Cerca de la frontera norte de Uruguay con Brasil, el Valle del Lunarejo constituye una de las 17 áreas protegidas del país sudamericano que, afectado por una crisis hídrica, aprecia más que nunca sus recursos naturales.
La vastedad del Valle del Lunarejo, una de las “maravillas naturales” de Uruguay, resguarda, además de huellas y leyendas indígenas, una rica biodiversidad de cascadas, aves, serpientes, coatíes, flores y plantas curativas que sirve para crear mayor conciencia ambiental en sus visitantes.
Emplazado en el noroeste del departamento (provincia) de Rivera, cerca de la norteña frontera de Uruguay con Brasil, el Valle del Lunarejo constituye una de las 17 áreas protegidas del país sudamericano que, afectado por una crisis hídrica, aprecia más que nunca sus recursos naturales.
En esa línea se expresa en diálogo con EFE el guía César Viera, quien en un recorrido por este paisaje, donde dicen presente los más diversos tonos del color verde, destaca la importancia del patrimonio natural que allí se alberga.
“Hay una gran roca basáltica y estamos sobre lo que es el Acuífero Guaraní, una de las reservas de agua potable subterránea más grandes del mundo, es la tercera y de más fácil acceso”, explica.
Que esté sobre el corredor biológico de la mata atlántica brasileña, dice, implica que llegue “una gran biodiversidad de flora y fauna del sur de Brasil” y haya allí especies en peligro de extinción.
“En fauna (como especies amenazadas están) el coatí y el coendú, el tamandúa, el guazubirá y, en extremo peligro de extinción, la cascabel, que se encuentra en la zona y no se encuentra más al sur y que es una de las especies prioritarias de conservación”, puntualiza.
A su vez, a lo que añade que hay “más de 150 especies de aves”, como el tachurí coludo o el frutero coronado, Viera resalta la riqueza de flora, con flores comestibles como la aloysia gratissima, dulce y de olor “mentolado”, y otras plantas medicinales.
“Tenemos la carqueja baccharis trimera que es buena para el estómago, cuando comimos mucho un tecito es bárbaro, pero hay otra, la baccharis articulata, que no es tan común y es un vasodilatador más conocido como Viagra del campo”, revela el uruguayo durante el recorrido, donde señala también la quina, una planta “buena para la Malaria” y usada para hacer agua tónica.
Con paseos cortos de cinco kilómetros o largos de hasta “cuatro o cinco días”, el Valle del Lunarejo se puede visitar “en cualquier época del año” y, según el también encargado del establecimiento turístico El Gavilán, cada vez más se busca que la experiencia contagie “conciencia ambiental”.
“La idea nuestra es en cada turista que llega poder plantar una semillita de la conciencia, más que nada del tema del agua pero (en general) del cuidado del ambiente, de no tirar residuos, de poder en casa elegir lo orgánico y evitar contaminar”, resalta quien dice que actores locales han ayudado a apuntalar este cuidado.
Flavio Cuelho, encargado de la Posada del Lunarejo, coincide y señala que, si bien todo el año llegan visitantes, muchos turistas europeos visitan en verano para disfrutar del paisaje, de sus platos, muchos de estos con jabalí -cazado en la zona-, y de paseos como uno en camioneta que ofrecen desde su apertura en 2007.
Según Cuelho, no puede faltar el baño en las aguas cristalinas de la zona, al que, acota, incluso personas mayores, como un visitante de 85 años, se animan y que hasta puede ser sin ropa.
“Nudismo hemos tenido también, sobre todo los alemanes son muy despreocupados con eso, tanto hombres como mujeres se han bañado desnudos. Generalmente cuando no hay mucha gente”, revela.
Como anuncian los nombres de muchos de los animales de la zona -yaguareté o jaguar; coendú, un roedor; ñandú, un avestruz o aguará guazú, un zorro- las raíces indígenas abundan en Uruguay y el Valle del Lunarejo sirve para conocerlas.
Sobre el arroyo Laureles, en el límite entre Rivera y el departamento de Tacuarembó, está la denominada Cascada del Indio, que, explica Viera, debe su nombre al rostro que se ve en una de sus rocas, cuyo origen es dudoso.
“De un lado los geólogos confirman que es una formación natural, un corte de lava que quedó con esa mala formación (…) y por otro los historiadores cuentan que esta zona la pudieron haber habitado guenoas y minuanes, tribus que pudieron haber tallado esa roca”, indica.
El guía cuenta asimismo que uno de los árboles nativos, la aruera, esconde una leyenda indígena por la que hasta hoy muchos le dirigen un peculiar saludo.
Es que, dice, Aruera era “una india muy enamoradiza” a la que engañaban mucho y que, al morir “de tristeza”, se transformó en árbol y producía sarpullidos en quienes pasaban cerca, lo que, descubierto, motivó que un indio la engañara nuevamente saludando con “buenos días” en la noche y viceversa.
Si bien, matiza, esta historia es solo leyenda, sí hay que cuidarse de las arueras, pues, sobre todo en primavera, producen una alergia importante incluso sin tocarlas y un supersticioso saludo no lo evitará.
Estas y otras historias, como la del urutaú o “pájaro fantasma”, cuyo canto parece un llanto humano, son ideales para caminatas como las que el Lunarejo ofrece entre sus verdes.