Autoras de la biografía no autorizada de Sebastián Piñera relatan en el libro que en 1992, luego del episodio de la radio Kioto, el entonces senador envío una carta a Andrés Allamand, donde habla de un enemigo poderoso, pero “invisible”, refiriéndose a Pinochet y la inteligencia militar.
Una de las frases más polémicas de la larga vida política de Sebastián Piñera fue la que pronunció la noche del 20 de octubre de 2019, dos días después del inicio del estallido social. Allí, flanqueado por el entonces ministro de defensa, Alberto Espina, y el general Javier Iturriaga (actual comandante en jefe del Ejército). Esa noche, en una alocución desde La Moneda, comenzó su discurso diciendo: “Quiero hablarles a todos mis compatriotas que hoy día están recogidos en sus casas. Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada, ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite, incluso cuando significa pérdidas de vidas humanas, que está dispuesto a quemar nuestros hospitales, nuestras estaciones del Metro, nuestros supermercados, con el único propósito de producir el mayor daño posible a todos los chilenos”.
Se han escrito ríos de tinta acerca de aquellas palabras, de su significado explícito e implícito, pero algo que poco se ha comentado que es que la alusión a un “enemigo poderoso” era parte frecuente del léxico del desaparecido empresario y político, y la primera referencia a ello se encuentra en la biografía que de él escribieron las periodistas Loreto Daza y Bernardita del Solar, Piñera: biografía no autorizada, publicada en 2010 y reimpresa en 2017
En ella, relatan con lujo de detalles el episodio de la radio Kioto, y explican que la interceptación de su teléfono celular, en agosto de 1992, fue realizada en el comando de Telecomunicaciones del Ejército, que en ese tiempo dependía del general Jorge Ballerino, “mano derecha de Pinochet y, según se enteró Piñera, destinatario de las cintas grabadas. Sólo él podía haber ordenado que se hiciera pública la cinta que destruyó la candidatura de Piñera”, señalan las autoras”.
El texto relata que el 22 de agosto de ese año un capitán de Ejército entregó a Evelyn Matthei la interceptación en la cual Piñera pedía a su amigo Pedro Pablo Díaz que instruyera al periodista Jorge Andrés Richard dejarla “como cabra chica” en la entrevista que le realizaría. Dicho audio fue posteriormente entregado a Ricardo Claro, dueño del canal Mega, por Francisco Ignacio Ossa. Claro lo exhibió en su canal y con ello no solo sepultó las pretensiones presidenciales que tenía el en ese entonces senador Piñera, sino que de paso arrastró a su contendora en la derecha, Evelyn Matthei.
Al respecto, Daza y Del Solar contaron que el 7 de septiembre de ese año Sebastián Piñera envió una carta a Andrés Allamand, en la cual le decía que “considero mi deber concentrar mi esfuerzo en contribuir a esclarecer la verdad sobre los hechos. Lo contrario sería conceder una victoria fácil a un enemigo ciertamente poderoso, pero hasta ahora invisible“.
Junto con renunciar a su precandidatura presidencial, Piñera se obsesionó con la idea de llegar al fondo del espionaje de que había sido objeto y, como dicen las periodistas, “a medida que ahondaba en la investigación, Piñera pronto comprobó que su enemigo estaba dispuesto a todo para neutralizarlo”, pues en mayo de 1993 su hijo Cristóbal fue secuestrado.
Según el libro, cierto día recibió un llamado telefónico. Al otro lado “escuchó la voz de un desconocido que le ordenaba abruptamente que abandonara la investigación”, luego de lo cual escuchó la voz de su hijo, de 9 años por aquel entonces. “El niño parecía tranquilo. relató que ‘dos señores’ lo habían ido a buscar al colegio y lo habían llevado a una caseta telefónica cercana para que hiciera una llamada. Los ‘señores’ le habían regalado caramelos y luego lo habían comunicado con su papá. Presa del pánico, el empresario corrió a buscar a su hijo. Lo encontró donde el niño había dicho que lo habían llevado, muy cerca de su colegio. Estaba ileso”.
Según las autoras, Piñera solo le contó a su esposa lo ocurrido algunos meses más tarde y, por supuesto, dejó la investigación.