
Juan Pablo Luna: “Las escuelas y los maestros están desbordados”
En Chile y en la mayoría de los países de Latinoamérica. Eso nos dice desde Montreal el cientista político, académico, investigador chileno-uruguayo. En su más reciente libro, “¿Democracia muerta?”, describe al hijo del narco en la sala y su impacto sobre la comunidad escolar.
Juan Pablo Luna (50) es un politólogo chileno-uruguayo que ha ganado notoriedad por su mirada crítica y análisis sin pelos en la lengua sobre la política latinoamericana, particularmente la chilena. Con el Frente Amplio y la generación que nos gobierna, en sus inicios, compartió algo más que el gusto por el mate. Algunos incluso sostienen que fue uno de los intelectuales que inspiró a Gabriel Boric, cuando este era diputado, y sostuvieron conversaciones virtuales durante la pandemia y en la campaña presidencial.
Ahora, se encuentra en actividades académicas en Montreal, por lo que esta entrevista también fue virtual, pero sobre un tema muy real: la relación entre abandono escolar y delincuencia juvenil. Al inicio de su libro más reciente, ¿Democracia muerta?, en un capítulo titulado “Sociedades rotas”, aborda la crisis de la educación. Y –provocador como es– establece dos perfiles que dan cuenta de los tiempos que corren: los narcozorrones y el hijo del narco.
Nos dice de entrada: “No soy experto en educación, pero este es un tema que empezó a salir recurrentemente en el proceso de investigación para el libro: la violencia en las escuelas. Y el reclutamiento cada vez más común de niños más chicos que lo habitual por parte de bandas locales”.
Esto para el profesor de la Universidad Católica tiene que ver con “una creciente incapacidad de la educación de hacerles sentido a los jóvenes. De hacerles pensar y creer que la educación es clave para acceder a una vida mejor”.
-Dos preguntas en una: ¿cuándo se empezó a perder el valor de la educación? Este deterioro, ¿es un fenómeno solo chileno o es latinoamericano?
-Creo que es un fenómeno más bien latinoamericano y probablemente también global. Mi sensación, porque no tengo evidencia directa, es que los apoderados, las familias, también han ido perdiendo ese sentimiento de valoración. La educación ya no es vista como una clave fundamental para el desarrollo de los niños y de los jóvenes. Eso es algo que uno como profesor universitario siente cada vez más y que yo diría se fue profundizado por la pandemia y después de ella.
¿Para qué voy a estudiar?
En el día a día y como profesor universitario, Luna se percibe a sí mismo y a sus colegas compitiendo con las plataformas digitales.
“Muchos jóvenes sienten que aprenden mucho más a través de YouTube y espacios similares”.
Y como analista social, señala:
–Por otro lado, hay un desgaste de la promesa que ofrecía la educación como mecanismo central de movilidad social. Si uno recuerda, en el periodo de Ricardo Lagos uno de los grandes logros era la incorporación masiva a la educación superior. El que hubiera un 70 por ciento de alumnos que eran primera generación universitaria.
Y agrega: “La gente creyó e invirtió en eso y en los últimos años muchos sienten que el retorno social y económico de ese esfuerzo no fue el esperado. Sienten que fue una promesa rota. Que esa inversión, que muchas veces implicó endeudamiento, no redituó lo esperado. Eso genera el proceso de movilización estudiantil de hace unos años y de fuerte impugnación al sistema educativo por parte de algunos sectores políticos juveniles en Chile”.
Al oírlo recordamos la letra de “El baile de los que sobran”, canción de Los Prisioneros que se convirtió en emblema, incluso durante el estallido social. Decía: “A otros dieron de verdad esa cosa llamada educación”. Y ese verso lo contrastamos con el de otra canción: “Mínimo esfuerzo”, de Pablo Chill-e, que Luna cita en su libro. Una estrofa dice: “No hacemo’ esfuerzo ninguno y tenimo’ casita, nave y dinero”.
-Bien distintos los tiempos en relación con el mismo tema: unos exigían educación de calidad e igualitaria y ahora basta con casita, nave (auto) y dinero.
-Sí, y eso último se vincula con la delincuencia, con convertirse en soldado, con ser parte de un logro muy rápido y rentable. Esto, más que con la educación, tiene que ver con la estructura laboral y con la estructura de oportunidades que ofrecen nuestras sociedades.
Comenta que en 2013, haciendo una investigación con Andreas Feldmann, en México, vio una serie de entrevistas a jóvenes que habían sido parte de algún cartel o banda criminal.
–Reiteraban cosas como “yo sé que me voy a morir joven, sé que mi vida va a ser corta, que no tendré una existencia larga como mi abuelo y mi padre, que han trabajado hasta la muerte por un sueldo miserable”. Eso que escuchamos en México empieza a replicarse en sociedades como Uruguay, como Chile, donde jóvenes de sectores de la marginalidad urbana hacen ese mismo cálculo: “Yo quiero vivir una vida que valga la pena, aunque me apaguen la luz rápidamente”. Ese mensaje está presente en la cultura de la música urbana, en el neoperreo… Ahí se articula el discurso del camino alternativo. ¿Para qué voy a estudiar? ¿Para qué voy a esforzarme? Si haga lo que haga, sé que no voy a llegar.
La legitimidad del narco
Juan Pablo Luna, como buen uruguayo, usa un ejemplo tomado del fútbol para ilustrar el caso. Así como hoy algunos apuestan por la plata fácil del portonazo, el microtráfico, la encerrona, siempre ha estado el sueño de muchos niños buenos para la pelota que eventualmente podrían sacar a su familia de la miseria.
“Ahí también hay mucha ilusión. Por un niño que se convierte en estrella del fútbol, hay cientos de miles que frustran esa expectativa y después pagan el costo de no haber estudiado o aprendido un oficio. Hoy son estos mercados ilegales los que generan el sueño del retorno rápido”, explica.
–¿Crees que la escuela es un espacio protector para los niños y que impedir el abandono escolar es una medida de prevención del delito?
-No soy experto, pero en mi contacto con profesores, no solo en Chile, sino en otros países de Latinoamérica, que trabajan en escuelas de contexto socialmente crítico, siento que establecimientos y docentes están siendo más bien desbordados por la violencia. Muchas comunidades educativas, más que proteger a los estudiantes, están tratando de aguantar el temporal. Así es que difícilmente pueden brindar algún tipo de salida a esos chicos. Y lo que sí sé es que hoy, más que el abandono escolar, lo que se vive en las escuelas es un ausentismo crónico.
-¿A qué lo atribuyes?
-A veces tiene que ver con la violencia en el barrio. Hay semanas en las cuales no se puede hacer clases, porque hay balaceras, narcofunerales, enfrentamientos, y la escuela cierra. Pero acá también hay una competencia que muchos describen como asimétrica o desigual, por lo que unos ofrecen a los niños y adolescentes. Frente a esa plata fácil, esa pertenencia, esa emoción, que ofrecen las bandas delictuales, las escuelas están logrando ofrecer poco. Cuentan con muy poco repertorio para poder revertir la situación estructural en la que se encuentran.
-¿Ves alguna salida?
-Lo que veo es que antes una figura como la del narco era rechazada por la comunidad. Por eso, era una actividad que se encubría, de la que no se alardeaba. Hoy, en cambio, el crimen organizado provee a la comunidad de bienes que el Estado, los políticos, el mercado formal, la policía no les puede entregar. Hoy en muchos sectores los narcos son vistos como benefactores. Como el Padrino que puede solucionar una emergencia grave de salud. Son muchos los centros de madres, clubes deportivos, organizaciones de adultos mayores de sectores vulnerables que están siendo “gerenciados” por el narco. Y ellos, los narcos, están adquiriendo una legitimidad que compite con la del Estado y que muchas veces la supera.
Narcozorrones y el hijo del narco
-En ¿Democracia muerta?, tu libro, aludes a los narcozorrones y al hijo del narco, para representar los extremos sociales en este descalabro que genera la droga en colegios y universidades. Para quienes no lo han leído, ¿podrías resumir de qué van ambos personajes?
-Lo que describen los educadores con los que he charlado es cómo la figura del hijo del narco en las escuelas empieza a convertirse en un modelo para sus compañeros. Ellos son los que tienen las mejores zapatillas, los mejores teléfonos móviles y todos los bienes de consumo a los cuales hoy los niños aspiran.
Es un modelo de rol y una figura de poder, que se hace valer también frente a los profesores. No se le puede retar, poner mala nota, hacer callar. En todos nuestros países es cada vez más frecuente el asedio que sufren los profesores por parte de las familias de estos niños. La amenaza e incluso la violencia. Eso es lo que relato en el libro.
–¿Y los narcozorrones?
-Nosotros hicimos un pequeño trabajo junto con dos estudiantes de antropología que publicamos como columna con ese nombre. Se basa en entrevistas hechas a jóvenes de la élite. Estudiantes de ingeniería comercial. Ellos ven que la posibilidad de vender droga, incluso de “cocinarla” en sus casas, es una actividad que les permite, primero, financiar su propio consumo y, segundo, generar un ahorro inicial para eventualmente pasarse al mercado legal y armar una startup o un emprendimiento empresarial propio.
Esta es una investigación que hicimos hace un par de años y que a comienzos del año pasado generó mucho interés en los medios. Hizo mucho ruido. Refleja cómo la joven élite ve oportunidades en el mercado ilegal para obtener ganancias con mucha mayor rapidez que con actividades lícitas. Algo que no se veía en el pasado y que requiere límites, tanto a nivel individual y personal como a nivel de país.
Evaluación final
-Este Gobierno nace de líderes estudiantiles y llegó con un mensaje orientado a la educación de calidad y universal, ¿cómo evalúas que lo ha hecho en materia educativa?
-Hay una promesa incumplida. Creo que eso tiene que ver también con la conformación del Frente Amplio, con promesas como la condonación del Crédito con Aval del Estado, el CAE. Con el endeudamiento de esa generación que apostó a la educación y que eventualmente se topó con retornos menos sustantivos de lo que esperaban.
-Una extraña un foco menos centrado en sí mismos y más orientado a la educación inicial y a la básica, porque es ahí donde se juega el partido de la igualdad de oportunidades.
-Me da la impresión de que hay evaluaciones distintas sobre cómo han funcionado, por ejemplo, los Servicios Locales de Educación, los SLEP, y cómo eso ha ido reformateando la educación a nivel municipal. Pero uno extraña la falta de priorización y de sentido de urgencia respecto a los niños. Hoy nos enfrentamos a un sistema educativo que está haciendo agua.
Ciertamente, es una deuda pendiente no solo de Gobierno, sino del sistema político en su conjunto, no apuntalar la educación en beneficio del eslabón más débil de la cadena, los niños. Si no se aborda ese aspecto, vamos a seguir reproduciendo exclusión, desigualdad, eventualmente violencia y criminalidad.
Luna, desde Montreal, refuerza “la falta de urgencia” que percibe en los responsables. Y eso incluye a toda la sociedad. Antes de despedirse, insiste:
–Vemos que las comunidades educativas, los maestros, los educadores, están desbordados. Desesperados, buscan escuelas menos desfavorecidas, lo que genera una segregación cada vez peor, porque es en detrimento de quienes más necesitan educación que les ofrezca una perspectiva de futuro que no sea el narco. Sin eso, estamos perdidos.
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