Mistral consideraba que la tarea del maestro debía estar en un lugar muy alto. Para ella, educar era promover y guiar el desenvolvimiento de las personas para que durante su itinerario existencial se acercasen más y mejor a su plenitud, facilitando el desarrollo de su ser, lo que en sus palabras se resume así: “Cuando yo he hecho una clase hermosa me quedo más feliz que Miguel Ángel después del ‘Moisés’. Verdad es que mi clase se desvaneció como un celaje, pero es sólo en apariencia. Mi clase quedó como una saeta de oro atravesada en el alma siquiera de una alumna (…). Toda lección es susceptible de belleza”.
En este mes en que recordamos una nueva conmemoración del fallecimiento de Gabriela Mistral, debemos continuar revalorando sus aportes e improntas a nuestro desarrollo cultural y político, que van desde sus diversos roles y funciones desarrolladas durante su vida, las que muchas veces nos cuesta encasillar en un solo ámbito: ¿Mujer, rebelde, poetisa, educadora, política, diplomática, católica, reformista…?
Ya en su célebre discurso ante la Academia Sueca al recibir el Premio Nobel de Literatura, se reconoce a sí misma como hija de la Democracia chilena… hija de un pueblo nuevo, recordando en sus palabras a la legión de profesores que muestran al extranjero sus escuelas sencillamente ejemplares y mirando con leal amor hacia los otros miembros del pueblo sueco: campesinos, artesanos y obreros. Lucila se preocupa por las situaciones contingentes del contexto que estaba viviendo. Poseía una sensibilidad e intranquilidad frente al devenir histórico nacional y americano del que era muy consciente y con el cual se comprometió. Tuvo cercanía con el entonces ministro de Instrucción Pública, Pedro Aguirre Cerda, quien la designó como profesora de Castellano y directora del Liceo de Punta Arenas, y a quien reconoce como su único amigo profesor.
En términos pedagógicos, Gabriela Mistral en sus trabajos entrega una variedad temática relacionada con el oficio docente, el rol de la escuela y la universidad, la educación rural, la importancia de la instrucción de la mujer, así como de los niños. También destaca desde el ámbito del contenido el valor de los estudios clásicos, el sentido de América y la cultura, el amor a la patria, la revaloración del lenguaje y los mecanismos para la difusión del arte, la cultura y la educación: el libro, el folclor, las profesiones y las bibliotecas.
Tal vez su aporte más destacado sea la participación en la reforma educativa de México de Vasconcelos, sin embargo, tempranamente en sus escritos aboga por el derecho de la enseñanza para niños y niñas, es decir, el surgimiento de la Escuela Nueva o Activa donde toda la infancia accediera a la educación, siendo obligación de los adultos y del Estado garantizarlo. Expresión de esta idea se reconoce en 1910, cuando en plena conmemoración del Centenario de la Independencia Chile, la joven maestra publica el artículo “Ventajoso Canje” en el periódico El Coquimbo, exhortando a la instauración de una Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, que recién vería la luz una década después.
Mistral consideraba que la tarea del maestro debía estar en un lugar muy alto. Para ella, educar era promover y guiar el desenvolvimiento de las personas para que durante su itinerario existencial se acercasen más y mejor a su plenitud, facilitando el desarrollo de su ser, lo que en sus palabras se resume así: “Cuando yo he hecho una clase hermosa me quedo más feliz que Miguel Ángel después del ‘Moisés’. Verdad es que mi clase se desvaneció como un celaje, pero es sólo en apariencia. Mi clase quedó como una saeta de oro atravesada en el alma siquiera de una alumna (…). Toda lección es susceptible de belleza”.