En los últimos años, las deficiencias del capitalismo se han vuelto cada vez más evidentes. Dar prioridad a las ganancias a corto plazo para las personas significó en ocasiones que el bienestar a largo plazo de la sociedad y del medio ambiente se haya perdido, especialmente en momentos cuando el mundo se enfrenta a la pandemia de la covid-19 y al cambio climático.
Hace casi 250 años, el economista y filósofo Adam Smith escribió «La riqueza de las naciones», donde describió el nacimiento de una nueva forma de actividad humana: el capitalismo industrial.
Este conduciría a la acumulación de riqueza más allá de lo que él y sus contemporáneos podrían haber imaginado.
El capitalismo impulsó las revoluciones industrial, tecnológica y verde, remodeló el mundo natural y transformó el papel del Estado en relación con la sociedad.
Sacó a innumerables personas de la pobreza durante los últimos dos siglos, aumentó significativamente el nivel de vida y llevó al desarrollo de innovaciones que mejoraron radicalmente el bienestar humano, además de hacer posible ir a la Luna y leer este artículo en internet.
Sin embargo, su historia no es completamente positiva.
En los últimos años, las deficiencias del capitalismo se han vuelto cada vez más evidentes.
Dar prioridad a las ganancias a corto plazo para las personas significó en ocasiones que el bienestar a largo plazo de la sociedad y del medio ambiente se haya perdido, especialmente en momentos cuando el mundo se enfrenta a la pandemia de la covid-19 y al cambio climático.
Y como lo demostraron el malestar político y la polarización en todo el mundo, hay crecientes signos de descontento con el statu quo.
En una encuesta de 2020 realizada por la firma de marketing y relaciones públicas Edelman, el 57% de las personas en todo el mundo dijo que «el capitalismo tal como existe hoy hace más daño que bien en el mundo».
De hecho, si se juzga por medidas como la desigualdad y el daño ambiental, «el desempeño del capitalismo occidental en las últimas décadas ha sido profundamente problemático», escribieron recientemente los economistas Michael Jacobs y Mariana Mazzucato en el libro «Rethinking Capitalism» («Repensar el capitalismo»).
Sin embargo, eso no significa que no haya soluciones. «El capitalismo occidental no está irremediablemente destinado al fracaso, pero es necesario repensarlo», argumentan Jacobs y Mazzucato.
Entonces, ¿seguirá el capitalismo tal como lo conocemos en su forma actual o podría tener otro futuro por delante?
El capitalismo generó miles de libros y millones de palabras, por lo que sería imposible explorar todas sus facetas.
Dicho esto, podemos comenzar a comprender hacia dónde se dirigirá el capitalismo en el futuro explorando dónde comenzó. Esto nos dice que el capitalismo no siempre funcionó como lo hace hoy, especialmente en Occidente.
Entre los siglos IX y XV, las monarquías autocráticas y las jerarquías eclesiásticas dominaron la sociedad occidental.
Estos sistemas comenzaron a desmoronarse a medida que la gente afirmaba cada vez más su derecho a la libertad individual.
Este impulso por un mayor enfoque en el individuo favoreció al capitalismo como sistema económico debido a la flexibilidad que permitía para los derechos de propiedad privada, la elección personal, el espíritu empresarial y la innovación.
También favoreció la democracia como sistema de gobierno por su enfoque en la libertad política individual.
El cambio hacia una mayor libertad individual cambió el contrato social.
Anteriormente, quienes estaban en el poder proporcionaban muchos recursos (tierra, alimentos y protección) a cambio de importantes contribuciones de los ciudadanos (por ejemplo, desde trabajo esclavo hasta trabajo duro con poca paga, altos impuestos y lealtad incondicional).
Con el capitalismo, la gente esperaba menos de las autoridades gobernantes, a cambio de mayores libertades civiles, incluida la libertad individual, política y económica.
Pero el capitalismo evolucionaría significativamente durante los siglos siguientes y, especialmente, durante la segunda mitad del siglo XX.
Después de la Segunda Guerra Mundial, se fundó la Sociedad Mont Pelerin, un grupo de expertos en política económica, con el objetivo de abordar los desafíos que enfrentaba Occidente.
Su enfoque específico fue la defensa de los valores políticos de una sociedad abierta, el estado de derecho, la libertad de expresión y las políticas económicas de libre mercado, aspectos centrales del liberalismo clásico.
Con el tiempo, sus ideas dieron lugar a la escuela macroeconómica de la «economía de la oferta».
Esta se basaba en la creencia de que impuestos más bajos y una regulación mínima del libre mercado conducirían a un mayor crecimiento económico y, por lo tanto, a mejores condiciones de vida para todos.
En la década de 1980, junto con el surgimiento del neoliberalismo político, la economía de la oferta se convirtió en una prioridad para Estados Unidos y muchos gobiernos europeos.
Esta nueva cepa del capitalismo llevó a un mayor crecimiento económico en todo el mundo, al tiempo que sacó a un número sustancial de personas de la pobreza absoluta.
Pero, al mismo tiempo, sus críticos argumentan que sus principios de reducción de impuestos y desregulación empresarial hicieron poco para apoyar la inversión política en servicios públicos, hacer frente al desmoronamiento de la infraestructura pública, la mejora de la educación y la mitigación de los riesgos para la salud.
Quizás lo más significativo es que en muchas naciones desarrolladas el capitalismo de finales del siglo XX contribuyó a una brecha significativa entre la riqueza de las personas más ricas y las más pobres, según lo mide el Índice de Gini.
En algunos países, esa brecha es cada vez mayor. Es particularmente duro en Estados Unidos, donde las personas más pobres no han visto un crecimiento real de ingresos desde 1980, mientras que los ingresos de los ultrarricos crecieron en alrededor de un 6% por año.
Casi todos los multimillonarios más ricos del mundo residen en EE.UU. y amasaron fortunas asombrosas, mientras que, al mismo tiempo, el ingreso medio de los hogares en ese país aumentó modestamente desde inicios del presente siglo.
La brecha de desigualdad puede importar más de lo que a algunos políticos y líderes corporativos les gustaría creer.
El capitalismo puede haber sacado a millones de personas en todo el mundo de la pobreza absoluta, pero la desigualdad puede ser corrosiva dentro de una sociedad, dice Denise Stanley, profesora de Economía en la Universidad Estatal de California en Fullerton.
«La pobreza absoluta es básicamente que las personas puedan obtener… US$4 por día por persona. Es una medida de umbral», explica, pero advierte que la pobreza relativa puede desequilibrar una sociedad a largo plazo.
Incluso si la economía está creciendo, la desigualdad de ingresos y el estancamiento de los salarios pueden hacer que las personas se sientan menos seguras a medida que disminuye su posición relativa en la economía.
Los economistas del comportamiento demostraron que «nuestro estatus en comparación con otras personas, nuestra felicidad, deriva más de medidas relativas y de distribución que de medidas absolutas. Si eso es cierto, entonces el capitalismo tiene un problema», dice Stanley.
Como resultado del aumento de la desigualdad, «la gente tiene menos confianza en las instituciones y experimenta una sensación de injusticia», según el informe Edelman.
Pero el impacto en la vida de las personas puede ser más profundo. El capitalismo en su forma actual está destruyendo la vida de muchas personas de la clase trabajadora, argumentan los economistas Anne Case y Angus Deaton en su libro «Deaths of Despair and the Future of Capitalism» («Muertes desesperadas y el futuro del capitalismo»).
Durante «las últimas dos décadas, las muertes por desesperación por suicidio, sobredosis de drogas y alcoholismo aumentaron dramáticamente y ahora se cobran cientos de miles de vidas estadounidenses cada año», escriben.
La crisis financiera de 2007-2008 agravó estos problemas. La crisis fue provocada por una desregulación excesiva y golpeó especialmente a la clase trabajadora en los países desarrollados.
Los subsiguientes rescates de los grandes bancos generaron resentimiento y «ayudaron a impulsar el surgimiento de la… política polarizada que hemos visto durante la última década», según Richard Cordray, primer director de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor de EE.UU. (CFPB) y autor de «Watchdog: How Protecting Consumers Can Save Our Families, Our Economy, and Our Democracy» («Defensor del consumidor: Cómo proteger a los consumidores puede salvar a nuestras familias, nuestra economía y nuestra democracia»).
Las democracias liberales pueden estar ahora en un punto de inflexión, donde los ciudadanos cuestionan las normas capitalistas de hoy con mayor intensidad política en todo el mundo.
J. Patrice McSherry, profesora de ciencias políticas en la Universidad de Long Island en Nueva York, observó este cambio en Chile, por ejemplo.
«La movilización social comenzó con un aumento en las tarifas del metro en octubre de 2019, lo que provocó protestas de base amplia que convocaron a más de un millón de personas en manifestaciones», dice.
«El movimiento social expuso las profundas fuentes del descontento en Chile: la desigualdad arraigada y creciente, el costo de vida en constante aumento y la privatización extrema en uno de los estados más neoliberales del mundo».
Esas quejas se remontan a finales del siglo XX, cuando el gobierno autoritario de Chile introdujo reformas constitucionales que «institucionalizaron la dominación económica y política del gobierno de facto y consagraron un marco neoliberal que borró el papel del Estado en las áreas sociales y económicas. Restringió la participación política, dio a la derecha (política) un poder desproporcionado e instaló un papel tutelar para las fuerzas armadas», escribe McSherry en un artículo para el Congreso de América del Norte sobre América Latina, una organización sin fines de lucro que rastrea las tendencias en la región.
De manera similar, el movimiento de los chalecos amarillos que comenzó en Francia en 2018 se centró inicialmente en el aumento del costo del combustible, pero se amplió rápidamente para incluir quejas similares a las de Chile, el costo de vida, la creciente desigualdad y una demanda para que el gobierno deje de ignorar las necesidades de los ciudadanos.
Y en EE.UU., el movimiento político que generó el trumpismo está posiblemente impulsado por la desigualdad económica tanto como por la ideología.
El gobierno de Trump obtuvo un amplio apoyo político para sus enfoques más cerrados del comercio mundial, incluida la retirada del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y los aranceles de represalia sobre los bienes y servicios chinos, indios, brasileños y argentinos importados a Estados Unidos.
Incluso los aliados de Estados Unidos fueron el objetivo de esta agenda, incluidos Europa, Canadá y México.
Si bien una respuesta a las desventajas del capitalismo en su forma actual es que las naciones adopten una postura defensiva, buscando protegerse minimizando los lazos externos, el proteccionismo «es miope, particularmente en lo que respecta al comercio», según Anahita Thoms, Jefe de la Práctica de Comercio Internacional de Baker McKenzie en Alemania y Joven Líder Global del Foro Económico Mundial.
«Si bien puede traer algunos beneficios temporales, a largo plazo pone en peligro la economía global en su conjunto y amenaza con deshacer décadas de progreso económico. Es crucial mantener mercados abiertos favorables a la inversión», dice Thoms.
Un desafío central para los gobiernos en el siglo XXI será encontrar la manera de equilibrar estos beneficios a largo plazo del comercio mundial con los daños a corto plazo que la globalización puede traer a las comunidades locales afectadas por los bajos salarios o el desempleo.
Las economías no pueden divorciarse por completo de las demandas de las mayorías democráticas que buscan trabajo, vivienda asequible, educación, atención médica y un medio ambiente limpio.
Como muestran los movimientos chileno, chaleco amarillo y trumpista, mucha gente está pidiendo un cambio en el sistema existente para que dé cuenta de estas necesidades, en lugar de solo enriquecer los intereses privados.
En resumen, puede que sea hora de reconsiderar el contrato social para el capitalismo, de modo que se vuelva más inclusivo de un conjunto más amplio de intereses más allá de los derechos y libertades individuales.
Esto no es imposible. El capitalismo ha evolucionado antes y, si va a continuar en el futuro a largo plazo, puede volver a evolucionar.
En los últimos años surgieron diversas ideas y propuestas que apuntan a reescribir el contrato social del capitalismo.
Lo que tienen en común es la idea de que las empresas necesitan medidas de éxito más variadas que simplemente las ganancias y el crecimiento.
En los negocios, existe el «capitalismo consciente», inspirado en las prácticas de las llamadas marcas «éticas».
En política, hay un «capitalismo inclusivo», defendido tanto por el Banco de Inglaterra como por el Vaticano, que aboga por aprovechar el «capitalismo para el bien común».
Y en la sostenibilidad, está la idea de la «economía de la dona», una teoría propuesta por la economista y autora Kate Raworth, que sugiere que es posible prosperar económicamente como sociedad y al mismo tiempo permanecer dentro de los límites sociales y planetarios.
Luego está el modelo de «los cinco capitales» articulado por Jonathan Porritt, el autor de «Capitalism As If The World Matters» (Capitalismo como si el mundo importara).
Porritt pide la integración de cinco pilares del capital humano: natural, humano, social, manufacturado y financiero, en los modelos económicos existentes.
Un ejemplo tangible de dónde las empresas están comenzando a adoptar «los cinco capitales» es el movimiento B-Corporation. Las empresas certificadas se adhieren a la obligación legal de considerar «el impacto de sus decisiones en sus trabajadores, clientes, proveedores, comunidad y el medio ambiente».
Sus filas ahora incluyen grandes corporaciones como Danone, Patagonia y Ben & Jerry’s (que es propiedad de Unilever).
Este enfoque se ha vuelto cada vez más común, reflejado en una declaración de 2019 publicada por más de 180 directores ejecutivos corporativos que redefinen «el propósito de una corporación».
Por primera vez, directores ejecutivos que representan a Wal-Mart, Apple, JP Morgan Chase, Pepsi y otros reconocieron que deben redefinir el papel de las empresas en relación con la sociedad y el medio ambiente.
Su declaración propone que las empresas deben hacer más que ofrecer beneficios a sus accionistas.
Además, deben invertir en sus empleados y contribuir a la mejora de los elementos humanos, naturales y sociales del capital al que Porritt se refiere en su modelo, en lugar de centrarse únicamente en el capital financiero.
En una reciente entrevista con Yahoo Finance sobre el futuro del capitalismo, el presidente ejecutivo de Best Buy, Hubert Joly, dijo que «lo que sucedió es que durante 30 años, desde la década de 1980 hasta hace 10 años, hemos tenido este enfoque singular sobre las ganancias que fueron excesivas y causaron muchos de estos problemas. Necesitamos relajarnos un poco de estos 30 años. Si tenemos una refundación de los negocios, también puede ser una refundación del capitalismo… Creo que esto puede hacerse, tiene que hacerse».
Hace más de tres décadas, la Comisión Brundtland de las Naciones Unidas escribió en «Nuestro futuro común» que había amplia evidencia de que los impactos sociales y ambientales son relevantes y deben incorporarse a los modelos de desarrollo.
Ahora es obvio que estos temas también deben considerarse dentro del contrato social que sustenta el capitalismo, para que sea más inclusivo, holístico e integrado con los valores humanos básicos.
En última instancia, vale la pena recordar que los ciudadanos en una democracia capitalista y liberal tienen poder.
De manera colectiva, pueden apoyar a las empresas alineadas con sus creencias y exigir continuamente nuevas leyes y políticas que transformen el panorama competitivo de las empresas para que puedan mejorar sus prácticas.
Cuando Adam Smith estaba observando el capitalismo industrial naciente en 1776, no podía prever cuánto transformaría nuestras sociedades en la actualidad.
Por tanto, podríamos estar igualmente ciegos ante cómo podría verse el capitalismo en otros dos siglos.
Sin embargo, eso no significa que no debamos preguntarnos cómo podría evolucionar hacia algo mejor a corto plazo. El futuro del capitalismo y nuestro planeta depende de ello.
* Matthew Wilburn King es consultor y conservacionista internacional basado en Boulder, Colorado, y presidente y director de Common Foundation.