Catalina abrió la puerta de su apartamento en Bogotá. Vio a Jorge, un amigo de su amiga, y de inmediato le llamó la atención.
Jorge es alto, traía ropa casual, estaba perfectamente afeitado y olía muy rico, recuerda.
A Jorge le pasó algo similar.
“Hubo atracción. Catalina es rubia de ojos verdes, tiene una cara hermosa”, dice.
La noche de fiesta avanzó y el karaoke tomó fuerza.
“Hasta que, te conociiiii… Al partiiiiir un beso y una flor…“
En algún momento Jorge contó, con cierto orgullo, que cumplía años el 14 de junio, el mismo día que nació el Che Guevara.
A Catalina le causó risa nerviosa que hablara del líder de la revolución cubana y no le creyó.
Le pareció demasiada coincidencia porque ella también nació en esa fecha.
– Muéstrame tu cédula (identificación), le dijo desafiándolo.
Jorge la sacó de su billetera.
– ¡No puede ser, cumplimos años el mismo día y tenemos el mismo apellido!, reaccionó aún más sorprendida.
Lo que siguió fue para Catalina Suárez y Jorge Suárez el comienzo de un amor, que solo unos años antes habría sido imposible. Al menos en Colombia.
Porque están en orillas políticas opuestas en el país que ha tenido el conflicto interno más antiguo de América Latina.
Un conflicto de más de 60 años en el que según cifras de la Comisión de la Verdad se han registrado más de 7,5 millones de personas desplazadas, más de 450.000 homicidios, 120.000 desapariciones forzadas y 50.000 secuestros.
Un conflicto que ha dividido a Colombia durante generaciones y creó un contexto en el que eran mínimas las probabilidades de que una mujer de derecha, hija de empresarios y seguidora acérrima del expresidente Álvaro Uribe se enamorara de un hombre de izquierda, hijo de guerrilleros y que combatió en la selva durante 16 años.
Pero luego llegó el proceso de paz entre el gobierno y las FARC, la guerrilla más antigua del país, y Colombia cambió al punto que Jorge terminó en un karaoke en el apartamento de Catalina esa noche de 2020.
Lo que sigue es la historia de esta pareja improbable, pero también de alguna manera es la historia de una parte del conflicto que ha desangrado a Colombia.
Jorge nació en la selva en 1984, pero se crió en la ciudad.
Es hijo de Víctor Julio Suárez Rojas, el Mono Jojoy, uno de los principales comandantes de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP).
“Nací en un campamento ubicado en una selva tropical húmeda en la que había paludismo y empecé a enfermarme. Mis padres, ambos guerrilleros, decidieron llevarme a Bogotá”, relata Jorge.
“Mi papá era amigo de una familia comunista que me adoptó cuando tenía 6 meses. Mi abuelo adoptivo fue un líder sindical muy importante y mi abuela adoptiva se formó en el magisterio como profesora. También es de ideas de izquierda.”
Jorge creció en medio de intelectuales que le inculcaron el hábito de leer, desde “El Principito” de Saint-Exupéry, hasta “El Capital” de Marx, pasando por “El Viejo y el Mar” de Hemingway.
En su casa se criticaba la persecución al partido comunista, se hablaba de las grandes revoluciones y se escuchaban las canciones de los trovadores cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Nunca le ocultaron que había sido adoptado.
“Mi familia siempre fue muy clara. Desde los 6 años me decían: su papá es Víctor Julio Suárez, el Mono Jojoy, y siempre le dije ‘papá’ a pesar de no convivir con él”.
Tampoco le mintieron sobre la complejidad que implicaba ser hijo de uno de los comandantes más buscados de las FARC.
“Yo me acuerdo que cuando tenía 8 años, había una propaganda del gobierno en televisión en la que aparecían fotos de varias personas y decían: ‘Recompensa, también caerán’. Y en mi familia me decían: ‘Mira, el que está allá, ese es tu papá’”.
Eran los años 90 y aunque en su casa no había secretos, en el mundo exterior era diferente.
“Eran muy claros en que fuera del contexto familiar no podía hablar nada de ese tema”.
Pero pese al silencio obligado, y a que ninguno de sus amigos conocía su origen, Jorge siente que tuvo una infancia feliz e incluso privilegiada.
Estudió en una escuela de música y cuando entró a bachillerato su familia lo matriculó en un colegio bilingüe de clase media alta.
“Ahí tuve que ser especialmente cuidadoso, porque también estudiaban hijos de algunos políticos. No podía cometer ni un error, porque si contaba la historia real de mi familia nos podía poner en peligro”.
Por eso mismo evitaba tener una vida social muy activa.
“A mí me encantaba Metálica, me vestía con pantalones anchos y andaba mucho en patines en línea, pero creo que por mucho habré ido a una o dos fiestas en esa época. No podía correr ningún riesgo”.
Esa doble vida duró hasta el año 2000 cuando él estaba en décimo grado.
“No pude graduarme porque cuando tenía 16 años fui declarado objetivo militar por parte de Carlos Castaño, uno de los principales jefes de los grupos paramilitares en Colombia.
“A partir de ese momento me podían secuestrar, asesinar o hacer cualquier cosa para chantajear a mi papá”.
Unos hombres empezaron a seguirlo a él y a su familia: ya no había tiempo para tramitar un exilio en el exterior.
“Yo en medio de la rebeldía de la adolescencia dije: ‘Pues me voy a las FARC, voy a acompañar a mi padre”.
Catalina dice que fue una niña consentida, que jugaba con Barbies, y soñaba con ser famosa.
“Yo siempre decía: tengo que estar perfecta porque algún día voy a ser reconocida o muy importante”.
Creció en un ambiente muy familiar en el que sus abuelos la cuidaban y sus padres le construían casas de muñecas y la llevaban de excursión cuando los acompañaba a trabajar.
Como hija mayor de una pareja que la tuvo cuando eran muy jóvenes, vio en primera fila la evolución económica de la familia.
“El papá de mi papá tenía una empresa, y mi papá y sus hermanos trabajaban ahí. Mi mamá siempre ha trabajado como independiente y los dos han sido súperemprendedores. Con mucho esfuerzo nos han dado todo a mi hermana y a mí”.
Con el tiempo, sus padres entraron al mundo de la construcción y la finca raíz.
Fueron escalando, lograron que sus hijas estudiaran en un colegio de clase media-alta, han vivido en zonas exclusivas de Bogotá y tienen una casa de vacaciones en una urbanización cerca de la ciudad.
Por eso fue impactante para ella cuando en 1999, en medio de una de las más severas crisis económicas que se ha vivido en Colombia, su familia casi quiebra.
“Yo vi a mis papás avanzar económicamente y luego retroceder diez años; en esa crisis el primer sector que cayó fue el de la construcción.
“Fue un momento difícil, no había circulación de dinero, la gente empezó a vender las propiedades, los carros, recuerdo ver a mis papás muy estresados. Tuvimos que mudarnos y empezar a andar en bus”.
En esa misma época se había recrudecido el conflicto en Colombia y las noticias diarias eran sobre atentados, bombas, secuestros y extorsiones.
El gobierno del presidente Andrés Pastrana (1998-2002) había fracasado en su intento de conseguir la paz con las FARC, luego de un fallido cese al fuego parcial que terminó por fortalecer a esa guerrilla.
En ese contexto, el político de derecha Álvaro Uribe llegó a la presidencia en 2002 y se convirtió en una esperanza para familias como la de Catalina.
Bajo una política que él llamó de seguridad democrática, y usando los lemas “trabajar, trabajar y trabajar” y “mano firme y corazón grande”, Uribe emprendió un combate militar contra las FARC, al tiempo que se proyectaba como un hombre familiar de finca que usaba sombrero, montaba a caballo y tomaba café.
Catalina empezó a admirarlo profundamente.
“A mí me parecía lo máximo cómo era con la gente, me parecía que era una persona muy sencilla”.
“En su primer gobierno pudimos volver a viajar por tierra sin miedo a un secuestro y mis papás lograron recuperarse económicamente”.
Jorge le dijo a sus amigos del colegio que se iba de intercambio a Australia y desapareció de sus vidas.
Llegó a las sabanas del Yarí, en la selva colombiana, con su abuela.
Les costó mucho despedirse.
“Me puse a llorar incluso primero que ella”, cuenta.
Jorge tuvo que hacer el duelo por dejar a su familia adoptiva en plena adolescencia y en medio de la cotidianidad guerrillera.
“Cuando llegué, hice el curso básico de las FARC, la mitad del tiempo en entrenamiento militar y la otra mitad en curso de ideología política de marxismo, leninismo y pensamiento de Bolívar.
“Yo creo que en ese proceso de adaptación duré por lo menos dos años porque era muy torpe para hacer muchas cosas del campo”.
Ahí nació Chepe.
“Mi papá me puso así por el Che Guevara”.
Con ese apodo se hizo oficialmente guerrillero. Dentro de las FARC, se dedicó principalmente a tareas de comunicación y pedagogía.
Chepe y el Mono Jojoy empezaron a compartir, por primera vez, la misma realidad.
“Nosotros teníamos muchos diálogos. Tal vez no nos veíamos todos los días como cuando el padre llega a la casa y comparte con el hijo, pero sí teníamos una relación muy cercana.
“Aprovechábamos el poco tiempo que teníamos y hacíamos un esfuerzo para juntarnos en el cumpleaños de cada uno”.
Se vieron de forma intermitente durante 10 años, hasta que el ejército de Colombia llevó a cabo una operación de inteligencia que bautizó Sodoma y de la que Jorge logró salir con vida por un golpe de suerte.
En esa época, él y su padre vivían en el mismo campamento.
“El 22 de septiembre de 2010 me llamaron a la madrugada para que fuera a leerle la prensa a mi papá, como era la costumbre. Yo estaba a unos 150 metros de donde estaba el búnker de él.
“Pero como siempre me demoro para levantarme, seguí durmiendo hasta que me despertaron las bombas”.
30 aviones y 27 helicópteros bombardearon la zona. Fue literalmente una lluvia de fuego.
“Me metí a la trinchera inmediatamente, y sentí mucha tristeza porque supe que mi papá había muerto.
“Sentí mucha impotencia por no poder ir a donde él estaba, era imposible.
“Cien metros de distancia es una eternidad entre la selva y más en una zona boscosa montañosa como en la que estábamos”.
Jorge tenía 26 años, y logró huir gracias a años de entrenamiento enfrentando bombardeos.
Si bien la operación Sodoma se concretó un mes después de terminado el último periodo de Uribe como presidente (2006-2010), la inteligencia para ubicar el búnker del Mono Jojoy se desarrolló durante su mandato.
La muerte del comandante de las FARC dio la vuelta al mundo.
“El símbolo del terror ha caído en Colombia”, dijo el mandatario Juan Manuel Santos al anunciarla.
Catalina recuerda haberla visto por televisión.
“En las noticias mostraban todo lo malo que había hecho como guerrillero, y yo me acuerdo haber sentido como una especie de alivio de saber que el país iba a descansar un poco de todo eso”.
Catalina creció viendo a la guerrilla en los noticieros.
“Ver las noticias era algo lleno de dolor. Yo era una niña que no entendía muchas cosas, pero escuchaba que había un grupo que era un monstruo y eran las FARC.
“En cambio, no sabía nada sobre el movimiento paramilitar. Era algo que no mostraban tanto”.
El paramilitarismo había surgido años antes como un movimiento armado ilegalmente que perseguía principalmente a la guerrilla y a sus colaboradores.
Sin embargo, se fortaleció políticamente durante los dos periodos que duró el gobierno de Uribe (2002-2010), lo que le ha valido grandes críticas en materia de derechos humanos.
Investigaciones de prensa y sentencias judiciales han establecido que los paramilitares realizaron ataques contra la población civil y ayudaron a políticos y funcionarios a conseguir cargos públicos a cambio de financiación y de información que facilitó sangrientas acciones armadas.
El papel que jugaron degradó aún más la guerra y aumentó la violencia.
Para 2010, durante el ultimo año del gobierno de Uribe, Catalina ya estudiaba Comunicación Social en la universidad.
Ahí descubrió la comunicación política.
“Uno de los parciales en la universidad era entrevistar a los candidatos a la presidencia en ese momento. Yo logré la entrevista con Juan Manuel Santos en la calle. Ahí había un grupo de jóvenes que lo estaban acompañando y me invitaron a ser voluntaria en su campaña”.
Como Santos era el candidato del uribismo, Catalina decidió dedicar sus vacaciones a ese voluntariado.
“Ahí descubrí una pasión, como una magia que me cautivó y ya no podía verme lejos de ese mundo político”.
Inició una carrera como asesora de comunicaciones, y con la cuenta @CatalinaSuarezB se convirtió rápidamente en influencer en redes sociales.
10 años después, cuando las vidas de Catalina y Jorge se cruzaron, en Colombia se habían producido cambios importantes.
El ahora presidente Santos se había desmarcado de la política guerrerista del uribismo y había negociado durante seis años un acuerdo de paz con las FARC.
Para oficializarlo, en 2016 convocó a un referendo para que los colombianos decidieran si apoyaban o no lo acordado en esas negociaciones.
Catalina, que como buena uribista sentía que Santos había traicionado a Uribe, defendió el no y, como activista de derecha, se opuso públicamente a varios puntos del acuerdo de paz.
“Para mí era como ‘lo que es con Uribe es conmigo'”.
Compartía la postura de que los acuerdos se habían hecho hasta ultimo momento casi que de forma secreta y eso generaba una gran desconfianza.
Además temía a la impunidad que podía darse si los altos mandos de las FARC no pagaban con cárcel por los crímenes que el grupo había cometido en los años del conflicto.
No veía con buenos ojos que se les ofreciera una alternativa diferente a cambio de que dejaran las armas y se reincorporaran a la vida civil.
Jorge estaba en el bando del sí.
“Yo esperaba que Colombia apoyara la paz. Nos dio mucha emoción cuando los estudiantes salieron a las calles a apoyar los acuerdos, incluso algunos fueron hasta campamentos en donde estábamos y se hicieron vigilias por la Paz con la sociedad civil, con la Iglesia y con la ONU”.
Al final, tras una votación muy reñida el no se impuso al sí por una diferencia mínima, lo que obligó a Santos a hacer ajustes a la propuesta.
Tras ese proceso, en septiembre de 2016 se firmaron los acuerdos de paz, que entre otras cosas llevaron a la desmovilización de la mayoría de los integrantes de las FARC.
Jorge fue uno de ellos.
A los 32 años volvió a la vida civil, se reencontró con su familia adoptiva, estudió Periodismo en una universidad a distancia y comenzó a trabajar en temas de pedagogía para la paz.
“Fue un regreso sumamente nostálgico. Alegrías, tristezas. Uno reconoce los olores de su casa, como que regresan imágenes que tenías por allá bloqueadas del pasado. Fue muy hermoso”.
Para ese entonces, Catalina ya superaba los 30 mil seguidores en Twitter (ahora X).
Por eso la invitaron a participar en un proyecto audiovisual que buscaba poner a hablar a jóvenes de derecha con jóvenes de izquierda sobre diferentes temas de interés nacional.
Así conoció a sus pares opositores, con quienes creó una fuerte amistad, y tuvo incluso una relación amorosa de varios meses con un youtuber e influencer de izquierda.
Pero no funcionó.
“Él nunca pudo aceptar del todo que yo sea de derecha, como que le avergonzaba. Fue una época muy dura para mí”.
Pero también fue gracias a ese intercambio político que Catalina conoció a la amiga que le terminó presentando a Jorge la noche del karaoke.
En su tercera cita, Catalina y Jorge se vieron en un café.
“Jorge es muy directo y me dijo:
– Oye, Cata, yo te quiero contar algo.
Y yo:
– Claro, dime.
Y ahí él:
– Mi papá biológico es el Mono Jojoy.
“Me acuerdo que me atoré con lo que estaba comiendo y por mi cabeza pasaba: ‘¿Con quién estoy sentada?’”.
Al final del encuentro no sabía muy bien qué hacer.
“Yo pensaba mil cosas. Le conté a una amiga que me dijo: ‘Tienes que alejarte, qué peligro’, pero un primo me dijo, en cambio, que le parecía interesante”.
Catalina no lo podía creer, pensaba en por qué le estaba pasando eso y qué consecuencias tendría para su vida y su trabajo estar con alguien con una historia tan opuesta a la suya.
Pero lo cierto es que Jorge ya le gustaba. Y mucho.
En ese momento los dos querían simplemente salir, no buscaban ningún compromiso. Así que decidieron embarcarse en una aventura secreta para la que la pandemia resultó ser muy conveniente
Catalina pensó que al no poder salir tanto a la calle “nadie se iba a dar cuenta con quién estaba saliendo”.
Pudieron evadir, incluso, a sus propios amigos. “Muchas veces nos vimos a escondidas de las personas que nos presentaron porque no queríamos estar en medio de chismes”.
Hasta que les dio covid a los dos.
“Jorge vivía con su abuelita y obviamente no podía estar ahí. Yo le dije: ‘Vente para mi casa’, un apartamento de soltera pequeño”.
Como muchas otras personas, se enfrentaron a una convivencia forzada en plena pandemia. Sólo llevaban dos meses saliendo y ahora estaban encerrados y enfermos.
“Un día yo no aguanté y me puse a llorar. Él me preguntó qué me pasaba y yo le dije:
– No me siento preparada para esto, necesito mi espacio.
Jorge decidió empacar la maleta.
“Pero cuando lo vi empacando pensé: ‘¿Qué estoy haciendo?’ No quería que se fuera. Ahí me di cuenta que estaba perdidamente enamorada”.
“Ella dice que me le metí en la casa, pero no fue así, hablamos y nunca más me volví a ir. Fueron unos meses en los que nos enamoramos mucho”.
Ya no había vuelta atrás. Tenían que contarlo.
La primera en enterarse fue la abuela de Jorge, que no vio ningún problema en la relación.
Con la familia de Catalina, el proceso fue más largo.
“Empezaron a verme como más feliz y mi papá me preguntó si estaba saliendo con alguien.
Decidí contarle.
– Sí, pa…Estoy saliendo con el hijo del Mono Jojoy.
“Mi papá no me creyó, se lo tomó en chiste. Mi mamá se quedó en silencio”.
Dos meses después, ya rendidos ante la evidencia, el padre de Catalina propuso que salieran a cenar para conocer al famoso pretendiente.
Ella les advirtió a todos que fueran cautos, que no preguntaran mucho.
Pero Jorge no lo pensó dos veces y una vez estuvieron sentados en el restaurante se los contó todo.
La familia siguió las instrucciones de Catalina y hubo un silencio incómodo.
Hasta que el esposo de la hermana pidió otro trago y el ambiente se relajó.
Desde ese día Jorge y la familia de Catalina tienen una muy buena relación. Ellos fueron sus cómplices cuando él decidió pedirle matrimonio por sorpresa en Cartagena en medio de la celebración de sus cumpleaños.
De a poco fueron ampliando el círculo.
Para Catalina, tal vez lo más difícil era contárselo al expresidente Uribe.
“Le envié un mensaje de texto en el que le decía que quería comentarle algo de carácter personal que era muy importante para mí”.
Uribe la llamó a los cinco minutos.
– Yo te apoyo. Si tú lo escogiste, si crees que es el hombre de tu vida es porque es una muy buena decisión, porque eres una persona muy inteligente, le dijo cuando ella le contó.
Jorge que se sorprendió: no esperaba esa reacción del principal opositor de su padre y líder de la campaña contra los acuerdos de paz con las FARC, dice.
“Quedé en shock, me pareció un señor muy respetuoso. Yo sabía que Uribe era importante para Cata pero ese día entendí cuánto”.
Él ya había hecho su parte con Pastor Alape, exmiembro de la dirigencia de las FARC y negociador con el gobierno de Colombia, que también lo había apoyado.
– ¿Es verdad que estás saliendo con Catalina Suárez?, me preguntó un día en su casa. ¿Por qué no le dices que venga?
Catalina y Alape se conocieron ese mismo día.
“Es un hombre muy avanzado para su época y para su sector. Hablamos sobre el vallenato y al final recuerdo mucho que dijo, ‘para esto firmamos la paz, para que las diferencias jamás nos impidan compartir’.
Nos tomamos un whisky y brindamos por nuestra relación”.
Catalina se encargó de darle la primicia a una de las emisoras más escuchadas de Colombia.
“Me la pasé dando entrevistas toda la mañana, creo que fui la última en peinarme y maquillarme”.
La boda se llevó a cabo en una hacienda a las afueras de Bogotá. “Amar es para valientes”, decía el letrero con luces que adornaba la fiesta.
Se casaron por el rito católico. Ella de vestido largo, blanco y con velo; él con frac negro y corbatín.
Hubo 120 invitados, entre familiares y amigos de cada uno.
“Decidimos invitar solo a amigos que teníamos en común desde la relación. Todo esto ha sido un coladero en el que ha ido quedando solo gente sincera”, relata Catalina.
Dos años después, salen acompañados por escoltas a todas partes y viven con Copito, un gato blanco que adoptaron y al que consienten entre los dos.
Y sus posiciones políticas no han cambiado.
“No nos negamos la opción de opinar. La idea no es convencer al otro política o ideológicamente. Cada uno ha hecho un camino, tiene una trayectoria que respetamos”, cuenta Jorge.
“Creo que ha sido fácil la convivencia; en las cosas del hogar lo último que importa es que tú seas de derecha o de izquierda”, dice ella.
“Yo soy muy feliz con Jorge. Es una persona que por lo que vivió viene de pensar en un colectivo y no de forma individualista. Es un hombre profundamente solidario, cero envidioso y súpergeneroso”.
“A mí me enamora de Cata que es una mujer empoderada, con carácter, es una mujer que todos los días sale a su trabajo con tanta entereza y con tanta decisión y que cada día quiere construir un país justo, un país más social”.
Juntos tienen el proyecto #respetoenladiferencia con el que visitan diferentes lugares del país y llevan materiales pedagógicos de lectura y escritura.
“Con Jorge he aprendido a aterrizar el tema social. Siempre he sido sensible y me ha interesado, pero no conocía la Colombia profunda de la que siempre se ha hablado. He podido entender por qué en esos territorios han apoyado tanto la paz”.
“Ella me ha permitido ver que las personas de derecha también tienen corazón y preocupaciones sociales y esa es otra visión de país. Yo no había tenido la oportunidad de ver eso más allá de los estigmas”.
“En Colombia si alguien piensa distinto es una amenaza. Hay odios que han sido generadores de una guerra constante. Pero lo importante es que uno puede pensar distinto y no usar las armas”, reflexiona Jorge.
Y Catalina lo complementa: “Soñamos con que en todas las casas de Colombia se pueda vivir la política como en la nuestra, sin agresión verbal, sin juzgar al otro porque piensa diferente o porque apoyó a alguien distinto”.
Viven en un apartamento en Bogotá y en las noches ella duerme a la izquierda de la cama y él a la derecha.