En América Latina y el Caribe hay una presencia femenina estimulante. Me emociona. Desde México hasta Patagonia, son mayoritariamente las mujeres las responsables de transmitir identidad y tradición, de liderar procesos asociativos, de promover la independencia, la paz y la igualdad.
Han sido pioneras en libertades, en encontrar caminos de conciliación, en proponer desde la culinaria, nuevos horizontes para sus comunidades.
Mucho antes que destacados varones de la cocina acapararan las principales portadas de los medios, poniendo a la gastronomía en el mapa como disciplina determinante de transformación económico y social de los países, han sido las mujeres, campesinas, indígenas y portadoras de tradición, las que han empleado la culinaria como forma de subsistencia y resistencia, como herramienta transformadora, instrumento educativo y como arma para la perpetuación de la cultura y la identidad.
¿Cuántas niñas y niños de Latinoamérica han llegado a la universidad gracias a un bollo, tamal o empanada cocinada y vendida por sus madres?
¿Cuánto han influido las mujeres en construir y preservar la identidad de sus territorios, lugares que hoy constituyen grandiosos epicentros de interés turístico cultural y gastronómico?
Mi trabajo como periodista me ha permitido conocer el trabajo de decenas de mujeres influyentes. En cada mesa compartida, en cada conversación, he confirmado que no hay nada más revelador que una cocinera contando historias y guisando en el fogón. Ellas, en cualquier latitud, son fuente de saberes y sabores determinantes en las vidas de sus comunidades, y su trabajo -muchas veces invisible- es fundamental para favorecer la seguridad y soberanía alimentaria en buena parte del planeta.
El caso de Zaida Cotes, autoridad wayuu de la Guajira, al norte de Colombia, es inspirador. Lleva años fortaleciendo, desde la gastronomía, el tejido social y cultural de su región, contagiando con su ejemplo femenino a las nuevas generaciones. Tanto así, que hoy un 10% de mujeres ocupan un lugar de liderazgo en las comunidades guajiras.
O el de Cecilia Vargas, alguera y cochayuyera de Pichilemu, lideresa de la red de mujeres del mar de la Región de O’Higgins, en Chile, quien mantiene vivo el recetario en torno al mar y ha sabido legar el oficio de recolectora de orilla y amarradora de cochayuyo, dignificándolo y poniendo en valor un recurso, hasta hace poco, olvidado.
Existen también otros lenguajes culinarios, más actuales, del que destacadas mujeres de la industria gastronómica latina, se han servido para contar narrativas hermosas sobre sus países, orgullosas de su patrimonio histórico, de su biodiversidad. Narda Lepes y China Muller, en Argentina; Leonor Espinosa y Jennifer Rodríguez en Colombia: Mirciny Moliviatis en Guatemala; Pilar Rodríguez, Lorna Muñoz, Consuelo Poblete, Paula Báez, en Chile; Pía León y Mónica Huerta, en Perú, son solo algunas de las cientos de mujeres talentosas que impactan, desde el alimento, a diario, sobre su entorno.
Sus voces han gestado una revolución silenciosa, que ha dejado de manifiesto el importante rol de la mujer como garante de identidad, de patrimonio y de sostenibilidad.