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¡Buenas tardes, nuevamente, habitantes de este calmo Universo Paralelo! Esta es una edición dedicada a la crisis global ecológica que ha provocado la humanidad en su planeta. Este es un tema muy en boga por estos días, por lo que, a pesar de mi lejanía con el área, nuestro newsletter no puede ignorarlo.
Hemos invitado a Vanessa Weinberger, doctora en Ecología, académica de la Universidad Mayor. También a Jorge Olea, doctor en Geografía y académico de la Universidad de La Frontera. La primera analiza cómo la cultura y la construcción de nicho humano han llevado al límite nuestra relación con la naturaleza. El otro reflexiona sobre un concepto conocido como metabolismo social.
El cuestionario de esta semana lo responde la doctora en Ciencias Biológicas Eugenia Gayo. Académica de la Universidad de Chile e investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2.
En Breves Paralelas, seguimos con temas en la frontera entre las ciencias naturales y sociales, de la mano del antropólogo social Francisco Crespo. Primero, se refiere a un estudio reciente que muestra cómo nuestra capacidad de tejer redes sociales podría estar relacionada con la actividad neuronal de cierta región del cerebro. Luego, nos da una segunda mirada sobre el contraste entre naturaleza y sociedad.
Finalmente, por medio de la escritura a la vez sutil y profunda de la biotecnóloga y doctora en Ciencias Biológicas, Natalia Mackenzie, recomendamos un libro que nos convoca a descubrir «la inteligencia secreta de las plantas».
Espero que disfruten de esta edición y que nos ayuden con la difusión de la ciencia en los medios. Compartan este Universo Paralelo. Y si les llegó de alguien, ¡inscríbanse ya!
Parece difícil concebir que el humano actual sea la misma especie que surgió hace 300 mil años. ¿Cómo es que este organismo, inicialmente cazador-recolector, desarrolló ciudades interconectadas a escala global en un tiempo tan acotado? Más aún, ¿cómo logra que sus acciones repercutan hoy sobre las dinámicas planetarias, generando la crisis global?
Tales respuestas requieren la generación de nuevos cuerpos teóricos, en donde la cooperación y la cultura son procesos claves (Ellis, 2015). Dos de estos conceptos son la “Acumulación Cultural Evolutiva” y la “construcción de nicho”.
La producción de errores y/o innovaciones durante el aprendizaje genera cambios, por lo que la cultura también evoluciona. Más aún, existen rasgos culturales tan complejos que requieren del conocimiento y cooperación de varios individuos para su construcción y uso. A este proceso se le conoce como acumulación cultural evolutiva (CCE, en inglés).
Otro concepto vital es la construcción de nicho, entendida como la capacidad de una especie para modificar el ambiente circundante y, así, modificar las presiones biológicas que les limitan, obteniendo beneficios.
Muchas especies ejecutan este proceso, siendo los castores el ejemplo clásico, pero el ser humano basa la complejización de sus sociedades a través de la modificación de tales presiones. En efecto, se plantea que la insostenibilidad de las sociedades humanas radica en cómo estas modifican las relaciones de la biósfera para su propio beneficio, proceso que se vuelve cada vez más efectivo por la evolución cultural.
Por ejemplo,
Estos índices se resumen en los límites planetarios, marco que identifica las dimensiones claves para mantener el estado de la biósfera que permitió asentar y desarrollar las sociedades humanas. Nada nos asegura que un nuevo estado de la biósfera, fuera de estos límites, nos permita seguir como especie o sociedad.
Por lo tanto, para poder asegurar el bienestar tanto social como ambiental, debemos de repensar nuestra dinámica de uso cultural y construcción de nicho hacia los límites planetarios propios de la biósfera que conocemos. Solo así podremos continuar con un real desarrollo sostenible.
Cada vez que nos enfrentamos al hecho de la crisis socioambiental actual y evidenciamos las consecuencias de esta, la sensación de catástrofe se toma el ambiente. A mi juicio, esto tendría dos elementos que potencian ese sentir: la costumbre de buscar respuestas únicas, definitivas y universales, Y, lo segundo, seguir insistiendo en que dichas soluciones serán principalmente técnicas, es decir, sobre la base de algún mecanismo que solucione todo de una vez.
A mediados del siglo XIX, cuando los efectos de la Revolución Industrial –una de las principales transformaciones técnicas– estaba consolidándose, aparece una discusión respecto a los límites materiales de lo que estaba sucediendo. No solo era una transformación socioeconómica, sino que estaba profundamente conectada con los procesos de expansión de los nuevos Estados nación:
Yo relevaría dos: es en ese proceso que se consolida la idea de ecología, visualizada como una interacción energética de los procesos naturales.
También, la idea del metabolismo social, es decir, el vínculo entre las sociedades y su ambiente. No es que nadie antes hubiera pensado en esto, solo basta con observar a los pueblos originarios que hasta el día de hoy fundan su existencia en aquello, sino que la novedad estaba en que emerge de un contexto donde la acción humana alcanzaba por primera vez límites planetarios.
Obtenemos energía y materiales de los que, luego de consumirlos, devolvemos otros componentes a nuestro entorno.
Ese proceso ha sido denominado fractura metabólica, y lo interesante es que es profundamente histórico y geográfico, pues dependiendo de las escalas de análisis podemos encontrar distintos momentos en que esta fractura ocurre y, desde allí, pensar alternativas. El proceso expansivo mencionado aceleró ese metabolismo.
Cada día vemos cómo esa fractura, en vez de solucionarse, se expande, cómo nuestra estrategia de desarrollo frenéticamente sigue alimentándola. El problema no es solamente lo complejo del fenómeno, es que seguimos pensando en lo técnico como imperativo y lo ético como optativo, en una solución monolítica y no una discusión política, social y cultural efectiva.
Cada semana hacemos las mismas cuatro preguntas a una persona dedicada a la ciencia. En esta edición, entrevistamos a la doctora en Ciencias Biológicas Eugenia Gayo. Investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2.
-¿Qué te motivó a dedicarte a la ciencia?
-Desde mi adolescencia, me atrajeron tanto la historia como las ciencias naturales. La historia me permitió comprender cómo hemos llegado a ser lo que somos como sociedad y cómo nuestras decisiones han dejado huella en el planeta. Las ciencias naturales, por su parte, me ofrecieron las herramientas para entender los procesos que mantienen el equilibrio de la naturaleza y cómo nuestras acciones pueden alterarlo.
Esa combinación de interés por el pasado y por los fenómenos naturales y sociales fue lo que me llevó a convertirme en una “naturalista social” –formalmente conocida como ecología histórica–. Así, me he dedicado a explorar cómo la humanidad interactúa recíprocamente con su entorno a lo largo del tiempo, un tema fundamental para avanzar hacia la sostenibilidad en un planeta dinámico, que cambia a diferentes escalas de tiempo y espacio.
-¿Cuál es la obra científica que más influyó en tu actividad?
-Es difícil señalar una sola obra que haya influido en mi trayectoria, ya que mi investigación se ha enriquecido tanto por lecturas como por conversaciones con colegas de diversas disciplinas. Si tuviera que destacar una, elegiría el artículo «From Nature-Dominated to Human-Dominated Environmental Changes» de Bruno Messerli, Martin Grosjean y Lautaro Núñez.
Este artículo fue pionero en analizar la interacción entre sociedad y ambiente en diferentes contextos climáticos y culturales, reflexionando sobre cómo la historia humana ha pasado de sociedades cazadoras-recolectoras vulnerables a transformaciones ambientales, a sociedades agrarias-urbanas menos vulnerables y, finalmente, a un planeta sobrepoblado y sobreexplotado. Este enfoque ha sido clave para entender cómo las dinámicas sociales y ambientales se entrelazan y ha influido profundamente en mi visión sobre la sostenibilidad.
-¿Cuál es el problema científico más importante por resolver?
-El principal desafío científico en la interacción humano-ambiente y la cultura humana relacionada con la sostenibilidad es entender y gestionar las dinámicas complejas entre los sistemas sociales, culturales y ecológicos. Este reto implica reconocer y promover modelos o acciones de adaptación cultural frente a los cambios ambientales, como el cambio climático.
El problema surge del hecho de que las respuestas sociales están profundamente influenciadas por la historia, las tradiciones y las estructuras de poder. Por lo tanto, para avanzar hacia la sostenibilidad, es necesario desarrollar modelos que sean culturalmente apropiados, socialmente justos y ecológicamente efectivos.
-¿Cuál es la pregunta que te desvela como científica y cómo la enfrentas?
-¿Cómo podemos lograr transiciones sostenibles cuando las desigualdades sociales y ambientales siguen persistiendo y, en muchos casos, se amplifican? Esta es una pregunta que me inquieta profundamente, especialmente cuando pienso en cómo podemos asegurar que los sectores más vulnerables de la sociedad no solo sobrevivan, sino que realmente prosperen en un contexto de cambio climático y degradación ambiental.
Para enfrentar este desafío, me he enfocado en impulsar investigaciones y colaboraciones basadas en enfoques inter y transdisciplinarios, que no solo aborden los aspectos técnicos y ecológicos, sino también los contextos históricos, sociales y culturales. Un ejemplo de este enfoque es el trabajo que desarrollo en el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2).
La imagen de la semana de esta edición es una fotografía capturada por la oceanógrafa de la Universidad de Gotemburgo, Dra. Céline Heuzé. En ella observamos una escena del mar Ártico: una superficie de hielo fragmentado, que evidencia los cambios que ha provocado en este ecosistema el cambio climático.
Este paisaje, perturbadoramente extenso, frío y estático, parece estar suspendido en el espacio y en el tiempo. Pero en realidad ha estado cambiando aceleradamente: la cantidad de hielo está disminuyendo a razón de 4,7% cada década.
De acuerdo con un estudio publicado en la revista Nature por la Dra. Céline Heuzé –autora de la imagen– y la Dra. Alexandra Jahn, podríamos tener el primer día sin hielo en el Ártico antes de que termine esta década.
Esto es un gran problema, ya que afecta, por una parte, a las especies que dependen de este hábitat, como los osos polares. Además, influye en los patrones climáticos globales, porque reduce el albedo terrestre, esto es, la capacidad de la tierra de reflejar al espacio la radicación solar, contribuyendo al calentamiento global.
El trabajo usa los modelos más avanzados predictivos de hoy. Hay que decir que, debido a la complejidad y comportamiento caótico de estos modelos matemáticos, es difícil afirmar que este tipo de predicciones sea 100% fiable. El primer día sin hielo en el Ártico podría ocurrir mucho después. Pero también podría ocurrir antes.
Lo que es indesmentible es que cada década el hielo ártico se pierde ante los ojos de todos.
Evolucionados para sacarnos de quicio
Un gran rasgo de la especie humana es el desarrollo avanzado de herramientas de coordinación social. Un repertorio simbólico compartido y transmisible: la cultura, y un conjunto de instituciones que –para bien y para mal– estructuran las relaciones entre personas: la sociedad. Estas estructuras, a nivel individual, tienen soporte en nuestra capacidad de pensar e interpretar las emociones de otros.
Un estudio publicado en noviembre de 2024 en Science Advances profundiza en el conocimiento sobre esta red. Haciendo uso de Imágenes Funcionales por Resonancia Magnética (FMRI, por sus siglas en inglés), una técnica de imagen cerebral que estudia la actividad usando los niveles de oxígeno en la sangre, los investigadores determinaron que existe una conexión entre esta red social y un sector específico de la amígdala.
Los hallazgos sugieren que existe una coactivación específica entre las tareas TDLM y una región de la amígdala y que esta activación no solo se da durante el aprendizaje de las tareas TDLM en la infancia, sino también en adultos.
Dicho en otras palabras, mantenemos una relación neuronal entre cierto repertorio de procesamiento emocional y nuestra capacidad de interpretar a los otros, lo que apoya ciertas hipótesis como que el reconocimiento de expresiones faciales –como la rabia– es un proceso regulado por la amígdala.
En términos simples, pareciera ser que nuestra biología sirve de fundamento a nuestra sociedad y cultura. Ahora solo queda preguntarnos: ¿cómo es que la sociedad y cultura afectan nuestra biología?
La cultura como el límite de la naturaleza
La relación entre la naturaleza y la cultura humana siempre ha sido un punto de debate complejo tanto en ciencias sociales como en las humanidades. ¿Tenemos los humanos una naturaleza determinada por nuestra biología y nuestra química?, ¿no se ve esta naturaleza influida por nuestra cultura y nuestra estructura social?
La llegada de la crisis climática, sin embargo, nos ha hecho poner en duda estas ideas de supremacía de la cultura sobre la naturaleza, en la medida que esta misma coordinación se está convirtiendo en nuestra ruina.
Las ciencias sociales, por tanto, están dando un giro. La verdad es que llevan algunas décadas dándolo, pero hoy estamos redescubriendo teorías clásicas de la cultura como método, no de supremacía, sino de adaptación a nuestro medio natural, tal como plantearía Bronisław Malinowski ya en 1944, cuando escribió Una teoría científica de la cultura, o teóricos oscuros de la teoría cibernética, como Roy Rappaport, y su clásico paper de 1971, titulado “Ritual, Santidad y Cibernética” (disponible en línea).
El título del libro lo sugiere, ¿acaso las plantas también piensan? O ¿solo porque no son capaces de moverse, no corre sangre roja por sus venas y no emiten sonidos, son simples órganos vivientes que no se comunican, que no toman decisiones, que no planifican cómo salvarse de la muerte?
Estamos rodeados de ellas, pero conocemos tan poco sobre cómo viven, cómo se relacionan entre sí y cuáles son realmente sus capacidades para adaptarse y sobrevivir, incluso, desde mucho antes que los mismos Homo sapiens. Esta es entonces, también –como dice el libro–, una invitación a descubrir «la inteligencia secreta de las plantas».
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Bueno, y esto es todo en esta edición de Universo Paralelo. Ya sabes, si tienes comentarios, recomendaciones, fotos, temas que aportar, puedes escribirme a universoparalelo@elmostrador.cl. Gracias por ser parte de este Universo Paralelo. ¡Hasta la próxima semana!
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