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Cómo Correa y Solari empezaron la operación para que Aylwin fuera el primer presidente de la Concertación

Cómo Correa y Solari empezaron la operación para que Aylwin fuera el primer presidente de la Concertación

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La dialéctica de Correa y la astucia de Solari eran notales y además complementarias. Después de haber trabajado juntos durante varios años, poseían una gran sintonía política y estaban conscientes de lo que se jugaban. Así que Arriagada se sentía cercado, arrinconado por la competente argumentación de sus dos amigos. Pero cuando, al fin, pudo sacar la voz, les respondió que no, que él iba a defender la candidatura de Eduardo Frei. Pensaba que era el momento para dejar paso a una nueva generación de políticos; que Aylwin representaba, a pesar suyo, una historia del pasado.


Ríos de tinta han corrido con el fallecimiento del ex presidente Aylwin, muchos de ellos regresando a fines de los 80, y ese momento histórico que narra el cambio de régimen político con la salida de Pinochet de La Moneda. No pocos dirigentes han hecho hincapié en el hito de la convergencia entre el centro y la izquierda, la DC y el PS, distanciados a partir de la UP, y ahora rejuntados para dar origen a la Concertación. En su libro “Crónicas de la Transición”, el periodista Rafael Otano, reseña con pluma ligera y aguda mirada el cómo Aylwin se instaló como el candidato del conglomerado, y el rol que tuvieron ene le inicio de esa fina operación los PS Enrique Correa y Ricardo Solari. Esto es lo que cuenta Otano:

Capítulo 5: La carrera hacia la presidencia

No había tiempo que perder. Aquella misma noche inaugural del triunfo del No, Enrique Correa y Ricardo Solari querían madrugarle a la historia. Era preciso aprovechar el impulso del momento para despejar la gran incógnita política que seguía a la derrota electoral de Pinochet; la definición de quién sería el candidato presidencial por la Concertación en 1989, es decir, quien cosecharía los frutos de aquella victoria palpitante.

Después de las celebraciones, entrada la madrugada del día 6, Solari y Correa dejaron la casa del No y recorrieron, bajo luces de neón, las dos cuadras que los separaban del Hotel Crowne Plaza, donde se encontraba Genaro Arriagada que, previsor, había arrendado ahí una pieza para hacer un alto, después de la extenuante jornada. Llegaron premunidos de una botella de whisky, y la excitación los tenía completamente insomnes. Iban a conversar de algo muy importante. Aquella interminable noche aún daba, al parecer, para el argumento de una segunda película.

Una vez acomodados, Correa y Solari propusieron el tema de urgencia. Plantearon que aquella era la oportunidad de proclamar de inmediato a Patricio Aylwin como candidato y que era preciso hacerlo en ese mismo día 6. Se evitaría, así, un inútil desgaste, que se iba a producir entre partidos y tendencias, si las expectativas quedaban en el aire. Para el entorno más cercano de Aylwin, el sentido político y el sentido común hacían del portavoz de la Concertación, de su primus inter pares, el hombre naturalmente destinado a la candidatura presidencial. Don Patricio había logrado cohesionar a los distintos grupos políticos de la alianza opositora en una acción convergente. Había encontrado el tono preciso como abanderado del No. Además, nadie más legitimado que el presidente de la poderosa DC, para encabezar una transición, que exigía centrismo y moderación, pero también convicción y coraje democrático. Según los que habían convivido las largas semanas de campaña con él, Aylwin era eso y aún más.

La dialéctica de Correa y la astucia de Solari eran notales y además complementarias. Después de haber trabajado juntos durante varios años, poseían una gran sintonía política y estaban conscientes de lo que se jugaban. Así que Arriagada se sentía cercado, arrinconado por la competente argumentación de sus dos amigos. Pero cuando, al fin, pudo sacar la voz, les respondió que no, que él iba a defender la candidatura de Eduardo Frei. Pensaba que era el momento para dejar paso a una nueva generación de políticos; que Aylwin representaba, a pesar suyo, una historia del pasado.

Los dos dirigentes renovadores del PS se sintieron desencantados. El decé Arriagada era una pieza básica en la implementación de su estrategia. Por su valía personal y por la gente a quienes arrastraría, lo necesitaban. Pensaban que su argumentación a favor de Aylwin era impecable. Pero no se engañaron: presentían que el no pronunciado por Arriagada, poseía un espesor geológico temible.

–La lucha será dura y mucha– comentaron meditabundos.

Para entonces ya se había sabido cuando Aylwin entró en la sede del PDC, en el octavo piso del edificio-chaflán de Carmen con Alameda, los asistentes habían prorrumpido en el grito unánime de “¡se siente, se siente, Aylwin Presidente!” Correa y Solari tenían la premonición de que si se perdía la oportunidad de esa jornada mágica, se avecinaban meses de discordias intestinas, en que la Concertación perdería su tiempo y quizás su norte.

La noche triunfal terminó para ellos con un regusto de fracaso. No habían logrado darle la última vuelta de tuerca a la historia y la Concertación estaba dejando un peligroso espacio en blanco. Según ellos, al No ganador había que ponerle muy pronto un nombre propio, había que investirlo con un liderazgo que personificase el nuevo momento político y epocal del país. Consideraban que inevitablemente ese liderazgo sería el de Patricio Aylwin. Además, así la Concertación dispondría de todo el tiempo para arreglar sus planes programáticos y parlamentarios y su estrategia de cambio de etapa política. Se adelantaría, en la carrera de fondo, a un oficialismo que estaba sin mística, sin unidad y sin candidato.

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