Hace más de 25 años, Óscar Knust y Gisela Dragunski, mis mapadres, comenzaron a soñar un espacio donde niños y niñas pudieran reconectarse con la naturaleza, y pusieron sus manos a la obra para construirlo. Después de mucha búsqueda siguiendo su corazón, encontraron apoyo en Fernando Castillo Velasco, alcalde visionario de La Reina quien ofreció arrendar a largo plazo un terreno abandonado en el entonces Parque Municipal de La Reina, hoy Parque Mahuida.
Buscando socios, alianzas e invirtiendo todo, incluso la propia casa que estaban recién terminando de pagar, comenzamos en familia a trabajar de lunes a domingo en nuestro nuevo proyecto de vida, Granjaventura. Se trata de un parque de experiencias, pionero, que propone jugar y aprender al aire libre, en contacto con los animales, inculcando el amor por la naturaleza y la búsqueda de la sostenibilidad, como señalan sus estatutos y el contrato con la Municipalidad. “Este es un proyecto futurista adelantado a su época”, dijo por aquel entonces el sociólogo Eugenio Tironi.
Con la presencia del alcalde Castillo Velasco, concejales, vecinos de La Reina, amigos, amigas y artistas, con su bendición y buenos deseos, dimos inicio a su construcción en el año 2000. Luego de varios meses de intensas obras —creación de caminos, alcantarillado, soterramiento del sistema eléctrico, levantamiento de pircas, innovadores juegos naturales en madera, establos, período de adaptación de los animales y las primeras oficinas—, Granjaventura abrió sus puertas al público el 2 de enero de 2001.
Siguiendo la misión de reconectar a niños y niñas con la naturaleza, comenzamos a desarrollar visitas guiadas por Granjaventura para familias, grupos escolares y jardines infantiles, además de talleres de huerto, lombricultura, reciclaje de papel, y juegos para explorar y sorprenderse con el mundo que el lugar propone. El año 2001, el mundo era muy diferente al actual. Aunque desde los años 60 se hablaba del cambio climático, en La Reina y en el país todo esto aún parecía muy lejano. Granjaventura ha estado adelantada a su tiempo, buscando estrategias para enfrentar la emergencia ambiental y avanzar hacia la sostenibilidad mediante una economía circular.
Las huertas, que han estado presentes en las escuelas agrícolas por más de 100 años, aún no son algo común en el país, pero esta tradición se está reintroduciendo. El Padre Hurtado, primer doctor en educación de Chile, ya hablaba de los beneficios de la educación al aire libre en sus investigaciones en Europa en la década de 1910.
Durante la pandemia, evento que afectó transversalmente las actividades del país, logramos preservar este proyecto con el apoyo de la comunidad y personas de todo Chile que contribuyeron a nuestra campaña solidaria. En ese momento, el alcalde de La Reina, José Manuel Palacios, nos visitó y declaró ante las cámaras de Canal 13: “Venimos a ayudar a Granjaventura porque es un patrimonio de la comuna de La Reina”.
Fue en este periodo cuando comenzamos a enfocarnos decididamente en la educación en la naturaleza, utilizando Granjaventura como un paisaje para el aprendizaje y colaborando con movimientos ciudadanos que buscan acercar a las infancias a la naturaleza desde el sistema educativo. La naturaleza, como parte fundamental de la pedagogía, especialmente durante la primera infancia, aporta beneficios significativos para el desarrollo integral, cognitivo, emocional, corporal e inmunológico, además de fortalecer la realidad local y las comunidades.
El año pasado colaboré con los profesores Andrés Ried y Flavia Velásquez, en un equipo de investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En el estudio buscábamos conocer cuáles son los lugares favoritos de los niños y niñas para jugar al aire libre. De este modo podemos comprender cuales son los factores que facilitan y los que obstaculizan la posibilidad de que los niños y niñas jueguen al aire libre y contruyan el sentido del lugar en relación a la naturaleza.
En una asombrosa coincidencia, una estudiante de un liceo participante de la investigación dice que “mi lugar favorito queda en los cerros, ahí donde hay ovejas y unas casitas mágicas, una casa en el árbol y una cuerda para lanzarse”. Con el corazón palpitando aceleradamente, pregunté si se trataba de Granjaventura, a lo que la niña confirmó. Este es solo uno de los impactos que Granjaventura ha tenido en la región y el país.
Hoy, más que nunca, Granjaventura representa una experiencia valiosa en que la comunidad tiene un acercamiento único, educativo y sostenible con la naturaleza. Como equipo de Granjaventura, creemos que este proyecto tiene un gran potencial por desarrollar y expandir por todo Chile, y que nuevas localidades puedan también beneficiarse de esta experiencia. Tras más de 25 años de existencia, pareciera que por fin Chile ha comenzado a redescubrir la naturaleza y a entender la importancia de que los niños cultiven el amor por ella, un aspecto vital para nuestra supervivencia como sociedad.