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Hospedería de Mujeres: ¿De qué hablamos cuando hablamos de VIF? PAÍS Cedida

Hospedería de Mujeres: ¿De qué hablamos cuando hablamos de VIF?

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La violencia intrafamiliar, que hace noticia cuando se produce un nuevo femicidio, está tan presente, tan instalada cotidianamente, que quienes la padecen se refieren a ella como VIF. Usan una sigla para un problema social que día a día limita el desarrollo de los niños, los permea como un virus que


Cuando la violencia intrafamiliar se reduce a una sigla, la VIF, y se habla de ella con la misma naturalidad con que se menciona el pronóstico del tiempo, queda poco margen para actuar. Begoña y Rocío son jóvenes madres. La primera tiene 30 años y dos niños varones; uno de 4 años y el otro de 3 meses. De distintos padres. No sabe cuál de los dos hombres es peor. La segunda tiene 20 y un niño también de 4, con serios problemas de lenguaje. En síntesis, el niño no dice ni una palabra que se le entienda.

Rocío asume que se debe a la violencia ambiente en que se ha criado. Y tiene la esperanza de que este marzo pueda entrar al jardín y empezar a hablar. También sueña con encontrar un trabajo y no volver nunca más al infierno de donde ahora escaparon. La joven dejó la casa de su padre en Santiago, donde estaba desde el quiebre con su pareja, el papá de su hijo.

–Vivíamos juntos desde hace cinco años cerca de Concepción. Él era de allá. Todo andaba bien hasta que conoció a otra niña y se empezó a comportar raro. Se empezó a alejar. Ya no hablaba conmigo. Y ahí empezaron los problemas más grandes: las agresiones y los malos tratos. Los golpes y la violencia psicológica.

Rocío, que terminó la enseñanza media, pese a su embarazo precoz, dice: “Tuve una vida de señora desde muy chica, de dueña de casa. Dejé la casa de mis padres, justo cuando todo empezó a irse abajo en ella, y me dediqué a ser señora y mamá en el sur hasta que mi pareja me cambió por otra”.

Por eso, dejar ahora Concepción, y buscar refugio en la casa paterna, en Santiago, tampoco fue solución.

–Mi familia, además de consumo de drogas, tiene graves problemas psicológicos. Cuando yo conocí al padre de mi hijo, yo también consumía. Era de tomar pastillas y esas cosas.
–¿Por qué lo hacías: pobreza, soledad…?
–No, en mi casa no hacía falta nada material. Es más, cuando uno tiene dinero, lo gasta en cosas tontas, innecesarias. En cuestiones para pasar el rato y entretenerse. Mi papá siempre tuvo buenos trabajos. Estaba a cargo de una bencinera, era jefe, pero empezó a meterse en la droga, en el alcohol. Hubo un tiempo en que ni siquiera iba a trabajar. No le importaba nada. Ahora tiene trabajo, una pareja, pero sigue consumiendo. En su casa, todos consumen: él, su nueva mujer y mi hermano menor que vive con ellos. Y las peleas que se producen son horribles.

-Y qué pasó con tu mamá, ¿la ves?
–Ella cometió muchos errores. Se fue de la casa y se empezó a prostituir… –dice, bajando la voz como si alguien nos estuviera oyendo. Agrega: –Ella empezó a vivir una vida loca. Yo no tengo contacto con ella, pero la he visto. Tiene 45 años y se ve bien. Está bonita. Pienso que quizás se aburrió de todo. No quiero justificarla, pero puedo entender que no pudiera aguantar lo que se vivía en la casa. Cuando ellos se separaron, las cosas cambiaron mucho. Mi papá se drogaba a diario. Traía mujeres. Consumían alcohol.

La colapsada Estación Central

En ese ambiente se fue a “refugiar” Rocío, cuando su pareja decidió cambiarla por otra y ella dejó Concepción y volvió a la capital.

–Me vine a Santiago, a la casa de mi papá. Pero la vida ahí es imposible. Hay peleas entre ellos, entre mi papá, mi hermano y la mujer de mi papá, todo el día. Gritan, se pegan, se agarran a combos por cualquier cosa. Por cosas ridículas. Todo es escándalo. Al final, salí de ahí porque temí que con esa mal ambiente, esa mala vida, llegara la autoridad y me quitaran a mi hijo. Que no me consideraran apta para cuidarlo por tenerlo viviendo ahí.

Una noche, hace un par de semanas, Rocío y su hijo dejaron la casa de su papá. Ella entró a la 21 Comisaría de Estación Central, pidiendo auxilio. Los carabineros la llevaron a la Hospedería de Mujeres en Situación de Calle del Hogar de Cristo, al lado de la casa matriz de la fundación y del Santuario del Padre Hurtado.

–Nosotros los recibimos. Afortunadamente, había cupo, aunque cuando se trata de mamás con niños, siempre nos las arreglamos para ampliar la capacidad y hacerles un lugar –cuenta la trabajadora social Jeannette Pérez. Está subrogando a la jefa de este programa que puede acoger hasta a 40 mujeres. Ahora hay 39. Muchas de ellas son mayores y permanecen en la Hospedería casi todo el día. “Tenemos que tener cuidado, porque algunas de ellas tienen deterioro mental, demencia de tipo senil, y, al dejar la puerta abierta, salen y se pierden. Hay varias que tienen más de 80 años, que terminaron abandonadas en el hospital, que no tienen redes o un lugar donde vivir y terminan acá. Varias de ellas llevan años con nosotros”, dice esta trabajadora con 13 años en el Hogar de Cristo.

Cuenta que el mejor destino para una mamá joven y su hijo o hijos es que logren encontrarle cupo en una residencia familiar de las que ofrece el Ministerio de Desarrollo Social y Familia. Allí pueden estar hasta 6 meses y las orientan y apoyan.

Las participantes de la Hospedería de Mujeres Anita Cruchaga que permanecen en la casa en el día son mayores, muchas con trastornos cognitivos. Es un grupo diverso que tiene en común conocer la violencia intrafamiliar y también la social, la de la calle.

La Hospedería de Mujeres en Situación de Calle Anita Cruchaga actúa como intermediaria entre esos dispositivos, porque acá no tiene las condiciones para atender a mamás con hijos por periodos prolongados. “Ellas deben hacerse responsables de sus guaguas, de sus niños. Cuando salen a buscar trabajo, por ejemplo, deben llevarlos con ellas, porque nosotros no podemos actuar como guardería ni cuidarlos por horas. No es el propósito de esta Hospedería ni tenemos personal capacitado para ello”.

–¿Actúan como un dispositivo de transición entonces?
–Claro. Además, estamos en una comuna, Estación Central, que no cuenta con facilidades para mamás jóvenes con hijos en edad de sala cuna o jardín. Todos esos servicios están colapsados por el tema migrante y por la demanda nacional. No hay cupo. Para estas mamás es esencial contar con un lugar en una comuna que no esté saturada, que las ayude a criar a sus hijos y que les quede cerca de sus trabajos, lo que es otro tema complejo: la búsqueda de empleo. A lo que se requiere además sumar un lugar para vivir, una casa o pieza en arriendo.

“Se lo juro, tía”

Begoña tiene 30 años, dos hijos de padres distintos y un tatuaje en la pierna que dice: “Recuerda que nadie puede cortar tus alas. Tú eres quién decide cuán alto puedes volar”.

En la Hospedería de Mujeres en Situación de Calle de Estación Central la conocen a partir de sus múltiples entradas y salidas. Llegó con su hijo mayor, cuando era un recién nacido. Luego se perdió y después volvió un par de veces, hasta que apareció nuevamente, pero esta vez embarazada de una nueva pareja. Nuevamente, se trataba de un maltratador con problemas de consumo, que hoy se encuentra privado de libertad.

Jeannete Pérez, la trabajadora social, dice que entonces hicieron un muy buen trabajo y lograron que la aceptaran en Mater Filius, en la comuna de Lo Barnechea. Se trata de una casa de acogida, sin fines de lucro, para mujeres embarazadas en situación de vulnerabilidad donde se les apoya para que puedan dar a luz y luego se les mantiene hasta seis meses después del nacimiento. Incluso se le recibe con hermanos menores siempre que tengan menos de 4 años. Era el caso de Begoña, pero ella tuvo al niño y no siguió.

Abandonó la casa y es así como llegó de nuevo a la Hospedería de Estación Central, ahora con dos niños a cuestas. Uno de apenas tres meses. Muy pequeño.

Begoña es evasiva cuando se le pregunta por qué perdió la oportunidad de seguir en Mater Filius. Sin responder sobre ese tema, afirma que está muy cerca de obtener trabajo. Que una amiga de esta misma residencia ya le consiguió una pega en una empresa de aseo. Tampoco reconoce tener o haber tenido consumo. Lo que sí asume y le gusta comentar es lo mal que le funciona el radar a la hora de elegir pareja.

Dice: “He tomado pésimas decisiones. Me he enamorado de hombres violentos, golpeadores, a los que la droga los vuelve peores. Veo cómo se ponen ellos con la droga; por eso, yo no consumo, tía. Se lo juro”, afirma, usando el apelativo “tía”, tan propio de quienes conocen la vida en los sistemas de protección de menores.

La trabajadora social de la Hospedería sabe que su negación del consumo no la ayuda. Que sería mejor que asumiera su problema y lo afrontara. Aunque también sabe que son escasos los programas de rehabilitación para mujeres madres en pobreza y vulnerabilidad con consumo que puedan ser tratadas en compañía de sus hijos. Encontrar un cupo ahí es como sacarse la lotería.

Hogar de Cristo opera un programa de rehabilitación para mujeres con esas características en Quilicura, donde idealmente podría ser recibida Begoña, pero para eso tendría en primer lugar que reconocer su consumo problemático.

–Creo que Begoña se equivocó al abandonar Mater Filluis. Desaprovechó una gran oportunidad para ella y sobre todo para sus niños –nos dijo, con evidente desaliento, Jeannette Pérez antes de despedirnos la semana pasada.

Epílogo

El fin de semana le dio la razón a ese tono desesperanzador con que nos despedimos. El sábado pasado, Begoña y Rocío (cuyos nombres son ficticios, lo mismo que otras señas de identidad) se trenzaron en una pelea que partió por algo muy pequeño.

–Ambas se habían hecho amigas. Incluso estaban con sus niños en la misma habitación. Partieron peleando por una mamadera y terminaron a los golpes por un celular. Hubo que llamar a Seguridad Ciudadana de Estación Central, ya que Carabineros se demoraba en llegar. Rocío empezó a golpear a su hijo y, de repente, de entre sus cosas, sacó un revólver. Fue una situación dura, extrema, muy compleja. Un sábado para olvidar, que alteró a las residentes mayores, pudo tener consecuencias lamentables y terminó con ambas detenidas por Carabineros y egresadas de nuestro programa–explica Jeannette, quien sabe a lo que se enfrenta. Que conoce en su día a día profesional cuáles son las consecuencias de tener internalizada la violencia como sistema de vida. Como parte de la cotidianeidad.

Begoña y Rocío son víctimas de lo que ellas mismas llaman VIF (violencia intrafamiliar). Pero también son victimarias. Rocío golpeó a su niño. Es una de las acusaciones que deberá afrontar. Begoña fue acusada de robo por la que segundos antes era su amiga. El mechoneo y los golpes fueron parte de la escena. La pistola que portaba la en apariencia dulce Rocío es parte de su naturaleza o la única defensa que le va quedando. ¿Dónde y quién se hará cargo de los tres niños inocentes que están absorbiendo violencia día a día?

De acuerdo a datos de la Encuesta Nacional de Violencia Intrafamiliar (ENVIF), entre las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia durante su vida, hubo un aumento desde 32,6% en 2012 hasta 44% en 2022. Son 11,4 puntos porcentuales en una década. Eso, mientras en los últimos 12 meses las mujeres que han sido víctimas de algún tipo de violencia, la cifra pasó de 18,2% en 2012 a 23,3% en 2022.

No encontramos datos de Violencia Intrafamiliar más recientes. Quizás porque el tema ya es un sigla de la que se habla con la misma naturalidad con que se comenta el clima.

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