Orlando Sáenz y su visión acerca de Chile: “Soy pesimista del futuro inmediato”
El expresidente de la Sofofa profundizó sobre su más reciente libro, donde ofrece su versión acerca de decenas de personalidades que marcaron la historia nuestro país. Se califica como una persona que ha sido “incómoda” y analiza el “cortoplacismo” de la política actual.
Los últimos recuerdos (Erasmo Editores), la tercera y última entrega de la trilogía Testigo privilegiado, es la más reciente obra del empresario y escritor, Orlando Sáenz, en la cual comparte sus experiencias íntimas y encuentros con algunas de las figuras más relevantes del ámbito político, empresarial y social de Chile.
En este nuevo libro, Sáenz invita a descubrir una nueva y versión acerca de decenas de personalidades que marcaron la historia del país, desde seis presidentes de la República, como Eduardo Frei Montalva, hasta los empresarios que crearon los grandes imperios económicos, como Andrónico Luksic, Horst Paulmann y José Said, así como otras figuras que dejaron huella en la vida pública de Chile, como Elena Waiss Band, el Cardenal Raúl Silva Henríquez y Jaime Guzmán Errázuriz, entre otros.
En entrevista con El Mostrador, Sáenz comenta algunos pasajes de lo que ha sido convertirse en un testigo en primera línea de la historia reciente de Chile, y la “otra cara” de quienes han influido en la sociedad y economía del país. “Yo sueño que mis libros algún día van a servir para que historiadores recojan datos, que aseguro es que son verdad y auténticos”, dijo.
El expresidente de la Sofofa se califica como una persona que ha sido “incómoda” en distintos momentos de la historia, desde donde repasa su vida como uno de los artífices de la caída de Salvador Allende y, luego, como opositor al régimen de Augusto Pinochet por las reiteradas violaciones a los derechos humanos.
-¿Por qué Los últimos recuerdos?
-Yo había escrito ya dos libros en la serie de Testigo privilegiado, que son Testigo privilegiado y después Las aventuras de un testigo privilegiado. Y por lo tanto, este último libro nació de una especie de revisión de la memoria para ver qué faltaba por decir, y me concentré más que nada en mi conocimiento de personajes.
Entonces quise mostrar cómo me parecieron los personajes más allá de su postura pública, cómo son los personajes detrás de las máscaras, porque los chilenos usamos todos máscaras en algunas ocasiones y no somos la misma persona en la intimidad que en el público.
-¿Cómo ha sido para usted, a propósito de lo mismo, este proceso de volver a revisar su relación con estos personajes que han marcado la historia de nuestro país? ¿Cómo fue ese proceso desde el 2016 hasta ahora de volver a revivir esos momentos?
-Recordar es revivir, sin ninguna duda. A mí me mandaron al mundo con el don de la buena memoria. Y además la cultivé de forma bastante anecdótica y bastante especial. Llegué a la conclusión de que si yo leía un libro, por ejemplo un libro de historia, retenía algo como el 40%. Pero si yo tomaba apuntes del libro, retenía el 60%. Si además de tomar apuntes, poco menos que lo escribiera de nuevo en mis cuadernos, llegaba al 80%. Y si yo, después de estudiar una materia, se la exponía a terceros, llegaba un momento en que prácticamente me acordaba de todo.
Entonces, esa receta la seguí toda mi vida. Y por eso yo creo que tengo una muy buena memoria. Y antes de que se termine de borrar, porque el tiempo es implacable, decidí tirar a las páginas todo lo que me quedaba de notable porque anécdotas tengo muchas más, pero decirle cómo era Jorge Alessandri, por ejemplo, en el contacto diario, conversando con él, eso es algo que es parte de la historia de Chile. Yo sueño que mis libros algún día van a servir para que historiadores recojan datos, que aseguro que son de verdad y auténticos.
-Estamos hablando de momentos que vivió hace muchísimas décadas atrás. ¿En su minuto usted registró algo antes de ponerse a escribir? ¿O fue solo un ejercicio de memoria?
-La verdad es que yo jamás en la vida pensé ser escritor. Jamás en la vida, ni tengo preparación para tal, salvo un gran gusto por la literatura. Leí mucho de niño. Tengo una biblioteca inmensa, soy un vicioso de los libros, pero no tenía ninguna preparación académica para escribir.
La vida de escritor comenzó sin proponérmelo, con un libro que yo te diría que editó El Mercurio cuando era presidente de la Sofofa. El Mercurio tenía una posición muy antagónica con el gobierno de Allende también y, por lo tanto, me dio bastante cabida. En ese entonces ellos decidieron escribir un libro que era una especie de entrevista imaginaria conmigo, en que me hacían preguntas y mis respuestas eran pedazos de discursos que yo hubiera hecho en esa época. Ese libro fue el primero con mi nombre que apareció en el tiempo de la UP.
Después yo te diría que el segundo libro fue casi tan casual como ese, fue un libro que editó Juan Aldea, dueño de la Feria Chilena del Libro, que es muy amigo mío. Él armó un texto también de artículos míos publicados en diarios. O sea, yo empecé a escribir como columnista y mucho más después, hace no tanto, hace 15 años o algo así, que se me dio por escribir las memorias y escribí Testigo Privilegiado.
-Ahora, con respecto a este libro, de todos los personajes y las historias que cuenta acá, si pudiese nombrar un par de capítulos que para usted fueron especialmente importantes de escribir.
-Sí, hay capítulos que son más importantes que otros para mí. Como tú verás, no quiero escribir biografía, porque mi vida en particular no le interesa a nadie. Pero te diría que, por ejemplo, para mí es especialmente querible el capítulo dedicado a don Eduardo Frei padre.
También es especialmente querible, por razones más personales que nada, la biografía de mi madre. porque tú habrás visto que la primera mujer notable que escribo ahí es María Rojas González, mi madre. Juzgando muy imparcialmente, su vida es bien notable porque fue la segunda arquitecto mujer titulada en Chile.
Pero yo te diría que de todos los artículos que yo escribo ahí, donde más hay emotividad mía es, por ejemplo, cuando evoco la figura de lo que yo llamo un santo. Hay un capítulo donde digo que he tenido la suerte en mi larga vida de haber conocido dos genios y un santo, cuando la gran mayoría de la gente pasa la vida sin conocer nunca un genio o un santo. Entonces, el juicio mío sobre quién fue genio y quién fue santo es muy particular y en eso hay una gran emotividad de mi parte.
El artículo sobre Allende es también muy importante para mí. Se acaba de reproducir in extenso en un medio. Ahí recuerdo como fue mi primer encuentro con él en medio del alboroto que había tras ser electo democráticamente como presidente y los diálogos que tuvimos posteriormente.
Respecto de los empresarios, indudablemente que los más íntimos míos son José Said y Javier Vial, tal vez.
Y no puedo dejar de mencionar la aventura mía con la Payita -Miria Contreras, la secretaria de Allende-, que ocupa un gran capítulo en el libro anterior, Las aventuras de un Testigo Privilegiado. No la trato en este libro, pero es indudablemente una mujer que fue muy significativa en mi vida, uno de los personajes que vale la pena volver a recordar.
-Usted se ha calificado como una persona “incómoda” en distintos momentos de la historia. ¿Cómo ha sido ser testigo privilegiado desde esa incomodidad en los dos lados de la vereda, por ejemplo, siendo partidario y apoyando a Augusto Pinochet y luego siendo contrario?
-A eso te tendría que responder que a mí una vez Jaime Guzmán me acusó en una reunión privada, cuando él ya era el gran consejero de Pinochet, de ser egoísta. Me dijo: “yo creo que eres egoísta porque tú prefieres la tranquilidad de tu conciencia, antes que la conveniencia de semejantes. Te fuiste del gobierno y estás criticando porque tu conciencia te dicta que eso es lo que hay que hacer. Pero ¿cuánta gente más podrías haber ayudado si te hubieras quedado en el gobierno? Desde fuera tú no salvas a nadie hoy día. Lo hiciste cuando estabas dentro pero ahora perdiste todo poder, toda influencia, entonces elegiste tu conciencia por sobre cualquier otra consideración”.
En ese momento yo le respondí que era un argumento un tanto capcioso y que mirado desde ese punto de vista tengo razón, pero mirado desde mi punto de vista yo creo que advertir a los demás, despertar a los demás, mostrar que hay cosas que no se deben hacer, que no se pueden hacer, es un beneficio colectivo.
¿Por qué soy incómodo yo? Porque soy inclasificable. Fui contrario a Allende. Participé activamente en su caída. Fui servidor del régimen que siguió a Allende, rompí con ese régimen y me fui. Empecé a criticar a ese régimen. Después empecé, desde la clandestinidad, a trabajar en la formación primera de lo que después fue la Concertación. Por lo menos cuatro años antes del plebiscito del NO empezamos a tejer lo que iba a ser la unión de todos frente a Pinochet.
En ese periodo en que yo era expinochetista me hice de enemigos. La derecha me acusaba de ser Demócrata Cristiano, como ellos estaban en los dos lados. Después llegaron los gobiernos de íntimos amigos míos. En el caso de Aylwin yo tenía una familiaridad grande con él, incluso durante el periodo en que había sido cerrado al Congreso. Formaba un grupo para ayudarlo a que ganara sus pesos. Era un hombre muy modesto que no tocaba una chaucha de nadie y lo nombré por años árbitro de todos los contratos que celebraba mi oficina.
Sin embargo, nunca me consideraron para los gobiernos porque era incómodo. ¿Cómo iban a sumar los de la Concertación a alguien que trabajó con el gobierno de Pinochet? Imposible.
Soy una persona incómoda para todos. Yo creo que hasta para la Sofofa soy incómodo, porque la Sofofa nunca en toda su historia ha hecho lo que hice yo durante el tiempo que fui presidente. Desde mi periodo más adelante, la presidencia de la Sofofa se transformó en una profesión full time. Se acabaron los presidentes decorativos: presidir la Sofofa era trabajar 24/7.
Hasta antes de mi presidencia la Sofofa políticamente era un eco de los partidos de derecha. No se metía en política. Cuando tenía algo que plantearse lo planteaba al Partido Conservador y el Partido Conservador veía cómo lo resolvía. En el tiempo de Allende se derrumbaron todas las instituciones, se derrumbaron todos los partidos. Entonces, por primera vez el empresariado tuvo voz propia políticamente hablando.
-¿Cómo ve la Sofofa hoy?
-Hoy la veo bien. Está mucho más fortalecida institucionalmente que en los tiempos míos. Ha crecido, está más fuerte como estructura. Yo no te diría que es menos poderosa, llamémoslo así, que en mis tiempos, pero sí que era distinta. Ahora es más democrática que antes. En fin, tenía una serie de características que eran distintas, pero yo creo que lo que es indudable es que en mi presidencia marcó un cambio profundo.
-Usted también se ha calificado como un pesimista del futuro inmediato de Chile. ¿Mantiene esa postura? ¿Cómo observa a la política?
-Mantengo esa postura porque, en primer lugar, el quebranto de Chile es muy grande, porque se le ha desarmado la estructura institucional. ¿En qué sentido? En una democracia se supone que las instituciones que tienen un 10% de aprobación en el pueblo, 15%, 12%, no debería ser posible. Y hoy día, si tú ves la opinión de los chilenos, existe desconfianza con el Poder Ejecutivo, con el Poder Legislativo, con el Poder Judicial.
¿Cuándo habíamos visto en Chile tan desprestigiada a la justicia o tan desprestigiada incluso a la Corte Suprema? Tenemos un nivel de crisis institucional que yo dudo que el Poder Ejecutivo tenga constitucionalmente hoy día poderes para efectivamente actuar sobre ello. Soy pesimista del futuro inmediato de Chile en ese sentido.
-Ante ese diagnóstico, ¿cuál es su lectura sobre la derecha hoy y la posibilidad de que asuma un próximo Gobierno?
-Independiente del color político, yo creo que la alternancia cada cuatro años en el poder afecta la orientación para donde va el país y eso va a ser siempre una cuestión muy negativa. Y no solamente negativa en Chile, miremos lo que está pasando en Estados Unidos.
En ese sentido, es importante reflexionar sobre qué tienen que hacer los gobiernos para proyectarse más allá de ese periodo y dejar el cortoplacismo. Yo no sé si las personas que hoy día quieren llegar al poder están pensando en eso.
-¿Cree que hay conciencia sobre el desafío de que un buen gobierno va a ser el que logre continuidad?
-No tengo mucha confianza de que haya conciencia. Es decir, cualquier persona inteligente debería tener conciencia. Pero creo que el tema de que los países cambien los gobiernos cada cuatro años hace que los gobiernos no tengan ninguna capacidad preventiva. La persona que llega a La Moneda lo que dice es: “Me tengo que preocupar que mis cuatro años sean buenos y punto, no voy a abordar ningún problema que exceda ese tiempo”. Entonces, las democracias pierden capacidad preventiva.