“Con esto van a poder erradicar esta extrema pobreza que viven como familia”, le dijo un grupo de investigadores a una humilde familia perteneciente a la primera camada de pobladores que llegó a Villaseca, Valle del Esquí, luego de enseñarles a fabricar cocinas solares. En febrero se cumplirán 16 años de una hazaña que pasó de ser una primera cocina familiar y se transformó en una marca que hoy reconoce Chile y el mundo.
De espaldas a las puertas del restaurante y mirando a través de las ventanas que se extienden por toda la pared del lugar, Marta miraba las parras cenceñadas, color café, recogidas como si se consumieran lentamente.
Su vista se movía entre el paisaje, con un fondo de enormes cerros, cada uno con su nombre, antes vacíos y hoy poblados de viñas, cosechas cítricas y poblados; y las paredes repletas de fotos que narran la historia que un pueblo que nació sin calles y hoy es reconocido a nivel mundial por su gastronomía hecha en base a cocinas solares.
Martita, como le dicen sus queridos, conoce esta historia tanto como los cerros que la rodean. Es que la historia de Villaseca es un pedacito de su historia y la de la familia Rojas Sasso. Más o menos en el año 46, según recordó, la madre de la familia se asentó en el territorio que en ese entonces no tenía calles ni servicios básicos, pero si estaba colmado del recurso más importante para un criadero de animales: agua. Su limpieza y abundancia permitía que la vida floreciera con ímpetu en sus suelos.
“El valle era ají, tomate, haba, cebolla y pequeños huertos de frutas donde nacían nísperos, duraznos que se peleaban para el huesillo, ahora no hay nada de eso, todo lo matamos porque llegó la famosa uva de mesa, de exportación”, comentó Benilda Rojas, otra de las protagonistas de esta historia.
A diferencia del agua, hoy escasa, el sol y las temperaturas generosas es un recurso que persiste en la zona, ubicada a 8 kilómetros de Vicuña, la ciudad natal de Gabriela Mistral.
Hace unos 30 años, un grupo de profesionales de la Universidad de Chile llegó a Villaseca atraído por un potencial particular de la zona: el solar. Dos ingenieros les enseñaron a los pocos y pocas habitantes de ese entonces a construir una cocina- horno y una parabólica, pensados para una familia de entre cuatro y seis personas, según recordó Martita.
“Yo nunca voy a poder olvidar lo que nos dijeron: ‘con esto van a poder erradicar esta extrema pobreza que viven como familia y empezar a cuidar el medio ambiente’”, dijo y rememoró aquellas tardes en que el sol quemaba sus pieles mientras recorrían cada recóndito espacio de los cerros lindantes en busca de leña para poder cocinar.
“Me los conozco como la palma de mi mano”, sostuvo. Con las cocinas a cielo abierto, muchos curiosos y curiosas se empezaron acercar al hogar de las Rojas Sasso para conocer esos aparatos rimbombantes con el que podían cocinar pan gracias al sol.
“Con el tiempo que antes dedicábamos antes a buscar leña, nos dedicamos a cocinar de todo y la gente quiso probar nuestras comidas con la novedad que significaban nuestras cocinas, así empezamos a tener más contacto con la gente y nació el interés por tener nuestro restaurante”, señaló Martita.
Con los comedores de Benilda y Martita, seis sillas de plástico y un espacio pequeño sin ventanas nació “Solar Elqui dónde Martita” que en la actualidad, ad portas de cumplir los 16 años de vida en febrero próximo, cuenta con una planta cerrada y otra terraza equipadas para familias, considerando las necesidades de personas con movilidad reducida.
Los primeros años fueron de ensayo y error para lograr los tiempos de cocción perfectos para cada plato, también de conexión con la naturaleza.
“Fue fácil tomar las herramientas y armar las cocinas, pero nos costó aprender a cocinar, nos tomó tiempo: mi hermana se dio cuenta que estábamos mal ubicados respecto del sol, que sale por cerro Peralillo y se esconde por el de Añañucas, entonces tuvimos que seguir al sol y corrimos las cocinas, pero tenían mucho peso”, recordó Martita esas primeras cocinas que usaban periódicos y piedras de río.
Hoy están hechas de aislapol o fibra de vidrio. Y la familia no sólo se dedica a la gastronomía sino que a la venta de cocinas solares de distintos tamaños, algunas de ellas obtenidas por otros pobladores de la zona que también ocupan la energía solar en otros restaurantes que, en menor medida, la incorporaron a sus platos.
En “Solar Elqui dónde Martita” trabajan las tres generaciones que construyeron y atienden el lugar.
Todos los días a eso de las seis de la mañana, las y los trabajadores de Dónde Martita se levanta para limpiar y organizar sus casas y luego caminar unos pocos pasos hacia el restaurante para dejar todo listo a la espera de la llegada de clientes, entre las 12.30 y las 17.30, aproximadamente. Es que allí no pueden haber horarios fijos, tampoco una carta.
“Trabajamos con un menú porque es una forma distinta de cocinar: se parte con una entrada surtida o a la chilena, también puede ser una empanada (queso marisco, queso gauda o de cabra), luego viene el plato de fondo que puede ser arroz, puré casero o mixto (el favorito de la gente: un poco de arroz y puré) con acompañamiento (costillar, cabro, cabrito o similar) y después el postre, y para beber tenemos jugos naturales de copao, papaya, arándano, vinos, cervezas y bebidas, la mayoría de ellos producidos en la zona”, especificó Martita.
El cabrito a la cacerola es el plato preferido de las y los comensales que llegan de distintos lugares del planeta: desde Francia hasta Ovalle. Y se deshace sin necesidad de usar cuchillo. Cada menú demora entre dos y tres horas y media de trabajo, es decir, se empieza a cocinar antes de la llegada de las y los clientes.
“Aquí solo ofrecemos almuerzo, porque sería una mentira ofrecer desayunos u onces porque dependemos del sol, aquí manda el sol: sin el sol no se abre”, advirtió Martita. La temperatura necesaria para una óptima cocción es de 180° grados y las cocinas están puestas a la entrada del restaurante para demostrar que cada plato está hecho 100% con energía solar.
“Nosotras no somos tituladas, somos unas aficionadas (ríen) que partimos con la necesidad de mantener un trabajo… ¡Aquí nada se bota! Hasta los restos son cocinados al sol: se hacen para los perros”, confesó Martita.
Mientras su madre cursaba un embarazo “con una panza grande”, le dijeron que sería “un robusto varón”. Hoy son Martita y Benilda, son hermanas inscritas como gemelas que en febrero celebrarán no sólo otro aniversario del restaurante sino que también su cumpleaños.
Preocupadas “por la sequía y el saqueo” que está secando la zona, los problemas de conectividad que las hacen correr a ciertos espacios para recibir señal telefónica y con ello hacer reservas a grupos grandes de comensales interesados; y la falta de médicos especialistas en la zona, las hermanas mostraron su esperanza por un mejor futuro para Villaseca.
“Estamos muy orgullosas de ser el primer restaurante de Chile y el mundo en trabajar 100% con energía solar y de haber hecho reconocida a la zona”, dijeron.
Luego de servirle la comida a una clienta que llegó al lugar, la cocinera le dijo a la joven que tenía que pedir tres deseos antes de comer el pan, pues es tradición hacerlo la primera vez que se prueba uno hecho con energía solar.
“Yo lo único que pido es que llueva”, susurró mirando las parras, de frente al cerro Mamalluca.