La dictadura de Videla convirtió a la cárcel en el infierno de Dante. No sólo en Villa Devoto, sino en todo el país. Se impuso el terror y la venganza y se inició el asesinato sistemático de los presos políticos. El general Ibérico Saint Jean, resumió los propósitos que perseguía el gobierno militar: «Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores; luego a los indiferentes y por último a los tímidos”.
A Gonzalo Carranza le dieron la libertad para matarlo. Le abrieron las puertas de la cárcel y nunca más se supo de él. Con toda seguridad le aplicaron la ley de fuga. Fue a pocas cuadras de la cárcel de La Plata, el 3 de febrero 1978, cuando tenía 27 años: Lo conocí en otra cárcel, en Villa Devoto, donde estuve preso durante un año, gracias a la “Operación Cóndor”. Me encontré con él en una celda de castigo que compartimos durante dos semanas.
Eran tiempos de genocidas, Videla en Argentina y Pinochet en Chile. Los dictadores se propusieron eliminar a los opositores, mediante una coordinación represiva que asesinaba, torturaba, robaba y raptaba niños. Yo me salvé. A Gonzalo lo asesinaron.
Hace 46 años, el 24 de marzo de 1976, se instaló la dictadura de Videla, que reemplazó al gobierno de Isabel Perón, que se caía a pedazos por la corrupción, el desorden económico y el accionar represivo clandestino de la triple A (Alianza Anticomunista Argentina), en medio de una rebeldía creciente del movimiento sindical y el accionar de las organizaciones guerrilleras. López Rega, era la mano derecha de Isabel, brujo de profesión y asesino por vocación.
“López Rega promovió un sistema de represión criminal clandestino que pronto se abrió paso resueltamente. Muerto Perón en julio de 1974, fue sucedido en la presidencia por su cónyuge, Isabel Martínez de Perón, bajo cuyo gobierno López Rega medró casi sin límites y su metodología se fue expandiendo sin obstáculos. El eclipse de éste en 1975 no significó la extinción del sistema sino, en realidad, su consolidación, su despersonalización y de algún modo su institucionalización. En marzo de 1976 también Isabel Perón debió abandonar el gobierno y las fuerzas armadas llevaron a sus últimas consecuencias la técnica de la represión criminal clandestina” (Salvador María Lozada, De López Rega a Menem; www.Desaparecidos.org ,1998).
A diferencia de lo que sucedió con el golpe en Chile, el derrocamiento de Isabel Perón tuvo complacencia internacional, en la ilusa creencia que se disciplinaría la represión y volvería el orden a Argentina. No fue así. El gobierno de Videla se convirtió en el más criminal de toda la historia argentina y con niveles de corrupción superiores al derrocado.
Cuando, durante el gobierno de Isabel, ingresé a Villa Devoto, en noviembre de 1975, sólo había dos presos por celda. Con el golpe civil-militar de Videla la cárcel se pobló de dirigentes sindicales y sociales, estudiantes e intelectuales. Pasamos a ser siete presos por celda. La represión se masificó. Ya no eran sólo los militantes convencidos, los combatientes de la guerrilla peronista o guevarista y algunos extranjeros de países vecinos, que convivíamos en Villa Devoto.
La dictadura de Videla convirtió a la cárcel en el infierno de Dante. No sólo en Villa Devoto, sino en todo el país. Se impuso el terror y la venganza y se inició el asesinato sistemático de los presos políticos. El general Ibérico Saint Jean, resumió los propósitos que perseguía el gobierno militar: «Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores; luego a los indiferentes y por último a los tímidos”.
Supe del asesinato de Gonzalo durante mi exilio en Inglaterra, después de mi expulsión de Argentina. No me he olvidado de él y lo recuerdo todos los años, en esta fecha. Cuando llegó “la requisa” a mi celda, después del golpe de Videla, la represión al interior de la cárcel —que ya era dura con Isabel— se había convertido en algo distinto. Completamente distinto. Esta vez los carceleros me golpearon brutalmente y fui enviado a “los chanchos”, vale decir a las celdas de castigo de Villa Devoto, en el subterráneo.
Allí conocí a Gonzalo Carranza. Los gendarmes me llevaron a su celda de castigo, lugar de un metro cuadrado, dónde no cabíamos los dos sentados, la que debimos compartir. No recuerdo la causa por la que Gonzalo se encontraba detenido. Venía de otro pabellón, pero en el subterráneo nos acumularon a todos los castigados: “los subversivos, sus colaboradores, los indiferentes y los tímidos”. Allí nos conocimos y hablamos de nuestras vidas.
Gonzalo era expresivo y conversador, un espíritu alegre. Incluso a los guardias les gustaba hablar con él cuando iba al baño o a través de la puerta de nuestra celda. Le dije que con ese encanto le sería fácil convencer al juez de su inocencia. Su tranquilidad era sorprendente cuando me dijo: Roberto, el juez Russo de La Plata, el que lleva mi causa, me la tiene jurada. Soy hombre muerto.
El juez Russo era cómplice del genocidio, lo que queda de manifiesto con el testimonio de Teresa Piñero, esposa de Ángel Georgiadis, la que fue a hablar con el juez en un intento desesperado de encontrar a su marido, quien había desaparecido de la cárcel de La Plata. Le dijo: «No siga con las gestiones porque en lugar de uno van a ser dos», en alusión a que la mujer podía también desaparecer. (Testimonio de María Teresa Piñero, esposa de Ángel Alberto Georgiadis Otero, asesinado en la Unidad carcelaria 9 de la Plata, meses antes que Gonzalo Carranza, Alternativa Solidaria, 10-02-2011).
Yo sentía cierta culpabilidad al saber el destino que le esperaba a Gonzalo. Los chilenos detenidos en noviembre de 1975, en el marco de la “Operación Cóndor, tuvimos suerte. Fuimos apresados junto a una pareja de ingleses lo que nos dio cierta protección de la Corona. Además, la protesta internacional a favor de los chilenos era inconmensurable, porque en esos años solidarizar con Chile y los chilenos significaba colocarse junto a la dignidad de Salvador Allende y al patriotismo del general Prats, y rechazar la vulgaridad de Pinochet.
No se tenía la misma percepción de Videla, quien había derrocado a un gobierno vergonzante. Eso se pensaba al inicio del golpe en Argentina, pero al cabo de pocos meses el desenfreno terrorista del Estado argentino alcanzó niveles insoportables.
“Después de verlo en tantas fotos, un día vi una en que lo llevaban preso. Iba entre dos policías, iba viejo, con el pelo blanco y escaso, más flaco que nunca, hasta parecía tambalear o era como si lo arrastraran. No se lo veía con ganas de aceptar ese destino, pero menos aún con fuerzas como para rechazarlo. Era el Monstruo…Era el verdadero Monstruo, el que hizo la fiesta más sangrienta de la historia de este país, el que no la hizo en la plaza histórica sino en los sótanos del horror o en el río inmóvil. Era Videla.” (José Pablo Feinmann).
La cárcel de Villa Devoto cambió a partir del golpe militar. Los gritos de los que se aferraban a los camastros, para impedir que los gendarmes los condujeran hacia la tortura o la muerte, se escuchaban a diario. Pero, en la unidad de La Plata fue aún peor. Allí trasladaron desde Villa Devoto a Gonzalo y también a Gorosito, Rapaport y Dardo Cabo, entre los que recuerdo. Esos cuatro compañeros de infortunio fueron asesinados. En febrero de 1978 le dijeron a Gonzalo que era hombre libre y, junto a otros detenidos, le abrieron las puertas de la cárcel para luego terminar con su vida.
Jueces, curas, militares y policías represores contaron con el apoyo incondicional del jefe de la Unidad Penal N°9 de La Plata, el prefecto Abel David Dupuy, para torturar, asesinar a los presos y amenazar a sus familiares. La Asociación por los Derechos Humanos de La Plata (ADHP) responsabilizó a Dupuy de las violaciones a los derechos humanos que sufrieron los detenidos en aquel penal de esta ciudad, desde fines de 1976 a 1980, período en que el prefecto estuvo a cargo de la jefatura del penal. En una solicitud, de cuarenta páginas, la ADHP logró identificar en ese penal nueve homicidios, cinco casos de desapariciones forzadas y diecinueve tormentos.
Gonzalo Carranza sabía que su destino era inevitable. Lo habían condenado al patíbulo por adelantado. Está entre las treinta mil personas que el Estado genocida hizo desaparecer en Argentina. Seres humanos con historias, ilusiones y deseos, con amigos, padres, madres, hijas e hijos que los aman, los recuerdan y claman por la verdad y justicia que merecen.
Yo, mi querido Gonzalo, te sigo recordando y también te recuerda Benedetti. El mismo escritor uruguayo que tanto te gustaba y del que me hablabas cuando tú estabas de pie y yo sentado y luego yo de pie y tú sentado, en “el Chancho” de Villa Devoto.
“A pesar de las muertes que los militares les depararon, los 30.000 desaparecidos permanecen poblando el compromiso y la esperanza. 30.000 desaparecidos que siguen aferrados en la gente que protesta, que se enfrenta, que desafía a un sistema aberrante de injusticia y perversión. 30.000 desaparecidos que reaparecen en cada fisura social, en cada marea que los trae, en las Madres que los reclaman; en los Hijos que los nombran y los pelean. 30.000 desaparecidos que son parte indisoluble de todas y todos los que han seguido luchando, sobrellevando sus ausencias. 30.000 desaparecidos que tomaron cuerpo y voz en otras latitudes en donde los reconocen como propios” (Benedetti).