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Pin Campaña, fotógrafa: “Reflexionar sobre la vejez, la enfermedad y la muerte es muy educativo” CULTURA Crédito foto: todas las fotografías de esta notas son de Pin Campaña

Pin Campaña, fotógrafa: “Reflexionar sobre la vejez, la enfermedad y la muerte es muy educativo”

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Eso dice esta mujer de 64 años que nunca ha aceptado que la llamen Soledad, su nombre legal. Vive con lupus desde hace 28 años, pero no deja de trabajar, aunque sea a punta de parches de morfina. Aquí habla de su testamento vital y de lo solos que están los mayores.


–Soledad es tan rotundo como llamarse Dolores. Una carga muy grande. La palabra soledad es muy fuerte y te marca. El poder de decreto que tiene el lenguaje puede ser muy determinante en la vida. 

La fotógrafa Pin Campaña –no Soledad Campaña, que es su nombre legal– le ha hecho el quite a esa rotundidad con el apodo infantil que instaló el legendario periodista Alberto “Gato” Gamboa. Cuando escuchó que su amigo Eric Campaña llamaba “El Enano Pin” a su hija recién nacida, la “tituló” así y, además, comunicó el feliz acontecimiento en el diario El Clarín que por entonces dirigía.

“El Enano Pin” era un cuento que había escrito su mamá y le cayó como anillo al dedo para eludir la Soledad de un nombre que podía marcarla y que nunca ha usado. 

La Pin es desde siempre la Pin. 

Educada en el Santiago College, formada en Francia, licenciada en Filosofía en la Universidad de Chile, la bella Pin se hizo fotógrafa y hoy su nombre y su obra son reconocidas. Pese a la mala salud de la que no la protegió su apodo, ha retratado a personas comunes y a personajes ilustres. Y su sensibilidad y aproximación a este arte, le han permitido mostrar la soledad, propia de la vejez. 

En el contexto de “Es cruda la pobreza y peor en soledad”, la campaña con que el Hogar de Cristo busca fortalecer sus programas de atención domiciliaria para personas mayores en abandono y vulnerabilidad, nos compartió y comentó varios retratos donde se juntan soledad y vejez. 

Ella sabe de vulnerabilidad, de enfermedad y dolor, todos padecimientos propios del envejecimiento. En 2020, en el programa Conciencia Inclusiva, de CNN, conversó con la periodista Mónica Rincón sobre el lupus que le diagnosticaron hace 28 años y que literalmente ha marcado su vida desde entonces. 

Oyéndola, me acordé de una mujer octogenaria a la que conocí hace poco en Quillota: “Pídame de la enfermedad que quiera; las he tenido todas”. 

Con 64 años, Pin podría decir lo mismo. Ha sobrevivido a un cáncer, vive sin un riñón, se le secaron los ojos… El año pasado un grupo de amigos organizó una colecta para financiar una operación que debía hacerse en la espalda. Hace dos meses, tuvo un infarto en la cadera y otro en el fémur y luego dos luxaciones graves. Y eso para dar un pincelazo. 

Me atacó el corazón

Eric Campaña, su amado padre murió en 2008. Era embajador de Chile en República Dominicana. Ha sido su pérdida más atroz. 

“Él no llegó a anciano. Mi psiquiatra dice que yo hablo de los muertos como si estuvieran vivos y de los vivos como estuvieran muertos”, comenta y luego agrega que su mamá sí hoy es anciana. “Tiene 88 años y está maravillosa, preciosa, como ha sido siempre. Pero en ella he visto el paso de vieja a anciana. Yo ahora soy vieja; tengo 64”. Y continúa reflexionando:

–La enfermedad te enseña lo efímera que es la vida humana y eso tiene mucho de mágico. Y los años te demuestran que hay que sujetarse como sea, de lo que sea, de quién sea, porque  el deterioro es en caída libre. Reflexionar sobre estos temas es muy educativo. Sirve. Hay que pensar la propia vejez y la enfermedad, porque son humanas, reales y concretas. 

Ella lo ha pensado todo. Nos manda por WhatsApp lo que llama su “testamento vital”. El que recomienda que todos tengan hecho para cuando llegue la ocasión de usarlo. Y que lo hagan mientras se encuentren en pleno uso de sus facultades. 

El de ella contempla varios puntos, expresados en siglas y que son mandatos que dejará en notaría. Contempla un ONR, que significa Orden de No Reanimar cuando una persona deja de respirar o su corazón se ha parado; un DNR, Do Not Resuscitate, que es lo mismo, pero en inglés; y, lo más importante, un mandato general amplio para alguien responsable de seguir sus instrucciones, que no sean sus hijos. “Uno no puede entregarles a sus hijos ese peso. Debe ser alguien ajeno, que respete al pie de la letra tus deseos y no caiga en dudas o sentimentalismos”. 

Conocedora del dolor y de la fragilidad, después de la compleja operación a la espalda de 2024, tuvo un infarto en la cadera y en el fémur. “Literalmente, me desplomé en el jardín. Estaba regando y, pum, me caí al suelo. Llegaron los bomberos y me llevaron al Hospital Salvador, donde fue como viajar a la India. Agradezco a las amigas de la sala común y a las enfermeras. Ahí me reemplazaron cadera y fémur, pero después sufrí dos luxaciones. En la más reciente, yo estaba súper grave, porque a mí ahora el lupus me atacó el corazón”. 

La Abupin

La vejez uniforma a ricos y pobres, aunque a los primeros les sale más fácil. “Igualmente, el descalabro económico que significa la enfermedad, es tremendo. Con todo lo que he pagado en operaciones, tratamientos, remedios, yo podría haberles dejado una casa a cada uno de mis tres hijos”, dice, sin lamento. Pero su mayor reflexión sobre el tema pasa por el hedonismo y el individualismo de la sociedad occidental.

–Esa frivolidad por permanecer siempre joven no la tienen las tribus. A mí me ha tocado trabajar mucho en terreno. Convivir con mujeres mapuche, pehuenche, donde uno ve lo positivo de la tribu en relación a integrarlos a todos. A no excluir a los mayores. En la tribu nadie sobra. Cada uno tiene su rol. Eso debemos copiarles a las tribus, porque la soledad de los viejos en las urbes es brutal.

–¿A qué se debe ese trato?

–A que no nos gusta ver nuestro reflejo en el espejo. A que cerramos los ojos a nuestro futuro. A que no queremos enfrentar la inevitabilidad del futuro. La gente prefiere esconderse, autoengañarse con cremas, procedimientos, gimnasio. Una completa estupidez. Es clave entender que uno se va a morir y que hay que llegar a ese paso con serenidad, porque es natural. 

Reconoce que tiene una “enfermedad cabrona”, el lupus. Pero no se siente derrotada y no le gusta usar palabras como “lucha” o “combate” contra la enfermedad. Prefiere vivir y trabajar y crear y ver crecer a Belén, su nieta de 7 años, que la llama “abupin”, de abuela y de Pin, y que a ella le suena como una ciudad de los emiratos. Como Abu Dabi. 

–Me fascina ser abuela, porque me hace volver a ser niña. Los nietos tienen algo muy lindo, porque se unen muy naturalmente con la vejez.  

Donoso, Castedo y más

Los tres hijos de Pin son de apellido Donoso, pero no son todos del mismo padre, aunque ambos son fotógrafos destacados: Max y Julio. 

Sus hijos son “”tremendos y la inspiran, tal como sus personajes fotografiados. Matea como es, eligió a cuatro intelectuales y poetas para representar la soledad en la vejez. 

¿El primero? 

José Donoso, escritor experto en describir la decadencia y la decrepitud de la clase alta chilena. Miembro del boom literario latinoamericano. “Esas fotos las tomé como a un año de su muerte, producida en 1996. Yo me vuelvo invisible cuando hago fotos, trato de no perturbar en nada, pongo mudo el celular. Estuve unos cinco días con él, y siento que lo conquisté. Que se habituó a mí. Cuando tomo a un gran personaje siento que tengo la oportunidad de vivir su vida y  eso es maravilloso. La foto de sus manos escribiendo para mí es como una xilografía de Escher, porque, sí, yo tiendo a pictorizar mis fotografías. Me salen como cuadros”.

Es cierto. Eso es lo que pasa con el retrato que le tomó a la pintora e ilustradora naive Juana Lecaros, donde la foto parece una pintura y la pintura de fondo una foto. “Ese retrato es parte de un proyecto que nos encargó Roberto Edwards a varios fotógrafos, pero que al final no se concretó. Era un registro de los grandes artistas plásticos chilenos. Juana tenía las manos más lindas y blancas que he visto”, recuerda. 

El perfil del famoso historiador español nacionalizado chileno Leopoldo Castedo fue hecho también un par de años antes de su muerte, producida en 1999. “Su familia odió el retrato. Dijeron que era una maldad cargar así las luces, el contraste, haciéndolo parecer más viejo y arrugado. Después, cuando murió Castedo, vinieron a pedirme la foto de regalo. Es lo que pasa con la vejez”.

El último personaje que nos comparte Pin de su archivo es el pintor José Santos Guerra. Lo fotografió en El Liguria. “Nuestro propio y talentoso Chagall chileno se había puesto a pintar unos platos blancos del restaurante y le hice varias fotos”, dice Pin, quien, como la mayoría de quienes trabajaron en la revista Paula, es dueña de varias obras de Santos Guerra, el que en tiempo de apuro vendía sus creaciones a chaucha. 

Un escritor, una pintora, un historiados y un pintor fueron sus elegidos para reflejar la soledad de la vejez, aunque en la foto donde mejor siente que ha captado la belleza contradictoria del abandono y el deterioro propio del paso de los años y la soledad es en la de un buzón derruido en medio de la estepa patagónica. 

“Para mí representa la soledad de la vejez de manera maravillosa”. 

 

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