Las medidas ejecutivas dictadas por Donald Trump en su regreso a la Casa Blanca reinstalaron el debate sobre el avance de la ultraderecha como fenómeno global, sus expresiones en Latinoamérica bajo la figura de Javier Milei y el potencial impacto sobre las democracias en el continente.
“El gran yunque que aparece como denominador común en los países e instituciones que están fracasando es el virus mental de la ideología woke. Esta es la gran epidemia de nuestra época que debe ser curada, es el cáncer que hay que extirpar”.
Con estas palabras el presidente de Argentina, Javier Milei, intervino en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos esta semana, instancia en la que se reúnen líderes mundiales, empresarios y cabezas de la sociedad civil a nivel global.
En la ocasión, Milei acusó a Davos y a los organismos internacionales de “ideólogos de la barbarie que amenaza a Occidente”. También, arremetió contra la clase política y la “aberrante idea de la justicia social”. Asimismo, criticó el feminismo y su “búsqueda de privilegios”, cuestionando conceptos como el “femicidio”, ya que alude a que “la vida de una mujer vale más que la de un hombre”. También calificó el ecologismo como “siniestro”, relacionó las banderas de la diversidad sexual con la pedofilia y defendió a Elon Musk ante los cuestionamientos por su “saludo nazi”.
Discurso estridente en medio de un encuentro que este 2025 ha estado marcado por un mayor nivel de incertidumbre debido a las tensiones geopolíticas, la fragmentación económica y la aceleración del cambio climático, según destacó su presidente, Børge Brende.
Además, el inicio de las reuniones coincidió con la investidura de Donald Trump para su segundo periodo como presidente de Estados Unidos. En la ocasión, comunicó sus primeras medidas ejecutivas, las que han sido comentario obligado en el encuentro, particularmente aquellas relacionadas con el comercio internacional, migración y el retiro de EE.UU. de organismos internacionales clave como la OMS.
Lo cierto es que esta nueva versión del Foro Económico Mundial también da cuenta de la disputa entre las ideas “soberanistas y globalistas”, y cómo las decisiones geopolíticas están en tensión a propósito de quienes buscan el camino del proteccionismo y quienes creen en los mecanismos multilaterales para resolver los problemas del mundo contemporáneo.
En ese contexto, el avance de la ultraderecha a nivel global resulta gravitante a la hora de comprender las agendas que impulsan figuras que buscan romper con los actuales paradigmas del entendimiento internacional.
“A lo largo de este año he podido encontrar compañeros en esta pelea por las ideas de la libertad en todos los rincones del planeta. (…) Lentamente se ha ido formando una alianza internacional de todas aquellas naciones que queremos ser libres y que creemos en las ideas de la libertad”, destacó el mandatario argentino en su discurso.
Si bien hace una década el debate sobre la ultraderecha era observado desde América Latina como un fenómeno principalmente alojado en Europa, nombres como Donald Trump, Jair Bolsonaro en Brasil en 2018, Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina, ponen en evidencia que este fenómeno debe ser contemplado como una corriente global.
Por lo mismo, desde la academia han aumentado los estudios que buscan comprender por qué la ultraderecha parece estar ganando terreno y reflexionar respecto a su potencial impacto sobre las democracias latinoamericanas.
Inmediatamente después de asumir, Donald Trump no escatimó en tiempo para hacer valer su aspiración de introducir cambios inmediatos y radicales en su segundo mandato. Fue así como firmó 78 órdenes ejecutivas, en su primer día en la Casa Blanca, para materializar medidas antimigratorias contra la diversidad sexual y la revocación de políticas de Joe Biden que apuntaban a cambios en la matriz energética, entre otros temas.
“A diferencia de su primer mandato, esta vez Trump tiene experiencia de haber gobernado anteriormente y esto implica que ahora tiene mucho más conocimiento respecto a cómo poder implementar sus ideas. En la práctica, esto se traduce en que sus primeras decisiones muestran una mayor capacidad de mover la agenda política en la dirección que Trump desea. La gran mayoría de los decretos firmados muestran con nitidez una agenda de ultraderecha que pondrá a prueba la solidez de las instituciones norteamericanas y que tendrá un gran impacto a nivel internacional”, señaló el académico de la Universidad Católica y experto en ultraderecha, Cristóbal Rovira.
El cientista político agregó que la llegada al poder de Trump por segunda vez “es una verdadera bendición para las fuerzas de ultraderecha a nivel global porque cuentan, no solo con un aliado, sino que también con un modelo a seguir”.
En esa línea, el estudio La ultraderecha en América Latina. Particularidades locales y conexiones globales, escrito por Rovira, destaca que lo propio de las “nuevas derechas” que se han venido conformando en América Latina recientemente es que “se distinguen tanto de la izquierda como de la derecha convencional por su deliberado ataque a la corrección política y a la crítica de ideas consideradas progresistas”. El autor también recoge algunos de los trabajos que ilustran el manual de la ultraderecha en el último tiempo.
“Simón Escoffier, Leigh A. Payne y Julia Zulver sostienen en su libro sobre La derecha en contra de los derechos que esta última debe ser comprendida como un nuevo proyecto político definido como «una movilización colectiva institucional y extrainstitucional que pretende controlar, desmantelar o revertir derechos específicos promovidos por comunidades y grupos previamente marginalizados y restaurar, promover o avanzar un statu quo de derechos políticos, sociales, económicos y culturales tradicionales»”, señala el texto.
La definición anterior permite comprender fenómenos locales al amparo de contextos globales como el europeo, desde donde se desprende, por ejemplo, el concepto de derecha populista radical.
De acuerdo a la investigación del proyecto ultra-lab, Laboratorio para el Estudio de la Ultraderecha, esta se define principalmente por tres elementos ideológicos: “el populismo, que divide a la sociedad en dos grupos homogéneos y antagónicos, un pueblo puro y una élite corrupta; el autoritarismo, que defiende una sociedad estrictamente ordenada, en donde las infracciones a la autoridad o cualquier comportamiento considerado “desviado” no son tolerados; y el nativismo, sinónimo de nacionalismo xenófobo, en el que el sistema político democrático debe promover únicamente los intereses de sus habitantes nativos, considerando que las ideas y personas extranjeras serían una amenaza al Estado Nación”.
En el caso chileno, estas ideas han estado representadas por colectividades como el Partido Republicano de José Antonio Kast, y el recientemente constituido Partido Nacional Libertario del diputado Johannes Kaiser. Este último, surge a partir del descontento con la política de los propios republicanos, instalándose como una alternativa que busca disputar el electorado del sector.
“Al igual que otras partes del mundo, la ultraderecha en Chile no es un campo político homogéneo. Existen distintas facciones y muchas veces se da una lucha interna para tratar de mostrarse como la fuerza más radical. No es del todo claro si esas pugnas internas van a permitir armar solo un frente de ultraderecha y menos aún cómo esto impacta en la relación con la derecha convencional. Creo que los próximos meses van a revelar cómo se terminan componiendo las distintas derechas para las elecciones parlamentarias y presidenciales”, indicó Cristóbal Rovira.
A juicio del experto, si bien hay un segmento que simpatiza con ideas de corte libertario, todavía es un grupo de votantes relativamente pequeño.
“A su vez, estudios empíricos para Chile señalan que las tasas de rechazo hacia la ultraderecha son bastante altas (cerca del 60 % del electorado) y, por tanto, existe un claro techo de crecimiento para la ultraderecha. Los liderazgos de ultraderecha generan en Chile una adhesión ciega en grupos reducidos, pero niveles de rechazo en amplios segmentos. Es por ello que difícilmente la ultraderecha puede conquistar el Poder Ejecutivo. No obstante, la ultraderecha tiene gran injerencia en la agenda pública y tiene un impacto en las ideas que termina defendiendo la derecha convencional”, agregó Rovira.