Tanto así que con su amigo Ricardo Lagos usaron toda su habilidad política para sacarlo adelante en 2005. Hoy esa iniciativa social se llama Garantías Explícitas de Salud (GES) e incluye 75 patologías.
Es uno de los 80 avances para reducir la pobreza en las últimas 8 décadas que consiga Hogar de Cristo en el libro con que conmemora sus 80 años. En esta entrevista, este médico, que fue parte del MIR y se renovó en Europa y África, habla de salud y educación.
–Nunca me han reconocido como gestor del AUGE, que ahora se llama GES. Por eso, me preocupó mucho este reconocimiento que me hace el Hogar de Cristo, porque en Chile sólo se distingue y valora a los muertos. Pensé que como los jesuitas están más cerca de Dios que uno, podía ser que estuvieran mejor informados y que mi hora esté cerca… –comenta con fina ironía Hernán Sandoval (84).
Alto, distinguido, culto, este especialista en medicina del trabajo y toxicología clínica de La Sorbonne, es uno de los personajes destacados en “1944-2024: 80 avances para reducir la pobreza en Chile”. El libro hecho para conmemorar los 80 años del Hogar de Cristo, recoge esos hitos que hoy representan mejoras sustantivas en la calidad de vida de las personas. En especial, de las más desfavorecidas.
La creación del Plan de Acceso Universal de Garantías Explicitas (AUGE), hoy conocido como Garantías Explícitas de Salud (GES), se inscribe en la penúltima década que recoge la publicación. Es la que va de 2004 al 2013.
El AUGE se legisló en 2005, cuando gobernaba Ricardo Lagos, y es un paso realmente importante en materia de derechos de la salud. Hoy incluye 87 patologías, donde se incluyen el cáncer cérvico uterino, las cardiologías congénitas operables en menores de 15 años, la esquizofrenia, la diabetes mellitus tipo 1 y tipo 2, por mencionar algunas. El beneficio –que hoy alcanza a doce millones de personas– garantiza el acceso a tratamientos para estos males en plazos y costos definidos, sin importar si el paciente está afiliado a Fonasa o Isapre.
–¿Siente satisfacción y orgullo de ser el que empujó este tremendo avance social?
–Qué difícil pregunta. Creo que estos proyectos son como los hijos. Unos los cría por un rato y después se van. No vivo preocupado por el GES o el AUGE. Pero cuando fui decano de Medicina de la Universidad de las Américas (UDLA), iba a las poblaciones. Y cuando los que me acompañaban, les decían a las personas que yo era “el inventor” del AUGE, la gente se acercaba, me agradecía. Sentir ese calor, ese agradecimiento, era realmente emocionante. Por eso, que se me destaque por primera vez en un libro me emocionó. Bueno, hace poco y para ser justos, para la celebración de los cien años del Ministerio de Salud, también me hicieron un reconocimiento.
–¿Cuáles son los beneficios concretos que usted destaca del actual GES, ex Auge?
–Había dos objetivos grandes en esa política pública: mejorar la salud de la gente, intervenir positivamente lo sanitario. Y generar un mecanismo que permitiera otorgar derechos de salud exigibles en ciertas patologías y crear los mecanismos para que obtenerlos fuera posible. Esos dos objetivos se han logrado. La gente se ha empoderado y sabe que puede exigirlos.
Conversamos en el living de su departamento en Providencia. Rodeados de arte, donde destacan obras de gran formato de su amigo fallecido, Pablo Domínguez. El edificio está ubicado en una calle breve y sin salida, plácida y escondida. El edificio fue concebido por un grupo “de gente madura”, que querían generar una comunidad donde ir envejeciendo juntos.
Entre el grupo estaba el ex presidente Ricardo Lagos, su gran amigo. Lo conoció gracias a que su mujer, Lucía Melo Moreno, era vecina desde los 16 años de la ex Primera Dama, Luisa Durán, y son íntimas desde entonces.
El doctor Sandoval lleva 58 años de matrimonio con Lucía y permanecen en el departamento del sexto piso con vista a la cordillera del edificio donde ya no están todos los que lo concibieron. “Varios han muerto, como el destacado escenógrafo Bernardo Trumper, que era casado con la actriz Anita Klesky; algunos se han mudado, como Ricardo y Luisa; todos somos viejos. Quedamos Juan Gumucio, abogado penalista, nosotros, y uno que otro más”, dice.
Hoy comprende un poco más a los políticos de todas las layas que en 2005 no apoyaban el AUGE. Sobre todo a los de izquierda.
–El cortoplacismo de la política es brutal, pero es así. No sólo en Chile. Y cada vez parece ser peor. A la izquierda le costó mucho apoyar el AUGE, como a todos los demás sectores. Las fuerzas políticas se alinearon en función de los intereses que tenían con los actores sociales que estaban interviniendo y no en función de la positiva proyección que tenía la propuesta sobre la salud de la población. Para mí eso fue y sigue siendo muy impresionante. ¡No veían los beneficios sanitarios y sociales de la medida, sino que preferían alinearse en torno a las fuerzas políticas que les eran favorables! Con los grupos de interés, que representaban votos.
–Como médico, debe haber sido muy frustrante, porque usted ha demostrado siempre una gran vocación.
–¿Quiere que le cuente algo? Yo me inclinaba por las Letras. Y lo que más me gustaba era la Historia. A los 15 años se lo planteé mi familia. Mi mamá me dijo: ¿Cómo vas a estudiar para terminar trabajando en el Liceo de Constitución? No sé por qué se le ocurrió mencionar Constitución, pero así lo recuerdo.
Como tenía una gran facilidad para los ramos científicos, sobre todo para la biología, la medicina cayó de cajón. “Y me motivaba la cuestión social. Pensaba la medicina como una carrera donde se podía aportar a reducir la pobreza. Desde los 14 años, percibía que vivíamos en un mundo muy injusto y desigual”.
Es hijo del destacado abogado, político y agricultor Néstor Orlando Sandoval Vargas, “radical y masón, como debe ser”, bromea. Su padre fue diputado durante cinco periodos consecutivos y ministro de Agricultura del presidente Jorge Alessandri, por eso los 4 hermanos vivieron su infancia en el campo familiar y fueron “alfabetizados en la casa”.
–Mi primera enseñanza fue distinguir el zorzal de la tenca y el pitío del treile. Era una educación en la naturaleza. Teníamos un bosque muy cerca de la casa, en el campo, al interior de Maule. Entré al colegio tarde, porque aprendíamos en la casa. Una profesora de una escuela rural, la señorita Celina, iba dos veces por semana a hacernos clases y nos dejaba tareas.
–Ya que hablamos de las dimensiones básicas del bienestar, como educación y salud. ¿Cómo ve los avances para reducir la pobreza en esas y otras áreas, que es el sentido del libro de los 80 años del Hogar de Cristo?
–Siempre tuve una cierta resistencia a la rigidez del sistema escolar. No me gustaba, quizás porque viví ese tiempo de la infancia temprana en libertad. Pero es innegable que el progreso ha sido enorme.
Luego, él y sus dos hermanos varones fueron internados en el Barros Arana, el hoy desprestigiado INBA. Ahí terminaron su enseñanza.
–En esos años, al terminar los cursos, partíamos al campo todo el verano. Antes, mi madre recorría las casas de sus amistades recolectando zapatos viejos, sobre todo de niños, para repartirlos entre los hijos de los inquilinos. La alegría de esos niños con los que nosotros jugábamos pichangas era total. Nosotros con zapatos de fútbol y ellos a pata pelada. Así era la pobreza entonces. Eso ya no se ve. Nadie hoy anda descalzo, ni en la ciudad ni en el campo.
Agrega que con la ropa pasaba lo mismo. “Era de segunda, de tercera mano. Uno veía a los niños con chalecos y camisas que les quedaban enormes. Recuerdo que a los 12 años estuve en un funeral de angelito. Esa era una costumbre campesina que se explicaba por la enorme mortalidad infantil de los años 40, 50 del siglo pasado. Sentaban el cadáver del niño, le ponían las manos amarradas en actitud de oración y lo rodeaban de flores”.
Hoy Hernán Sandoval afirma que “existe una tremenda distorsión cuando la mayor parte del gasto en educación se va a la educación superior. Cuando fui decano de Medicina de la UDLA, entre 2010 y 2019, era muy impresionante recibir a estudiantes en carreras de salud ¡que no sabían lo que era una célula! Este país adolece de una buena educación básica. Lo que hay es muy rígido y el aprendizaje no desarrolla el pensamiento de los niños”.
Sostiene que “la educación está mal orientada y que ha sido un error incentivar un enorme gasto en la educación superior en circunstancias que hay una abandono de la educación básica y media”.
–¿Qué impacto tiene eso sobre las actuales generaciones?
–Tremendo, porque realmente el aprendizaje, que es la capacidad de leer, de entender lo que se lee, se produce en la escuela básica. Que hoy egresen jóvenes de la educación media sin comprender lo que leen es desastroso. Con todo el foco en lo universitario, tampoco se ha estimulado el desarrollo de la educación técnico profesional, que es un nivel intermedio antes de llegar al nivel superior. No se ha cambiado la estructura de las universidades para que la educación técnico profesional sea parte de un continuo. En la UDLA quisimos que los técnicos en enfermería pudiesen tener continuidad de estudio y llegar a ser enfermeras o enfermeros, pero la oposición de los profesionales fue tremenda.
–Suena incomprensible.
–Es defensa malentendida. Intereses de juicio muy equivocados. En Francia eso es lo más común.
En definitiva: el médico y ex decano considera que “en Chile hay un abandono de la educación en la infancia y una profesionalización excesiva, donde las universidades pierden su foco, que es la
universalidad del conocimiento, y se dedican sólo a formar profesionales que sean aceptables para los campos laborales. Es decir, sólo se está pensando en el negocio.
–¿Cómo ha vivido la decadencia de los liceos emblemáticos y la tragedia reciente en el INBA?
–Estuve en el Internado Nacional Barros Arana, porque mi padre pasaba mucho tiempo en su zona como diputado. Hoy lo que veo en el INBA es una decadencia penosa. Ya dije que nunca me gustó mucho el sistema escolar, así es que no tengo una gratitud especial por esa institución, no lo siento mi alma mater, pero igual duele ver su estado actual. En mi tiempo era un crisol donde se fundían los grupos sociales, gente de provincia y de la capital, la diversidad. Parte del problema es que no ha habido ninguna renovación de los métodos de enseñanza, no se trabaja de acuerdo a los tiempos, sigue existiendo una tendencia autoritaria en la educación y a esto se suma el surgimiento de movimiento extremistas anárquicos.
La erradicación de la desnutrición infantil fue una gran obra, que también aparece en el libro, entre los grandes avances sociales de los últimos 80 años en Chile. Y le parece justo el reconocimiento que se hace al ya casi centenario doctor Fernando Monckeberg.
–Hizo una tremenda obra y, además, fue un estudioso de los problemas de nutrición. Creó el Instituto de los Alimentos, buscando mejorar la dieta de los chilenos, entre muchos otros aportes.
Erradicar la desnutrición tuvo mucho que ver con la creación de jardines infantiles y salas cuna, que entregaban desayuno a los niños más vulnerables.
Consejero de la Organización Mundial de la Salud (OMS) por años, el doctor Sandoval fue miembro de la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud. Y siempre pensó que había que cambiar la orientación de la OMS. “Pasar del simple manejo de la enfermedad a un trabajo más orientado a la prevención de la enfermedad. Desde el punto de la salud infantil, uno de los elementos más importantes es la socialización y la educación precoz. O sea, la educación, en un sentido amplio, tiene que partir desde la sala cuna”.
Y va vimos cómo evalúa él la educación inicial y la básica.
Es interesante profundizar en cómo el gestor del AUGE pasó de la idea de ser pediatra a incursionar en un área mucho menos desarrollada en esos años: la medicina del trabajo y la toxicología, lo que lo convirtió en “una verdadera eminencia”, como lo saludaba su amigo artista Pablo Domínguez.
Mirando hacia el pasado, confiesa:
–A mí me costaba mucho estar en pediatría. En ese tiempo había tantos niños con desnutrición profunda, con infecciones atroces, con insuficiencia renales, con leucemia y uno veía cómo morían a ritmo de uno por día en el servicio pediatría. Yo estaba en sexto de la carrera y no lo podía soportar.
Cuenta que el creador de la cátedra de pediatría social, su profesor, lo llamó y le dijo: “A usted no le gusta esto; se le nota. No venga más”. Pero le hizo un encargo: hacer control de niño sano en la sala cuna del sindicato de una empresa del cordón industrial San Joaquín.
–Todo era un desastre: no había como calentar los biberones, la puntura de las cunas estaba descascarada, el lugar era sucio, tampoco había refrigeración. La directora del consultorio se entusiasmó tanto con lo que hicimos ahí, que nos encargó revisar las salas cunas de todas las fábricas. Yo iba con una auxiliar de enfermería y levantábamos sumarios a los que no cumplían con las condiciones de funcionamiento. Un día un obrero se me acercó y me dijo: “Doctor está súper bien lo que están haciendo, pero pasen a ver las condiciones en que trabajan las madres y los padres de los niños”.
Reconoce que aún ni siquiera era médico, pero la bata blanca se imponía. Así fue como se inició en el mundo de la medicina laboral, donde la silicosis de los mineros era una más de una larga lista de males. Estaban los cánceres, los dedos mutilados, las asmas, las intoxicaciones por metales pesados.
Terminó desarrollando un trabajo sobre la base de entrevistas a mil trabajadores, que “sin querer queriendo” y recién egresado lo llevó a trabajar al Ministerio de Salud en temas de salud laboral.
En paralelo, postuló a una beca en Francia. “Me la dieron de inmediato, porque era primera vez que alguien desde Chile postulaba a medicina del trabajo, que era una especialidad muy importante en Francia. Corría 1966 y tuve que decidir entre ser médico de zona en Ancud o becario en París. Frente a ese dilema, mi papá me recomendó Ancud. Así fue como elegí Francia”.
Vivió en plenitud la revolución de mayo de 1968 en París y la Primavera de Praga. Ambos hechos “cambiaron mis concepciones políticas. Además, en ese tiempo, se iniciaba la lectura de Gramsci. Yo empecé a madurar esta noción de la hegemonía cultural como el elemento básico del cambio estructural de las sociedades”.
Pero tuvo que correr harta agua bajo los puentes para ese cambio.
Uno de los fundadores menos conocidos del MIR, Hernán Sandoval, fue íntimo amigo de la hija menor y la más política de Salvador Allende, Beatriz, Tati. Con ella viajó por todo el continente buscando ayuda después del terremoto de 1965.
En el gobierno de la UP, fue ella quien lo impulsó a no quedarse en Chile en los días previos al Golpe Militar y partir a un curso en la Universidad de París donde debía exponer la realidad chilena junto con la de otros países en desarrollo. “Yo viví sobre todo el último año de la Unidad Popular con mucha angustia. Porque yo veía que se podía venir una situación como la Indonesia, como lo sucedido en Yakarta, pero la Tati me tranquilizó e impulsó a asistir al curso”.
–EL 7 de septiembre tomé desayuno con Beatriz Allende y viajé esa misma noche. Me pilló el Golpe en París. Yo quería volver, pero todos me dijeron que me quedara donde estaba. Tuve la suerte de que mis antiguos profesores me dieron un empleo a partir del primero de octubre de 1973.
Pero, en junio de 1974, aceptó un trabajo en África. Sin duda, ha sido su experiencia más marcadora. Fueron seis años, mayoritariamente en la antigua Guinea Francesa,
–Ahí descubrí que la medicina y el concepto de enfermedad más que biológico es sociocultural. Estar enfermo o vivir enfermo depende de la concepción que se tenga de la enfermedad. Te explico: andábamos con un colega francés recorriendo Mali. Nos salimos del camino y llegamos a una aldea, tocando la bocina. Al llegar toda la gente se había congregado en una especie de plaza central. Yo notaba que se movían de manera extraña, con movimientos vacilantes. Finalmente, descubrí que eran todos ciegos.
Todos los adultos de la zona padecían ceguera africana de río. Es a causa de un bichito que se mete en la retina y la destruye. “No se vuelven ciegos de un viaje, es gradual. Empiezan a quedar ciegos de a poco, desde que empiezan a trabajar en los campos donde los pican las moscas que transmiten la infección, Un trabajador recibe entre mil y dos mil picaduras diarias. O sea, si un niño empieza a trabajar a los 12 años a los 40 ya estará ciego. En esa aldea ser ciego era sinónimo de ser viejo. Todos los mayores no veían. Desde tiempos históricos, todos llegaban a ser ciegos cuando alcanzaban la madurez. Esa noción de la enfermedad me marcó”.
Suena irónica la frase, pero el doctor Sandoval dice que esa experiencia a él le cambió la mirada.
–Empecé a darle importancia a la prevención, pero incorporada al modo de vida. No solamente mediante la vacunación o los exámenes precoces. Descubrí que la enfermedad es un tema sociocultural. Y así hay que abordarlo.