auge de partidos de este tipo. En América Latina probablemente es más bien un fenómeno contrario, es más bien el populismo hacia la izquierda el que tiene mayor eco. Pero todos ellos rompen un poco esa idea de las instituciones al servicio del bien público, del interés común.
¿Cómo mejorarlo? Bueno, yo hace años escribí un libro que se llamaba Democracias inquietas, hoy día habría que mejorar el adjetivo, fue hace diez años. El adjetivo ahora sería todavía más fuerte, ¿no? Democracias en estado de preocupación. Pero yo nunca he sido pesimista, el pesimismo me parece estéril. Y me parece una forma de abandonar la propia responsabilidad. Hay que defender las propias convicciones. La división de poderes es fundamental, el reconocimiento y el respeto y la garantía de los derechos fundamentales es básico.
Si la democracia tiene algo importante, son las instituciones representativas. Hay que cuidar a las instituciones parlamentarias, hay que cuidar la pulcritud en las elecciones. Todos los factores al final acaban llegándole al gran público, que por otra parte sabe, porque el ciudadano medio quizá no es un especialista, ni quiere serlo, pero es muy intuitivo y sabe que no hay solución mejor que una democracia constitucional que funcione.
-Toda esta situación, como ha dicho, es terreno fértil para populismos, que no ofrecen soluciones. Pero si eso es así, ¿por qué cree usted que, sabiendo aquello, la gente les preste oídos precisamente a los populismos?
-La gente tiene un cierto sentimiento de decepción respecto de las grandes ideologías clásicas. En cierto modo, alguna vez lo he escrito, ya he dicho en el discurso, digamos la derecha moderada, la centroderecha, pues, tiende a veces a olvidar el debate de las ideas y se centra en una gestión tecnocrática. A la inversa, la centroizquierda, la izquierda más exacta, quizá está demasiado satisfecha de sí misma en cuanto al tema ideológico, es decir, cree tener toda la razón y, por tanto, a veces le falta autocrítica. Ese cierto desprestigio de los partidos más sólidos es el que favorece a los extremistas.
Eso por una parte y, por otra, hay algo que me parece fundamental, que son los jóvenes. Nuestras sociedades, desde luego en el caso europeo y en el español, sin duda, la impresión que se transmite es que a los jóvenes no se les ofrece un proyecto de vida, no pueden acceder a una vivienda, no pueden, por tanto, formar una familia. Claro, es muy difícil pedirles luego que sean buenos ciudadanos y que confíen en las instituciones.
El fenómeno aquí en Chile no lo conozco, pero sospecho que se puede parecer, pero en España para un chico, una chica, recién licenciado en la universidad, es dificilísimo construir una vida propia, se quedan en casa de los padres hasta mucho tiempo después. Si no hay ese horizonte, que en mi generación sí tuvimos, pues es lógico que oigan cantos de sirena. Por eso hay que explicarles muy bien, insisto, que eso es mentira, que eso es una gran falsedad. Nadie les va a regalar nada, más que el trabajo serio, responsable y eficaz. Pero tenemos una larga tarea ahí por delante.
-¿Será que esta falta de futuro redunda finalmente en una falta de sentido?
-Sí, sin duda. Antes hablábamos de la posmodernidad, la sociedad frágil, el relativismo, los valores de la inmediatez. No es culpa de los jóvenes en ningún caso. Yo creo que ahí hace falta muy seriamente una política orientada a mejorar sus opciones de futuro. Las sociedades democráticas son sobre todo sociedades de clases medias, eso no lo hemos inventado nosotros, lo decía Aristóteles hace siglos, y las clases medias son las grandes perjudicadas de la crisis.
Pero las clases medias son las que fortalecen una sociedad, las que le dan una trama de moderación y de buen sentido, pero se sienten también muchas veces abandonadas. Y ahí hay otra de las razones por las que triunfan las ofertas populistas, pero habrá que convencerles de que no conducen a ningún sitio.
-Lo que va ocurriendo, profesor, es que mientras tanto son los líderes de populismos extremos los que van conquistando el poder. ¿Cómo se sale de ahí?
-Se sale gracias a la fortaleza de la propia democracia. Es decir, lo verdaderamente preocupante sería que, como ha ocurrido a veces en la historia, esos grupos políticos, una vez alcanzado el poder, pretendan perpetuarse. La democracia requiere sobre todo el principio de temporalidad del poder y respeto al resultado de las urnas. Eso no puede cambiar. En eso hay que ser implacablemente exigentes para evitar que nadie pretenda utilizar la democracia para destruir la democracia.
¿Corremos peligro? Podría intuirse que quizás, yo creo que no tanto como en otras épocas de la historia, como en el periodo de entreguerras, etc. Entre otras cosas porque las sociedades actuales son más fuertes, son más resistentes. Pero no hay que bajar la guardia en ningún caso. Se ganan las elecciones para gobernar durante un tiempo, respetando la Constitución, respetando lo que a mí me gusta llamar la sociedad menos injusta de la historia.
-¿Cómo así?
-Nuestras sociedades, justas no son. La justicia perfecta es imposible, pero qué duda cabe de que nuestra sociedad es la que ha producido más bienes, la que los distribuye menos mal y, por tanto, hay que tener cuidado con lo que tenemos, hay que cuidar su buena salud. La sociedad menos injusta es el título de un libro que publiqué hace unos años y que es, una vez más, una defensa de la moderación, del sentido común y de la búsqueda de soluciones prácticas.
Ser extremista es muy fácil, irse a los extremos y dogmatizar, lo difícil es la ponderación, es hablar con el adversario, entender sus razones, saber que seguro que tiene una parte de razón y tener la generosidad de llegar a acuerdos. No estamos en el mejor momento, pero la única vía de salida es precisamente insistir en eso.
-Los acuerdos son lo que parece escasear al observar la fragmentación parlamentaria y la polarización que se da tanto en Congresos como el de Chile y también el de España. ¿Qué tan compleja es esta situación?
-Nunca me ha gustado la fragmentación parlamentaria, porque en el fondo hay dos partidos, dos bloques o dos ideas sistémicas en una democracia, que podríamos llamar centroderecha y centroizquierda. En España, el Partido Socialista y el Partido Popular han llegado a tener más del 80% de los votos. A mí me gustaría que se mantuviera con dos grandes sectores ideológicos, centroderecha y centroizquierda, moderados, prudentes, plenamente defensores del sistema constitucional, y que crecieran y que fueran debilitando los extremos. La fragmentación no es buena, pero también es cierto que la democracia depende de la voluntad de los ciudadanos y, si los ciudadanos votan así, pues habrá que buscar soluciones.