Este 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques, fecha que busca generar conciencia de la importancia de estos ecosistemas en la vida de las personas y los esfuerzos que las sociedades deben emprender para protegerlos.
En 2012, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 21 de marzo como Día Internacional de los Bosques, con el objetivo de resaltar su importancia para la humanidad, a la vez que se genera conciencia respecto de ellos y su valor.
Chile, en su larga y diversa morfología, tiene la fortuna de contar con distintos tipos de bosques, los que son hábitat de una gran cantidad de especies, contribuyendo profundamente a la calidad de vida de todas las personas y especies que habitan en torno a ellos.
Cuando pensamos en bosques chilenos, la imaginación viaja a los bosques del sur del país, donde predomina un verde intenso y destacan grandes (muchas veces milenarios) árboles. Sin embargo, no son los únicos.
Dominique Charlin, vocera de Greenpeace, observa que no existe solo una definición para los bosques. “Es importante entender que hay distintas formas de clasificar estos ecosistemas, por lo que los parámetros para considerar una formación de árboles y arbustos como un bosque va a depender de su extensión, de su ubicación y clima, de las especies que contiene, de su altitud, de su follaje, entre tantos otros criterios”, explica.
En el norte de Chile, destacan los bosques áridos de Tamarugos (especie endémica y en peligro de extinción), así como bosque húmedo relicto en el Parque Nacional Fray Jorge, el remanente más al norte del bosque siempre verde valdiviano.
La zona central y su clima mediterráneo son hogar de los bosques esclerófilos, uno de los ecosistemas que más se han visto impactados por actividades antrópicas directas, entre las que destacan las talas, incendios y el pastoreo, y otras indirectas, como la herbivoría generada por el conejo europeo.
Hacia el sur del país, se ubican el bosque templado valdiviano, uno de los ecosistemas más ricos y con mayor biodiversidad en el mundo, y los llamados bosques monumentales, entre los que destacan los bosques de alerces milenarios, los bosques de lengas o las araucarias.
“Debemos ser capaces como sociedad de proteger estos ecosistemas únicos y de enorme valor ambiental y social. La triste realidad es que debido a la acción humana e industrial, se están degradando de forma acelerada: la industria inmobiliaria con la parcelación de bosque nativo, la deforestación por agricultura, la minería con la irrupción de grandes maquinarias, la mala gestión del recurso hídrico y el sector forestal con sus monocultivos están generando un gran perjuicio a uno de los pocos reductos frente a la crisis climática”, concluye Charlin.
Además, Dominique Charlin reflexiona sobre la importancia de este tipo de conmemoraciones, en un contexto de crisis climática agravada por la enorme velocidad de deforestación -ya sea por decisiones ‘productivas’ o por incendios- en el planeta.
“Este año, el llamado de la ONU es a innovar y utilizar los avances tecnológicos en la protección de estos ecosistemas. Se estima que cada año se pierden del orden de 80 millones de hectáreas de bosques en el mundo, lo que no sólo es grave por la pérdida de esa biodiversidad, sino también por el valor de estos complejos ecosistemas en nuestras vidas y su rol en la mitigación de los efectos de la crisis climática”, comenta.
Alejandro Miranda, investigador del laboratorio de Ecología del Paisaje y Conservación del Departamento de Ciencias Forestales, de la Universidad de La Frontera, considera que los bosques nativos son parte del patrimonio natural y nacional de un país, al contribuir con funciones no sólo transaccionales (como la venta de leña o frutos que de ellos emanan), sino que también el ciclo vital de la naturaleza.
“Su importancia es apreciable bajo distintos puntos de vista: por una parte, desde su valor intrínseco como formas de vida que han evolucionado por millones de años, pero también, por sus contribuciones al funcionamiento de las sociedades, gracias a, por ejemplo, la producción de oxígeno; el acceso a agua limpia y abundante, así como por ser grandes reguladores de los ciclos hidrológicos y meteorológicos (estos ecosistemas influyen en la reducción de la erosión del suelo y la sedimentación de los canales, a la vez que favorecen la recarga del agua subterránea y contribuyen al reciclaje del agua atmosférica); también son contenedores de la mayor biodiversidad del mundo, y tienen una tremenda capacidad para almacenar carbono, entre otras funciones”, destaca Miranda.
Según el Catastro Vegetacional de Conaf al año 2021 la superficie cubierta de bosques representaba el 23,8% del territorio nacional con 18.030.735 hectáreas: de éstas el Bosque Nativo alcanzaba 14.737.486 hectáreas, lo que representaba el 81,74% de los recursos forestales del país.
“Hoy, algunas de sus grandes amenazas responden a la degradación de los bosques, pero también los incendios y la perturbación posterior a ellos”, asegura Miranda y añade que estos ecosistemas “tienen la capacidad de recuperarse después de un incendio, pero si se extrae la madera que queda después de un siniestro (el llamado ‘madereo de rescate’), eso imposibilita su recuperación”, expresa el también investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2) y del Center for Fire and Socio ecosystem Resilience (FireSES), U. Austral de Chile.
Según el investigador, y considerando la enorme cantidad de incendios que cada año se enfrenta en el país, es urgente avanzar con celeridad en una legislación coherente en la materia, que busque de forma prioritaria detener la pérdida de bosque nativo y prohíba prácticas de aprovechamiento económico tras los siniestros: “La Ley de incendios que hoy se discute en el Congreso podría avanzar en esta materia, poniendo el foco en la recuperación o restauración ecológica de los bosques nativos siniestrados, y no, como ocurre con la actual política forestal, favoreciendo la degradación de áreas de alto valor de conservación”, advierte Miranda.