Abraham tiene tres hijos biológicos y desde hace 11 meses sumó a su familia a la pequeña Michelle, que ya tiene un año y siete meses. ¿Qué lo mueve a él, a Silvia, su mujer, y a sus hijos a querer ampliar transitoriamente su grupo familiar? Acá las razones.
Seiscientos veintinueve (629) niños y niñas de 0 a 3 años están institucionalizados hoy en Chile, pese a que la ley prohíbe que ningún menor de 3 años debe estar en esa condición. Y a pesar de que los especialistas de aquí y del mundo consideran que vivir esa etapa crucial de la vida en una institución sólo daña y trauma.
De los 125.770 niños, niñas y adolescentes que fueron atendidos en uno o más programas de protección durante septiembre de 2024, 4.918 (3,9%) están en Cuidado Alternativo Residencial. O sea, en instituciones. Y de ese número, 629 son guaguas, recién nacidos, que no tienen de quién mamar, que carecen de una familia que los atienda.
A cargo de familias de acogida, hay 9.606 (7,6%) niños, niñas y adolescentes. De ellos, 2.049 tienen menos de 3 años.
Hoy, y desde hace 11 meses, Michelle es una de ellas. Abandonada por su madre en el hospital, permaneció allí hasta los 5 meses, derivada al Sistema de Protección. Luego estuvo con una familia de emergencia. Cuando cumplió 9 meses, llegó a una FAE.
Paralelamente, el emprendedor con estudios de ingeniería, Abraham (37), y su esposa Silvia (36), habían presentado sus antecedentes para postular a ser Familia de Acogida Especializada (FAE).
¿De qué se trata este dispositivo social? Chile Atiende define así su propósito:
“Este programa establece el derecho de lactantes, niños, niñas y adolescentes a desarrollarse en un ambiente familiar, que les entregue el cuidado y protección necesarios, mientras se trabaja en restituir su derecho a vivir en una familia estable”. Y precisa que pueden ser FAE todas las personas mayores de 18 años, que no tengan antecedentes penales ni estén inhabilitados para trabajar con niños”.
Abraham y Silvia tienen tres hijos: Martín, de 17; Mateo, de 8; y Matilde, de 6 años. A este grupo se sumó hace 11 meses la pequeña Michelle, que, como dijimos, entonces tenía 9 meses.
–Cuando llegó, en sus primeros cinco días con nosotros, la Michelle no lloró, tampoco se sentaba, ni comía. Ella fue prematura extrema. Nació justo de siete meses. Los especialistas que nos apoyan en el proceso nos explicaron que eran comunes esas conductas en niños que no han podido generar vínculos, que no han tenido amamantamiento, cercanía, cariño. Ella no tuvo nada de eso. Yo vivo buscando información, abriendo conversaciones sobre este tema, porque me importa, me interesa. Yo creo que es imposible amar temporalmente; yo vivo su cuidado al igual que el de mis otros hijos, porque soy su papá y por siempre la consideraré mi hija. Doy esta entrevista, porque en mi convicción de lo que significa el proceso de adopción, entiendo que su papá definitivo será el adoptivo, pero para mí ella será siempre mi hija.
Una FAE no es una familia adoptiva. Es decir, no es definitiva, como bien señala Abraham.
Chile Atiende lo explica así: “El tiempo que puede estar un niño, niña o adolescente en una familia de acogida especializada (FAE), depende del tipo de acogimiento. Según los lineamientos técnicos, pueden estar máximo 18 meses, pero depende de la situación de cada niño, niña o adolescente, por lo que puede extenderse”. A Abraham le han hablado hasta de un máximo de cuatro años, pero él cree que mientras menor sea el plazo, es mejor para Michelle.
–¿Por qué entonces no se ofrecieron como familia adoptiva? ¿Por qué escogieron ser FAE?
–Sabíamos que es una experiencia desafiante. La principal motivación es el desafío evidente de atender la infancia vulnerada. Antes incluso de que quedáramos embarazados de Matilde, pensamos en ser FAE. Lo vemos como un compromiso ciudadano que se traduce en ayudar y amar al que más lo necesita. Mi mujer es profe y siempre ha trabajado con alumnos de contextos vulnerables. Nosotros somos cristianos, protestantes y, en el contexto de nuestra vida de Iglesia, hemos estado cerca de esta temática. Nosotros buscamos cuidar, hacernos cargo, para evitar que haya niños institucionalizados, sobre todo cuando son menores de tres años. Eso no puede pasar.
Hace 4 años, Abraham y su familia decidieron radicarse en Viña del Mar. Él tiene un negocio de climatización y su mujer hoy está dedicada por completo al cuidado de sus hijos. “El hogar donde ella es voluntaria es un buen lugar, pero nunca podrá compararse con el cuidado de vivir en una familia”, insiste él. Y agrega: “Nosotros conocemos familias con hijos adoptivos, que han venido tanto de una institución como de una familia de acogida y ese segundo niño uno percibe de inmediato que tiene muchas más posibilidades de relacionarse, que está menos dañado. Un niño en un contexto de familia desarrolla más y mejores herramientas para enfrentar el futuro”.
Abraham, como emprendedor que es, comenta que él siempre ha tenido sentimientos encontrados con el Estado; no siempre lo ha visto como un aliado. Pero que en su contacto con el Servicio Mejor Niñez de Viña del Mar ha valorado el apoyo que se les da a las familias de acogida especializada.
–Ahora no se llama Mejor Niñez, ese era un nombre que sugería algo fabuloso, irreal, así es que lo tuvieron que cambiar. Hoy es el Sistema Nacional de Protección a la Niñez y a la Adolescencia, pero yo tengo grabado en la mente ese otro nombre que todos reconocemos: Sename.
Pese a la mala pero justa fama del Sename, este padre de acogida afirma que algo se ha reconciliado con esa imagen que tiene en la mente, porque la relación en todo el proceso con Michelle ha sido más buena que mala.
–Nosotros presentamos nuestros papeles. Ahí se inició la etapa de selección y evaluación. Es muy individual el proceso. Lo que se evalúa es que el interesado sea un ser humano que funcione. Puede ser un matrimonio o cualquier adulto mayor de 18 años. Se analizan las motivaciones de cada persona o familia interesada. Ahí se determina la idoneidad de los postulantes.
Sostiene que el proceso es rápido. Tres meses, a lo sumo, como fue en el caso de la familia de Abraham.
–Ellos asignan al niño o a la niña, de acuerdo a distintos parámetros de los postulantes: solidez emocional, habilidades parentales, edad del hijo menor de la familia, porque lo ideal es que tengan dos o tres años de diferencia. Fue Matilde la que determinó que nos asignaran a la Michelle.
Abraham comenta que hay casos de familias que al recibir al niño se arrepienten: “Una chiquitita sufría de convulsiones violentas. Padecía síndrome de abstinencia, a causa del grave consumo de drogas de su madre biológica. Al ver su daño profundo, la familia la devolvió. No se sintieron capaces”.
–Qué tremendo.
–Sí, pero todos podemos desistirnos. Es duro, porque se trata de niños y niños que ya padecieron el trauma de ser abandonados o maltratados y uno debe ser capaz de minimizar esos daños. El cuidado fraterno, amoroso, de auxiliar a un niño traumatizado es el desafío que decidimos asumir las familias de acogida.
Abraham conoce todos los datos de su hija de acogida y también de la madre que la abandonó. El número de su cédula de identidad, sus problemas de consumo, que el padre está privado de libertad. Afirma: “La ley siempre, siempre, siempre, busca vincular al niño con la familia de origen y ahí se abre mucho paño que cortar… En este punto abro la pregunta: ¿Cuánto puede esperar un niño que responda el sistema o su familia biológica?”.
El padre de acogida sabe que antes de Navidad, tendrán que ir a juicio. No él, sino el Estado, a través del Sistema Nacional de Protección a la Niñez y a la Adolescencia y su Unidad de Adopción y Curaduría, enfrentará a la madre biológica de Michelle, quien ahora se niega a que la niña sea adoptada y reclama su tuición.
–Ella, que la abandonó en el hospital, ahora no quiere que su hija sea adoptada. Así es que todo queda radicado en un juez o jueza, en la impresión que él o ella se haga de las partes y de las pruebas presentadas por ambas. Un destino se juega en lo que se defina en un tribunal. Ella la quiere recuperar y, aunque creo en las segundas oportunidades, siento que todo se vuelve muy gris en estos casos.
Cuando se habla grandilocuentemente del “interés superior del niño”, Abraham siente que nadie piensa que la agilidad para entregarle la estabilidad de una familia a ese ser humano es clave. Sostiene que nada daña más que someter a un niño a los tironeos de la burocracia.
–Hasta la séptima línea familiar puede entorpecer un saludable proceso de adopción. Conozco el caso de una niña que está en una residencia de protección porque una vez al año la visita una abuela que ese es todo el contacto familiar que tiene, pero no puede cuidarla y obliga a estar institucionalizada –argumenta Abraham.
Y uno recuerda la frase tan certera de Gabriela Mistral: “El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde”.
–Muchos de los padres de los niños bajo la protección del Estado pasaron por el Sename, muchos de los hombres y mujeres que están encarcelados fueron niños Sename. Esto no es prejuicio y no aplica todos, pero es real en una buena proporción y tiene que ver con infancias institucionalizas. Ser parte de una familia, sentirse acogido y querido, ser adoptado por una familia que te ame, es clave para los niños con graves vulneraciones, pero lo es también para la sociedad toda.
–¿Por qué reconoces el rol del Estado en el caso de Michelle?
–Porque hay un sistema de apoyo que funciona: lo médico, lo psicológico, lo social. Ella recibe una gift card mensual que administramos nosotros para sus gastos de pañales, vestuario, alimentación, de 90 mil pesos. Ese monto puede cambiar, depende de cada programa. Hay meses en que se incluye ropa; en otros, no. Existe una dupla sicosocial (psicólogo y trabajadora social) que la apoya y nos apoya, hay atención de salud gratuita disponible para ella. Si uno piensa fríamente la Michelle es puro costo para el Estado y también para nosotros, pero es tan maravilloso, tan virtuoso ver sus progresos. No es fácil criar hijos. Todos los padres lo sabemos. Cuesta. Cuesta mucho y en estos casos cuesta más todavía.
–¿Cuál es el beneficio para ustedes como familia sumar ese otro costo, una cuarta hija, que además no estará con ustedes para siempre?
–Verla sanar, amarla, nos anima. Esto es puro amor. Hoy la Michelle nos dice “papás”, “mamá”, “papá”, llora, pide auxilio. Su cerebro ha empezado a responder a la autonomía que significa moverse, caminar, llorar, expresarse, porque se siente segura. Algo que antes reprimía. Yo veo que eso es pura ganancia. Y me alegra que haya hoy mucha iniciativa privada, tratando de apoyar a estos niños y niñas. Aunque por mi experiencia como emprendedor, me cuesta ver al Estado como un partner, acá debo ponerme a la par con él y siento que lo logramos. Pero es inaceptable que haya pequeños menores de 3 años, viviendo en instituciones. Es inmoral que el Estado no funcione en esta materia.
Dentro de lo sorprendentemente bien que ha funcionado el sistema, a Abraham le preocupan dos temas: la rotación de técnicos y profesionales (“La trabajadora social con que partimos ya no está; tenemos otra”) y el número de licencias de los trabajadores del servicio.
Esto le preocupa especialmente frente a la inminencia de la comparecencia frente al tribunal que tendrán en diciembre, a instancias de la madre biológica de Michelle.
–Yo no tengo voz en ese tribunal. Ahí la dupla sicosocial, en representación del Estado, actúa como testigo y la curadora de adopción es la voz que defiende que Michelle siga en busca de una familia adoptiva y no quede en manos de su madre biológica. Si el juez favorece la posición del Estado, la mamá puede apelar. Y eso puede ser un proceso largo y lento, porque los tribunales de familia no dan abasto. Yo siento que lo ideal es que Michelle sea adoptada con una buena familia que la ame, después de un cuidado proceso de vinculación, donde nosotros tenemos un rol muy importante.
“Amar, cuidar y proteger” es el mantra de Abraham y su familia. Y el de todos los que integran la Asociación de Familias de Acogida (AFAC). La entidad trabaja por agilizar los tiempos de adopción y mejorar el proceso de vinculación entre el niño y su nueva familia, porque “esa transición no está normada. Y lo principal es no dañar ni traumar de nuevo a niños tan profundamente dañados por el abandono y la falta de amor”.