Por muchos años, Tacna ha sido un destino muy visitado por los chilenos, principalmente para hacer sus compras o practicarse todo tipo de tratamientos médicos y estéticos. Hoy, la ciudad peruana busca reinventarse turísticamente con nuevos atractivos que destacan la naturaleza y gastronomía.
Para llegar a Tacna, abordamos un vuelo en Santiago, viajando – aproximadamente – 3 horas a Arica. El contraste fue inmediato al llegar: del ajetreo capitalino, descendimos en la tranquila ciudad del límite norte de nuestro país, donde en apenas 15 minutos ya estábamos en el control aduanero. Este proceso, que tomó alrededor de una hora, nos dejó listos para la siguiente etapa del viaje: un trayecto de media hora hacia Tacna.
Esta ciudad es vibrante y se desenvuelve ante los ojos del visitante con una energía inigualable, llena de vida y turistas – sobre todo chilenos – que recorren sus calles. En el imaginario nacional, esta Tacna ha sido asociada durante años principalmente con las compras. Sin embargo, mi experiencia me mostró que Tacna es mucho más que eso; es un destino lleno de sorpresas, tanto gastronómicas como naturales.
Durante el primer día de estadía visitamos la feria Perú Mucho Gusto, un evento que busca reconocer y conmemorar la rica cocina regional peruana. Con más de 85,000 asistentes, la feria se convierte en un punto de encuentro culinario donde los sabores del país se expresan con orgullo.
Pero la verdadera joya de este viaje fue el recorrido hacia los Géiseres de Candarave. Este trayecto, que comienza a las 4:30 am desde Tacna, es un encuentro con la naturaleza. Después de un viaje de dos horas, hicimos una parada en la localidad de Tarata para disfrutar de un desayuno donde abundaron los huevos de gallinas libres y pan amasado – adaptaron la preparación al gusto del chileno -.
A medida que ascendíamos, nos adentramos en un bosque de queñuas, árboles protegidos que crecen en los faldeos del imponente volcán Yucamani, un lugar sagrado donde, según la tradición local, se debe pedir permiso antes de continuar.
El destino final, ubicado en el Área de Conservación Regional Vilacota – Maure, a 4300 metros sobre el nivel del mar, alberga 85 fuentes termales. Formadas por la antigua actividad volcánica, estas aguas superan los 80°C, creando columnas de vapor que envuelven el paisaje. Al llegar, los géiseres nos reciben con sus aguas cristalinas y hirvientes, una demostración fascinante de la fuerza de la naturaleza.
Nuestro guía, Víctor, de la agencia 18 Grado Sur, nos explicó que este valle de géiseres está en constante formación, con nuevos geísers que enriquecen el paisaje. A pocos metros de este espectáculo natural, encontramos las termas de don José Aguilar, un lugareño que, junto a su familia, ha iniciado un proyecto de turismo experiencial. En su hogar, que se integra con el entorno de alpacas y montañas, están desarrollando alojamiento, comidas típicas a cargo de su hija, y un espacio para la venta de artesanías en lana de alpaca.
Después de un almuerzo que incluyó papas nativas, betarragas, pollo y trucha de río, emprendimos el regreso a Tacna, completando un trayecto de tres horas y media.
Tacna ha evolucionado con los años, y hoy busca dejar atrás su imagen de ciudad comercial para posicionarse como un destino que deleita a sus visitantes con una propuesta de turismo natural y gastronómico. La invitación es a descubrir la ciudad desde una perspectiva diferente, con experiencias únicas que trascienden las compras y abren las puertas a un destino que merece ser explorado en toda su riqueza.